Qumrán 1 (6 page)

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Authors: Eliette Abécassis

Tags: #Intriga

Pensó inmediatamente que podía tratarse del famoso rollo que su padre no había podido comprar a Kair Benyair. Tenía razón: Oseas, que exigía una suma demasiado elevada, seguía sin encontrar comprador. Comenzaron entonces una serie de negociaciones accidentadas, que prosiguieron hasta en Israel. Tras varias peripecias, Matti acabó obteniendo el manuscrito.

Sin embargo, no tuvo tiempo para leerlo: el 5 de junio de 1967, la guerra entre Israel y sus vecinos estallaba de nuevo, y Matti fue llamado a incorporarse al ejército como consejero estratégico. La batalla por Jerusalén se produjo el 7 de junio. A sesenta kilómetros de Amman, miles de fragmentos del mar Muerto estaban en sus cajas de madera, y la mayoría de las colecciones se hallaban en el
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, vasta estancia en el sótano del Museo Arqueológico de Jerusalén, que seguía perteneciendo a Jordania. Los paracaidistas israelíes avanzaron por la ciudad vieja y subieron los peldaños de piedra al extremo de la calle Tiferet. Tras mil años de ausencia, veían de nuevo el muro de Occidente, el que protegía el Templo antes de que fuese destruido. Con la frente apoyada en la piedra y la mano tendida, humedecieron con sus lágrimas y sus plegarias el Lugar, dominado por la colina donde Abráham, sin la intervención de Dios, habría acabado sacrificando a su hijo Isaac.

Luego, tras una violenta batalla contra las tropas jordanas, capturaron el estratégico museo donde estaban los rollos de Qumrán. Las fuerzas enemigas fueron obligadas a retroceder hasta Jericó, al norte del mar Muerto. Así, no sólo el museo sino también el paraje de Jirbet Qumrán, con sus centenares de manuscritos, pasaron a control israelí. La mañana del 7 de junio de 1967, en medio de la batalla de Jerusalén, Matti y dos hombres más penetraron, con el corazón palpitante, en el
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del museo arqueológico. Pero en las largas mesas, que solían estar cubiertas de fragmentos, no encontraron nada. Fue en los sótanos del museo donde descubrieron los preciosos rollos, reunidos a toda prisa, empaquetados en cajas de madera y almacenados allí, antes de que comenzara la batalla.

Entonces, Matti decidió adjuntarles los manuscritos que poseía para completar la colección. Incluyó el famoso manuscrito que tanto le había costado obtener. No obstante, las autoridades israelíes, que no querían emprender una guerra abierta con los antiguos poseedores del segundo lote de rollos, llegaron a un acuerdo con el profesor Johnson, que reunió un equipo al que se confió el estudio de los manuscritos. Aquel grupo de investigadores, compuesto de cinco miembros elegidos con esmero, tenía la misión de descifrar cada uno de los fragmentos y publicar los resultados.

Ahora bien, cierto día, después de que la guerra terminara, Matti fue al museo para ver el famoso manuscrito y comenzar a estudiarlo. Sin embargo, aunque lo buscó por todas partes, tanto en las salas como en los sótanos, no lo encontró. Al cabo de varios días de infructuosas búsquedas e interrogatorios, tuvo que rendirse a la evidencia: el rollo había desaparecido.

Capítulo 3

—¿Quién estaba al corriente de la existencia del manuscrito? —preguntó mi padre cuando Shimon le hubo contado detalladamente la desaparición del rollo.

—Imposible decirlo. El descubrimiento de los cuatro primeros rollos fue confidencial, pero la noticia de que Oseas había cedido uno de los importantes manuscritos del mar Muerto se había propagado rápidamente por los medios universitarios que comenzaban a estudiar los escritos de Qumrán. El interés de los investigadores por esos manuscritos había aumentado considerablemente desde el descubrimiento de la cuarta gruta de Qumrán, en septiembre de 1952. Los miembros de la tribu de los taamireh que habían encontrado ya, años antes, la gruta de Jirbet Qumrán, se dirigieron de nuevo a aquel lugar con la esperanza de hallar manuscritos cuya venta les proporcionara cierta riqueza. Excavaron la roca, registraron el suelo donde se había acumulado el polvo, hasta que les entregó los miles de fragmentos que seguía ocultando.

—Sí. La prensa del mundo entero no hablaba de otra cosa. No transcurrían veinticuatro horas sin que saliera a la luz un nuevo tesoro histórico, en cuanto los fragmentos eran pegados, descifrados y transcritos. Sin embargo, nadie conocía todavía el significado de aquel descubrimiento. La lectura de los rollos era lenta y ardua. Sólo los sabios y los investigadores entendidos podían comprender su importancia; saber que iban a ser el punto de partida de una nueva investigación histórica; que por fin iba a conocerse la verdad sobre el nacimiento del judaismo rabínico y sobre los inicios del cristianismo. Hasta entonces, se habían limitado a espigar elementos dispersos sobre la vida de Jesús y el nacimiento del cristianismo, a través de obras literarias difundidas de generación en generación: la Mishnah, el Talmud, el Nuevo Testamento, las obras de Flavio Josefo y las obras apócrifas, como el libro de los Jubileos…, sometidos a centenares de años de corrección, borraduras y censura. Pero durante el tiempo en que los manuscritos religiosos habían sido copiados a mano, palabra por palabra, versículo a versículo, por los escribas judíos y cristianos, su veracidad histórica se había hecho cada vez más dudosa. Eran transformados cuando parecían heréticos; en los períodos de persecución religiosa, eran arrojados a las llamas. Se los prohibía, se los reescribía a veces, para hacerlos adecuados a la ortodoxia y la fe del momento. Pero en el caso que nos ocupa no se trataba ya de fragmentos dispersos; el material se hacía cada vez más considerable. Eran piezas grandes, y otras más pequeñas, dobladas y rascadas, más o menos bien conservadas, pedazos, fragmentos sin nombre y sin embargo, a través de ellos, la historia se transformaba… Pero aquello sólo los sabios podían advertirlo.

—Por eso recurro a ti. Es posible que el manuscrito fuese hurtado por uno de los miembros del equipo internacional reunido por Paul Johnson y su inseparable acólito, el padre francés Pierre Michel. Pues sólo ellos tenían acceso a los rollos. ¿Conoces tú a los demás miembros del equipo?

—Sé quiénes son. Está Thomas Almond, un inglés agnóstico y orientalista, apodado «el ángel de las tinieblas», por sus curiosos modales y por la gran capa negra que lleva siempre; el padre polaco Andrej Lirnov, una personalidad melancólica y atormentada, y finalmente el dominico Jacques Millet, un francés, un hombre más bien extravertido, fácilmente reconocible por su enmarañada barba blanca y sus grandes gafas redondas. Todos estos personajes tenían, en efecto, acceso directo a los rollos; y, además, se habían vuelto inevitables para quien quisiera acercarse a esos documentos. Pero las publicaciones oficiales de este equipo eran muy escasas, y la mayoría de los fragmentos del sótano n° 4 sólo se comentaron en seminarios muy privados, cerrados al público.

—Sin embargo, se produjo un hecho curioso: en 1987, Pierre Michel, invitado a dar una conferencia en Harvard, reveló algunos elementos del contenido de un fragmento que estudiaba. Pero lo que dijo de él recordó extrañamente a Matti el rollo que había descifrado, a toda prisa, antes de que se lo robaran. Había dos columnas en arameo donde el profeta Daniel interpretaba el sueño de un rey. Pero la parte realmente notable del fragmento, fechada por Pierre Michel en el siglo I antes de Cristo, era la interpretación de un sueño que predecía la aparición de un «hijo de Dios» o «hijo del Altísimo».

—Es decir, precisamente, los títulos utilizados durante la Anunciación por el arcángel Gabriel en el Evangelio según san Lucas.

—Pierre Michel se negó a publicar el documento. Salvo las escasas palabras soltadas en aquella conferencia, destinada al mundo universitario, y la lectura de un minúsculo fragmento que había traducido, el contenido de los rollos permanece secreto.

Shimon hizo una pausa, se sacó del bolsillo un pequeño papel y se lo tendió a mi padre.

Será grande en la tierra

Todos le venerarán y le servirán

Será llamado grande y su nombre será designado

Será llamado el hijo de Dios

Y le llamarán el hijo del Altísimo.

Como una estrella fugaz.

Una visión, así será su reino.

Reinarán varios años

Sobre la tierra

Y lo destruirán todo.

Una nación destruirá a otra nación

Y una provincia a otra provincia

Hasta que el pueblo de Dios se levante

Y renuncie a su espada.

—Sí —dijo mi padre—, conozco este texto. Pero nadie ha tenido nunca acceso al final del fragmento, de modo que no puede decirse con certeza si el texto menciona la venida de un Mesías enviado por Dios.

—Sea como sea, tras la conferencia de 1987, no se oyó hablar nunca más del fragmento. Pasaban los años, no aparecía ninguna publicación nueva. Era como si hubiera habido una orden, un consenso oficioso para detenerlo todo. Además, fue eso lo que acabó sucediendo. Los miembros del equipo internacional se dividieron y se marcharon cada uno por su lado. Johnson encontró un buen empleo en la Universidad de Yale, Almond regresó a su Inglaterra natal; Millet dividió su tiempo entre Jerusalén, donde sigue realizando excavaciones, y París, donde enseña. Por lo que a Pierre Michel se refiere, regresó a París, colgó los hábitos y trabaja ahora para el CNRS.

—Y Andrej Lirnov —completó mi padre— se suicidó sin que se conozcan las razones de su acto.

—Sí, en efecto… Debes de pensar que no suelo interesarme por la arqueología —dijo Shimon, tras una ligera vacilación—. Pero resulta que el gobierno israelí busca ahora el manuscrito perdido y no por razones teológicas, ciertamente muy complicadas, sino porque nos pertenece de pleno derecho y contiene, sin duda, elementos esenciales de la historia del pueblo judío.

—¿Y piensas que es el fragmento leído en la conferencia de Pierre Michel?

—Hay muchas posibilidades de que así sea.

—¿Tenéis una idea de lo que puede contener, en conjunto, el rollo?

—No se sabe exactamente. Creemos que habla de Jesús, de modo explícito.

—¿Y peligroso para el cristianismo?

—Tal vez sea mejor conservarlo en los sótanos del Vaticano, con otros fragmentos prohibidos —contestó Shimon tranquilamente.

—¿Pero tienes idea de qué se trata, con precisión?

—No, no lo sé; sabemos que no desapareció por casualidad, y hay algunas hipótesis. Los demás manuscritos pertenecen a la secta de Qumrán, que era, evidentemente, esenia. Están fechados, poco más o menos, en el período de la vida de Jesús. Pero ninguno de los fragmentos descubiertos habla de Cristo. Sin embargo, podría ser muy bien que el rollo desaparecido contuviese, por fin, importantes revelaciones sobre el cristianismo.

—Sí, lo sé; ya veo lo que quieres decir. Pero no puedo aceptar esta misión, Shimon. No es un trabajo para mí. No soy ya un combatiente y nunca he sido un espía. Me he convertido en un investigador, un sabio, un arqueólogo. No puedo lanzarme a correr mundo en busca de este manuscrito. Tal vez se haya perdido. Tal vez lo hayan quemado.

Shimon calló por un momento y reflexionó. Mi padre le conocía bien y sabía que no era hombre que se desconcertara. Conocía su modo especial de mirar a sus interlocutores, pausado e irónico al mismo tiempo. Aunque quisiera ocultarlo, todo en él olía a espía. Sus andares lentos y seguros, sus ojos castaños que miraban y evaluaban, el modo lento de expresarse y reaccionar ante las palabras de los demás, como si estuviera almacenando informaciones. En aquel momento, pensó mi padre, debía de estar reflexionando a toda prisapara intentar convencerle y tocarle —era su especialidad— el punto sensible.

—Precisamente necesito un sabio, un especialista —contraatacó—, un paleógrafo, no un soldado… Y conozco tu interés por los manuscritos. ¿Recuerdas tu reacción cuando supiste que los habían descubierto? Estábamos juntos, en la guerra, y tú sólo pensabas en eso; decías que era una revolución.

—Escúchame, en 1947, hace más de cincuenta años, cuando se descubrieron los manuscritos de Qumrán, las cosas eran muy distintas. En aquel momento, el lugar formaba parte del territorio de Palestina bajo mandato británico. Al este estaba el reino de Trans-Jordania. La carretera que flanqueaba el mar Muerto no existía, se detenía en el cuarto noroeste del mar. Sólo había caminos rugosos y maleza que seguía, sin convicción, el curso de una antigua vía romana y, durante mucho tiempo, esta vía ni siquiera había sido descubierta. La única presencia humana en la vecindad era la de los beduinos. Aquel descubrimiento me apasionó porque no comprendía cómo habían podido escapar de semejante lugar los manuscritos. Ahora, las carreteras están señalizadas, las excavaciones no dejan de avanzar y tú me hablas de envites internacionales y estratégicos. Hemos entregado a los palestinos el palmeral de Jericó, y se habla incluso, para obtener la paz, de atribuirles parte del desierto de Judea, incluida la región de Qumrán. Todo es demasiado complicado para mí. Ya no es cosa mía; es algo que me supera, ¿comprendes? Conozco los manuscritos que se encontraron. Sé ya que los esenios que vivían en la misma época que Jesús, aquellos atentos escribas, para los que lo esencial en la vida, el objetivo mismo de su existencia, era sólo consignar lo que veían, aquellos esenios no mencionaron a Jesús en sus manuscritos. Por eso queréis encontrar el último manuscrito: ¿Habla por fin de Jesús? ¿Y qué dice? ¿Era Jesús esenio? Y siendo así, ¿es el cristianismo una rama del esenismo? O tal vez el manuscrito no hable de él. ¿Significaría eso que Jesús es una figura posterior a la secta? Y si no habla de él, ¿será Jesús una ficción? ¿Existió realmente Jesús?

»Ya ves por qué es peligrosa la investigación. Hay que evitar que se prepare una revolución. Lo ignoramos todo de ese manuscrito; y es mejor así. Más vale dejar las cosas como están y no arriesgarse a que empeoren. Israel no necesita algo así. Es un arma demasiado poderosa. Es una bomba que podría estallar en las narices de quienes la posean.

—Escúchame —respondió Shimon—, lo que te pido no es, forzosamente, que analices su tenor. Otros se encargarán de ello; y si no lo deseas, no tendrás esa responsabilidad. Si, en última instancia, no debe ser revelado, no lo será; confía en mí. Se trata, sencillamente, de que encuentres el manuscrito, esté donde esté, entre los cristianos, los judíos, los beduinos o los árabes, y me lo traigas.

—¿Y si lo tuvieran ya los cristianos, el Vaticano quiero decir?

—Es imposible.

—¿Por qué?

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