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Authors: Lindsey Davis

Tags: #Histórico, intriga

Tres manos en la fuente (19 page)

—Correr el riesgo tal vez sea parte de la emoción —sugirió Bolano.

Me pregunté si no me estaba revelando muchos datos de la personalidad del asesino.

Al fin y al cabo, trabajaba en los acueductos y como secretario del ingeniero; si quería, podía realizar inspecciones él solo. Además, debido a su rango, podía enterarse de cualquier investigación que se llevase a cabo y participar en ella para comprobar por sí mismo lo que ocurría.

Muy improbable. Sí, era un tipo solitario debido a su conocimiento de especialista, pero era un hombre entregado a su trabajo y no uno que descuartizaba mujeres por algún oscuro móvil inhumano. Bolano era uno de esos expertos que movían el mundo, habían construido el imperio y lo mantenían en buena forma. Y sin embargo, el asesino, con sus largos años de crímenes no descubiertos, también debía ser eficiente. Si llegábamos a identificarlo, sé que en él encontraríamos explicaciones para su locura, pero se trataría de alguien que había vivido en sociedad sin despertar sospechas entre quienes le rodeaban. El verdadero horror de esas personas es lo mucho que se parecen a los demás.

—Tal vez tengas razón —dije, decidido poner a prueba a Bolano. No quería terminar como el informador idiota que se deja llevar por un voluntario servicial y al cabo de unas semanas de frustración descubre que el voluntario era la verdadera presa. Ha ocurrido bastantes veces. Demasiadas—. Quizá lo que más le excite es el poder que tiene sobre sus víctimas. Cuando lo encontremos, descubriremos que es alguien que odia a las mujeres.

—Un excéntrico entre la multitud —se burló Bolano.

—Le cuesta mucho abordarlas y cuando lo hace, éstas se ríen de él. Cuando más resentido está por el rechazo, más notan ellas el peligro y más se alejan.

—Es como la pesadilla de cualquier muchacho.

—Sí, pero desproporcionada, Bolano. Y a diferencia de los demás, nunca aprende a correr riesgos. No sólo tiene una personalidad difícil sino también un defecto innato, por eso no quiere ganarse la confianza de nadie, y los demás lo saben. Ese hombre está encerrado en su negativa a comunicarse de una manera adecuada, mientras que los demás cometemos muchos errores en la vida pero, si tenemos suerte, también conseguimos jugadas ganadoras.

—Y cuando nos ocurre, eso es magia. —De repente, Bolano sonrió nostálgico.

Todo eso estaba muy bien. Los asesinos en serie solían ser también mentirosos compulsivos y grandes farsantes. Ese hombre podía ser uno de ellos, un falso manipulador que sabía qué era exactamente lo que yo quería oír. Tan depravadamente listo que podía fingir naturalidad y engañarme en cada movimiento.

—Podrías ser tú, o yo mismo —sugirió Bolano como si supiera lo que estaba pensando. Seguía devorando su tentempié—. Seguro que no va por ahí llamando la atención como un monstruo de un solo ojo. De otro modo, lo hubiesen arrestado hace tiempo.

—Sí —asentí—. Probablemente su aspecto es de lo más normal.

Me miró de nuevo con los ojos entrecerrados, como si me leyera el pensamiento.

Volvimos a hablar de cómo el asesino se deshacía de los cuerpos.

—¿Sabes que los remeros también han encontrado torsos en el río?

—Es normal, Falco. Tiene que haber encontrado una manera de tirar las manos a los acueductos, pero los torsos son demasiado grandes y se quedarían atascados.

Probablemente, el asesino intenta dispersar los trozos en una zona grande para evitar que lo localicen, por lo que no quiere que la conducción se obstruya un kilómetro más abajo de su casa.

—Exacto.

Bolano me instó a comer de nuevo pero se me había pasado el hambre.

—¿Cuánto tiempo hace que sabes de esos hallazgos en los acueductos?

—Esos hallazgos se remontan a antes de mi nacimiento.

—¿Cuánto llevas en este cargo?

—Quince años. Aprendí la especialidad en el extranjero, con las legiones; me licenciaron por invalidez y volví a casa justo a tiempo de empezar a trabajar en las presas que Nerón construyó en su gran villa de Sublaqueum. Eso está en el río Anio, ¿sabe?, que también es la fuente de los cuatro acueductos de las Sabinas.

—¿Tiene esto alguna importancia?

—Pienso que tal vez sí. Por lo que yo sé, los miembros mutilados sólo aparecen en determinadas zonas del sistema. Estoy empezando a elaborar una pequeña teoría con respecto a esto. —Agucé los oídos. Una teoría de Bolano podía merecer todos mis respetos—. Me he convertido en una especie de especialista de todos los acueductos que proceden del Anio.

—¿Ésos tan largos construidos por Calígula y Claudio?

—Y el viejo monstruo, Anio Vetus.

—Los he visto recorriendo la Campiña, claro.

—Una vista magnífica. Se comprende por qué Roma gobierna el mundo. Recogen agua buena y fresca del río y de las fuentes de las montañas Sabinas, las desvían alrededor de elegantes casas en Tíbur, y recorren kilómetros hasta aquí. Es una obra maestra de ingeniería, pero permíteme que lo explique a mi manera.

—Lo siento. —Sus teorías podían ser sensatas pero sentí un repentino terror hacia su retórica. Yo ya había hablado con ingenieros en otras ocasiones. Durante horas y horas—. Adelante, amigo.

—Retrocedamos un poco. Esta mañana ya has discutido con Estatio acerca del Aqua Alsietina.

—Quería que lo pasáramos por alto. ¿Se han encontrado miembros mutilados también allí?

—No. En mi opinión, podemos olvidarnos de ella. Procede de Etruria, al oeste de Roma, y no creo que el asesino se acerque por allí. Ni tampoco al Aqua Virgo.

—¿Ésa no es la que Agripa construyó especialmente para sus baños cerca de Saepta Julia? —Yo conocía bien la Saepta. Además de ser un punto de encuentro tradicional de los investigadores, que yo tenía que evitar para no encontrarme con mis colegas de las clases bajas, la Saepta estaba llena de anticuarios y joyeros, entre ellos mi padre, que tenía una oficina allí. También me gustaba evitar a mi padre.

—Sí, el Virgo procede de un pantano cercano a Vía Collatina, y es casi todo subterráneo. También he descartado el Aqua Julia y el Tépula.

—¿Por qué? —pregunté.

—Nunca he oído que en ellos se haya encontrado nada relacionado con esos crímenes. El Julia tiene su origen en un depósito que se encuentra sólo a quince kilómetros de Roma, en la Vía Latina. El Tépula no está lejos de allí.

—¿Cerca del lago Albano?

—Sí. El Julia y el Tépula llegan a Roma a través de las mismas arcadas así como también el viejo Aqua Marcia, y ahí es donde mi teoría cruje un poco, porque en el Marcia también ha habido hallazgos.

—¿De dónde viene el Marcia?

Bolano abrió la mano en un gesto triunfante.

—Es uno de los cuatro grandes procedentes de las Sabinas.

Fingí que comprendía lo que eso implicaba.

—Todas esas conducciones, ¿están unidas de alguna manera? ¿Puede transportarse el agua de uno a otro acueducto?

—¡Eso es precisamente lo que ocurre! —Bolano creía que me estaba enseñando lógica—. En toda la red hay puntos en los que las aguas de un acueducto pueden ser desviadas a otro si necesitamos más suministro, o si queremos cerrar una parte del sistema para trabajar en él. La única limitación es que hay que desviar desde un acueducto alto hacia otro más bajo, el agua no se puede subir. En cualquier caso, al llegar aquí, el Claudia, el Julia y el Tépula comparten un mismo depósito. Esto tal vez sea interesante. Lo que también podría ser relevante es que el Marcia tiene una importante conducción que comunica con el Claudia. El Claudia llega a Roma con el Anio Novo. Ambos discurren por arcadas que se unen en un grupo de arcos cercanos a la ciudad.

—¿En un canal?

—No, en dos. El Claudia fue construido primero. Se unen bajo tierra. —Hizo una pausa—. Mira, no quiero confundirte con tecnicismos.

—Ahora mismo te pareces al maldito Estado. —Sin embargo, tenía razón. Yo ya estaba harto de todo aquello.

—Lo único que quiero decir es que no me sorprendería que las manos humanas aparecidas en Roma hayan sido depositadas en el agua muy lejos de la ciudad.

—¿Quieres decir que entran en el sistema en dirección contraria? ¿Antes de que los canales estén cubiertos o pasen bajo tierra?

—Mucho más que eso —respondió Bolano—. Apuesto a que las dejan justo en el manantial.

—¿En el manantial? ¿En lo alto de la montaña? ¿Seguro que un objeto tan grande como una mano puede llegar flotando hasta Roma?

—Hemos hecho pruebas con calabazas y la corriente las trae. Extraemos montones de guijarros que no se han posado en los depósitos. Llegan perfectamente redondos debido a la fricción.

—Y esa fricción, ¿no destruiría una mano?

—Es posible que bajen flotando sin problema. De otro modo, aún habría miembros mutilados en el fondo de los depósitos. O que haya restos que han llegado a Roma tan pulverizados que nadie advirtiera lo que eran.

—Así, si algo ha bajado flotando sin pulverizarse, ¿cuánto tiempo tardaría en llegar hasta aquí?

—Le sorprendería saberlo. Incluso el Aqua Marcia, que tiene una longitud de ciento veinte kilómetros después de su curso sinuoso en el campo para regar unos bancales, sólo tarda un día en traer el agua a Roma. En los más cortos, es cuestión de horas. Como es natural, la fricción hace más lento el avance de un objeto, pero yo diría que no mucho.

—Entonces, ¿intentas convencerme de que ese psicópata tal vez esté trabajando en el campo, en algún lugar como Tíbur?

—Seré más concreto. Apuesto a que tira esos fragmentos al río Anio.

—No puedo creerlo.

—Bueno, sólo es una sugerencia.

Hablaba con un hombre acostumbrado a exponer buenas ideas de las que los incompetentes de sus superiores hacían caso omiso. Había ido más allá de las sugerencias. Yo podía tomarlo o dejarlo. La propuesta sonaba demasiado traída por los pelos y, sin embargo, en cierto modo era ridículamente factible.

No supe qué pensar.

XXVI

Por fortuna, pude posponer mi opinión respecto a lo que Bolano había dicho, ya que primero había algo más urgente que investigar.

Quedé en encontrarme con Petronio en la plaza de la Fuente, llegué a primera hora de la tarde y vi que me había perdido el almuerzo con Helena. Ella ya había comido el suyo, suponiendo que yo ya habría almorzado fuera. Mi segundo descubrimiento fue saber que, como Petronio apareció buscándome, Helena le dio mi comida.

—Cuánto me alegro de tenerte en la familia —comenté.

—Gracias —sonrió—. Si hubiésemos sabido que estabas a punto de llegar, te habríamos esperado, claro.

—Han quedado unas cuantas aceitunas —intervino Helena en tono pacificador.

—¡A la porra! —dije.

Cuando nos tranquilizamos, volví a lo que Bolano me había contado. Petronio fue más insistente que yo con la idea de que el asesino vivía en el campo. Tampoco se tomó mucho interés en mis recién adquiridos conocimientos sobre los acueductos. En realidad, como socio, estaba más celoso que el demonio. Lo único que quería era contar lo que él había averiguado.

Al principio no se lo permití.

—Si Bolano tiene razón y los asesinatos se cometen en la Campiña o en las montañas, tendremos problemas.

—No pienses en ello. —Hablaba la voz de la experiencia de Petro en los vigiles—. Si tienes que salir de Roma, los problemas de jurisdicción son una pesadilla.

—Tal vez Julio Frontino pueda vencer los galimatías habituales de la burocracia.

—Necesitará varias legiones. Intentar abrir una investigación fuera de los límites de la ciudad es una atrocidad. Los políticos locales, los magistrados locales en estado semicomatoso, los inútiles que se dedican a la captura de ladrones de caballos, los viejos generales retirados que piensan que lo saben todo porque una vez oyeron a Julio César aclararse la garganta…

—Muy bien. Primero seguiremos todas las pistas de Roma que nos parezcan factibles.

—Gracias por tu sensatez, Marco Didio. Si bien he sido siempre un admirador de tu enfoque intuitivo…

—¿Quieres decir que mi método huele mal?

—Si quieres puedo hasta probarlo. Los procedimientos policiales políticos son los únicos que dan resultado.

—¿Ah, sí?

—He identificado a la chica.

Al parecer su método tenía algo que lo avalaba: ese ingrediente místico llamado éxito.

Helena y yo lo pusimos nervioso negándonos a hacer preguntas por más impaciente que estuviera por contárnoslo todo. Permanecimos tranquilos, molestándolo con la discusión de si su identificación era más útil que la información que yo había obtenido y que podía aportar ideas que llevasen a soluciones.

—O dejáis de importunarme —espetó Petro— o me voy a interrogar a ese hombre yo solo.

—¿Qué hombre, querido Lucio? —le preguntó Helena con amabilidad.

—Un hombre llamado Cayo Cicurro, que esta mañana denunció a la Sexta Cohorte que había perdido a su querida esposa Asinia.

Lo miré con bondad.

—Mira, Falco, esta información es mucho más útil que perder las mejores horas de tu turno comprobando que si meas en Tíbur por la mañana, al día siguiente estarás envenenando a las personas que desayunen en la taberna cercana a los baños de Agripa.

—No me has escuchado, Petro. El agua que abastece los baños de Agripa procede del Aqua Virgo, que tiene su origen en la Vía Collatina, no en Tíbur. Además, el Virgo sólo tiene treinta kilómetros de longitud, comparado con el Marcia y el Anio Novus, que miden cuatro o cinco veces más, por lo que si meas en el pantano por la mañana y tenemos en cuenta lo despacio que el aguador de la posada va y viene de la fuente hacia tu hipotética taberna, tu residuo tóxico pasará de su cubo a las jarras de vino a media tarde aproximadamente.

—¡Por todos los dioses! ¡Eres un engreído y un cabrón! ¿Quieres que te cuente lo que he averiguado, o prefieres seguir con tus tonterías?

—Me encantará escuchar lo que tengas que contarme.

—Entonces deja de sonreír como un estúpido.

Por fortuna, quizás, en esos momentos llamó Julio Frontino y entró. No era de esos que se sentaban y esperaban que le informáramos cuando nos apeteciera.

Gracias a Júpiter, Juno y Minerva, teníamos noticias fiables que darle.

—Falco ha estado estudiando unos hechos y unas cifras fascinantes acerca del suministro de agua —dijo Petronio Longo con cara de palo. Qué Jano tan hipócrita…—. Mientras, debido a mi contacto personal con los vigiles de la Sexta Cohorte, he sabido que un hombre llamado Cayo Cicurro ha denunciado la desaparición de su esposa. El nombre de ésta es Asinia. El mismo que había en el anillo que usted nos trajo, señor.

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