sobre los hijos de las tinieblas.
Querían apresurar el fin del mundo
mediante la guerra
de los hijos de luz contra los hijos de las tinieblas
Y Jesús lo sabía.
Ante los sumos sacerdotes
había dicho que el dueño de la viña
había enviado un servidor a los vendimiadores
para que le entregaran su parte del fruto de la viña,
pero los vendimiadores le golpearon
y le despidieron.
Envió de nuevo a otro servidor,
y también éste fue golpeado
y le insultaron.
Envió a otro más,
pero le hirieron
y le arrojaron fuera.
Envió a su hijo,
creyendo que tendrían con él consideraciones.
Pero al verle,
los vendimiadores comentaban entre sí:
«He aquí al heredero.
¡Matémosle
y nuestra será la herencia!».
Y le arrojaron fuera de la viña,
y le mataron.
¿Qué les hará pues el dueño de la viña?
Llegará,
hará perecer a los vendimiadores
y dará a otros la viña.
Los sumos sacerdotes lo habían comprendido,
los vendimiadores homicidas
eran ellos,
los malvados sacerdotes
que tenían el monopolio sobre el pueblo de Dios.
Y la viña era el pueblo de Israel.
Aquella noche
eran trece,
tendidos a la mesa de la comida pascual. Estaba Jesús,
los doce,
y en el lugar de honor
el dueño de la casa,
el discípulo bienamado, Juan,
el esenio que acudía a la casa de los sacerdotes,
el sacerdote que se había convertido en un esenio.
Y cuando detuvieron a Jesús,
corrió a casa del sacerdote Anas,
hijo de Sem, antiguo sacerdote.
Pues sabía adonde iban a llevar a Jesús.
Mientras,
habían llevado a Jesús ante eí sacerdote.
Y le preguntó
lo que enseñaba.
«¿Por qué me interrogas? —preguntó Jesús—.
Pregunta a quienes han escuchado lo que les he dicho.
Ellos son quienes lo saben.»
Entonces Anas envió a Jesús ante el Consejo.
El sanedrín se reunió
y guardó silencio.
«Como un cordero mudo
ante quien lo esquila,
no abrió en absoluto la boca.»
«¿Nada tienes que alegar en tu defensa?»,
preguntó el sumo sacerdote Caifas.
Pero Jesús seguía callando.
«¿Eres tú el Mesías?»
«Sí, lo soy.
Y veréis al Hijo del Hombre
sentado a la diestra del Poder,
llegar sobre las nubes del cielo.»
Entonces el sacerdote desgarró su túnica.
«¿Necesitamos ya otros testigos?
Todos habéis oído que reconoce su traición.
¿Qué vais a decidir?»
Pues él era el sacerdote impío.
Y el consejo decidió que Jesús merecía la muerte.
Había blasfemado
no ya contra Dios,
sino contra Tiberio César.
Fueron los delatores,
formularon su acusación
contra Jesús ante el representante de César.
Y Jesús no había blasfemado contra la ley.
No fue pues lapidado,
pues no había pronunciado el sagrado nombre de Dios.
A la
mañana
siguiente,compareció ante Poncio Pilatos.
Dijeron que se entregaba a la subversión
en el seno de la nación,
que prohibía pagar el tributo a César,
que afirmaba ser el Mesías, el Rey.
Entonces Pilatos salió a su terraza
y preguntó:
«¿De qué se trata?».
«Este hombre es un criminal.»
«En ese caso, tomadlo vosotros mismos,
y juzgadlo según vuestra ley.»
«No es un delito religioso.»
«¿Eres el rey de los judíos?»
«Lo dices tú mismo,
¿o te lo han susurrado otros?»
«¿Acaso soy yo judío?
Son los tuyos, los principales sacrificadores,
quienes te han entregado a mí.
¿Qué has hecho?»
«Mi reino no es de este mundo.»
«¿Eres pues el Rey?»
«Soy Rey, tú lo has dicho, he nacido
y he venido a este mundo para atestiguar esta verdad.
Quien hace caso a la verdad me escucha.»
«¿Qué significa la verdad?
No encuentro cargo alguno contra él.»
«Rebela al pueblo enseñando
por toda Judea,
desde Galilea,
de donde vino,
hasta aquí.»
«¿Es galileo, pues?
Pertenece a la jurisdicción de Herodes Antipas,
tetrarca de Galilea.
Llevadle pues con vuestras acusaciones ante Herodes.»
Entonces el sacerdote impío le llevó a Herodes
pero permaneció silencioso,
y el sacerdote impío hizo acusaciones contra él.
Devolvió el prisionero a Pilatos.
Entonces el sacerdote impío reunió a sus esclavos
y a sus amigos en el patio del pretorio,
pero Pilatos dijo que debían flagelarle,
luego despidió a Jesús
porque era la Pascua.
Entonces, alentada por el sacerdote impío,
la muchedumbre gritó que quería a Barrabás
y no a Jesús.
Hizo flagelar a Jesús,
le disfrazó
con una capa carmesí en los hombros
y una corona de espinas.
Y la muchedumbre gritó
que era necesario crucificarle.
Entonces Barrabás fue liberado,
Jesús fue condenado.
Hizo poner en la cruz
«Jesús el nazoreno, Rey de los judíos».
Pues Jesús era nazoreno,
como los esenios que se llamaban
Nozerei Haberith,
los guardianes del contrato,
los nazorenos.
Y los guardias romanos se llevaron a Jesús.
Pasó por la puerta oeste de la ciudad.
Pero nadie sabía nada
de lo que se había desarrollado en la colina del gobierno.
Era el comienzo de la fiesta,
todos los acontecimientos se habían precipitado
y envuelto en secreto,
y nadie sabía nada
de la conspiración que se tramaba.
Junto a la cruz
estaba su madre
estaba Juan, el discípulo bienamado.
María de Magdala,
María, madre de Santiago,
Salomé, madre de Santiago,
Juan, hijo de Zebedeo.
Los soldados se sortearon la túnica de Jesús,
así está escrito en el salmo.
Le traspasaron las manos y los pies,
así está escrito en el salmo.
Los principales sacrificadores y los esbirros
se burlaron de él,
así está escrito en el salmo.
Exclamaron:
«Ha confiado en el Señor,
que el Señor le libere si quiere».
Así está escrito en el salmo.
Luego le dieron a beber vinagre,
así está escrito en el salmo.
Le traspasaron el costado con una lanza.
Así está escrito según Zacarías.
Esas cosas han sucedido
a fin de que el plan sea respetado,
a fin de que la Escritura sea realizada.
La multitud, azuzada por los sacerdotes,
pedía la muerte de Jesús.
El sacerdote impío gritaba
su odio hacia el Salvador.
Nadie vio a los fariseos,
que estuvieron ausentes,
porque eran cercanos a los esenios.
No vieron a Judas,
el sacrificado,
el religioso,
el fuerte y el honrado,
que creía en Jesús y en Dios
y que comprendió,
y que devolvió el dinero,
no a los esenios
sino a los sacerdotes,
y que se suicidó.
Pues era demasiado tarde.
Había llegado la hora de la confrontación
y nadie podía hacer ya nada
en este mundo.
Esa noche
los esenios ayunaron
y oraron toda la noche
para reclamar la intervención divina.
Lo arrastraron al sombrío Gólgota,
lo clavaron en una cruz de madera.
Se repartieron sus vestiduras
echándoselas a suertes.
Con él estaban dos bandidos,
uno a su derecha,
el otro a su izquierda.
Ofreció la espalda
a quienes lo azotaban,
las mejillas
a quienes le arrancaban la barba.
No hurtó el rostro a las ignominias
ni a los salivazos.
Lo maltrataron y escarnecieron,
y no abrió la boca,
semejante a un cordero que llevan al altar.
Le atormentó la pena, la angustia
y el castigo.
«Y entre los de su generación,
¿quién creyó que estaba cercenado de la tierra de los vivos
y golpeado por los pecados de su pueblo?
Y peor aún, fue un gusano, no un hombre,
el oprobio de los hombres
y el despreciado por el pueblo.
Todos los que le vieron se burlaron de él,
abrían la boca,
sacudían la cabeza:
"¡Encomiéndate al Eterno!
El Eterno te salvará,
te liberará
puesto que te ama".
"Soy como el agua que fluye,
y todos mis huesos se separan:
mi corazón es como cera,
se derriten mis entrañas.
Mi fuerza se reseca como arcilla
y mi lengua se pega al paladar,
me reduces al polvo de la muerte.
Pues los perros me rodean,
una pandilla de malvados merodea a mi alrededor,
han perforado mis manos y mis pies.
Podría contar todos mis huesos.
Ellos observan,
me miran,
se reparten mis vestiduras,
sortean mi túnica.
El oprobio me rompe el corazón
y estoy enfermo.
Espero compasión,
pero en vano a mis consoladores,
no encuentro ninguno.
Ponen hiél en mi alimento,
y para apaciguar mi sed
me dan a beber vinagre.
Pues persiguen a aquel a quien golpeas,
cuentan los sufrimientos de aquellos a quienes hieres.
Y volverán sus miradas hacia mí,
hacia aquel a quien han atravesado.
Llorarán por él
como se llora por un hijo único,
llorarán amargamente
como se llora por un primogénito."»
Los transeúntes le insultaban.
Y decían:
«Tú que destruyes el santuario
y lo reconstruyes en tres días,
sálvate a ti mismo
bajando de la cruz».
Así mismo, el sacerdote impío,
con los escribas,
se burlaban entre sí:
«Ha salvado a otros,
no sabe salvarse a sí mismo.
El Mesías,
el Rey de Israel,
que baje ahora de la cruz,
para que podamos verlo.
¡Y que veamos!».
Los que estaban crucificados con él le injuriaban también.
«Los reyes de la tierra se levantaron
y los príncipes se coaligaron con ellos
contra el Eterno y su Ungido.
Despreciado y abandonado por los hombres,
hombre de dolor acostumbrado al sufrimiento,
parecido a aquel ante quien se aparta el rostro,
no se dignaron hacerle caso.
La piedra que rechazaron
los arquitectos
se ha convertido en piedra angular.
Sus enemigos dijeron de él, malignamente:
"¿Cuándo morirá?
¿Cuándo perecerá su nombre?".
Todos sus enemigos murmuraron contra él,
pensaban que su desgracia causaría su ruina.
y si se le preguntaba:
"¿De dónde proceden las heridas que tienes en las manos?".
Respondía:
"En la casa de quienes me amaban
las recibí.
Espada, levántate contra mi pastor,
hiere al pastor, que las ovejas se dispersen.
Abren contra mí una boca maligna
y engañosa.
Me hablan con lengua mentirosa,
me rodean con sus coléricos discursos
y me hacen la guerra sin razón.
Mientras yo les amo,
ellos son mis adversarios".»
«Cuando camino entre la desolación,
me devuelves la vida,
extiendes tu mano sobre la cólera de mis enemigos,
y tu diestra me salva.
El Eterno actuará en mi favor.
El silencio de la muerte me había rodeado,
las redes de la muerte me habían sorprendido.
En mi angustia,
invoqué al Eterno,
grité a mi Dios.
Desde su palacio,
escuchó mi voz,
y mi grito llegó ante él, ante sus oídos.
La tierra se conmovió
y tembló,
y los cimientos de las montañas se estremecieron.
Extendió su mano desde la altura,
me asió,
me apartó de los grados.
Me liberó de mi poderoso adversario.
Venid, volvamos al Eterno,
pues ha desgarrado,
pero nos sanará.
Ha golpeado,
pero vendará nuestras heridas.
Nos devolverá la vida en dos días,
al tercer día,
nos levantará
y viviremos ante él.
Tengo siempre al Eterno ante mis ojos,
está a mi diestra,
no titubeo.
También, mi corazón se halla en el júbilo,
mi espíritu en la alegría,
y mi cuerpo descansa seguro.
Pues no entregarás mi alma a la morada de los muertos,
no permitirás que tu bienamado
vea la corrupción.
Me darás a conocer el sendero de la vida,
hay abundantes gozos ante tu faz,
delicias eternas a tu diestra.
Dios salvará tu alma de la morada de los muertos,
pues me tomará bajo su protección.
¡Eterno! ¡El rey se regocija de tu poderosa protección!
¡Oh! ¡Cómo le llena de alegría tu socorro!
Has puesto en su cabeza una corona de oro puro.
Te pedía la vida,
se la has dado,
una vida devuelta para siempre a perpetuidad.
Grande es su gloria gracias a tu socorro,
pones en él el fulgor y la magnificencia.»
«Envaina tu espada
—había ordenado a Pedro—,
¿Crees que no puedo recurrir a mi Padre,
que pondría enseguida a mi disposición
más de doce legiones de ángeles?