Todo va a cambiar (35 page)

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Authors: Enrique Dans

Tags: #Informática, internet y medios digitales

Pero no caiga en el error de considerar que la web es un sitio que sirve únicamente para el consumo, para el comercio electrónico. Si medimos la importancia de la web en un país en virtud del comercio electrónico que se desarrolla en el mismo, estaremos cometiendo dos errores: primero, el de restringir la actividad a una frontera administrativa que en Internet ya no tiene o no debería tener sentido, y segundo, suponiendo que la actividad principal del hombre es comprar. El primer error es responsable precisamente de que el comercio electrónico no funcione: los norteamericanos de Sand Hill Road, la calle del Silicon Valley en la que se sitúan la mayoría de los capitalistas de riesgo e inversores en nuevas empresas, suelen rechazar, salvo algunas excepciones, todo plan de negocio que no tenga desde el primer momento un ámbito claramente internacional. En Europa, muchas de las iniciativas de comercio electrónico son completamente mediocres porque únicamente un 4% de las tiendas online europeas sirven pedidos a más de dos países, y la responsabilidad, por supuesto, no recae en estas tiendas, que estarían encantadas de vender más, sino en el complicado camino administrativo y de armonización legislativa necesario para ello: es precisamente en la red donde la unión de Europa deja más que desear.

Donde verdaderamente noto que todo ha cambiado no es en cómo consumo, sino en cómo vivo y me comunico. Aparte de trabajar prácticamente desde donde quiero y me conviene, algo sólo al alcance de aquellos que podemos hacerlo merced a la naturaleza muchas veces intangible de nuestro trabajo, la red funciona ahora para mí como un dispositivo de percepción sensorial expandido: cada cosa que pasa, cada relación, cada contacto, cada evento deportivo, cada película... todo alcanza una expresión social a través de la red. Desde levantarme en medio de un partido para comentar un gol en mi red social, hasta ver un programa entero con el portátil en las rodillas. Entrar para felicitar a los amigos que están de cumpleaños, para ver qué han hecho desde que se han levantado, para ver qué noticias que han leído les han parecido interesantes y han decidido compartir: si no ha probado Google Reader, no ha entendido lo que es leer la prensa colaborativamente, saber cuáles de tus amigos van convirtiéndose en referencia para ti, quienes escriben mejor, cuáles escriben comentario más ocurrentes... la auténtica máquina de café virtual, a la que acudes a comentar lo que ha pasado. Si además vives en un hogar, como es mi caso, en el que tanto tu mujer como tu hija disfrutan de exactamente lo mismo, cada uno con sus temas y sus diferentes círculos de amigos con sus lógicas superposiciones, la sensación que tienes es la de una tangibilización tan grande de tu vida social, una cercanía tan grande a tus amigos, que el planteamiento es hasta qué punto este es el mejor invento del mundo desde que decidieron hacer el pan en rebanadas.

Si piensa que la vida no ha cambiado, prepárese para enfrentarse, en el curso de los próximos años, a una serie de enormes desafíos. Prepárese para ver cómo muchos de sus compañeros de trabajo empiezan a desempeñar un número progresivamente más alto de tareas desde su casa, a ver cómo cada vez menos gente compra sin pasar antes por la red para tomar decisiones sobre lo que va a adquirir, a empezar a sentir rancia la información del día anterior que lee sobre restos de árboles muertos comprados en un quiosco, a darse cuenta de que un político es algo más que una marioneta a la que votar cada cuatro años. En los próximos años, va a notar cambios en todas las áreas importantes y menos importantes de su vida, desde el ocio y la cultura hasta la política y la empresa, pasando por cómo se relaciona con sus amigos, cómo aprenden sus hijos en el colegio o cómo aparca su coche en la vía pública. Muchas, muchísimas cosas que alguno hemos conocido en el mundo de la red se trasladarán de manera casi exacta a la llamada “vida real” (como si la vida en la red no lo fuera). Imagínese, por ejemplo, un motor de búsqueda: ¿cómo sería un motor de búsqueda aplicado al mundo real? El resultado ya existe
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: ponga la cámara de un teléfono Android mirando hacia una tienda, y el teléfono le dará datos sobre ella. Hágalo sobre una tarjeta de visita, y procesará los datos de la misma y le ofrecerá introducirlos en su agenda. Diríjala hacia una botella de vino y le proporcionará las notas de cata y algunos datos de la bodega. Cada día más, lo que no está en la web, no existe: ese pequeño restaurante de aspecto poco elegante en el fondo de una ría gallega pero que cocina el marisco a la parrilla como ninguno podrá tener un aspecto muy discreto y ningún cartel que lo anuncie, pero su teléfono podrá decirle exactamente dónde está, qué pedir y qué opinaron otros comensales anteriores. Y además, si el resultado de todo esto le resulta agobiante, si le parece que excede su capacidad de procesamiento o si le provoca inquietud, no se preocupe: nadie le va a preguntar lo que opina de todos esos cambios, si le gustan o le dejan de gustar, si le afectan positiva o negativamente en su trabajo o en su vida. Simplemente, aparecerán, como consecuencia de la Ley de Pringles: “cuando haces pop, ya no hay stop”.

El futuro inmediato está marcado por los intentos de control de una red que se ha ido erigiendo progresivamente en principal protagonista de la escena político-económica. Las empresas e instituciones que dominaron la política y la economía durante el último siglo, incapaces de aplicar la misma lógica a la red que al resto de su entorno, seguirán durante un cierto tiempo intentando modificar la naturaleza y funcionamiento de la red para tratar de impedir lo inevitable, hasta que la presión de los usuarios llegue a resultar insostenible. Los esfuerzos para desnaturalizar la red vendrán por tres frentes: empresas intermediarias de bienes culturales, poder político y empresas de telecomunicaciones.

Las empresas intermediarias de bienes culturales, representadas por las discográficas y los estudios cinematográficos agrupados en asociaciones patronales de diversos tipos
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, que seguirán intentando a la desesperada preservar sus márgenes comerciales en una actividad cada día más innecesaria, mientras ven como los artistas que saben adaptarse al nuevo entorno ganan más dinero al margen de ellas. Dichas sociedades continuarán acusando a la gran mayoría de los usuarios de Internet de cosas tan ridículas como “piratería” o “robo”, esgrimiendo cifras de supuestas pérdidas millonarias que no reflejan más que su propia inadaptación.

Usando esas cifras como ariete, las empresas intermediarias de bienes culturales seguirán intentando presionar al legislativo para cambiar las leyes en contra de la lógica y de la evolución, y sobre todo, en contra de los deseos de sus electores. ¿Qué factores fundamentales hay detrás de la afinidad de muchos políticos con dichas empresas y asociaciones? Por un lado, el supuesto poder de convicción e influencia de muchos intérpretes, autores, directores de cine, etc. sobre la opinión pública, que seguirá siendo instrumentalizado en épocas de campaña electoral “sacando a los artistas a la calle” para intentar atraer el voto. Por otro, la idea de un mayor control sobre los medios de publicación en la red y sobre las comunicaciones de los ciudadanos, con la falsa excusa de que un mayor control conlleva un nivel de seguridad mayor. En realidad, el mayor control acaba significando una violación sistemática de los derechos de los ciudadanos, sin traducirse en un mayor nivel de seguridad: lo que los políticos en realidad pretenden es obtener mecanismos que les permitan controlar de alguna manera la opinión de los ciudadanos expresada a través de la red. Para los partidos políticos, acostumbrados a relacionarse con unos pocos medios de comunicación y a controlarlos mediante la zanahoria de los presupuestos de publicidad institucional, una red en la que cualquiera puede expresar libremente y sin control críticas a su gestión resulta la mayor de las pesadillas, razón por la que alinean sus intereses con las citadas empresas. Diciembre de 2009 fue el mes en el que el gobierno chino decidió suprimir el derecho de sus ciudadanos a tener páginas web personales, a expresarse en la web. ¿Cuántos gobiernos occidentales envidian secretamente al gobierno chino?

Los terceros actores, las empresas de telecomunicaciones, resultan algo más paradójicos, por ser precisamente los propietarios de las infraestructuras por las que discurre la sociedad de la información. Sin duda, el desarrollo de la sociedad de la información ha supuesto un papel de enorme centralidad para estas empresas: hoy en día, las telecomunicaciones son sin duda la columna vertebral de nuestra sociedad. Sin embargo, estas empresas plantean una disyuntiva: para mantener el progreso de una sociedad de la información que demanda cada vez un ancho de banda mayor, las empresas de telecomunicaciones deben invertir cantidades importantes de dinero en despliegue de infraestructuras, inversiones a las que exigen una rentabilidad determinada condicionada por la evolución histórica de la misma.

En la situación actual, las empresas de telecomunicaciones perciben ingresos en función del uso, pero esos ingresos evolucionan cada día más hacia tarifas planas con el fin de incentivar un consumo que puede aceptar facturas más elevadas o más bajas, pero nunca impredecibles. En estas condiciones, las empresas de telecomunicaciones observan cómo los contenidos que discurren por sus redes se convierten en generadores de grandes e interesantes negocios, mientras que ellas se quedan únicamente con el negocio del acceso, considerado cada día más una commodity, un servicio sin diferenciación alguna similar al que pueden tener otras utilidades como el suministro de electricidad o de agua. La disyuntiva de las empresas de telecomunicaciones es clara: para ser una commodity, les sobra dimensión. Pero para intentar extraer una mayor rentabilidad, necesitan introducirse más en la cadena de valor, algo que han intentado de muchas maneras invirtiendo en empresas de contenidos, etc., pero con un nivel de éxito muy bajo: hablamos de otro tipo de negocios, con necesidades y condicionantes completamente diferentes.

¿A dónde nos lleva esta situación? A que las empresas de telecomunicaciones sigan intentando convertirse en algo más: en responsables no solo de los cables, sino también de lo que fluye por ellos. La lucha por la neutralidad de la red, en la que las empresas de telecomunicaciones alegarán su imposibilidad de mantener los márgenes exigidos por sus accionistas y presionarán a los gobiernos comprometiendo las inversiones futuras en infraestructuras, se mantendrá durante varios años. Detrás de esta lucha, en la que se asociarán con las empresas de contenidos para justificar el control de lo que fluye por los cables, y con el poder político para garantizar un mayor nivel de control de actividades delictivas y terroristas, es donde está la mayor amenaza a la naturaleza de la red: si estas empresas obtienen en alguna medida su propósito, Internet perderá muchas de las características que lo han llevado a ser el fantástico vehículo de expresión colectiva que es hoy, y representará el mayor paso atrás en la historia del desarrollo de la humanidad en su conjunto. Afortunadamente, el nivel de consenso internacional necesario para que algo así llegase a ocurrir lo convierte en algo muy altamente improbable.

La segunda década del nuevo siglo tendrá un inicio marcado por la fuerte lucha entre la adaptación de los derechos de los ciudadanos al nuevo entorno digital y los intentos de control por parte de esos tres ejes: políticos, empresas de telecomunicaciones, y lobbies de la propiedad intelectual. La tensión será importante en muchos momentos, y sufrirá evoluciones diferentes en diversos países en función del poder de los diferentes actores y de diferencias culturales, pero determinará que algunos países vayan adquiriendo, al hacer uso de la tecnología con menores restricciones, un papel cada vez más importante en el concierto económico y político mundial. Sin duda, la principal amenaza provendrá de quienes pretenden extender a la red conceptos de propiedad intelectual completamente absurdos en una era digital: tratados que quieren homologar torpemente la circulación libre de los bits con delitos ajenos a lo digital, como la falsificación (ACTA, el conocido como
“Anti-Counterfeiting Trade Agreement”
, o “Tratado de comercio contra la falsificación”), con el potencial de traer auténticas “épocas oscuras” similares a las vividas en tiempos de la sagrada Inquisición. Merced a este tipo de siniestros tratados podremos ver intervenciones de ordenadores portátiles al paso por las aduanas, violaciones de derechos fundamentales, y todo tipo de atrocidades pretendidamente justificadas con los intentos de preservar modelos de negocio imposibles.

Este tipo de escenas que ya estamos viviendo, sin duda profundamente desagradables, representan ni más ni menos que batallas en una revolución. Algunos, de manera optimista y seguramente debido a la falta de perspectiva que provoca intentar analizar la historia desde dentro de la misma, piensan que la fase de “revolución” marcada por Internet correspondió a la primera década del siglo XXI, mientras que la segunda década traerá la consolidación de los derechos de los ciudadanos en ese nuevo entorno. Desgraciadamente, no va a ser así. En realidad, la primera década ha estado marcada por una gran ignorancia e indiferencia, mientras que será la segunda década la que traiga la verdadera revolución de los usuarios, al empezar a comprobar éstos de manera fehaciente las posibilidades de la red y de qué manera les serían éstas hurtadas en caso de permitir a las viejas estructuras seguir ejerciendo su poder. La segunda década del siglo XXI será la que verdaderamente marque el enfrentamiento entre los ciudadanos y las estructuras del poder establecido, en escenas que podrían interpretarse desde un punto de vista abiertamente marxista: los ciudadanos se dan cuenta de que pueden controlar los medios de producción, de que pueden producir y manejar su propia información, y pasan a protagonizar una lucha de clases, en la que se enfrentan a los antiguos “terratenientes de la información”. El resultado es una catarsis de los viejos sistemas de producción, manejo y control de la información que cambiará completamente los esquemas que habíamos vivido desde los tiempos de la revolución industrial.

Por el momento, los viejos poderes viven en la fase de negación de la evidencia: se niegan a aceptar que el mundo ha cambiado, y su proximidad a los poderes políticos y económicos les permiten crearse la ilusión de intentar retrasar o evitar esos cambios. Las persecuciones, los “sistemas de tres avisos”, el endurecimiento legislativo o el matonismo judicial aplicado a ciudadanos indefensos son reflejos de esa lucha desigual, en la que se enfrentan por un lado enormes imperios económicos con recursos prácticamente ilimitados, y por otro simples ciudadanos que dedican a ello su tiempo libre, los ciclos ociosos de su tiempo. El enfrentamiento es completamente desequilibrado: hablamos de lobbies poderosísimos, capaces de introducir cláusulas en las leyes al margen de su tramitación parlamentaria regular
[17]
. En España hemos llegado a a ver, en Diciembre de 2009, cómo a un anteproyecto de ley de Economía Sostenible “le aparecía” de repente un punto dedicado expresamente a la propiedad intelectual en el que se vulneraban los derechos fundamentales de los ciudadanos, y que se pretendía que pasase como si lo hubiesen redactado originalmente y pasado por el Consejo de Ministros, una burla a la democracia tan alucinante que supera toda concepción de personas supuestamente decentes., alterando las normas fundamentales en cualquier democracia, que pretenderán seguir ejerciendo dicho poder durante mucho tiempo.

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