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Authors: VV.AA.

Reacciona (4 page)

— Cultural: de súbditos a ciudadanos. Mediante una educación que permita superar la situación de receptores indiferentes y apáticos, lo que los convertiría en actores de su vida, en personas educadas —es decir, que actúan según ellas mismas deciden libremente—, capaces de contrarrestar el inmenso poder mediático y alcanzar la ciudadanía plena.

— Gobernación internacional: como ya he indicado, es indispensable poder transitar rápidamente desde la plutocracia de los grupos G a unas Naciones Unidas refundadas, con una Asamblea General que, como indica la Carta, represente a «los pueblos», integrada —como en el caso de la OIT— por Estados pero también por representantes de instituciones internacionales y de ONG.

— De una cultura de guerra a una cultura de paz. La gran transición, ya lo he subrayado, es la que nos permitiría transitar de la fuerza a la palabra, de la utilización de la violencia a la conciliación, a la concertación. A través de la educación para la paz y el respeto de los derechos humanos, para el ejercicio de la democracia, para la participación activa, para la equidad de género y el desarrollo sostenible, para la libertad irrestricta de expresión... se construirá sin duda alguna el otro mundo posible que desde hace años ha constituido el «anhelo de Porto Alegre».

Es necesaria la anticipación, la invención del mañana, liderada por las comunidades académica, científica, intelectual y artística, en suma, por la comunidad creadora, que no sólo debe iluminar los caminos del presente sino, sobre todo, avizorar los del porvenir.

Es imprescindible una «evolución acelerada», en palabras de José Monleón, para evitar la revolución, que siempre puede tener tintes de violencia.

Disponemos ahora de los elementos fundamentales para promover la transición:

— Una visión global, que nos permite comparar y afirmar nuestro compromiso con las generaciones venideras.

— Una mayor participación femenina en la toma de decisiones.

— Y la posibilidad de manifestar la opinión y movilizar a la ciudadanía a través de la moderna tecnología de la comunicación. Ahora, en efecto, es posible el cambio. Ahora es posible, a través del ciberespacio, reclamar una gobernación que tenga en cuenta el valor de cada vida, sin excepción, evitando una vez más la insolidaridad que ha permitido que se llegue a las inadmisibles asimetrías actuales. Los ciudadanos ya no permitirán que siga el acoso de los mercados a los políticos, la deslocalización productiva actual, la evasión fiscal.

Ahora es posible la movilización popular. Ahora nos sentimos, como se indica en el segundo párrafo de la Declaración Universal, «compelidos» a la rebelión pacífica.

El tiempo apremia. Es la hora de la ciudadanía, de «Nosotros, los pueblos...».

¡Ha llegado el momento de «superar los límites de lo posible»!

¿Soluciones utópicas? Se trata de hacer realidad mañana lo que hoy se empeñan en hacernos creer que es imposible.

Eduardo Galeano nos ha recordado con clarividencia que los horizontes utópicos se alejan a medida que caminamos hacia ellos. Pero ¡hemos avanzado!

Nadie puede esperar cosechar frutos de semillas que no ha plantado.

Hace unos años escribí: «Alzaré mi voz hasta que toda ligadura haya sido desatada». Como nos solicitó José Ángel Valente, debemos reaccionar ante «lo que hemos destruido / sobre todo en nosotros... Es tiempo / de dolor. Es tiempo, pues, de alzarse».

¡Reacciona!

III
Reaccionar para avanzar
Baltasar Garzón

Baltasar Garzón (Torres, Jaén, 1955) es magistrado y consultor de la Fiscalía de la Corte Penal Internacional. Es titular del Juzgado de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional aunque está suspendido de sus funciones tras ser imputado por intentar investigar los crímenes del franquismo por la querella interpuesta por organizaciones de extrema derecha. Es doctor honoris causa por más de una veintena de universidades y entre los procesos judiciales más relevantes que ha instruido se cuenta la causa contra Augusto Pinochet y las dictaduras de Chile y Argentina, el terrorismo de Estado de los GAL, el caso Gürtel, el terrorismo de ETA o el narcotráfico en Galicia.

Alguien ha dicho que nos ha tocado vivir los tiempos de la vergüenza, la mediocridad y la renuncia.

V
ERGÜENZA
por el abandono de unos principios que nos deberían ayudar a afrontar y superar los retos de una crisis económica fabricada por un capitalismo rampante, prototipo de la corrupción política y económica alineada con la
libre evolución
de los mercados y la incompetencia de unos líderes políticos y responsables económicos más atentos al aprovechamiento personal y corporativo que al servicio público y progreso social al que, respectivamente, se deben.

M
EDIOCRIDAD
, porque se ha desarrollado una visión alicorta de la situación política, social y económica en la que todos tratan de destruirse escupiéndose necedades a la cara, pero olvidando tomar decisiones consensuadas en beneficio de los ciudadanos. El interés inmediato es el interés del poder, pero sin una idea clara de qué hacer con él más allá de la simple detentación del mismo.

R
ENUNCIA
, porque, culpablemente, todos, en un escenario de corresponsabilidad, estamos consintiendo y propiciando esa situación sin desarrollar una exigencia firme, sosegada y definitiva de rendición de cuentas a la sociedad y sin participar para que la situación cambie. Se ha cedido de forma definitiva a la acción de los que siempre detentan el poder real en una sociedad galvanizada y adormecida a la que cada vez más se le restringe el protagonismo en la esfera de los acontecimientos que la afectan y marcan su destino. El conformismo ante lo
inevitable
se ha convertido en la regla, cuando en realidad debería ser esa misma sociedad civil la que quebrara la inercia impuesta arteramente por los partidarios de que la situación no cambie.

Los falsos líderes, a imagen de los exaltados telepredicadores que vociferan en los canales de la televisión por cable, aparecen como
salvadores
de las conciencias de esa sociedad sumisa, sometida al encanto del insulto y la vaciedad.

Frente a todo esto es preciso
REACCIONAR
y llamar a las cosas por su nombre.

¿Q
UÉ LE PASA A LA SOCIEDAD CIVIL ESPAÑOLA QUE NI SIENTE NI PADECE
?

Parece que en lo único que nos ponemos de acuerdo es en el tipo de
reality show
que veremos por las noches.

A lo largo de los días en España y fuera de nuestras fronteras se producen muchos acontecimientos que, cada uno por sí solo debieran hacer estallar las conciencias de los ciudadanos más indiferentes.

Son noticias que hablan de muertes masivas, de violencia institucional, de masacres de niños, de violaciones sistemáticas de derechos humanos de cientos de miles de personas.

Sin embargo, estas noticias al poco tiempo no son siquiera recordadas. Otros muertos, otros atropellos y múltiples despropósitos internacionales ocupan su lugar y como siempre la gran masa permanecerá indiferente.

Hace unas semanas leía en
La Vanguardia
una serie de artículos, publicados por el periodista Martín de Pozuelo, que desvelaban para el gran público que, según los últimos estudios de los grupos que están peleando porque no desaparezca la atención sobre la memoria histórica de las víctimas de los crímenes franquistas, las desapariciones forzadas de personas estarían próximas a las trescientas mil personas. También asistí con sorpresa a la desaparición de un buen canal de televisión como es CNN+ en diciembre de 2010 y a su sustitución por
Gran hermano
24 horas y después por otro programa de menor nivel intelectual. Estas dos noticias, por diferentes razones, deberían hacer estallar las conciencias de las personas con un mínimo de compromiso social. Sin embargo, cuesta trabajo encontrar a quienes las hayan leído y asimilado para reaccionar.

Por otra parte asistimos escandalizados y perplejos a la serie de noticias relacionadas con un prominente político italiano y sus supuestas acciones libertinas y soeces, ejecutadas con claro abuso de su posición política, y no pasa nada. Un poco de caída electoral, pero si el control mediático es adecuado incluso la situación se torna favorable al personaje.

Estas y otras anécdotas demuestran el desinterés de la sociedad en general y de los jóvenes en particular por cosas que realmente merecen la pena y por la regeneración democrática de la sociedad.

V
IVIMOS EN EL INSTANTE

Todo esto y mucho más acontecen en un momento. Es la disección del instante en el que el núcleo del problema es extraído del baúl del olvido y de la indiferencia. Y esa realidad, que debería generar debates muy serios y conclusiones determinantes para el cambio, se convierte en anécdota o comentario de tertulia de los más comprometidos. Los demás, ni caso.

Por desgracia la capacidad de indignación, motor de la capacidad para reaccionar, está vacía. El nivel de adormecimiento es muy peligroso porque conduce al desinterés más absoluto por lo público y por lo solidario. Nada es mío y, por tanto, nada tengo que hacer por mejorarlo.

Por ejemplo, en el ámbito de la corrupción. La corrupción como fenómeno que genera injusticia y desigualdad entre los ciudadanos debería levantar océanos de protestas y rechazo frente a quienes deberían ofrecer respuestas para erradicar esas prácticas torticeras en una sociedad y no lo hacen. Por el contrario en España todo es diferente, la situación se torna peculiar porque no da miedo ser corrupto, incluso se festeja al que lo es, lo que preocupa y desfavorece es que te descubran.

«Sabemos
[1]
de casos de flagrante corrupción en los que se han visto envueltos ciertos políticos (de primer nivel local, autonómico y nacional en España) cuyos apoyo electoral y apreciación política no se han visto afectados por semejante conducta. Más bien al contrario. Incomprensiblemente, las máquinas propagandísticas (y los mecanismos de manipulación mediáticos) de los partidos, o de algunos de ellos, anestesian la memoria de los ciudadanos para conseguir el olvido o, al menos, la condescendencia ante la promesa de que determinados hechos no volverán a producirse y que la limpieza y la pureza de la gestión serán en el futuro la norma». Pero no es verdad, lo cierto es que actúan con trampa para captar el voto y desprecian al ciudadano crédulo y acrítico que consiente en el engaño porque es más cómodo hacerlo que enfrentarse y denunciar esas prácticas.

Es ese conformismo culpable, el que ha hecho que «la ética
[2]
en la gestión pública sea considerada hoy día por muchos como una monserga moralista que ni siquiera los más puros se plantean (porque) si lo hacen serán tachados de románticos trasnochados o utópicos impenitentes. La corrupción, especialmente la ideológica, ha penetrado en las mentes de muchos y asistimos impávidos a una especie de aniquilación moral controlada por algunos medios de comunicación, económicos y políticos que nos hacen olvidar la esencia del compromiso y de la responsabilidad como bases del sistema democrático».

V
ER
,
OÍR Y CALLAR

Esto, necesariamente, tiene que cambiar, este consentimiento indiferente tiene que revertir, en especial en los jóvenes, en un compromiso militante frente a la corrupción. La sociedad, con independencia del signo político que ostenten quienes incurren en estos comportamientos, debe denunciarlos y expulsarlos de la representación que pretenden, porque un corrupto no representa a nadie más que a su propia indignidad. Los ciudadanos tenemos que reivindicar el espacio que algunos formadores de opinión, debidamente asalariados por aquéllos, han ocupado, usurpando el lugar que nos corresponde. No podemos renunciar a conseguir que los líderes y los representantes populares abandonen la demagogia y la mentira a cambio de permanecer en un puesto que honesta y democráticamente no les corresponde desde el momento en el que quebrantan el acuerdo con el ciudadano sellado en una elección democrática. Consentir que esto permanezca y asistir impasibles, una o mil veces más, a los discursos fatuos que justifican este estado de cosas nos embrutece como personas y nos descalifica como miembros de una comunidad democrática que responde y se mide de unos principios opuestos al aprovechamiento: la desidia, la inmoralidad y el oportunismo.

Yo propongo a todos los partidos políticos concurrentes a las próximas elecciones, más allá de la suscripción de códigos éticos, que no hagan buena la frase de un ex presidente español cuando decía a un candidato novel que le sugería no hacer tantas promesas electorales: «Las promesas en campaña electoral se hacen para no cumplirlas»; un lema electoral común: «No mentiremos a los ciudadanos», «No prometeremos nada que no cumplamos», «No jugaremos con la necesidad y la esperanza del pueblo», «No subastaremos sus sentimientos y legítimas aspiraciones», y también, por qué no, les haría una petición: «Hagan que los ciudadanos españoles crean en la política».

Y a los miembros más veteranos de esta sociedad del siglo
XXI
les pido y casi les exijo que dejen de estar mediatizados por el miedo, la timidez, la trivialidad de los compromisos sociales, por las falsedades religiosas, por las actitudes pasivas que nos asemejan a una especie de avestruz humana que esconde la cabeza debajo del forro de la chaqueta y que se tapa los oídos y los ojos para no vivir lo que ocurre ante nuestros ojos, siguiendo el lema de «ver, oír y callar».

Este ejemplo es nefasto para las generaciones más jóvenes. Si hemos contribuido a crear espacios en los que la responsabilidad y el compromiso son inexistentes y a que las expectativas de futuro sean más bien escasas, pongámonos las pilas y hagamos algo para corregirlo y resucitar el interés por lo público, por lo social y por lo político.

Me dan igual la profesión o el empleo del sujeto, pero siempre existirán categorías de personas: unos, los que sobreviven; otros, los que viven del esfuerzo de los demás; otros, los que se esfuerzan, y por último aquellos que simplemente son espectadores. Con ser malos los que se aprovechan de los demás, estos últimos (los espectadores) son los más perversos porque para ellos todo acontece como en una película. Pagan su entrada y ello les da derecho a un sitio preferente para disfrutar del espectáculo y criticarlo, pero sin participar en él; cuando termina la representación, se marchan a su casa en su cómodo vehículo y continúan viviendo en el magma amorfo y vacío de una prosperidad diseñada por hábiles manos que todo lo mueven, que todo lo saben y que todo lo controlan.

Por desgracia en el mundo occidental actual hay demasiados espectadores y pocos protagonistas. Vivimos en una sociedad epidérmica preñada de superficialidad en la que a quienes se comprometen y pelean por mejorar y cambiar las cosas se los persigue y aniquila.

Como decía antes, es indiferente la profesión, pero me preocupa profundamente la moda generalizada en determinados medios de comunicación que se impone por momentos, y en la que el insulto y la descalificación son gratuitos y abundantes en detrimento del diálogo, el respeto y la discrepancia. Debería indignarnos cada vez más la proliferación de cadenas con apoyos políticos y empresariales claramente definidos, cuyos programas de televisión basan el éxito en atemorizar y amedrentar a la ciudadanía diciendo a la mitad de España que la otra mitad está formada por una banda de cabrones egoístas e incompetentes. Para hacerlo tan sólo cuentan con el argumento del grito y la expresión soez, y con ello faltan a la más elemental ética y al respeto a la diferencia que deben revestir la convivencia democrática.

Otra cosa que nos debería preocupar seriamente es la despreocupación por que los jóvenes y los niños conozcan desde las escuelas los hechos históricos determinantes que acontecieron en España y que durante más de cuarenta años se ocultaron. En todos los países democráticos que conozco y que han tenido un periodo dominado por la represión y la dictadura se han hecho esfuerzos para contarlo y explicarlo en los planes de enseñanza; como también se ha intentado dar una respuesta desde la justicia. Aquí setenta y cinco años después todavía se sigue sin reconocer una parte de la historia.

Todos deberíamos sentir que algo muy injusto se está produciendo alrededor. Casi todos nos damos cuenta de que los valores democráticos están a la baja y no nos rebelamos. Todos asistimos al cambio de protagonismo en la esfera pública y privada en la que determinadas corporaciones marcan el ritmo y la melodía y casi nadie hace nada.

Pero sería injusto afirmar lo anterior con carácter absoluto. Por fortuna hay miles de personas en el mundo que entregan su vida por un ideal o en un trabajo solidario, humanizando los proyectos de cooperación, vigilando para evitar los latrocinios que se cometen con la cobertura de una ayuda humanitaria por falta de control. Son estos modelos los que una sociedad vigilante y comprometida debe seguir para cambiar las cosas, coordinando todos los esfuerzos en una forma permanente y sistemática hasta el punto de denunciar y hacer que se persigan las omisiones culpables.

Por ejemplo, lo que sucede en Haití, lo que tiene lugar en Somalia, en Myanmar, Afganistán o Pakistán, por citar sólo algunos de los más extremos; o lo que también está pasando en España con la renuncia a conquistas judiciales como la de la jurisdicción universal. Frente a un retroceso tan cierto como evidente, aunque se adorne de falsas ventajas, que redunda en perjuicio de las víctimas y a favor de la impunidad, debemos protestar y reaccionar a la vez que sentir vergüenza por esta triste decisión. España, que había conseguido un lugar en el mundo por la defensa de este principio y por su aplicación, hecho que despertó la esperanza de miles de víctimas, se ha hundido en la fosa de la vulgaridad jurídica al volver a defender una visión localista y estrecha del derecho penal internacional y de los derechos humanos.

L
OS DERECHOS HUMANOS

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