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Authors: VV.AA.

Reacciona (10 page)

16. Somos uno de los países de Europa con mayor desigualdad entre hombres y mujeres. La brecha salarial —esto es la diferencia entre el sueldo medio de las mujeres respecto al sueldo medio de los hombres— es del 22 por ciento, cinco puntos más que la media europea. A iguales trabajos la diferencia de sueldo entre una mujer y un hombre está entre un 9,7 y un 12 por ciento, según un estudio de la empresa de recursos humanos ICSA junto con la escuela de negocios ESADE. La Ley de Igualdad obliga a que los consejos de administración de las empresas cuenten con un 40 por ciento de mujeres para 2015, pero su número no crece desde 2007. En las empresas del IBEX 35 hay 54 consejeras frente 448 consejeros. Una de cada cinco empresas del IBEX 35 no tiene ni una sola mujer en su consejo de administración.

17. España es el país del primer mundo, de entre todos los socios de la OCDE (los 34 más ricos del planeta), con mayor porcentaje de estudiantes universitarios que trabajan en empleos muy por debajo de su preparación. Según el informe
Education at a Glance 2010,
de la OCDE, el 44 por ciento de los universitarios españoles de entre 25 y 29 años estaban sobrecualificados para su trabajo. La media de la OCDE es la mitad de la española: el 23 por ciento.

18. España puede presumir de contar con el entrenador de fútbol mejor pagado del mundo: José Mourinho, del Real Madrid. Cobra diez millones de euros al año: 1.133 veces el salario mínimo interprofesional.

También está en España el equipo deportivo que más dinero ingresa de todo el planeta Tierra: el Fútbol Club Barcelona. En la temporada 2009-2010 batió el récord mundial con 445 millones de euros a muy poca distancia de su eterno competidor, el Real Madrid. Ningún equipo de la NBA ha ingresado una cifra equivalente jamás.

19. España no sólo es el vigente campeón de la Eurocopa. También es el país con más billetes de 500 euros de toda la Unión Europea. Uno de cada cuatro de todos los
Bin Laden
(el apodo popular con el que se conoce a este billete que se supone que existe aunque nadie haya visto jamás) está en España. Es más, el 65 por ciento de todo el dinero que circula en este país se mueve en esta moneda invisible, siempre según los datos del Banco de España. En total, los billetes de 500 suman 52.244 millones de euros y un altísimo porcentaje de esa pasta —que se sabe que está aquí, guardada en cajas fuertes, en calcetines y en colchones— no paga impuestos jamás. Según los técnicos de Hacienda, el billete de 500 es la herramienta para un fraude fiscal de 16.000 millones al año: aproximadamente doce veces más de lo que ahorró el Estado congelando la subida de las pensiones.

20. España es medalla de bronce europea en economía sumergida, sólo por detrás de Grecia y de Italia. En los últimos años, con la crisis, el porcentaje del dinero que se mueve por las sombras, sin pagar impuestos, ha crecido. Es como la materia oscura, sabemos que está ahí pero no la podemos ver. Un estudio publicado en febrero de 2011 por FUNCAS (la Fundación de las Cajas de Ahorros) calculó un tamaño del 17 por ciento. Según esos datos hay en España cuatro millones de empleos en la economía sumergida y un desfalco fiscal anual de 32.000 millones de euros.

32.000 millones de euros es el doble del presupuesto público de la Comunidad de Madrid para 2011. 32.000 millones de euros son veintidós veces más que el ahorro por congelar las pensiones en 2010.

España es el único lugar conocido donde los autónomos y los pequeños y medianos empresarios que tributan por módulos o por estimación directa declaran, de media, menos ingresos anuales que los trabajadores y los pensionistas. El dato lo da el sindicato de los técnicos del Ministerio de Hacienda y, si no se trata de un enorme fraude fiscal, sin duda estamos ante un auténtico milagro. Somos el único país del planeta donde hay un amplio sector de los empresarios que, ante Hacienda, son una suerte de ONG, que ganan menos que sus propios trabajadores.

21. España es el país de Europa con más paro: un 20,2 por ciento de la población activa mientras escribo estas líneas, en febrero de 2011. Es el doble de la media europea, una rareza única en el primer mundo. Para encontrar una tasa de desempleo similar hay que viajar a Mozambique (21 por ciento), a Irak (19 por ciento) o a Sudán (19 por ciento).

El paro en España es el doble de la media europea. También somos un país con el doble de contratos temporales que la media de la UE. Durante años fuimos los líderes absolutos de Europa con un porcentaje de contratos temporales superior al 30 por ciento. Ahora, con la crisis, el porcentaje de temporales ha bajado hasta el 26,5 por ciento (es obvia la razón: son más fáciles de despedir y por eso la mayoría se ha ido al paro). Hoy sólo nos gana Polonia (26,5 por ciento), pero en cuanto el PIB español crezca seguro que volveremos a ser los plusmarquistas en precariedad laboral.

22. España también cuenta con el récord absoluto de paro juvenil del mundo civilizado: un 40,06 por ciento en enero de 2011. Hay que viajar al Norte de África, hoy en llamas, para encontrar un porcentaje de paro juvenil similar a esta cifra. Cuatro de cada diez jóvenes no trabaja y el 15,6 por ciento ni estudia ni trabaja: ni tiene nada ni aspira a nada.

Si trabajas y tienes menos de 34 años, la probabilidad de que tu contrato sea temporal es del 37,4 por ciento. Si trabajas y tienes más de 34 años, las probabilidades de que tengas un contrato temporal bajan al 16,4 por ciento.

Más de la mitad de los jóvenes de entre 18 y 34 años, el 54,2 por ciento, vive con sus padres según el Consejo de la Juventud de España. El 10 por ciento de los que intentaron emanciparse, 264.000 jóvenes, han tenido que volver a vivir a casa de sus progenitores en 2010.

23. España es el país de Europa que más jóvenes ha perdido de toda la UE, el doble de la media europea. La pirámide de población envejece. La edad media a la que una española tiene su primer hijo es también de las más altas de Europa: casi 32 años según el INE. La natalidad se está reduciendo aún más con la crisis: desde 2009 está bajando y en 2010 cayó un 3,2 por ciento. Cada mujer tiene, de media, sólo 1,38 hijos.

24. El salario medio de los jóvenes españoles está ligeramente por debajo de los 16.000 euros anuales. En el año 2008 un joven español necesitaba un 95 por ciento de ese sueldo para poder comprarse una casa. Tras el fin de la burbuja la cosa no ha mejorado mucho: en 2011 sólo necesita un 77 por ciento. Si se compra la casa en pareja, basta con la mitad. Si después esa pareja se rompe, ya pueden ambos empezar a rezar: lo que la hipoteca ha unido el hombre no lo separa jamás.

25. El presidente del Foro de Davos, Klaus Schwab, avisó a finales de 2010 de que la situación en España podría derivar en una nueva revolución juvenil, en un nuevo Mayo del 68. «Nos hemos enfrentado a una crisis financiera que se ha transformado en una crisis económica y, en muchos países, en una crisis social, que amenaza con convertirse en una guerra generacional», asegura Schwab. Y esto no lo pronostica ningún líder altermundista, sino el presidente del Foro Económico Mundial.

Pero no todos los datos para los jóvenes son deprimentes, desesperantes o indignantes. Los jóvenes españoles también son —o al menos eso dice la industria del entretenimiento— de los que más películas, series y música descargan de Internet en Europa. También es España el tercer mayor mercado europeo en videojuegos. Es la válvula de escape de la generación estafada: esos jóvenes que probablemente serán los primeros en vivir peor que sus padres desde la Guerra Civil. Les cambiaron el espacio por el hiperespacio, el derecho a una vivienda digna por la Playstation 3.

Además de estos veinticinco argumentos hay otras dos razones más para reaccionar: que se puede y que funciona. Se puede porque existen herramientas para ello: esas redes sociales que han sido fundamentales en las revueltas del norte de África. Nunca antes en la historia ha sido más fácil organizarse y no hace falta pasar por los medios de comunicación tradicionales que, hasta ahora, han definido la realidad al explicarla. La estudiante de 21 años de la Universidad de El Cairo que creó en Twitter la etiqueta #jan25 a través de la cual se coordinaron todas las protestas de la plaza de Tahrir se llama @alya1989262. Sólo tiene 409 seguidores.

En diciembre de 2009 un grupo de bloggers, poco más de una docena de personas, nos organizamos a través de una lista de correo para publicar un manifiesto contra la Ley Sinde en defensa de los derechos fundamentales en Internet. Fue precisamente la coordinadora de este libro, Rosa María Artal, quien tuvo aquella idea genial. Más de un cuarto de millón de personas, jóvenes en su mayoría, difundieron ese manifiesto a través de los blogs y las redes sociales. Apenas veinticuatro horas después de publicarse el presidente del Gobierno tuvo que rectificar públicamente a su ministra de Cultura y cambiar la primera redacción de esa ley. Las protestas siguieron porque aquel cambio no fue suficiente y, al final, el PSOE pudo sacar adelante la Ley Sinde con el apoyo de CiU y el PP.

La ley ya se ha aprobado. Pero a pesar de todo la protesta triunfó por una razón fundamental: porque los ciudadanos demostraron que se podía hacer política al margen de los partidos, desde Internet. Porque todas las revoluciones son un éxito, incluso aquellas que no logran todos sus objetivos.

De todos los argumentos contra cualquier movilización hay uno que siempre se repite: «No va a valer de nada». En ese determinismo fatalista vive hoy gran parte de la sociedad, esos ciudadanos que en la tertulia del bar critican esta situación pero que después afrontan su destino resignados porque, total, nada va a cambiar. Es una profecía autocumplida: nada cambia cuando nadie hace nada, y vuelta a empezar.

¿En qué estrellas está escrito que nada de nada va a cambiar? ¿Cómo es posible que incluso durante la dictadura las protestas y las huelgas —entonces ilegales— pudieran mejorar las condiciones de los trabajadores y hoy, en una democracia, gran parte de la sociedad crea que no hay nada que hacer? ¿Por qué la juventud española sólo protesta masivamente para defender su ocio digital, pero se resigna ante todas las demás injusticias que hacen que ésa sea su única válvula de escape? ¿Por qué la ciudadanía no presiona y deja todo el campo a esos mercados sin cara, sin nombre y sin más principios que el egoísmo de su cuenta de resultados?

Íbamos a reformar el capitalismo y al final ha sido el capitalismo quien nos ha reformado a nosotros. ¿A qué esperamos para reaccionar?

VIII
Hay que seguir renovando el panteón
Carlos Martínez y Javier López Facal

Carlos Martínez es profesor de investigación del CSIC y ha realizado sus trabajos en España, Suiza, Alemania, Suecia, Francia, Canadá y Estados Unidos. Ha publicado más de 450 trabajos en prestigiosas revistas científicas internacionales y es colaborador habitual en diferentes medios de comunicación como experto en ciencia. Su trabajo ha sido reconocido con múltiples premios, entre los que destacan, el DuPont, el Carmen y Severo Ochoa, el Rey Jaime I de Investigación Científica, el Lilly de Investigación Preclínica y el Nacional de Investigación en Medicina Gregorio Marañón. Es doctor honoris causa y miembro de varias Academias. Ha participado como experto en la Unión Europea, la OTAN, el Programa Human Frontiers (HFPS), el Consejo Científico de la Organización Europea de Biología Molecular (EMBO) y en la Conferencia Europea de Biología Molecular (EMBC) de la que fue presidente. Ha sido presidente del CSIC y secretario de Estado de Investigación.

Javier López Facal es profesor de investigación del CSIC y doctor en Filología Griega por la Universidad Complutense (1972). Trabajó en lexicografía griega en el CSIC entre 1968 y 1983. Vicepresidente de este organismo entre 1983 y 1988, ocupó a continuación diversos cargos de gestión del sistema de I+D y desde 1996 se dedica al análisis de la política científica y la gestión de la investigación. Ha publicado libros de filología griega y política científica, traducciones al español desde varias lenguas, artículos académicos en revistas de filología y de divulgación, u opinión en diarios y revistas generalistas.

España puede cambiar en unas pocas decenas de años su imagen y su historia de escasa tradición científica y limitadas aportaciones a la tecnología moderna siempre que adopte las políticas adecuadas y que lo haga de una manera sostenida.

Probablemente sólo unos pocos analistas, de esos que día a día predican la ruina e inminente disolución de España como país, reconocerían hoy la vigencia de tantas sombrías descripciones que se han venido haciendo sobre estos reinos desde el siglo
XVII
.

Nos referimos, por ejemplo, al quevediano «Miré los muros de la patria mía / si un tiempo fuertes ya desmoronados / de la carrera de la edad cansados / por quien caduca ya su valentía...», que termina de manera escasamente optimista con aquello de «Y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte»; nos referimos a tantas
Cartas marruecas
como las
de Cadalso en el siglo
XVIII
, a tantas ácidas reflexiones como las de Mariano José de Larra en el siglo
XIX
o las de los regeneracionistas de fin de siglo e, incluso, a aquellos hermosos versos de Gil de Biedma, ya en la década de 1960 que decían: «De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal. Como si el hombre, / harto ya de luchar con sus demonios, / decidiese encargarles el gobierno / y la administración de su pobreza».

Este género jeremiaco, del que aquí hemos presentado una mínima síntesis apresurada, nos ha aportado a lo largo de la historia no pocos versos, a veces hermosos, y algunas prosas, ocasionalmente brillantes, pero no ha solido destacar por sus análisis desapasionados, sólidos, rigurosos y políticamente útiles.

Se puede constatar que siglo tras siglo, a
los españoles
nos ha
dolido,
aparentemente, eso que se ha llamado el ser de España y en consecuencia nos hemos dedicado con una perseverancia digna de mejor causa a criticar a nuestro país y a despellejarnos a nosotros mismos.

Debe ser éste quizá un rasgo característico de los pueblos ibéricos, porque aquello de «amigos, que desgraça nascer em Portugal» del poema
Só,
de António Nobre, tan aplaudido por Unamuno, es también una brillante perla del género. Es cierto que, por lo menos, este poeta portugués advertía a sus lectores: «tende cautela, não vos faça mal, que é o livro mais triste que há em Portugal».

Pero volvamos a nuestro familiar Estado de las autonomías: normalmente las jeremiadas hispanodolientes son de carácter cíclico y, por tanto, proliferan en las fases declinantes de los ciclos económicos: vivíamos en el mejor de los mundos hasta el año 1992, viajando en AVE, visitando la Expo de Sevilla («la más grande ocasión que vieron los siglos», que decía don Miguel de Cervantes), ganando abundantes medallas olímpicas en Barcelona y de inmediato, sin solución de continuidad, caímos de nuevo en el negro pesimismo histórico, que dilapidó la recién ganada autoestima en apenas unos meses; pocos años después volvimos a crecer a ritmos casi chinos en los comienzos del siglo
XXI
, superando a Italia en renta per cápita, dizque teniendo a Francia al alcance de la mano y de nuevo se vino todo abajo en unos meses y nos deslizamos hasta un abismo. En 2006 andábamos de nuevo, en efecto, sobrados de entusiasmo y optimismo, pero desde 2009 volvemos a preguntarnos si va a sobrevivir España como país, si vamos a tener dinero para pagar las pensiones o si vamos a poder sostener el sistema nacional de salud tal como hoy lo conocemos.

¿C
ON QUÉ DERECHO
?

Un obispillo inglés de corta estatura y larga inteligencia, llamado John de Salisbury, escribió en pleno siglo
XII
unas sentidas reflexiones que merecen ser recordadas: «Quis Teutonicos constituit iudices nationum? quis hanc brutis et impetuosis hominibus auctoritatem contulit, ut pro arbitrio principem statuant super capita filiorum hominum?», es decir, «¿Quién ha nombrado a los alemanes jueces de las naciones? ¿Quién ha dado a estos hombres, brutos e irreflexivos, la autoridad de elegir arbitrariamente a un príncipe sobre las cabezas de los hijos de los hombres?».

La reciente visita a Madrid de la canciller Angela Merkel despertó en no pocos analistas nacionales reacciones y reflexiones similares a las de este obispo inglés, que es conocido también como Ioannes Parvus.

No sabríamos responder cabalmente al desconcertado estupor del obispo medieval, pero sí podemos ofrecer unos cuantos datos que ayuden a comprender el origen de la autoridad de la actual canciller alemana: el 41 por ciento de los trabajadores españoles no alcanzó en su día la enseñanza secundaria, en Alemania ese porcentaje es inferior al 20 por ciento; en España las PYMES dan trabajo al 82 por ciento de los trabajadores, en Alemania al 60 por ciento; en España las PYMES producen el 60 por ciento del PIB, en Alemania el 46 por ciento; en el
ranking
Scimago de universidades del mundo figuran seis universidades alemanas entre las doscientas primeras frente a una sola española; España ha venido recortando el gasto en I+D desde 2008, Alemania lo ha incrementado (este mismo año en un 7,2 por ciento); en el Max Planck alemán trabajan en la actualidad una decena de premios Nobel; en su equivalente español, el CSIC, ninguno aunque habrá que reconocer que, por lo menos, el CSIC gana al Max Planck en número de institutos: 128 frente a 85; Alemania produce el 41 por ciento de patentes solicitadas a la Oficina de Patentes Europeas frente al 1,2 por ciento de España, y así sucesivamente. Hay, pues, unas notables diferencias entre los dos países: en su estructura empresarial, en su nivel educativo, en la composición y la competitividad de los centros de investigación y en la financiación de su tejido de I+D por no mencionar sino sólo cuatro sectores clave para explicar la riqueza, y la subsiguiente influencia, de las naciones.

Si tuviéramos, pues, que responder con casi mil años de retraso a la pregunta de John de Salisbury, diríamos que son los propios alemanes quienes les han dado a sus gobernantes
hanc auctoritatem
y, por tanto, seríamos los propios españoles
a sensu contrario
los responsables de nuestra situación.

Cuando la derrota en la guerra contra Estados Unidos en 1898, el negociador español del subsiguiente Tratado de París, Eugenio Montero Ríos, fue abroncado a su vuelta desde los bancos de la oposición en el Congreso de los Diputados. Montero Ríos contó entonces a sus ilustres señorías que había sido asesinado recientemente cerca de su ciudad natal, Santiago de Compostela, un cura párroco, conocido como
O Meco
. Cuando la Guardia Civil fue a investigar el lugar del crimen para tratar de identificar al culpable, se topó en los interrogatorios con una respuesta unánime por parte de los vecinos, «Ao Meco matámolo todos». Vamos a adoptar esta respuesta de la aldea gallega como modelo explicativo provisional para aplicarlo a la situación española actual, pero veamos antes algunos datos orientativos al respecto.

Desde el estallido de las hipotecas
subprime
que, por cierto, pilló de sorpresa a expertos, gurús, agencias de calificación y gobiernos de todo el mundo, España ha pasado de un paro del 8,3 por ciento que afectaba a 1.833.900 trabajadores en 2007 a un paro del 20,3 por ciento que afecta a 4.696.600 a finales de 2010, y ha visto reducido su índice de crecimiento económico del 3,90 por ciento del PIB a un decrecimiento (ahora se dice «crecimiento negativo») de un -0,1 por ciento o, si acaso, a un crecimiento homeopático, es decir, el país se ha empobrecido de una manera rápida, comprobable y fácilmente cuantificable.

U
NA SOCIEDAD QUE REACCIONE

Rebus sic stantibus
a lo mejor tendríamos que pensar en reaccionar como sociedad, tendríamos que reorientar un poco el rumbo o quizá tendríamos que reformatear algunas políticas públicas en lugar de entregarnos al tradicional disfrute de competir sobre quién es el más estridente, el más apocalíptico y más ingenioso diagnosticador de los males de la «patria mía», que decía Quevedo.

Para promover en Europa lo que habría de ser «el mayor espacio de bienestar» se lanzó en el año 2000 la Agenda de Lisboa con el objetivo de alcanzar en 2010 el 3 por ciento del PIB dedicado a la financiación de la investigación, al que el sector productivo contribuiría con el 66 por ciento. Los últimos datos oficiales (INE) de 2008 para el caso de España nos sitúan en el 1,38 por ciento, con una contribución de la iniciativa privada del 45 por ciento, es decir, llegados ya al año 2010, nos encontramos a una distancia inalcanzable de los objetivos de aquella, en su día, famosa Agenda de Lisboa.

El último estudio
La Responsabilidad Social Corporativa en las memorias anuales de las empresas del IBEX 35
elaborado por el Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa, ya aludido en este libro, constata datos que tienen mucho que ver con el asunto que tratamos. Las empresas del IBEX 35 han reducido su contribución fiscal un 55 por ciento entre 2007 y 2009 a pesar de que esos mismos años crecieron de manera llamativa sus inversiones en paraísos fiscales y a pesar de que, ni por asomo, habían visto reducidos sus beneficios en semejante proporción. El mismo informe explica cómo esas empresas, cuyos beneficios netos están gravados con un 30 por ciento, no suelen llegar a pagar más de un 10 por ciento por exenciones, deducciones y otras comprensivas figuras fiscales. Pues bien, contamos, como es bien sabido, con algunas empresas que son líderes mundiales en su sector de actividad, pero no tenemos ninguna en la cima de la contribución a la financiación de la investigación según el último European Innovation Scoreboard.

Habría que recordarle, pues, al desconcertado obispo inglés que esos brutos e irreflexivos ciudadanos alemanes están sometidos a una política fiscal tan estricta como aparentemente eficaz y que quizá por ello tanto su Estado federal como sus länder pueden hacer frente a los compromisos electorales y a las políticas sociales con mayor solvencia que otros países europeos.

Don Ramón de Campoamor, tan popular en su día por sus
Humoradas
y otros similares versillos de vuelo rasante, sostenía: «En guerra y amor es lo primero / el dinero, el dinero y el dinero», aforismo que se puede hacer extensivo a cualquier política pública: difícilmente se podrán financiar infraestructuras o políticas sociales sin «el dinero, el dinero y el dinero» y ello conlleva, necesariamente que se debe mejorar hasta donde sea posible el funcionamiento de la Agencia Tributaria y cualesquiera otros instrumentos de la política fiscal, porque en la misma medida en que disminuya la economía sumergida y aumente la recaudación fiscal se reducirá el déficit del Estado y no sólo se podrán financiar mejor las políticas públicas, sino que será menos necesario recurrir a los intratables mercados exteriores para llegar a fin de mes.

C
AMBIAR DE DIOSES

El afortunado título que Sánchez Ferlosio dio en 1986 a un libro suyo
(Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado)
podría adoptarse como una especie de eslogan de un posible movimiento de regeneración o de reacción política y social en esta situación insostenible e inaceptable para una mayoría de los ciudadanos: si no estamos contentos con la situación presente de nuestro país, probemos a cambiar a sus dioses para que de verdad cambien las cosas y para que no ocurra aquello del príncipe de Salina en
Il Gattopardo
, que proponía astutamente cambiar sólo algunas cosas para que todo siguiese igual.

Cambiar los dioses, entendiendo por ello las creencias más íntimas y aparentemente firmes e inamovibles de las personas, no sólo es posible, sino que incluso es relativamente frecuente. Es sólo cuestión de tiempo y de que se den las circunstancias adecuadas.

Recordemos, por ejemplo, cuáles eran los valores dominantes en España durante el franquismo y comparémoslos con la situación actual en que la mayoría de la población ya no considera al matrimonio un sacramento y, en consecuencia, se casa sólo por lo civil; en que miles de personas contraen matrimonios homosexuales; en que miles de ciudadanos donan sus órganos o los de sus seres más queridos para trasplantes; en que amplios sectores sociales abogan por la despenalización de la eutanasia; en que se han abandonado costumbres que parecían eternas, como el servicio militar obligatorio o la imposibilidad de que las mujeres accediesen a puestos de combate en las Fuerzas Armadas, y tantos otros cambios de valores, usos y costumbres que hemos visto a lo largo de unos pocos años, y que suponen unos cambios más profundos que los que supondrían un cambio de dioses. De hecho, cuando el emperador Constantino legalizó el cristianismo y poco después cuando Teodosio lo convirtió en religión oficial del imperio, no se dieron cambios tan grandes, por ejemplo en los ejércitos.

Se podría decir, por tanto, que hemos podido asistir en el espacio de nuestras vidas al cambio de algunos dioses y en consecuencia no parece descabellado postular como posible y deseable que España siga renovando obstinada y pacientemente su viejo panteón.

L
OS MEDIOS PRECISOS

Los autores de este texto, cuya lectura parece no haber desanimado al amable lector hasta aquí, no nos resignamos concretamente a que España no tenga una educación tan buena como la de Finlandia o una investigación científica tan profesional como la de Suecia, país que cuenta en las bases de datos internacionales con 15,80 artículos científicos per cápita frente a los 3,54 de España. Por otra parte, si bien es cierto que España ocupa de forma provisional el noveno puesto mundial por el número de trabajos científicos publicados, esa posición se sitúa por debajo del veinte cuando la comparación es sobre el número de citaciones por artículo.

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