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Authors: Lindsey Davis

Tags: #Histórico, intriga

Tres manos en la fuente (31 page)

Milvia, con poco más de veinte años, aún no tenía la cara lo bastante dura para replicar. Ya le llegaría pero, por suerte, Petronio la había conocido antes de que se le agriase el genio. Impotente, pero como una auténtica fierecilla luchadora, cambió de tema petulantemente.

—De todas formas, yo había venido a hablar de otra cosa.

—No me importunes —dije.

—Yo quería pedirle ayuda a Petronio.

—Sea para lo que fuese, tu marido ya lo ha impedido.

—¡Pero es muy importante!

—Difícil. Petro está inconsciente y además está harto de ti.

—¿De qué se trata? —le preguntó Helena, que había notado auténtica histeria en la voz de Milvia. Yo también la había notado pero no me importaba. La chica estaba al borde de las lágrimas. Un buen golpe de efecto. Si no se hubiera acostado con Milvia, Petronio se habría enamorado de ella, pero a mí no me impresionó.

—¡Oh, Falco, no sé qué hacer! Estoy tan preocupada…

—Entonces, dinos qué ocurre. —Los ojos de Helena tenían un brillo glorioso que indicaba que podía perder la paciencia de un momento a otro y pegarla con un plato de corazones de apio en adobo. A mí me apetecía verlo aunque, a decir verdad, prefería comérmelos. Era probable que nos los hubiera traído mi madre, y si eran de nuestra huerta familiar de la Campiña, serían sabrosísimos.

—Quería pedirle un favor a Petronio, pero como no está, tendrá que ser usted quien me ayude, Falco.

—Falco está muy ocupado —respondió Helena con energía, desempeñando el papel de experta secretaria.

—Sí, pero puede estar relacionado con el trabajo que están haciendo con Petronio —prosiguió Milvia impertérrita. Los corazones de apio volvían a estar en peligro, pero tuve suerte porque las siguientes palabras que pronunció la chica la dejaron atónita. En realidad, nos asombraron a los dos—. Mi madre ha desaparecido —dijo—. Fue a los juegos y no ha regresado más. ¡Me parece que ha sido secuestrada por ese hombre que descuartiza mujeres y las tira a los acueductos!

Antes de que Helena pudiera detenerme, me encontré diciéndole con crueldad que, de ser cierto, ese bastardo tenía un gusto espantoso.

XLIV

Yo estaba dispuesto a despedir a la desolada Milvia con palabras todavía más duras, pero fuimos interrumpidos por Julio Frontino en una de sus habituales visitas de control.

Con aire paciente, me indicó que continuase, pero yo le expliqué que la chica pensaba que su desaparecida madre había sido secuestrada por nuestro asesino y que había venido a pedirnos ayuda. Probablemente dedujo que yo no me había creído ese lastimero cuento incluso antes de que yo comentara:

—En una situación como ésta, el verdadero problema es que da ideas a la gente.

Cualquier mujer que pase en el mercado una hora más de lo previsto es susceptible de ser considerada la siguiente víctima.

—¿Y el peligro está en que pasemos por alto a las verdaderas víctimas? —Hacía mucho tiempo que no me contrataba una cliente inteligente.

—Mira, Milvia —intervino Helena—, cuando desaparece un miembro de la familia, las razones suelen ser domésticas. Según mi experiencia, las cosas se complican cuando una viuda poderosa va a vivir con sus parientes políticos. Recientemente, ¿habéis tenido alguna pelea familiar?

—¡Claro que no!

—Eso suena bastante insólito —dijo Frontino sin que nadie le diera pie a hacerlo. Yo había olvidado que, para llegar a cónsul, tenía que haber ocupado primero altos cargos judiciales y estaba acostumbrado a interrumpir declaraciones con comentarios cáusticos.

—Balbina Milvia —dije—, éste es Julio Frontino, el ilustre ex cónsul. Te advierto seriamente que no le mientas.

Milvia parpadeó asombrada. Yo sabía que su padre solía invitar a miembros del gobierno a cenar, a beber y a disfrutar de las atenciones de bailarinas o bailarines, lo que entre los dignatarios supremos se conoce como hospitalidad, aunque para el pueblo llano no sean más que sobornos. Un cónsul podía ser algo nuevo.

—¿Ha habido discusiones en tu casa? —repitió Frontino con toda frialdad.

—Bueno, posiblemente.

—¿Sobre qué cuestión?

Sobre Petronio Longo, hubiera apostado yo. Fláccida se veía obligada a regañar a Milvia por acostarse con un miembro de la Brigada de Investigación de los vigiles.

Luego Fláccida se había divertido contándoselo a Florio. Éste, por su parte, podía culpar a Fláccida de la infidelidad de su hija, bien porque pensase que ésta la permitía o al menos por haberla malcriado. En esa casa tenía que haber un buen lío.

—Mire, señor —intervino Helena—, por si no está al corriente de esto, debo explicarle que estamos tratando con una importante banda del crimen organizado.

—Un grupo al que no beneficiaría en absoluto una investigación oficial —presioné.

—Primero una cosa y después otra, Falco —dijo el cónsul con descaro.

—Si crees que tu madre ha muerto, no se te ve muy triste —dije, mirándola fijamente.

—Oculto mi dolor con valentía.

—¡Qué estoica! —Tal vez pensaba que si liquidaban a su madre todavía sería más rica. Quizá por eso tenía tanta prisa en asegurarse.

Frontino golpeó la mesa con el dedo, para llamarle la atención.

—Si el criminal que andamos buscando ha secuestrado a tu madre, seguiremos investigando con todo el vigor; pero si resulta que se ha ido a pasar unos días a casa de una amiga como consecuencia de una pelea, no entorpezcas nuestro trabajo con una queja trivial. Y ahora responde: ¿ha existido esa pelea?

—Es posible —Milvia se revolvió en el asiento y miró al suelo. Otras chicas de su categoría se revolvían mucho mejor, pero Milvia no había ido a la escuela. Los hijos de los gángsters tienen problemas de relación con los otros alumnos, y sus padres no permiten que adquieran malas costumbres y mucho menos valores morales. Milvia había recibido una pródiga educación a base de tutores, los cuales debían de estar aterrorizados porque no habían encontrado nada a lo que sacar partido. Sin lugar a dudas, habían tomado el dinero, habían comprado unos cuantos libros para adornar el aula y se habían gastado el resto del presupuesto para equipamiento adquiriendo pergaminos pornográficos para ellos.

—¿Has tenido algún problema con tu madre o lo ha tenido ella con tu marido? —Si Petronio me fallaba como socio, lo mejor que podía ocurrirme era que el ex cónsul ocupase su lugar. Enseguida se metió de lleno en el interrogatorio y parecía pasárselo de maravilla. Qué pena que lo hubieran nombrado gobernador de Bretaña. Cuánto talento desperdiciado…

Milvia se alisó las costosas faldas que llevaba con una mano de dedos pequeños, llenos de anillos.

—El otro día, mamá y Florio montaron un buen número.

—¿Número?

—Bueno, una pelea terrible.

—¿Por qué?

—Por un hombre del que he sido amiga.

—¡Bien! —Frontino se incorporó en su asiento, como un juez que quiere marcharse a casa a almorzar—. Mira, jovencita, tengo que advertirte que tu situación doméstica es seria. Si un hombre descubre que su mujer ha cometido adulterio, la ley lo obliga a divorciarse de ella.

Si algo había pensado Milvia alguna vez era que, para poder seguir disfrutando del dinero de su padre, Florio y ella no debían separarse. No era una idealista dispuesta a sacrificar todos sus bienes a cambio del amor verdadero con Petro. A Milvia le gustaban demasiado sus cofres de piedras preciosas y sus hermosas cuberterías de plata. Parpadeó como un conejo tímido y preguntó:

—¿Divorciarse?

—De otro modo —respondió Frontino, que había notado su vacilación—, el hombre puede ser llevado a los tribunales acusado de ser su proxeneta. Que se deshonre a una matrona romana es algo que no podemos tolerar. Supongo que comprendes que si tu marido te sorprende en la cama con otro hombre, tiene derecho a mataros a ambos.

Todo eso era cierto. Para Florio sería la ruina. No mataría a su esposa y a Petro en un ataque de celos, y si era juzgado por las antiguas leyes de escándalo público por proxeneta, todo el mundo se reiría de él.

—Me gusta el sentido del humor que tiene el cónsul —le dije a Helena en voz alta.

—Su sentido de la justicia, Marco Didio —replicó Helena, fingiendo reprobación.

—Prefiero no ser el causante de vuestra desarmonía matrimonial —le dijo Julio a Milvia con amabilidad. Era un hueso duro de roer y ya había tratado con chicas de pocas luces. Veía más allá de sus brillantes sedas y sus grandes ojos pintados, y sabía lo peligrosas que podían ser—. Tendré que estudiar con calma lo que hoy se ha hablado aquí. Por lo que veo, quieres conservar tu matrimonio, por lo que terminarás cuanto antes esa aventura amorosa. Y todos te deseamos mucha suerte.

Milvia estaba atónita. Los extorsionadores de su familia poseían una legión de abogados, que se habían hecho famosos por descubrir estatuas pasadas de moda con las que martillear al inocente. Le resultaba completamente nuevo saberse víctima de una antigua legislación, por no hablar de verse sometida a un delicado chantaje por parte de un senador de alto rango. Frontino estaba tan simpático que a ella debieron entrarle ganas de gritar.

—Y por lo que respecta a la desaparición de tu madre, está claro que sin ella te quedas completamente desamparada. Tienes que hacer todo lo que puedas para averiguar si se ha refugiado en casa de una amiga o un familiar. Si el tiempo se lo permite, Falco investigará en tu nombre, pero si no presentas una prueba de que ha sido secuestrada, esto es un asunto privado. Puede haber muchas otras explicaciones, aunque si se ha cometido un crimen, el asunto es competencia de los vigiles, ¿no?

—Sí, pero yo no puedo acudir a ellos. —Frontino me miró—. Tal vez no se muestren muy simpáticos, señor. Se pasan mucho tiempo investigando casos en los que la mujer desaparecida está seriamente implicada en su desaparición. Es posible que Fláccida no sea para ellos la ama favorita a la que rescatar. Necesito ayuda —dijo Milvia entre sollozos.

—Contrata a un investigador —le espetó Helena.

Milvia abrió su boquita de rosa para lamentarse de que precisamente había venido para eso y entonces se fijó en la palabra «contratar». Naturalmente, Petro no le habría cobrado.

—¿Tengo que pagarle, Falco?

—Se considera una cortesía —respondió Helena. Era ella quien llevaba la contabilidad.

—Muy bien, de acuerdo.

—Por anticipado —dijo Helena.

Frontino se divertía. Por nuestro trabajo en su investigación le dejábamos que nos pagase cuando lo termináramos.

XLV

Su ilustrísima no quedó contento cuando le informé de que había perdido a la mitad de su equipo por una baja por enfermedad. De la forma que se lo conté, Petronio Longo, ese entregado luchador en contra del crimen organizado, había sido atacado por una banda como venganza por haber eliminado al criminal Balbino Pío. Si antes de contratarnos, Frontino había sido informado de la suspensión de empleo de Petro en los vigiles, pronto comprendería la conexión con Milvia. Yo no iba a contarle nada a menos que preguntase.

—Esperemos que se recupere lo antes posible. Y, ¿cómo ves lo de seguir adelante tú solo, Falco?

—Estoy acostumbrado a hacerlo, señor, y, además, Petronio pronto estará bien.

—No lo bastante pronto —advirtió el cónsul—. Acabo de recibir un mensaje que ha traído un esclavo público que estaba muy excitado.

Entonces abordó el verdadero motivo de su visita: por fin se habían recibido noticias de Bolano. Lejos de abandonar el caso como yo empezaba a sospechar, el secretario del ingeniero había estado muy ocupado. Seguía aferrado a su teoría de que los acueductos que debían investigarse eran los que llegaban a Roma procedentes de Tíbur, había organizado inspecciones sistemáticas de todas las torres de aguas y depósitos de sedimentación de toda la Campiña; al final sus hombres sacaron más restos humanos, un hallazgo importante, nos habían dicho, que consistía en varios brazos y piernas en distintos estados de descomposición cerca de las bocas de acceso de Tíbur.

Julio Frontino miró a Helena como pidiéndole disculpas y dijo:

—Me temo que tendré que robarte a tu marido unos cuantos días. Él y yo debemos visitar un emplazamiento fuera de Roma.

—Eso no es ningún problema, señor —le dijo Helena Justina con una sonrisa—. Lo que necesitamos la niña y yo es precisamente un viaje al campo.

Nervioso, Frontino quiso aparentar que era un hombre que admiraba el espíritu de las mujeres modernas. Yo me limité a sonreír.

XLVI

La desaparición de Fláccida me brindó la oportunidad de presentarme por su casa.

Tenía un día libre antes de que nos marchásemos de Roma, por lo que decidí utilizarlo para investigar por cuenta de Milvia. Es innecesario decir que no era tan divertido como pueda serlo perseguir viudas. Todas las viudas para las que había trabajado hasta entonces no sólo estaban dotadas de suculentas herencias sino que además eran muy atractivas y se derretían ante una sonrisa. En realidad, desde que conocía a Helena había prescindido de ese tipo de clientes. La vida ya era, por sí misma, bastante peligrosa.

Tenía el día libre, ya que aguardaba a que mi compañero de viaje resolviese sus asuntos privados que, naturalmente, eran mucho más complejos que los míos. Tenía unos cuantos sestercios invertidos en tierras que reclamaban su atención y una reputación que cultivar en el Senado, por no hablar de su inminente traslado a Bretaña.

No podía dejar en manos de sus subordinados las preparaciones que requería una estancia de tres años en el otro extremo del imperio. Sus secretarios y los que le doblaban las togas no podían hacerse cargo de lo dura que era esa provincia. Frontino insistió en supervisar las investigaciones de Tíbur. Siempre y cuando no quisiera supervisarme a mí, yo no me opondría a ello. Como romano, tenía pocos conocimientos acerca de las poblaciones vecinas y ninguna potestad, sólo la de miembro de su equipo de investigación en los acueductos. Su presencia me daría más poder. Dado que los habitantes de la zona eran casi todos terratenientes, era más que probable que dificultasen nuestro trabajo. Los ricos tenían muchos más secretos que guardar que los pobres. Aproveché la oportunidad y, mientras el cónsul resolvía sus asuntos privados, fui a la choza de Florio con la intención de espiar un poco. Salió un esclavo que iba de compras, lo agarré por el cuello, le puse una moneda en la mano (a indicación suya, le puse unas cuantas más) y le pregunté si sabía algo de la desaparición de la señora.

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