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Authors: VV.AA.

Conseguir el nivel educativo y el nivel científico de Finlandia y Suecia no es imposible: es una cuestión de diseño estratégico, de consenso político y social, de reformas en la arquitectura institucional y de esfuerzo económico sostenido.

Si hemos logrado introducir reformas, algunas bien dolorosas, en el mercado de trabajo, en el sistema financiero y en las pensiones, parece razonable pensar que se pueden introducir también en el sistema educativo y en el sistema de I+D, imprescindibles para «cambiar de dioses», es decir, para cambiar de modelo de crecimiento.

Se puede lograr en el mismo tiempo que ha tardado el país en renovar una gran parte del panteón considerado inmutable bajo el franquismo: con las políticas adecuadas España puede figurar, en unas pocas décadas, entre los líderes mundiales en educación y en I+D o, lo que es lo mismo, puede situarse entre los
best performers
o alumnos más aventajados al respecto del planeta Tierra.

Conocemos el marco tanto en el ámbito nacional como en el internacional; sabemos de qué estamos hablando y, por tanto, creemos poder afirmar, documentada y empíricamente, que se trata de un objetivo político al alcance de esta sociedad siempre que se pongan los medios adecuados.

Hemos hablado, en primer lugar, de diseño estratégico. Es cierto que nuestro país dispone ya desde 2007 de una llamada «estrategia nacional de ciencia y tecnología» (ENCYT, www.micinn.es), pero cuando hablamos aquí de una estrategia en ciencia y tecnología hablamos de unas
pocas
directrices, bien meditadas, que orienten la política científica futura, y no de un catálogo de áreas de conocimiento universitarias, en el que deben figurar todas para que no se enfaden los olvidados o los preteridos.

Cuando hablamos de consenso político, no nos referimos a que el ministerio de turno se ponga de acuerdo con otros departamentos y luego presente un documento ya cerrado a los consejeros de las Comunidades Autónomas para que lo conozcan y, si acaso, lo bendigan.

Cuando hablamos de reformas en la arquitectura institucional, no nos referimos a la creación de nuevas instancias de gobernanza del sistema de I+D «sin aumento del gasto público», como proponen las Adicionales octava y duodécima del proyecto de Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación (LCTI), actualmente en trámite parlamentario.

Reformar el sistema actual para hacerlo más eficiente y dinámico, como es el caso de la creación de la Agencia de la Financiación de la Investigación, cuesta dinero y, por tanto, legislar que se va a acometer su reforma a coste cero no resulta muy esperanzador.

Como decía Ortega, en memorable ocasión: «No es eso, no es eso». Cuando hablamos de cambios en la arquitectura institucional, nos referimos a la simplificación y ordenación del minifundio existente, al cambio de régimen de contratación del personal, al desarrollo de una auténtica carrera científica, a la concesión de flexibilidad y autonomía a los centros de investigación; a la creación de un espacio capaz de retener y atraer talento internacional, ofreciendo masa crítica, infraestructuras y salarios acordes con los tiempos actuales y a otros asuntos de mayor enjundia sobre los que existe abundante literatura escrita por los expertos en la política científica española.

Cuando hablamos de un «esfuerzo económico continuado», nos referimos a romper con esa tradición tan enraizada por estos lares, de otorgar incrementos presupuestarios considerables, generosos incluso en las fases alcistas del ciclo y estrujar los presupuestos de I+D hasta el ahogo de las instituciones en las fases bajistas, como es ahora el caso. Hablamos de alejar definitivamente aquello que Cajal ya criticaba hace un siglo: las arrancadas de caballo y las paradas de burro. Tampoco es eso, porque la ciencia, como Zamora, no se conquista en una hora, sino que necesita años para dar frutos, como el olivar.

E
L ÁRBOL DE LA CIENCIA

Existe una creencia muy extendida en la clase política y parte de la ciudadanía de que el polinomio I+D+i es una descripción exacta de un proceso lineal, que se cumple de forma inexorable, según el cual en primer lugar surgiría una idea brillante en un laboratorio científico (I), luego esta idea sería desarrollada en algún centro tecnológico o similar (D) y finalmente este desarrollo sería
transferido
a una empresa, que lo convertiría en una innovación (i) y lo lanzaría después al ávido mercado.

Pues bien, las cosas no funcionan así, prácticamente nunca; desde luego antes del siglo
XIX
las innovaciones tecnológicas (molinos, barcos, máquinas de vapor, armas, tejidos, cultivos, construcciones, etcétera) fueron obra de simples
improvers of technology
sin ninguna aportación apreciable de la ciencia de su tiempo; durante los siglos
XX
y
XXI
las relaciones entre el conocimiento científico y las innovaciones tecnológicas han venido siendo mucho más estrechas, pero en ningún caso han seguido un proceso lineal o secuencial, como podría hacernos creer el manido polinomio I+D+i. Se ha dicho, por ejemplo, y con toda razón, que deben más los principios de la termodinámica (Carnot, 1824) a la máquina de vapor (James Watt 1770, George Stephenson 1825) que ésta a aquéllos.

No es éste el lugar para entrar en detalle sobre el complejo proceso de innovación tecnológica y sus complicadas relaciones con los descubrimientos científicos, pero queremos dejar claro a los lectores que los investigadores sabemos que no existe una relación ni lineal ni directa entre la ciencia y las innovaciones que se introducen en el mercado.

Sabemos también que la insuficiencia en el desarrollo de la ciencia en un determinado país no es la responsable ni de su paro laboral ni de su baja productividad relativa.

Ahora bien, existen abrumadoras evidencias empíricas de que los países que no tienen un alto nivel educativo y un alto nivel científico alcanzan enseguida un techo de cristal que, si no lo rompen, los condena a perpetuarse en una determinada cota de desarrollo.

España se ha desarrollado mucho y muy rápidamente en los últimos decenios, hasta superar la media de riqueza de los países de la Unión Europea, pero hemos llegado ya a nuestro techo de cristal y para superarlo no hay otra alternativa que mejorar los niveles educativo y científico del país.

No es una extravagancia propia de ricos ociosos el hecho de que los países de mayor producción tecnológica y mayor dinamismo económico sean también los que más invierten en investigación
básica
. Se trata más bien de que los países son ricos porque investigan, no investigan porque ya son ricos. No es sólo el caso de Estados Unidos que, en contra de esa falacia retórica de la llamada «paradoja europea», produce más y mejor ciencia
básica
que Europa, sino también el caso de Japón, cuyo primer ministro Nakasone lanzó en 1987 el Human Frontier Science Program, al que se han ido asociando casi todos los países desarrollados del mundo (con la consabida ausencia de España); o de Corea, con su Basic Research Program, que pretende generar conocimientos «ante el cambio de paradigma causado por la reestructuración del orden financiero internacional», y así sucesivamente.

El argumento del cambio de paradigma es clave: para Thomas Kuhn la ciencia avanza a través de paradigmas que dominan, como si fuesen modas, toda una época y la mayoría de los científicos trabajan inmersos en una corriente mayoritaria
(mainstream)
. Los grandes científicos serían, según este autor, los que son capaces de romper con esa corriente mayoritaria y luchan por crear un nuevo paradigma.

Pues bien, esa especie de salto cuántico lo suele dar la investigación científica y no, salvo raras excepciones, los meros
improvers of technology,
e igualmente sólo aquellas sociedades que tienen un tejido científico denso y profesional pueden crear o anticipar o adaptarse con rapidez a los nuevos paradigmas.

Si queremos estar entre esas sociedades más alerta y, por tanto, mejor preparadas para capear las crisis económicas cíclicas, debemos pues aplicarnos aquello de «recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte» porque, por ejemplo, el presidente Obama viene aplicando notables incrementos en los presupuestos de I+D de 2010, 2011 y en el anteproyecto de 2012 a pesar de la grave situación económica de la Unión y a pesar de las duras resistencias del Congreso.

En concreto, en el borrador de presupuestos para 2012 se prevé un incremento destinado a la National Science Foundation de un 13 por ciento sobre 2010 (www.genomeweb.com, Biotech NEWS Feb.14). Sus argumentos son muy convincentes: «Como muchas empresas no invierten en investigación básica, que no ofrece resultados inmediatos
(that
does not have an immediate pay off),
nosotros, como nación, tenemos que dedicar nuestros recursos a estas áreas fundamentales de la indagación científica
(these fundamental areas of scientific inquiry)»,
dijo el presidente en un discurso del pasado día de San Valentín.

Si el presidente de la nación que viene siendo líder mundial en ciencia desde la Segunda Guerra Mundial sostiene que hay que incrementar la aportación del Estado a la financiación de la I+D, porque las empresas norteamericanas han reducido su contribución al respecto, imagine el lector lo que debería hacer Europa en general, y España en particular, si no quiere acabar convirtiéndose en una especie de conjunto de pintorescos y mal avenidos parques temáticos para disfrute de americanos, asiáticos y, en un futuro, quizá también africanos.

Más claramente: o mejoramos de manera muy significativa nuestros niveles educativo y científico o seguiremos adorando a Zeus, Júpiter, Odín y otros dioses, tan enternecedoramente europeos como definitivamente anacrónicos.

IX
El derecho a la cultura
Javier Pérez de Albéniz

Javier Pérez de Albéniz es periodista. Ha trabajado como reportero, y como crítico de música y televisión en
El País
(diez años), donde creó la primera sección sobre medioambiente de la prensa española («Vida verde»), y en
El Mundo
(nueve años). Hace siete años inició en este último diario la publicación de su blog
El descodificador,
que llegó a tener más de 70.000 visitas en un solo día. Lo trasladó al diario digital
Soitu
y, al cierre de esta innovadora web, pasó a colgarlo en Wordpress.com donde a menudo se encuentra entre los más vistos de los miles de blogs de todo el mundo. Entre sus libros destacan
10.000 km a través de África, Lugares poco recomendables
y
El lince ibérico
. Ha trabajado en Radio Nacional de España,
El Diario Vasco,
Telemadrid
(La noche se mueve,
del Gran Wyoming), Telecinco y TVE
(El peor programa de la semana,
al lado de Fernando Trueba).

Blog.
El descodificador:
http://eldescodificador.wordpress.com/

«No es de una crisis de la cultura de lo que en realidad se trata, sino más bien de su destrucción».

M
ICHEL
H
ENRY

En el lugar en el que usted podía ojear las memorias de Chateaubriand, un volumen caro que tal vez tardó meses en decidirse a adquirir, ahora un ejecutivo despieza con la precisión de un cirujano un magret de pato. En la tienda de discos donde le descubrieron a Tom Waits, la banda sonora de su vida, ahora se levanta un Starbucks. Y donde vio su primer concierto, ese que nunca podrá olvidar, actualmente hay una tienda de una cadena multinacional que vende ropa barata, fabricada en condiciones laborales desconocidas en algún país asiático.

Cuando, ante la indiferencia popular, las viejas librerías, las tiendas de discos y las salas de conciertos se transforman en bistrós, tiendas
fashion
y cafeterías posmodernas, es que la cultura agoniza: se ha rendido a la voracidad de políticos depredadores, de intelectuales millonarios y de ciudadanos conformistas. Todos aquellos lugares mágicos que nos guiaban como faros en la tormenta, poniendo al alcance de nuestra curiosidad mundos ignotos, sonidos formidables y pensamientos rebeldes, esos lugares que marcaban el pulso de la cultura de una ciudad han sido desplazados no sólo por la torpeza de las editoriales o la amenaza de las descargas ilegales, sino por la especulación inmobiliaria, la competencia desleal de las grandes superficies, la incompetencia de las administraciones y la trivialización del conocimiento.

Carecemos de referentes, navegamos en el desorden y nos asomamos al abismo. Hoy nadie protesta por la muerte de una librería, una tienda de discos o una sala de conciertos, como nadie se queja de la decadencia de un museo, el esperpento de la programación televisiva o el abandono de la educación pública.

Vivimos gobernados por el poder financiero. La apología de lo superficial, una orgía consumista, el esplendor del
low cost
intelectual, la movilización de Internet y las redes sociales por la inmediatez y la gratuidad.

¿La globalización? Podría parecer que los cientos de miles de millones de individuos que pululamos por el planeta somos capaces de encontrar todo el conocimiento, el entretenimiento y el ocio de calidad en los posos de un
caffè latte,
en una cadena de televisión dedicada las veinticuatro horas del día a
Gran hermano
o en un clic del ratón del ordenador. No es así.

El bienestar de nuestra sociedad, construido de espaldas a la solidaridad, la dignidad, la verdad y la ética, es precario. No podía ser de otra manera: está basado en el egoísmo. La cultura, como la libertad o la democracia, también son creaciones sociales perecederas. Mantener esa llama exige un mantenimiento, una atención constante. En caso contrario retrocederemos y reviviremos miserias pasadas.

La cultura es lo único que tenemos. Por eso debemos gestionarla los ciudadanos. No podemos confiar un arma tan poderosa, capaz de cambiar la sociedad, a unos políticos como los nuestros, ignorantes, ambiciosos, indolentes, ineptos, mentirosos, inmediatistas y soberbios, que desprecian el pensamiento, la imaginación, la utopía, los valores. Los ingredientes fundamentales para construir un mundo sano y creativo.

Hemos aceptado sin reservas que los líderes políticos transmitan ignorancia. No nos escandalizamos ante la imagen grotesca de altos cargos que no hablan idiomas, se expresan con dificultad, leen como chavales de primaria o se insultan y faltan al respeto. Dar por hecho que estamos en manos de unos inútiles, asumir la mediocridad de nuestros dirigentes es el principio del fin. La peor actitud siempre es la indiferencia.

Todo esto quizá le parezca apocalíptico. Ésa es mi intención. En esta sociedad todo, incluido este texto, tiene una vida muy breve, así que alguien que pretenda hacerse oír debe obligatoriamente gritar. Ideas, reflexiones y mensajes envejecen con sorprendente rapidez, quizá debido a la necesidad impuesta de olvidar el pasado y repetir errores. ¿El progreso es un fracaso? ¿Todo adelanto tecnológico implica un retroceso cultural? ¿Debemos sentir nostalgia de los viejos tiempos? Recuerde que hubo un día en que la Ilustración iluminó las sombras de los crucifijos con las luces de la razón. No se preocupe, no es necesario ir tan lejos...

L
A EDUCACIÓN
,
EL GRAN PROBLEMA

Cuando escribo estas líneas, febrero de 2011, los diarios publican una noticia que resume todo el desprecio de la sociedad actual no ya por la cultura, sino por su propio futuro: «La educación española dispondrá de 1.800 millones de euros menos en 2011». Es una decisión de unas Comunidades Autónomas que, siendo responsables finales de la educación, se encuentran asfixiadas económicamente por el despilfarro, la mala gestión y el déficit presupuestario. Por desgracia los gestores del dinero público consideran que el futuro no existe más allá de las próximas elecciones. Cuatro años, una visión cortoplacista que condena a las nuevas generaciones a una educación miserable: España invierte en educación menos dinero en relación con el PIB (4,3 por ciento) que lo que se invierte como media en la UE (5,05 por ciento) y en la OCDE (5,3 por ciento). La tasa de abandono escolar (31,2 por ciento) duplica a la media de la UE (14,4 por ciento). Ninguna de las universidades españolas aparece en el
ranking
de las cien mejores universidades del mundo.

¿Te parece desolador? Pues aún hay más: la crisis económica golpea duro a la enseñanza pública, que soporta tijeretazos en los sueldos de profesores, becas universitarias, infraestructuras, actividades extraescolares, formación del profesorado, transporte escolar, gastos administrativos, agua, luz, calefacción... La Unión Europea censuró de inmediato los recortes educativos en España, un país donde el abandono escolar arrastra a los jóvenes a algo más que a la ignorancia. Invitarlos a dejar colegios, institutos y universidades significa obligarlos a incorporarse al mundo laboral, que es tanto como condenarlos al paro: cada vez hay menos puestos de trabajo para quienes carecen de estudios.

Los sindicatos piensan que se trata del mayor ataque a la escuela pública desde la Dictadura. «No existe ninguna otra inversión que produzca mayores y mejores retornos sociales y económicos que la educación», asegura el economista Guillermo de la Dehesa. «Es la clave del bienestar, del desarrollo y del progreso de un país ya que mejora la salud y el medio ambiente, reduce la pobreza y la desigualdad, aumenta el emprendimiento, la productividad y la competitividad y estimula la libertad y la democracia», sentencia. La adormecida sociedad española no parece pensar de la misma manera, puesto que permanece impasible ante un atentado que afecta no sólo a la educación y la cultura de los jóvenes, sino al futuro de todo un país. Ni una muestra de repulsa, ni una movilización estudiantil, ni una queja por parte de la oposición al Gobierno. Gravísimo error: el deterioro de la educación es el comienzo del fin, puesto que aumenta las diferencias sociales y culturales, multiplica la marginación, asienta la pobreza, borra las esperanzas. La destrucción de la educación pública es el problema número uno de este país, de cualquier país, por encima incluso del paro, del terrorismo, de la corrupción política...

L
A REINA SABIA

Vivió hace muchos años una reina poderosa y sabia obsesionada con mantenerse en el poder. Separada del pueblo por grandes murallas y profundos fosos, cada día daba órdenes a sus leales para que las condiciones de vida de campesinos y trabajadores fuesen aceptables. Desde su palacio, entre lujos y tesoros, clamaba para que ninguno de sus súbditos pasase excesiva hambre o demasiado frío. Insistía a sus hombres de confianza para que sus gentes no padecieran miserias ni sufrieran enfermedades relacionadas con la pobreza. Les organizaba grandes fiestas, los invitaba a vino y bailes. «¡Que sean felices, que se diviertan!», decía. A la reina no le importaba que su gente tuviese de todo... excepto educación. Las órdenes eran tajantes: nada de escuelas, nada de maestros, nada de libros. «Si les damos eso, sabrán tanto como yo. Y entonces se darían cuenta de que no me necesitan», sentenció.

La cultura es la mejor revolución. Seguramente por eso a los gobiernos mediocres y dictatoriales les espanta la posibilidad de un pueblo educado, culto, con preparación, con criterio. La cultura, como decía Ramón y Cajal, refina el talento y evita las mentalidades entontecidas por el desuso. Es el arma más poderosa contra la intransigencia, los abusos, la dictadura, la marginación. La educación es el único camino para conseguir la plena y definitiva incorporación de la mujer a la sociedad.

No olvidemos que a escala mundial las mujeres constituyen el 70 por ciento de la población que no tiene cubiertas las necesidades básicas: atención sanitaria, nutrición y educación. Los materiales didácticos siguen siendo sexistas y las niñas tienen menos probabilidades que los niños de terminar sus estudios (una de cada cinco chiquillas que se matriculan en la escuela primaria no llegan a finalizarla. UNICEF, Estado Mundial de la Infancia, 2007). La población femenina representa dos tercios de la población analfabeta. Las mujeres sin educación siguen padeciendo dependencia familiar y dominación del marido, y son relegadas a los trabajos menos cualificados y con menos responsabilidad o influencia social. «Las mujeres también deben ser educadas», ha dicho Hajia Ahmed de Kunbwada, reina en tierra de reyes, la única mujer gobernante en la conservadora región del norte de Nigeria, «porque la educación significa que las mujeres pueden ser lo que ellas quieran ser. La educación y la cultura nos hacen libres».

Cuando la educación es insuficiente, cuando la cultura no es un derecho, la democracia es incompleta y la igualdad una utopía. Los cambios vertiginosos hacen concebir esperanzas. También crean incertidumbres...

L
A
R
ED

¿Podría acabar Internet con la cultura, tal y como la entendemos en la actualidad? No faltan opiniones apocalípticas, como la del polémico escritor angloamericano Andrew Keen, quien piensa que la Red es un sumidero intelectual donde resulta imposible diferenciar información de publicidad, criterio académico de superficialidad. «Cien colaboradores de la Wikipedia nunca podrán sustituir a un historiador o a un científico», afirma este defensor del saber individual y la cultura especializada.

El impacto de Internet y las redes sociales sobre la cultura es descomunal. Todo está cambiando: la creación, el consumo y la industria. Ante las dudas la Red nos invita a improvisar. En este nuevo mundo sin certezas ni referentes la primera consecuencia ha sido la eliminación de los intermediarios. La música, la literatura, el cine... Todo está a disposición de todos, a sólo un clic de distancia. La rapidez de la comunicación 2.0 es descomunal, tanto como para que alguien pueda llegar a pensar que el poder que concede una banda ancha resulta ilimitado: quiero algo, ya lo tengo.

Pero no es tan sencillo. La cultura no se comercializa en pastillas que, colocadas bajo la lengua, transmitan de inmediato sus beneficiosos efectos y conviertan, como sucedía con el dinero del Arcipreste de Hita, «al necio y rudo labrador... en hidalgo doctor». La cultura, también la digital, exige unos tiempos, un esfuerzo, una dedicación: de nada sirve bajarse toda la discografía de los Beatles, todos los libros de Miguel Delibes o todas las películas de John Ford si no escuchamos los discos, leemos los libros o vemos las películas. Internet nos ha convertido en obscenos nuevos ricos, acumuladores de cultura. Millones de Diógenes digitales rellenan cada día cientos de discos duros con toneladas de conocimiento. Jamás abrirán esos archivos: necesitarían diez vidas para hacerlo. Además prefieren ver la televisión...

E
L PUEBLO QUIERE CIRCO

«En España el verdadero Ministerio de Cultura es la nefasta televisión», afirma el escritor Juan Marsé. ¿Una exageración? Teniendo en cuenta que España es líder mundial en telebasura, los índices de consumo dan la razón al autor de
Si te dicen que caí:
según un estudio de Barlovento Comunicación publicado por el diario
El Mundo,
cada español pasa frente a este electrodoméstico 234 minutos ¡cada día! (en 2010 ocho minutos más que el año anterior). Cifras impactantes que se pueden convertir en preocupantes si las comparamos con, por ejemplo, las relacionadas con la lectura: casi el 40 por ciento de los españoles no lee nunca prensa escrita y un 45 por ciento jamás abre un libro.

El Estado perdió hace tiempo el control de un arma tan poderosa como la televisión. En 2008 la televisión pública española fue objeto de una reforma que, además de suponer la prejubilación de más de cuatro mil trabajadores y conseguir una aceptable independencia política, despejó el camino a determinadas cadenas privadas. Las cadenas públicas autonómicas, auténticos sumideros tanto a nivel financiero como intelectual, siguen siendo utilizadas por los correspondientes Gobiernos como instrumentos de propaganda política. Las cadenas privadas españolas no respetan los códigos contra la telebasura, se saltan los horarios de protección infantil y emiten todo aquello que pueda disparar los audímetros. La degradación de los contenidos no cesa y los códigos de buenas intenciones sólo se crean para ser violados.

Cotilleos abyectos, falso periodismo, violencia, machismo, manipulación, clasismo... La degradación de la televisión en España, su desprecio por los derechos fundamentales, no tiene equivalente en el resto de países europeos. La caja tonta se ha convertido en la caja sucia, un estercolero donde se alimentan a diario millones de ciudadanos, niños incluidos. Recordemos que 77.000 niños veían cada día
Aquí hay tomate,
el programa que representó la cumbre de la telebasura. Y que, según un estudio de la Universidad Complutense, los preadolescentes y los adolescentes que pasan más horas viendo la televisión son quienes presentan mayores niveles de agresividad.

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