Trinidad (7 page)

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Authors: Leon Uris

Tags: #Histótico

Yo contemplaba los cuatro rostros, sucios y cansados, deseando que una chispa los inflamara, pero se habían despojado unos a otros de sus locos sueños irlandeses, y aunque Tomas acabó prometiendo a Kevin que le apoyaría, sus palabras no tenían acento de fiesta ni de victoria.

—Os compadezco —decía Tomas— porque el día que la Home Rule se convierta en una amenaza, os encontraréis ante una gran realidad, ya lo creo que sí. Os hallaréis con las turbas orangistas enconadas en su odio y reclamando nuestra sangre a gritos. ¿Está bien así, Daddo?

Los ciegos ojos del anciano se fijaban, nublados, en el infinito. Y las lágrimas de la realidad manaron de ellos.

5

Mi padre y Tomas salieron a despedir a Kevin O'Garvey. Como la casa de los Larkin seguía inundada por la gente del velatorio, nos mandaron que improvisáramos una cama para Daddo delante del hogar de la nuestra. Conor cogió otra botella de
poteen
de las viudas mientras yo improvisaba un jergón de heno, cubriéndolo con el preciado edredón de plumón de ganso que mamá había comprado con el dinero de los huevos en la feria de Muff, antes de nacer yo. Estuve reanimando el fuego hasta que regresó Conor y puso la botella en manos de Daddo.

—Por más que predique, tu padre ha sido el mayor soñador de todos —le dijo Daddo a Conor—. Conozco a Tomas desde su primer llanto de recién nacido… No pesaría, no, ni la mitad de lo que pesaba Seamus cuando Kilty y yo lo carreteábamos por todo Donegal para escuchar a Daniel O'Connell.

Otro largo trago de aquel whisky se abrió camino todavía, gaznate abajo, siguiendo la vieja senda, trillada ya por muchísimos litros.

Conor y yo le llevamos hasta el jergón. Sus articulaciones crujían como si estuvieran mal soldadas. Le apoyamos la espalda contra la pared y apagamos la linterna, dejando sólo la menguada claridad del fuego de turba. Ser tan menudito tenía sus ventajas; yo me acurruqué junto al anciano, mientras Conor cogía un taburete bajo.

—El mayor soñador de todos —repetía lentamente el viejo, desatándose las envolturas de las manos y dejando al descubierto una masa de nudillos hinchados por el reumatismo. Se roció las manos de
poteen
y se las froto para que penetrase el líquido, gimiendo mientras intentaba flexionar los dedos—. Tomas no es menos Larkin que lo era Kilty, aunque no sigan el mismo camina—. He conocido a todos los Larkin. Conocí a tu bisabuelo Ronan, y también a tus tíos abuelos. La familia huyó de Armagh y se vino a Inishowen poco antes de nacer yo… que fue el año 1803, el mismo que colgaron a Emmet en Dublín.

Nosotros permanecimos debidamente fascinados por el hechizo que derramaba el anciano
shanache
al remontarse en un vuelo de sueños mientras sus pensamientos saltaban de acá para allá como un duendecillo picarón. Sin tener más que a nosotros dos, Conor y yo, como privilegiados oyentes, fue pescando por el mar del tiempo en busca del momento propicio para iniciar la odisea de los Larkin.

A finales del siglo XVII, los irlandeses habían disipado sus energías combatiendo en una docena de rebeliones contra el dominio británico. El clan de los O'Neill fue el más alborotador y se levantó no menos de tres veces ya en aquel siglo. La mayoría de sus tierras habían pasado a manos de la aristocracia británica, que los desposeyó de ellas, sustituyendo a la gente del país con decenas de millares de escoceses. El Ulster fue colonizado como una plantación, para proteger la Corona contra los indígenas católicos.

Oliver Cromwell marcó el cenit de la degollina de irlandeses y después de aplastar otro levantamiento de los O'Neill, se adueñó de las tierras que quedaban en la antigua demarcación de Inishowen y Ballyutogue para pagar a sus oficiales y soldados. Cuando Cromwell hubo terminado la tarea, los católicos poseían menos del cinco por ciento de su propio país. La mayoría fueron desterrados al oeste del río Shannon… el infierno, o Connaught.

Con objeto de quebrar todo futuro espíritu de rebelión y asegurarse la conquista, un Parlamento de Dublín de ascendencia protestante aprobó una serie de leyes penales que reducían a los católicos a la condición de utensilios, sin ningún derecho como personas.

A ningún católico se le permitía poseer tierras.

A ningún católico se le permitía votar.

A ningún católico se le permitía desempeñar ningún cargo público.

A ningún católico se le permitía ser empleado civil del Estado.

A ningún católico se le permitía poseer un arma.

A ningún católico se le permitía ser dueño de bienes por valor de más de cinco libras.

A ningún católico se le permitía recibir instrucción, ni dentro ni fuera de Irlanda.

Ningún católico podía cobrar más de un tercio del valor de sus cosechas.

A ningún católico se le permitía ejercer como abogado, médico, comerciante u otra profesión liberal.

La religión católica estaba casi completamente prohibida y no se le daba facilidad alguna para formar nuevos sacerdotes, al paso que se proscribía a los instruidos en el extranjero.

Todos los católicos estaban obligados a pagar un tributo a la Iglesia protestante anglicana.

Esto dio origen a misas secretas. A los sacerdotes que regresaban del continente los perseguían, los colgaban, los arrastraban y los descuartizaban en las plazas de los municipios del Ulster.

Conor hurtó una chupada de la pipa que había llenado y encendido para Daddo.

—La hora más negra de Inglaterra —decía el viejo. Como si personalmente hubiera oído pronunciar aquellas palabras, recitaba a Edmund Burke—: «El código penal era un aparato destinado a empobrecer a los irlandeses y despojarlos hasta de su naturaleza humana, un aparato tan ruin como no hubiera inventado jamás otro peor el genio del hombre.» —Daddo chupó la pipa y suspiró—. Tales eran sus mismísimos pensamientos, y lo que es más, un lord canciller dictaminó en cierta ocasión que la ley no presume que exista ningún irlandés católico Romano. En fin, nos arruinaron de tal modo que ningún mendigo de Londres habría trocado su suerte con un campesino irlandés —Daddo sostenía la botella de
poteen
delante de la cara, como si realmente pudiera verla—. Y se maravillan de que bebamos tanto, como si no fuera la única manera de conjurar la demencia total por lo que nos impusieron. Pero chavales… hasta cuando nos encontrábamos en los momentos más difíciles, conservamos vivo el antiguo idioma y no dejamos nunca de escribir música y poesía, y nos agarramos tan furiosamente a nuestra religión como nos habíamos agarrado a la botella… Como sabéis, yo fui maestro de valla
[1]
de vuestros padres.

Gran parte de los inmigrantes escoceses del Ulster huían de la persecución religiosa de los ingleses. Los presbiterianos no tardaron en verse bajo multitud de disposiciones del código penal como gente «no anglicana», inferior. Esto desató un éxodo de escoceses e irlandeses hacia el Nuevo Mundo, donde se convirtieron en la reserva del movimiento pionero americano, soldados del ejército revolucionario, antepasados de muchos grandes americanos (entre los que se cuentan bastantes presidentes) y espina dorsal del naciente Canadá.

Los presbiterianos que se quedaron en el Ulster eran de opiniones liberales y de espíritu emparentado con los atormentados católicos. Figuraron entre los primeros republicanos.

Para protegerse de la perversa política agraria se unían todos en la lucha contra los terratenientes y sus agentes. Steel-boys, Peep O Day Boys, Heart of Oak Boys, todos cabalgaban de noche, entregados a la tarea de helarle la médula espinal al opresor y mantener rentas y derechos dentro de límites humanos.

Hacia finales del siglo XVIII se produjo un cambio impresionante en el Parlamento de Dublín. Inspirada por los principios de la Revolución francesa, una nueva generación —protestantes de la clase media superior, incluso algunos descendientes de Cromwell— empezó a considerarse irlandesa antes que otra cosa. Dejando ya de servir de sello de la Corona, buscaron la manera de sacudirse el yugo inglés. Animado por un espíritu de reforma, el Parlamento de Dublín empezó a desandar el camino y abolió aquella inicua ley penal. Por los años 1790 se permitió que los católicos participaran en los arriendos de tierras.

Pero era tan grande la sed de tierras de éstos que en las subastas de terrenos en arriendo pujaban, arrojando al viento cautelas y realidades, dispuestos a vender el alma por conseguir los campos. Así empezaron a dejar atrás en sus ofertas a los presbiterianos, cuya privilegiada situación empezó a desmoronarse. Ello despertó sentimientos de cólera, miedo y pánico, y los Peep O Day Boys, que habían cabalgado contra el terrateniente, empezaron ahora a galopar contra la nueva amenaza: el indígena católico que trataba de reconquistar su tierra.

Los Catholic Defenders respondieron a un ultraje con otro y hasta perpetraron unos cuantos de su propia cosecha. El Ulster se convirtió en escenario de saqueos y pillajes entre un campesinado católico hambriento de tierras y un campesinado presbiteriano ya situado.

—Fue más o menos por esta época cuando los Larkin de Armagh entraron en escena —iba diciendo Daddo—. Ronan, tu bisabuelo, era el jefe de los Defenders de aquel condado. En 1795 se entabló una lucha definitiva entre los Peep O Day Boys y los Defenders. La contienda se libró cerca del municipio de Armagh, en un lugar llamado el Diamond, y fue una batalla encarnizada. Treinta chavales nuestros murieron allí, entre ellos dos hermanos Larkin. Ronan no había concitado la pelea, pero tuvo que intervenir para salvar a nuestras fuerzas, y, triste es decirlo, los protestantes salieron victoriosos.

»Tan dulce hallaron el triunfo que lo compararon con la victoria del rey Guillermo de Orange sobre Jacobo en el Boyne, un siglo antes, y en su honor cambiaron el nombre de la cuadrilla por el de Orange Society… nombre que en lo sucesivo haría correr escalofríos por nuestro cuerpo.

»Así quedamos separados para siempre de los presbiterianos, que habían sido hermanos nuestros. Y la aristocracia británica los utilizó a su antojo para aplicar el antiguo principio de «divide y vencerás».

La alianza para la liberación de Irlanda fue una cosa rara. El frente intelectual y político lo dirigían descendientes de anglicanos a los que se sumaba en las zonas rurales el campesinado católico. Estas dos facciones se aliaron desarticuladamente bajo la bandera de los United Irishmen, entidad dirigida por un soñador y caminante solitario irremediable, Theobald Wolfe Tone, que había renunciado a la clase de la que descendía.

Miles de irlandeses, restos de los ejércitos derrotados, habían huido en diversas épocas de la historia a las acogedoras costas de Francia. El París de fines de siglo estaba saturado del opio de la rebelión. Aquí Wolfe Tone defendió la causa irlandesa. La Francia católica sentía cierta afinidad por la católica Irlanda, la suficiente para convertirse en desganado aliado, la víspera de la insurrección de los United Irishmen de 1798.

Estos se habían fijado como meta la emancipación de los católicos. Después de las guerras campesinas, los presbiterianos del Ulster temblaban de miedo, temiendo por su propia supervivencia. A medida que se extendía el levantamiento, millares de miembros de la Orange Society se unieron a la Corona, alistándose en el Yeomanry, el cuerpo de alabarderos inglés, y arremetiendo contra los católicos con asesina pasión vengativa.

En el sur de Irlanda, los católicos obtuvieron una efímera victoria. El resto de la rebelión se hundió en pocos días, pues la invasión, apoyada por Francia, fracasó totalmente a causa de una tempestad en el mar que debilitó su flota.

—En el Ulster los presbiterianos del British Yeomanry desataron una orgía de sangre tan asquerosa que un comandante británico dimitió de su puesto, hastiado. Todas las plazas de pueblo del Ulster aparecían enrojecidas por las salpicaduras caídas del poste de los azotes —explicaba Daddo, empezando a adornar las sangrientas andanzas de la Orange Society unida a las fuerzas inglesas—. Las palizas para arrancar a las víctimas nombres de miembros de los Defenders y los United Irishmen dejaron a más de uno tullido para toda la vida. Lord Cornwallis, que había aprendido lo que era perder revoluciones en las colonias americanas, se aseguraba de que su espada no había de volver a rendirse jamás. La locura por aplastar a los católicos se incrementó con la llegada de regimientos de galeses y alemanes de Hesse, decididos a no dejarse superar en la carnicería llevada a cabo por los presbiterianos.

El corazón y el estómago me dolían vivamente mientras Daddo explicaba los horrores perpetrados al aplastar el levantamiento. Daddo canturreó una tonada, pero tenía la voz tan cascada que apenas podíamos distinguirla; luego la reconocimos como una de las canciones que habíamos oído muy a menudo cuando los protestantes celebraban el 12 de julio.

Pobres
croppies
, sabéis que vuestra sentencia ha sonado

Cuando oís el temido redoble del tambor protestante

En memoria de Guillermo enarbolamos su bandera

Y pronto la brillante Orange echará por el suelo al harapo verde.

Abajo, abajo,
croppies
, estaos quietos.

Cuando aquello terminó, Wolfe Tone fue capturado y se suicidó en el calabozo. Se dice que mataron a unos cincuenta mil. No en el campo de batalla; sino la mayor parte asesinados a sangre fría. Ronan Larkin y sus hermanos huyeron y se escondieron en los montes Mourne.

Un orden nuevo y permanente había nacido del levantamiento. Los presbiterianos se separaron para siempre de los católicos. Demostraron su valor y su fidelidad a la Corona y establecieron ese principio del Ulster de lealtad fanática a los británicos. Lo trágico del caso era que dos campesinados se habían dejado arrastrar a un conflicto sectario en el cual no vencería ninguno de los dos, sino la aristocracia británica, dueña de las tierras porque las había robado.

—Al final, Ronan fue traicionado por un confidente. Recordad bien mis palabras, zagales, cuando os digo que los confidentes son el veneno de la vida irlandesa. Guardaos de ellos toda la vida. A Ronan lo cargaron de cadenas y lo llevaron del Mourne a Armagh para atarlo al maldito poste de flagelación, en la plaza. Y le azotaron con tal saña que habríais podido verle los huesos del cuerpo, al descubierto, a través de la carne desgarrada. Luego lo coronaron con brea hirviendo.

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