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Authors: José Saramago

Todos los nombres (29 page)

La portera no apareció preguntándole de dónde venía, el edificio está silencioso, parece deshabitado. Fue este silencio lo que hizo nacer en la cabeza de don José una idea, la más osada de su vida, Y si me quedo aquí esta noche, si yo duermo en su cama, nadie lo sabría. Dígase don José que no hay nada más fácil, que sólo tiene que subir otra vez en el ascensor, entrar en el apartamento, quitarse los zapatos, hasta puede suceder que alguien vuelva a equivocarse de número, Si es así tendrás el gusto de oír una vez más la voz velada y grave de la profesora de matemáticas, No estoy en casa, dirá ella, y si, durante la noche, acostado en su cama, algún sueño agradable excita tu viejo cuerpo, ya sabes, el remedio está a mano, sólo tendrás que tener cuidado con las sábanas. Son sarcasmos y groserías que don José no merece, su osada idea, más romántica que osada, así como vino, así se fue, él ya no está dentro del edificio, sino fuera, parece que lo ayudó a salir el recuerdo doloroso de la imagen de sus viejos calcetines zurcidos y de sus canillas delgadas y blancas, de escaso vello. Nada en el mundo tiene sentido, murmuró don José, y se encaminó hacia la calle donde vive la señora del entresuelo derecha.

La tarde está en el fin, la Conservaduría General ya cerró, no son muchas las horas que restan al escribiente para inventar la historia que justifique haber faltado al trabajo durante un día entero. Todos saben que no tiene familiares a quienes necesite acudir de urgencia, y, aunque los tuviese, no puede haber disculpa para su caso, compartiendo pared con la Conservaduría, era sólo entrar y decir desde la puerta, Adiós, hasta mañana, tengo una prima muriéndose.

Don José decide que está todo hecho, que lo pueden despedir si quieren, expulsarlo del funcionariado, tal vez el pastor de ovejas necesite un ayudante para cambiar los números de las tumbas, sobre todo si anda pensando en ensanchar su campo de actividad, de hecho no hay motivo para que quede limitado a los suicidas, a fin de cuentas los muertos son iguales, lo que es posible hacer con unos puede ser hecho con todos, confundidos, mezclados, qué más da, el mundo no tiene sentido.

Cuando don José llamó a la puerta de la señora del entresuelo derecha, sólo tenía pensamientos para la taza de té que tomaría. Tocó una vez, dos veces, pero nadie abrió. Perplejo, inquieto, llamó al timbre del entresuelo izquierda. Apareció una mujer que preguntó en tono seco, Qué desea, Nadie atiende en aquel lado, Y qué, Puede decirme si ocurrió alguna cosa, Qué cosa, Un accidente, una enfermedad, por ejemplo, Es posible, vino una ambulancia a buscarla, Y eso cuándo ha sido, Hace tres días, Y no ha sabido más noticias, sabe por casualidad dónde está, No señor, disculpe. La mujer cerró la puerta dejando a don José a oscuras. Mañana tendré que ir a los hospitales, pensó.

Se sentía exhausto, todo el día andando de un lado para otro, emociones todo el día, ahora este choque para rematar. Salió del edificio y se quedó parado en la acera preguntándose si podría hacer algo más, preguntar a otros inquilinos, no todos serán tan desagradables como la mujer del entresuelo izquierda, don José volvió a entrar en el edificio, subió la escalera hasta el segundo piso, llamó a la puerta de la casa de la madre de la niña y del marido celoso, a esta hora ya habrá vuelto del trabajo, pero eso no tiene importancia, don José sólo va allí para preguntar si saben alguna cosa de la vecina del entresuelo derecha. La luz de la escalera está encendida, la puerta se abrió, la mujer no trae a la criatura en brazos y no reconoce a don José, Qué desea, preguntó, Perdone que la incomode, venía a visitar a la señora del entresuelo derecha, pero ella no está y la inquilina del otro lado me ha dicho que se la llevaron hace tres días en una ambulancia, Sí, es cierto, Sabe por casualidad dónde se encuentra, en qué hospital, o en casa de algún familiar.

Antes de que la madre de la criatura tuviera tiempo de responder, una voz de hombre preguntó desde dentro, Quién es, ella volvió la cabeza, Es una persona preguntando por la señora del entresuelo, después miró a don José y dijo, No, no sabemos nada.

Don José bajó la voz y preguntó, No me reconoce, ella dudó, Ah, sí, me acuerdo, dijo en un susurro, y, lentamente, cerró la puerta.

En la calle don José hizo señal a un taxi, Lléveme a la Conservaduría, dijo distraídamente al conductor. Hubiera preferido ir andando, para ahorrar su poco dinero y para terminar el día como lo había comenzado, pero la fatiga no le permitía dar un paso.

Cuando el conductor anunció, Llegamos, don José vio que no estaba frente a su casa, sino ante la puerta de la Conservaduría. No merecía la pena explicar al hombre que debía dar la vuelta a la plaza y seguir por la calle lateral, finalmente sólo tendría que caminar unos cincuenta metros, ni tanto. Pagó con las últimas monedas, salió y cuando asentó los pies en la calzada y levantó la cabeza vio que las ventanas de la Conservaduría estaban iluminadas, Otra vez, pensó, inmediatamente se le desvaneció la preocupación por la suerte de la señora del entresuelo derecha y el recuerdo de la madre de la criatura, el problema, ahora, es encontrar la justificación para el día siguiente.

Volvió la esquina, allí estaba su casa, baja, casi una ruina, empotrada en la alta pared del edificio, que parecía presto a aplastarla. Entonces unos dedos brutales apretaron el corazón de don José. Había luz dentro de casa. Estaba seguro de haberla apagado cuando salió, pero, teniendo en cuenta la confusión que reina desde hace tantos días en su cabeza, admitiría que se hubiese olvidado, si no fuese por aquella otra luz, la de la Conservaduría, las cinco ventanas iluminadas intensamente. Metió la llave en la puerta, sabía a quién iba a ver, pero se detuvo en el umbral, como si las convenciones sociales le impusiesen mostrarse sorprendido. El jefe se encontraba sentado a la mesa, delante tenía algunos papeles cuidadosamente alineados. Don José no necesitaba aproximarse para saber de qué se trataba, las dos falsas credenciales, las fichas escolares, de la mujer desconocida, el cuaderno de apuntes, la carpeta del expediente de la Conservaduría con los documentos oficiales. Entre, dijo el jefe, la casa es suya. El escribiente cerró la puerta avanzó hacia la mesa y paró. No habló, sentía en el cerebro un remolino líquido donde todos los pensamientos se disolvían. Siéntese, ya le he dicho que está en su casa. Don José observó que encima de las fichas escolares había una llave igual que la suya. Está mirando la llave, preguntó el conservador, y con calma prosiguió, No piense que se trata de una copia fraudulenta, las casas de los funcionarios, cuando las había, siempre tuvieron dos llaves de comunicación interna, una, claro está, era para uso del inquilino, la otra quedaba en poder de la Conservaduría, todo se armoniza, como ve, Excepto que haya entrado aquí sin mi autorización, consiguió decir don José, No la necesitaba, el dueño de la llave es el dueño de la casa, digamos que ambos somos dueños de esta casa, tal como usted parece que se considera lo bastante dueño de la Conservaduría para distraer documentos oficiales del archivo, Puedo explicarlo, No es necesario, he seguido regularmente sus actividades, además su cuaderno de apuntes me ha sido de gran ayuda, aprovecho la ocasión para felicitarlo por la buena redacción y propiedad del lenguaje, Mañana presentaré mi dimisión, Que yo no aceptaré. Don José lo miró sorprendido, Que no aceptará, No señor, no aceptaré, Por qué, si puedo preguntarle, Puede, una vez que estoy dispuesto a convertirme en cómplice de sus irregulares acciones, No comprendo. El conservador tomó el expediente de la mujer desconocida, después dijo, Ya va a comprender, pero antes cuénteme lo que pasó en el cementerio, su narración se detiene en la conversación que tuvo con el escribiente de allí, Llevará mucho tiempo decirlo, En pocas palabras para que me quede con el cuadro completo, Atravesé a pie el Cementerio General hasta la zona de los suicidas, dormí debajo de un olivo, a la mañana siguiente, cuando me desperté, estaba en medio de un rebaño de ovejas, y después supe que el pastor se entretiene cambiando los números de las tumbas antes de que coloquen las lápidas, Por qué, Es difícil de explicar, todo gira alrededor de saber dónde se encuentran realmente las personas que buscamos, él cree que nunca lo sabremos, Como aquella a la que ha llamado la mujer desconocida, Sí señor, Qué ha hecho hoy, He ido al colegio donde ella había sido profesora, he ido a la casa donde vivió, Descubrió alguna cosa, No señor, y creo que no quería descubrir nada. El conservador abrió el expediente, sacó la ficha que viniera pegada a las de las cinco últimas personas famosas de quien don José se había ocupado, Sabe lo que yo haría si estuviese en su lugar, preguntó, No señor, Sabe cuál es la única conclusión lógica de todo lo que ha sucedido hasta este momento, No señor, Hacer para esta mujer una ficha nueva, igual que la antigua, con todos los datos exactos, pero sin la fecha del fallecimiento, Y luego, Luego la coloca en el fichero de los vivos como si ella no hubiese muerto, Sería un fraude, Sí, sería un fraude, pero nada de lo que hemos hecho y dicho, usted y yo, tendría sentido si no lo cometiésemos, No consigo comprender. El conservador se recostó en la silla, se pasó lentamente las manos por la cara, después preguntó, Se acuerda de lo que dije allí dentro el viernes, cuando se presentó en el trabajo sin afeitar, Sí señor, De todo, De todo, Por lo tanto recordará que yo hice referencia a ciertos hechos sin los cuales nunca habría llegado a comprender lo absurdo que es separar los muertos de los vivos, Sí señor, Necesitaré decirle a qué hechos me refería, No señor.

El conservador se levantó, Le dejo aquí la llave, no pretendo volver a usarla, y añadió sin dar tiempo a que don José hablase, Hay todavía una última cuestión por resolver, Cuál, señor, En el expediente de su mujer desconocida falta el certificado de defunción, No conseguí descubrirlo, debe de haberse quedado en el fondo del archivo o se me cayó por el camino, Mientras no lo encuentre esa mujer estará muerta, Estará muerta aunque lo encuentre, A no ser que lo destruya, dijo el conservador. Se volvió de espaldas sobre estas palabras, en seguida se oyó el ruido de la puerta de la Conservaduría cerrándose. Don José se quedó parado en medio de la casa. No era necesario rellenar una nueva ficha porque ya tenía la copia en el expediente. Era necesario, sí, rasgar o quemar la original donde había sido escriturada una fecha de muerte. Y todavía estaba allí dentro el certificado de defunción.

Don José entró en la Conservaduría, fue a la mesa del jefe, abrió el cajón donde lo esperaba la linterna y el hilo de Ariadna. Se ató una punta del hilo al tobillo y avanzó hacia la oscuridad.

FIN

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