Authors: VV.AA.
O
BJETIVO
:
CONSUMIR
Lo nuestro, lo de la sociedad en su conjunto, es distraernos, no pensar; estamos demasiado cansados, saturados de problemas. Hay que desconectar, reír, escandalizarse con las vidas de los otros, de los muñecos-cebos que nos presentan para evadirnos de nuestras vidas. Danzan las pantallas, las ondas, las páginas, sobre todo las pantallas, en baile monocorde de risas y ficticia felicidad o de morbosos escándalos y accidentes. Trivialidad extrema, bajezas, sexo, dolor y muerte. Incitando a comprar: productos o un sistema de vida. El más anquilosado de este tiempo vital, donde los demás —que contemplábamos con superioridad— han terminado por rebelarse. ¿No falla algo? ¿No es indispensable reaccionar?
La pantalla de la vida perfecta se parece, dramáticamente, muchas veces a la de
Fahrenheit 451
, de Ray Bradbury. O a todos los resortes que afianzaban
Un mundo feliz,
de Aldous Huxley. Incluso al control —más sutil ahora si se quiere— de
1984,
de George Orwell. En todos los casos, en toda la historia de la literatura y de la vida, un ser integrado en un sistema enfermo y corrupto se cuestiona un día si va por el camino acertado. Grandes obstáculos jalonarán su camino si intenta salir del carril y buscar una regeneración; lo que no ocurre cuando se manifiesta de forma masiva la disconformidad.
La más alucinante diferencia de aquella ficción —escrita en la primera mitad del siglo
XX
— con nuestra realidad estriba en que ningún poder garantiza al menos nuestra subsistencia a cambio de control. Como manadas, seguimos los dictados del consumismo comprometiendo nuestros propios recursos. Apenas caben más vehículos en nuestras calles, hay demasiados coches, demasiados edificios, demasiada ropa y accesorios de todos los tamaños y colores, demasiada comida —para algunos—, demasiados juguetes para incontables funciones. ¿De verdad necesitamos imprescindiblemente todo eso? ¿A qué precio?
Y cuando, ahítos, nos quedamos sin recursos y frustrados, nos reprenden —además— con la falacia de que hemos gastado «por encima de nuestras posibilidades». Cierto en algunos casos de compradores imprudentes; si hablamos de países enteros, del nuestro, ¿quiénes
dilapidamos
el dinero? ¿Todos, salvo los ricos, poderosos o conectados al poder, que son los únicos depositarios de ese derecho? ¿Qué influencia tendrían una política fiscal más justa o la racionalización de la caótica Administración española en este cómputo?
El consumismo nunca sacia, siempre pide más. De ahí que los especuladores que nos atenazan se vean poseídos de una avaricia sin freno. Nunca saturan su ansia de acumular dinero.
¿Podremos huir de la consigna y practicar algún cambio de actitud? Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política, pronostica que si no contamos con un proyecto «mesurado y consciente acabaremos por decrecer de resultas del hundimiento sin fondo del capitalismo global». A las malas.
I
NSTRUMENTOS DE CONTROL
El lenguaje
Es uno de los más sutiles. Orwell ya definía las características de su
neolengua
, desactivadora del pensamiento crítico, aun del raciocinio:
1. La simplificación del lenguaje. Disminuir el área del pensamiento «reduciendo el número de palabras al mínimo indispensable». Primar a quien menos emplee. Y eso que no se habían inventado todavía ni los SMS, ni Twitter, ni el programa de televisión
59 segundos
.
2. Eliminar algunas palabras para eliminar el concepto. Citaba en concreto «libertad» en su acepción absoluta. Y no hay palabra más restregada, pisoteada y alterada en nuestros días que libertad.
3. Mantener la vieja lengua sólo para actos elementales (comer, beber, andar, dormir), el resto se reinventa, suprimiéndole significados potencialmente peligrosos: malo ya es
no bueno
.
No fue casualidad que en la década de 1990 comenzaran a aplicarse grandes cambios en el lenguaje. Eran una parte de toda la estrategia neoliberal decidida a imponer sus postulados de forma implacable: la caída del comunismo dejaba al capitalismo en una hegemonía mundial incontestada. No se podía desperdiciar la ocasión. Aunque el término ya se había empleado previamente y se usaría con profusión después, la guerra de los Balcanes —iniciada en 1991— fue la primera sin muertos civiles: nos hallábamos ante «daños colaterales» que duelen mucho menos a la sensibilidad de los espectadores. En realidad se logra que el cerebro borre a las víctimas. Desde entonces hemos experimentado una invasión de eufemismos dulcificadores y en todos los terrenos. Nos hablan de «flexibilidad en el empleo» cuando quieren decir expulsión sin indemnización; utilizan «regulación de plantilla» por despidos, «reforma laboral» para referirse a una merma sin paliativos, «gasto social» para que nos lastime (¡qué despilfarro, estamos tirando el dinero en las personas!), llamando al resto de los «gastos» «inversiones» (infraestructuras por ejemplo). Cuanto se refiere a la economía, y no por casualidad, es un puro escamoteo de la verdad, un rodeo lingüístico, destinado a desviar nuestra atención. El más flagrante: «mercados» por especuladores.
Y siguen por todos los campos: «técnicas avanzadas de interrogatorio» = torturas al estilo de la china medieval. «Limpieza étnica» = genocidio. «Fuego amigo» = intento de consuelo para los familiares de las víctimas ocasionados por la chapuza del ejército propio. Y la más manipuladora e ideologizada: «antisistema», usada (con el deliberado propósito de infundir temor) tanto para gamberros que tiran piedras como para quien evidencia razonadamente los atropellos que se están produciendo. Los poderes actuales, sin control, son los auténticos
antisistema
, los que atacan a la sociedad en su conjunto.
Cada día soy más cruda, más realista en el lenguaje, porque vengo observando que muchas personas han tomado miedo a las palabras. Las palabras son su contenido. Invito a reaccionar y decir las cosas tal cual son, se llenan de aire los pulmones. Porque, imaginad, si ocasionaría la misma respuesta una noticia que se redactara así: «El Gobierno, de acuerdo con empresarios y sindicatos, ha decidido mermar los derechos laborales de los trabajadores españoles. En algún caso, acabar con ellos. Permitirá que los empresarios estipulen las condiciones de trabajo, rebajen sus sueldos y los despidan sin compensación alguna. La jubilación será oficialmente a los 67 años, con 38,5 años trabajados; más adelante llegaremos a los 69, tratando en todos los casos de no pagar la pensión íntegra a casi nadie». No sería lo mismo, ¿a que no? Pues la realidad es ésta. Y muchas más de las que no nos informan, o no como debieran. ¿No pueden escucharla nuestros tiernos oídos? Reacciona, traduce el discurso a palabras reales. No las temas.
El miedo
Por voluntad premeditada o inercia, los medios se han aplicado con fruición a infantilizar a la sociedad, con lo que se convierte en dependiente de una autoridad o principio superior. Con la colaboración entusiasta de muchos ciudadanos, desde luego. Entre los múltiples y más inadvertidos temores cotidianos, la meteorología. Cada verano nos informan de manera exhaustiva de que hace calor y cada invierno nos asustan con el frío (dentro de los informativos). Si llueve o nieva, también los encontramos dispuestos a darnos cumplida cuenta de ello. Empiezo a sospechar que en las Facultades de Periodismo actual se habilitan clases prácticas para el mantenimiento en pie durante huracanes, tormentas y tornados, y en el sostenimiento del micrófono y la expresión en condiciones climatológicas adversas. Incluso, medios y autoridades varias aconsejan situarse en la sombra o utilizar ropas ligeras, si la temperatura al sol es superior a 40 ºC. Como nuestros propios padres se comportan.
Mientras nos distraen con zanahorias tras las que correr —ley del tabaco, reducción del límite de velocidad— los asuntos cruciales pasan inadvertidos. Dirigidos y constantemente alarmados, con necesidad de tutela y motivación, nos mostramos inermes a las manipulaciones y aceptamos cualquier imposición. El inoportuno y mal planteado conflicto de los controladores fue ejemplo paradigmático. Creó problemas sin duda aunque a un porcentaje mínimo de la población, pero durante los días que duró el conflicto (y algunos, muchos más) las quejas de los afectados monopolizaron los informativos. Los más bajos instintos —envidia incluida— brotaron en calculada estimulación para pedir casi el linchamiento —desde luego el señalamiento— de los «asalariados de lujo» mientras seguían y siguen permaneciendo en la impunidad los multimillonarios causantes de males mucho mayores. A continuación se privatizó de forma parcial el control del espacio aéreo español y la población desinformada y manejada respiró tranquila. Vendiendo lo nuestro a manos particulares que dirigen los destinos de todos desde consejos de administración y en busca de su único interés estamos a salvo. Carambola perfecta.
Un número creciente de personas se rebela ante esta tendencia, la televisión —como otros medios tradicionales en crisis— pierde espectadores en cascada y la audiencia se reparte por el sinfín de ofertas. Pero todavía hay quien pondría las manos en el fuego por cualquier noticia si «lo ha dicho la tele». Son éstos quienes más tienen que aprender a cuestionarse y dudar de las verdades oficiales. De todas en realidad. Cuestionar es el principio del pensamiento crítico y propio.
Y un día descubrieron Internet y las redes sociales
Internet es un miura al que se mira de lejos y con recelo, incluso por intelectuales que desconocen su potencial. Los nuevos salteadores de caminos que quieren «todo gratis», robando a los creadores —dicen—, como si éstos no fueran también internautas y se comunicasen aún por señales de humo, priman en el discurso oficial. Terca ceguera de quien no entiende que el modelo ha cambiado y dejará en la cuneta a quien no se renueve.
Ante un hecho nuevo —y nuevo es Internet como fenómeno masivo a pesar de sus, como mínimo, cuatro décadas de Historia— se producen opiniones muy variadas. La mía entiende que por primera vez en la historia toda la humanidad puede estar —y terminará estando— comunicada y que toda la cultura y el conocimiento, sugerencias y oportunidades, se encuentran al alcance de quien tenga acceso a un ordenador aunque la escuela o la universidad más cercanas se hallen a kilométrica distancia. ¿Precisa una guía, un criterio? Sin duda, como todos los terrenos inexplorados. Muchas personas comienzan ya a otorgar verdad de fe a correos inscritos en la corriente
magufa
que también nos circunda: magia y remedios milagrosos, bulos, superchería. El criterio es esencial. Con un balance positivo podemos afirmar que Internet sí representa ¡un inmenso peligro!: la sociedad habla entre sí, al instante si quiere. Los minoritarios poderes establecidos tiemblan y quieren cercenarlo.
Y, de repente, los medios tradicionales descubrieron las redes sociales de Internet. Y se aprestaron a intervenir. Cayeron de nuevo en la frivolidad. Convertir en noticia una conversación de Twitter. Con particular énfasis los comentarios estentóreos de famosos, quienes —también como nunca— salen al ruedo y se enfrentan a un público real fuera de su corte de aduladores. Quienes no lo odian se han vuelto en realidad —nos hemos vuelto—
locos por Twitter
. Y ¡héteme aquí! que, súbitamente, ¡son las redes sociales quienes tumban gobiernos! Un poco de cordura.
El periodista Javier Valenzuela decía, a raíz de la revolución del mundo árabe: «Las dictaduras se derriban en la calle, con sangre y con muertos, no haciéndose
amigo
de tal o cual iniciativa en una página de Facebook». Fui testigo de la caída del Muro de Berlín, tan similar a todos los hartazgos que desembocan en acción. No había ni teléfonos móviles entonces e igualmente los ciudadanos supieron ponerse en contacto y actuar. Las redes sociales, Internet son sólo un medio. Nadie debería desvirtuar su importancia por miedo o papanatismo. Tampoco Twitter puede ser considerado
el nuevo periodismo
, como se ha dicho. Con sus 140 caracteres como máximo se reduce a titulares. Certeros. Ágiles, al punto de despertar el ingenio y la concreción, pero detrás debe haber un desarrollo, un contexto, que los grandes medios tienen la obligación de aportar en lugar de copiar la liviandad de las redes sociales. Eso sí, los correos, las webs, los blogs y las redes como medio de comunicación son impagables. Y permiten que una sociedad en red logre encontrar resquicios al sistema del atado y bien atado. Wikileaks es otro ejemplo que ha evidenciado también la deriva del periodismo actual, que no investiga, ni se enfrenta seriamente al poder para servir a la sociedad, como manda su misión.
L
A HORA DE LA SOCIEDAD
Avienta la indiferencia, el miedo e incluso la cáscara amarga. Reacciona. Con efectividad. Pacíficamente. ¿Vamos a seguir contemplando cómo los especuladores nos acosan, examinan, ordenan hacer deberes, subastan países enteros con personas dentro, se deprimen y exigen recortes a toda la población para tranquilizarse y contentar su codicia, mandan en definitiva? ¿Por qué?
Pocos apuestan ya por el fracasado comunismo como alternativa y los expertos (que hoy tanto predican a toro pasado) llevan dormitando desde hace décadas. El catedrático de Economía Aplicada Carlos Berzosa afirma haber llegado a «la escandalosa conclusión de que en la segunda mitad del siglo pasado ningún científico social ha añadido algo que sea fundamentalmente nuevo a nuestra comprensión del sistema económico capitalista». Libertad de mercado, pues, pero tiene que incluir otras libertades imprescindibles, de cumplimiento conminatorio: la libertad de comer, de beber agua potable, de vivir, de educarse, tener acceso a la sanidad, a la justicia, a la cultura, a pensar y a expresarse, a estar verazmente informados. Todos. La libertad no puede ligarse únicamente al beneficio económico.