Authors: José Saramago
Algún resto de fiebre debía de quedar aún en su desvaída cabeza para, de pronto, pensar que fue eso lo acontecido a las otras casas de los funcionarios, todas devoradas por la Conservaduría para que engordaran sus muros. Don José aceleró el paso, si al llegar la casa hubiera desaparecido, si hubiesen desaparecido con ella las fichas y el cuaderno de apuntes, no quería imaginar tal desgracia, reducidos a nada los esfuerzos de semanas, inútiles los peligros por los que había pasado. Se habrían congregado personas curiosas que le preguntarían si había perdido alguna cosa de valor en el desastre, y él respondería que sí, Unos papeles, y ellas volverían a preguntar, Acciones, Obligaciones, Título de crédito, es sólo en lo que piensa la gente común y sin horizontes de espíritu, sus pensamientos se centran en los intereses y ganancias materiales y él volvería a decir que sí, pero dando mentalmente significados diferentes a esas palabras, serían las acciones que cometiera, las obligaciones que asumiera, los títulos de crédito que ganara.
La casa estaba allí, pero parecía mucho más pequeña, o era la Conservaduría la que había aumentado de tamaño en las últimas horas. Don José entró bajando la cabeza, aunque no necesitaba inclinarse, el dintel de la puerta que daba a la calle estaba a la altura de siempre, y a él no lo habían hecho crecer que se viese, físicamente, ni las acciones ni las obligaciones ni los créditos. Fue a escuchar junto a la puerta de comunicación, no porque esperase oír del otro lado algún sonido de voces, la costumbre en la Conservaduría era trabajar en silencio, sino para aquietar los sentimientos de confusa sospecha que lo ocupaban desde que el jefe le había mandado solicitar vacaciones. Después levantó el colchón de la cama, tomó las fichas y las dispuso por orden de fechas sobre la mesa, de más antigua a más reciente, trece pequeños rectángulos de cartulina, una sucesión de rostros pasando de niña pequeña a niña mayor, del comienzo de una adolescencia a casi una mujer. Durante aquellos años la familia se había mudado tres veces de casa, pero nunca tan lejos que fuese necesario cambiar de colegio. No valía la pena ponerse a laborar complicados planes de acción, la única cosa que don José podía hacer ahora era ir a la dirección que constaba en la última ficha.
Fue al día siguiente por la mañana, pero decidió no subir a preguntar a los actuales ocupantes de la casa y a los otros inquilinos del edificio si conocían a la niña del retrato. Seguramente responderían que no la conocían, que vivían allí desde hacía poco tiempo o que no se acordaban, Comprenda, las personas van y vienen, realmente no recuerdo nada de esa familia, no vale la pena que le dé vueltas a la cabeza, y si alguien dijera que sí, que le parecía tener una idea vaga, añadiría a continuación que sus relaciones apenas habían sido las naturales entre personas de buena educación, No volvió a verlos, insistiría aún don José, Nunca más, después de que se mudaran nunca más los vi, Qué pena, Le he dicho todo lo que sabía, lamento no haberle sido más útil a la Conservaduría General. La fortuna de encontrar justo al principio a una señora del entresuelo derecha tan bien informada, tan próxima a las fuentes originales del caso, no podría acontecer dos veces, pero sólo mucho más tarde, cuando nada de lo que aquí se está relatando tenga ya importancia, don José descubrirá que la misma dichosa fortuna, en este episodio, había estado de un prodigioso modo a su favor, ahorrándole las consecuencias más desastrosas. No sabía él que uno de los habitantes del edificio era precisamente, por diabólica casualidad, uno de los subdirectores de la Conservaduría, puede adivinarse con facilidad la escena terrible, nuestro confiado don José llamando a la puerta, mostrando la ficha, quizá la falsa credencial, y la mujer que lo atiende diciéndole pérfidamente, Vuelva más tarde cuando mi marido esté en casa, esos asuntos son de su incumbencia, y don José regresaría, con el corazón lleno de esperanzas, y se toparía con un airado subdirector que daría inmediata orden de prisión, en sentido propio se dice, no en el figurado, los reglamentos de la Conservaduría General del Registro Civil no admiten liviandades ni improvisaciones, y lo peor es que no los conocemos todos.
Al haber resuelto, esta vez, como si el ángel de la guarda se lo hubiese recomendado con insistencia al oído, orientar sus averiguaciones hacia los comercios de las cercanías, don José se salvó, sin saberlo, del mayor desaire de su larga carrera de funcionario. Se contentó pues con mirar las ventanas de la casa donde la mujer desconocida vivió de pequeña y, para entrar bien en su piel de investigador auténtico, imaginó verla salir con la cartera de los libros para ir al colegio, caminar hasta la parada del autobús y ahí esperar, no merece la pena seguirla pisándole los talones, don José sabía perfectamente adónde se dirigía, tenía las pruebas competentes guardadas entre el colchón y el somier. Un cuarto de hora después salió el padre, toma la dirección contraria, por eso no acompaña a la hija cuando va al colegio, salvo si simplemente a este padre y a esta hija no les gusta andar juntos y ponen este pretexto, o ni siquiera lo ponen, habrá habido una especie de arreglo tácito entre los dos, para evitar que los vecinos noten la mutua indiferencia. Ahora sólo falta que don José tenga un poco más de paciencia, esperar que la madre salga para realizar las compras, como es costumbre en las familias, así sabrá hacia dónde le conviene dirigir sus pesquisas, el establecimiento comercial más próximo, pasados tres edificios, es aquella farmacia, pero don José duda, nada más entrar, que de aquí se pueda llevar alguna información útil, el empleado es un hombre joven y nuevo en la casa, él mismo lo dice, No la conozco, sólo llevo aquí dos años. Por tan poco don José no se va a desanimar, tiene lecturas de diarios y de revistas más que suficientes, además de la experiencia que la vida le viene dando, para comprender que estas investigaciones, hechas a la antigua usanza, cuestan mucho trabajo, y él es andar y andar, es recorrer calles y caminos, es subir escaleras, es llamar a las puertas, es bajar las escaleras, la misma pregunta mil veces hecha, las respuestas idénticas, casi siempre en tono reservado, No la conozco, Nunca he oído hablar de esa persona, sólo raramente sucede que venga de dentro un farmacéutico de más edad que oyó la conversación y es hombre de gran curiosidad, Qué desea, preguntó, Busco a una persona, respondió don José, al mismo tiempo que se llevaba la mano al bolsillo interior de la chaqueta para exhibir la credencial. No llegó a completar el movimiento, lo retuvo una súbita inquietud, esta vez no fue obra de ningún ángel de la guarda, lo que le hizo retirar la mano lentamente fue la mirada del farmacéutico, una mirada que más parecía un estilete, una broca perforadora, nadie lo diría, con aquella cara arrugada y aquellas canas, el resultado de mirar con tales ojos es poner en seguida en guardia a la más ingenua de las criaturas, probablemente por esta causa la curiosidad del farmacéutico nunca se da por satisfecha, cuanto más quiere saber, menos le cuentan. Así sucedió con don José. Ni presentó la credencial falsa ni dijo que venía de parte de la Conservaduría General, se limitó a sacarse de otro bolsillo la última ficha escolar de la muchacha, que en feliz hora se le ocurrió traer, Nuestro colegio necesita encontrar a esta señora debido a un diploma que no llegó a recoger en secretaría, don José asistía con placer, casi con entusiasmo, al ejercicio de capacidades inventivas que nunca imaginara tener, tan seguro de sí que no se dejó atrapar por la pregunta del farmacéutico, Y la están buscando tantos años después, Puede ser que no le interese, respondió, pero es obligación de la escuela hacer todo lo posible para que el diploma sea entregado, Y estuvieron esperando que ella apareciese todo este tiempo, A decir verdad, los servicios no se percataron del hecho, fue una lamentable falta de atención nuestra, un error burocrático, por decirlo de alguna manera, pero nunca es tarde para remediar un lapsus, Si la señora hubiera muerto, será demasiado tarde, Tenemos razones para pensar que ella vive, Por qué, Comenzamos consultando el registro, don José tuvo el cuidado de no pronunciar las palabras Conservaduría General, gracias a eso evitó, por lo menos en aquel momento, que el farmacéutico recordara que un subdirector de dicha Conservaduría General era su cliente y vivía tres portales más allá. Por segunda vez don José había escapado a la ejecución capital. Es cierto que el subdirector sólo de tarde en tarde entraba en la farmacia, esas compras, como todas las otras, con excepción de los preservativos, que el subdirector tenía el escrúpulo moral de adquirirlos en otro barrio, era la mujer quien las hacía, por eso no es fácil imaginar una conversación entre el farmacéutico y él, si bien no debe excluirse la posibilidad de otro diálogo, el farmacéutico diciéndole a la mujer del subdirector, Estuvo aquí un funcionario escolar que venía buscando a una persona que, tiempo atrás, vivió en la casa donde ustedes viven ahora, en cierto momento me habló de que había consultado el registro, pero, después de que se hubiera ido, encontré extraño que dijera registro en vez de Conservaduría General, parecía que ocultaba algo, hasta hubo un momento en que echó mano al bolsillo interior de la chaqueta como si se dispusiese a mostrarme alguna cosa, pero se arrepintió y corrigió, sacó de otro bolsillo una ficha de matrícula del colegio, le estoy dando vueltas a la cabeza para imaginar qué podría ser aquello, creo que debería hablar a su marido, nunca se sabe, con la maldad que anda por este mundo, A lo mejor es el mismo hombre que anteayer estuvo parado en la acera, mirando nuestras ventanas, Un tipo de mediana edad, un poco más joven que yo, con cara de haber estado enfermo hace poco, ese mismo, Es lo que yo le digo, mi olfato nunca me ha engañado, está por nacer todavía quien me venda gato por liebre, Qué pena que no hubiera llamado a mi puerta, le diría que volviera al final de la tarde, cuando mi marido estuviese en casa, ahora sabríamos quién era el fulano y lo que pretendía, Voy a estar alerta por si acaso aparece de nuevo por aquí, Y yo no me olvidaré de contarle la historia a mi marido. Efectivamente no se olvidó, pero no la contó completa, sin querer omitió del relato un pormenor importante, quizá el más importante de todos, no dijo que el hombre que rondaba la casa tenía la cara de haber estado enfermo hace poco tiempo. Habituado a relacionar las causas y los efectos, que en eso consiste, esencialmente, el sistema de fuerzas que rige desde el principio de los tiempos la Conservaduría General, allí donde todo estuvo, está y continuará estando para siempre ligado a todo, aquello que todavía está vivo con aquello que ya está muerto, aquello que va muriendo con aquello que viene naciendo, todos los seres a todos los seres, todas las cosas a todas las cosas, incluso cuando no parece que las una, a ello y ellas, más que aquello que a la vista los separa, el sagaz subdirector no habría dejado de recordar a don José, aquel escribiente que en los últimos tiempos, ante la inexplicable benevolencia del jefe, se ha comportado de un modo tan extraño. De ahí hasta desenredar la punta de la madeja y luego la madeja completa, habría un paso. Tal no acontecerá, sin embargo, a don José no volverán a verlo por estos sitios.
De las diez tiendas de diferentes ramos a las que entró para hacer preguntas, contando con la farmacia, sólo en tres encontró a alguien que tuviese memoria de la muchacha y de los padres, el retrato de la ficha ayuda a la memoria, claro está, si es que simplemente no toma su lugar, es probable que las personas interrogadas apenas hubieran querido ser simpáticas, no decepcionar al hombre con cara de gripe mal curada que les hablaba de un diploma escolar de hace veinte años que no se había entregado. Cuando don José llegó a casa, iba exhausto y desanimado, el primer intento de su nueva fase de investigación no le había apuntado ningún camino por donde continuar, bien al contrario, parecía colocarse frente a una pared intransitable. Se lanzó sobre la cama el pobre hombre preguntándose a sí mismo por qué no hacía lo que el farmacéutico le había dicho con mal disimulo sarcasmo, Yo, si estuviese en su lugar, ya habría resuelto el problema, Cómo, interrogó don José, mirando en la guía de teléfonos en los tiempos modernos es la manera más fácil de encontrar a alguien, Gracias por la sugerencia, pero eso ya lo hicimos, el nombre de esta señora no consta, respondió don José, creyendo que tapaba la boca al farmacéutico, pero éste volvió a la carga, Sí es así, vaya a la Hacienda Pública, en Hacienda lo saben todo acerca de todo el mundo.
Don José se quedó mirando al aguafiestas, intentó disimular el desconcierto, esto no se le había ocurrido a la señora del entresuelo derecha, al fin consiguió murmurar, Es una buena idea, voy a comunicársela al director.
Salió de la farmacia furioso consigo mismo, como si en el último momento le hubiese faltado presencia de espíritu para responder a una ofensa, dispuesto a volver a casa sin más preguntas, pero después pensó resignado, El vino está servido, es necesario beberlo, no dijo como el otro, Quítenme de aquí este cáliz, vosotros lo que queréis es matarme. El segundo comercio fue una droguería, el tercero una carnicería, el cuarto una papelería, el quinto una tienda de artículos eléctricos, el sexto una de ultramarinos, la conocida rutina de los barrios, hasta el décimo establecimiento, felizmente tuvo suerte, después del farmacéutico nadie más le habló de hacienda o de guía telefónica. Ahora, acostado boca arriba, con las manos cruzadas bajo la cabeza, don José mira al techo y le pregunta, Qué podré hacer a partir de aquí, y el techo le responde, Nada, haber conocido su última dirección, quiero decir, la última dirección del tiempo que asistió al colegio, no te ha dado ninguna pista para continuar la búsqueda, claro que todavía puedes recurrir a las direcciones anteriores, pero sería una pérdida de tiempo, si los comerciantes de esa calle, que son los más recientes, no te ayudaron, cómo te ayudarían los otros, Entonces crees que debo desistir, Probablemente no tendrás otra salida, salvo que te decidas a preguntar en Hacienda, no debe de ser difícil, con esa credencial que tienes, además son funcionarios como tú, La credencial es falsa, De hecho, será mejor que no la uses, no me gustaría estar en tu piel si un día de éstos te sorprenden en flagrante, No puedes estar en mi piel, no eres más que un techo de estuco, Sí, aunque lo que estás viendo de mí también es una piel, además, la piel es todo cuanto queremos que los otros vean, debajo de ella ni nosotros mismos conseguimos saber quiénes somos, Esconderé la credencial, En tu caso, la rasgaba o la quemaba, La guardaré con los papeles del obispo, donde la tenía, Tú sabrás, No me gusta el tono con que lo dices, me suena a mal augurio, La sabiduría de los techos es infinita, Si eres un techo sabio, dame una idea, Sigue mirándome, a veces da resultado.