Siguiendo la costumbre de Flittman, Evy dejaba el carro en la puerta de su casa mientras almorzaba, pero bajaba una manta vieja para proteger al caballo del frío. Subía la avena y la metía unos minutos en el horno para calentarla antes de atarle el morral. El caballo comía con gusto su ración templada. Después le daba media manzana o un terrón de azúcar.
Suponía que hacía demasiado frío para lavarlo a la intemperie, por eso lo llevaba a la cuadra. Cambió el jabón amarillo por uno perfumado y lo secaba con una vieja toalla de baño. Los peones se ofrecían para lavar el caballo, pero Evy insistió en hacerlo ella misma. Dos de esos hombres se pelearon por quién lavaría el carro. Evy puso punto final a la riña resolviendo que lo podían lavar por turnos.
Calentaba el agua del baño de Drummer en un calentador de gas que el patrón tenía en sus dependencias. ¡Ni pensar en lavarlo con agua fría! Lo lavaba con agua tibia y jabón perfumado y lo secaba cuidadosamente con la toalla. A ella nunca le jugó la mala pasada que había inventado para fastidiar a Flittman y relinchaba contento mientras le hacían la limpieza. No cabía duda ninguna, el caballo estaba perdidamente enamorado de Evy.
Cuando Flittman, restablecido ya, volvió al trabajo, el caballo se plantó y no hubo forma de hacerlo salir de la cuadra con Flittman en el pescante. Tuvieron que reemplazar a Drummer por otro animal. Pero Drummer no se dejaba llevar por otro conductor. El jefe estaba a punto de venderlo cuando se le ocurrió una idea genial. Uno de sus dependientes era un poco afeminado y tenía un tono de voz muy suave. Decidió asignarle el coche de Flittmann. Drummer parecía satisfecho y se dejó conducir por aquel joven que tanto se parecía a una mujer.
Así Drummer volvió a su rutina, pero cada día, al pasar por la calle donde vivía Evy, se detenía ante su puerta. No volvía a la cuadra sin que ella bajara, le diera un poco de azúcar y un trocito de manzana, y le dijera: «Buen chico».
—Qué caballo más extraordinario —dijo Francie, después de oír el relato.
—Puede muy bien que sea extraordinario —contestó la tía Evy—, pero no hay duda de que sabe lo que quiere.
Francie había decidido empezar su diario porque todas las heroínas de las novelas tenían uno, y lo llenaban de pensamientos y suspiros. Pensó que así sería el suyo, pero exceptuando alguna que otra observación romántica con respecto a Harold Clarence, el actor, sus comentarios eran prosaicos. Hacia el final del año recorrió las páginas leyendo un párrafo aquí y otro allá.
8 de enero. La abuela Rommely tiene un baúl tallado que fabricó su abuelo en Austria hace más de cien años. Allí guarda un vestido negro y una enagua blanca, zapatos y medias. Es el traje para su entierro, porque no quiere que la entierren con una mortaja. El tío Willie Flittman dijo que él deberá ser incinerado y sus cenizas esparcidas al viento desde la estatua de la Libertad. Cree que en su próxima reencarnación será un pájaro y quiere asegurarse un buen comienzo. La tía Evy opina que ya es un pájaro: uno muy bobo. Mamá me reprendió porque me reí. ¿Es preferible la incineración a que le pongan a uno bajo tierra? Quién sabe.
10 de enero. Hoy papá está enfermo.
21 de marzo. Neeley robó ramitas de sauce del parque McCarren para regalárselas a Gretchen Hahn. Mamá dijo que era demasiado joven para pensar en muchachas. «Para eso hay tiempo», dijo.
2 de abril. Papá ha pasado tres semanas sin trabajar. Tiene algo raro en las manos. Le tiemblan tanto que no puede sujetar nada.
20 de abril. Tía Sissy dice que tendrá otro hijo. Yo no me lo creo porque está completamente plana por delante. He oído que le decía a mamá que lo lleva a la espalda. Me pregunto cómo.
8 de mayo. Papá está enfermo hoy.
9 de mayo. Papá ha ido a trabajar esta noche, pero ha tenido que regresar. Dijo que no le necesitaban.
10 de mayo. Papá está enfermo. En pleno día tiene pesadillas y grita. Tuve que llamar a la tía Sissy.
12 de mayo. Papá ha pasado un mes sin trabajar. Neeley quiere que le den un permiso para trabajar y dejar el colegio. Mamá le dijo que no.
15 de mayo. Papá ha trabajado esta noche. Dijo que se iba a hacer cargo de las cosas de ahora en adelante. Reprendió a Neeley por pretender sacarse un permiso de trabajo.
17 de mayo. Papá volvió a casa enfermo. Algunos chicos le siguieron por la calle mofándose de él. Odio a los chicos.
20 de mayo. Neeley está de repartidor de periódicos. No me deja que le ayude.
28 de mayo. Carney no me ha pellizcado la mejilla hoy, sino en otra parte. Me parece que ya soy demasiado crecidita para vender trapos.
30 de mayo. La señorita Garnder dijo que van a publicar mi redacción sobre el invierno en la revista.
2 de junio. Hoy papá ha vuelto a casa enfermo. Neeley y yo tuvimos que ayudar a mamá a subirle por la escalera. Papá lloró.
4 de junio. Hoy he sacado una A por mi redacción. El tema era «Mi ambición». Tuve sólo una falta: escribí «autor de dramas» y la señorita Garnder me dijo que lo correcto era «dramaturgo».
7 de junio. Dos hombres trajeron a papá a casa; venía enfermo. Mamá había salido. Le acosté y le di café negro. Cuando volvió mamá, dijo que lo había hecho bien.
12 de junio. La señorita Tynmore me hizo tocar la «Serenata» de Schubert. Mamá está más adelantada que yo. A ella le hizo tocar «La estrella vespertina» de Tannhäuser. Neeley dice que nos ha superado a las dos. Puede tocar «La banda sincopada de Alejandro» sin mirar la partitura.
20 de junio. Fui al teatro. Vi
La muchacha del dorado Oeste
. Nunca había visto nada mejor. ¡Cómo se filtraba la sangre por el techo!
21 de junio. Papá faltó a casa dos noches. No sabíamos dónde estaba. Volvió enfermo.
22 de junio. Mamá dio la vuelta a mi colchón, encontró mi diario y lo leyó. Me obligó a tachar todas las veces que había escrito «borracho» y a poner en su lugar «enfermo». Fue una suerte que no hubiese escrito nada contra ella. Si alguna vez tengo hijos nunca leeré sus diarios, porque creo que también los niños tienen derecho a su privacidad. Si mamá lo vuelve a encontrar y a leer, espero que entienda la indirecta.
23 de junio. Neeley dice que tiene una novia. Mamá cree que es demasiado joven. No lo sé.
25 de junio. El tío Willie, la tía Evy, Sissy y su John vinieron esta noche. Tío Willie bebió mucha cerveza y lloró. Dijo que el nuevo caballo que tiene ahora, Bessie, hizo algo más que mojarle. Mamá me reprendió por reírme.
21 de junio. Hoy hemos terminado la Biblia. Ahora tenemos que volver a empezar por la primera página. Hemos leído cuatro veces las obras de Shakespeare.
1 de julio. La intolerancia…
Francie tapó con la mano aquel párrafo, no quería volver a leerlo. Por un instante, pensó que las oleadas de dolor volverían a atormentarla. Pero aquella sensación se desvaneció pronto, pasó la página y siguió leyendo.
4 de julio. El sargento McShane trajo a papá a casa. No lo habían arrestado como creímos al principio. Estaba enfermo. El señor McShane, antes de despedirse, nos regaló, a Neeley y a mí, un cuarto de dólar. Mamá nos obligó a devolvérselo.
5 de julio. Papá todavía está enfermo. ¿Volverá a trabajar alguna vez? No lo sé.
6 de julio. Otra vez tuvimos que empezar con el juego del Polo Norte.
7 de julio. Polo Norte.
8 de julio. Polo Norte.
9 de julio. Polo Norte. El auxilio que esperábamos no llegó.
10 de julio. Hoy abrimos la hucha. Había ocho dólares y veinte centavos. Mis centavos dorados se han puesto negros.
20 de julio. Todo el dinero de la hucha se terminó. Mamá fue a lavar ropa a casa de McGarrity. Yo le ayudé a planchar, pero quemé un calzón y le hice un agujero. Mamá no me deja planchar más.
23 de julio. Conseguí un empleo en el restaurante Hendler, para el verano. Lavo platos de la comida y de la cena. Uso un jabón blando que saco a montones de un barril. El lunes viene un hombre para llevarse tres barriles de desperdicios de grasa y el miércoles vuelve con un barril de jabón semilíquido. Nada se desperdicia en este mundo. Gano dos dólares a la semana y las comidas. No es un trabajo pesado, pero no me gusta ese jabón.
24 de julio. Mamá dice que cuando menos me lo espere seré mujer. No lo sé.
28 de julio. Floss Gaddis y Frank se casarán en cuanto él consiga un aumento de sueldo. Frank opina que el presidente Wilson está llevando las cosas de tal forma que cuando menos lo pensemos nos encontraremos metidos en la guerra. Dice que se casa porque teniendo mujer e hijos no lo mandarán a pelear. Flossie dice que eso no es cierto, que es un caso de amor verdadero. Me da que pensar. Recuerdo cómo se esforzaba Flossie por atraparle hace unos años, cuando él lavaba el caballo.
29 de julio. Hoy papá no está enfermo. Irá a buscar trabajo. Dice que mamá tiene que dejar de lavar para la señora McGarrity y que ya tengo que abandonar mi empleo. Que pronto seremos ricos y nos iremos a vivir al campo. No lo sé.
10 de agosto. Sissy dice que en breve dará a luz. Me pregunto cómo: está plana como una tabla.
17 de agosto. Papá ha trabajado durante tres semanas. Tenemos suculentas cenas.
18 de agosto. Papá está enfermo.
19 de agosto. Papá ha enfermado porque perdió el empleo. El señor Hendler no quiere volver a emplearme en su restaurante. Dice que no puede confiar en mí.
1 de septiembre. La tía Evy y el tío Willie vinieron de visita esta noche. Willie cantó «Frankie and Johnny» intercalando palabras obscenas. La tía Evy se subió a una silla y le pegó en la nariz. Mamá me reprendió porque me reí.
10 de septiembre. Empecé el último curso en el colegio. Mi profesora dice que si sigo sacando A en las redacciones, puede que me permita escribir una obra de teatro para la fiesta de clausura. Tengo una idea hermosa. Una niña vestida de blanco y con la cabellera en cascada sobre la espalda representará el destino. Otras niñas aparecerán en el escenario para decirle lo que desean de la vida y el destino les contestará lo que obtendrán. Al final aparecerá una niña vestida de azul celeste y extendiendo los brazos preguntará: «¿Vale la pena vivir entonces?». Un coro le contestará: «Sí». Pero eso será todo en verso. Se lo conté a papá, aunque estaba demasiado enfermo para entenderlo. ¡Pobre papá!
18 de septiembre. Le pregunté a mamá si me podía cortar el cabello y me contestó que no, porque el cabello largo es la belleza de la mujer. ¿Acaso significa eso que pronto seré una mujer? Así lo espero, porque estoy deseando ser mi propia dueña y cortarme el cabello cuando me venga en gana.
24 de septiembre. Esta noche, al bañarme, he descubierto que estoy haciéndome mujer. ¡Ya era hora!
25 de octubre. Estaré contenta cuando se llene este cuaderno. Ya me estoy cansando de escribir mi diario. Nunca sucede nada importante.
Cuando llegó al último párrafo, no quedaba más que una página en blanco. Tanto mejor. Cuanto antes la llenara, antes terminaría y no tendría que preocuparse de escribir. Humedeció la punta de su lápiz y anotó:
2 de noviembre. El sexo es algo que tarde o temprano entra en la vida de cualquiera de nosotros. Hay quien ha escrito obras de teatro en contra del sexo, los curas lo maldicen desde sus pulpitos, hay incluso leyes que van en contra de él. Pero de nada sirve todo esto. Las chicas en la escuela sólo hablan de hombres y sexo. Sienten mucha curiosidad… ¿Yo también la siento?
Estudió su última frase. Frunció el entrecejo. La borró y volvió a escribir: «Yo también siento curiosidad».
Los chicos de Williamsburg sentían gran curiosidad por todo lo referente al sexo. Se hablaba mucho de ello. Los más jóvenes practicaban cierto exhibicionismo, del tipo: «Yo te muestro el mío y tú me muestras el tuyo». Unos cuantos hipócritas decían evasivamente que jugaban a papás y mamás, o a los médicos. Los más desinhibidos decían que se dedicaban a los «juegos sucios».
En ese barrio se hablaba del sexo cuchicheando. Cuando los niños hacían preguntas, sus padres no sabían qué contestar, simplemente porque no encontraban las palabras adecuadas para el caso. Cada matrimonio tenía sus propias palabras secretas para decirlas en la cama, en la tranquilidad de la noche. Pero sólo unas pocas madres tenían el coraje de repetirlas a la luz del día delante de sus hijos. Cuando los niños crecían, inventaban a su vez palabras que jamás repetían delante de sus propios hijos.
Katie Nolan no se cortaba con las cuestiones físicas ni con las morales. Enfrentaba cada problema con extrema habilidad. No tocaba espontáneamente el tema, pero cuando Francie le hacía preguntas, ella procuraba contestarle de la mejor manera posible. Una vez, cuando eran muy pequeños, Francie y Neeley se pusieron de acuerdo para exponerle a su madre algunas de sus dudas. Se plantaron ante ella, y a Francie le tocó hablar.
—Mamá… ¿De dónde hemos venido nosotros?
—Dios os ha traído.
Los niños católicos solían aceptar de buena gana esta clase de respuestas. Pero la segunda pregunta fue más peliaguda.
—¿Y cómo nos ha traído?
—No os lo puedo explicar sin usar palabras muy complicadas que no llegaríais a entender.
—Di esas palabras complicadas y ya veremos si las entendemos.
—Si las comprendierais no necesitaría decíroslas.
—Explícate en otras palabras. Dinos cómo nacen los niños.
—No, sois demasiado pequeños. Si os lo contara, iríais a decírselo a los demás niños y sus madres vendrían aquí, me insultarían y se armaría un lío.
—Vale, entonces dinos por qué los chicos son distintos de las chicas.
Katie se quedó pensando.
—Bueno, la diferencia principal es que las niñas se sientan cuando van al baño y los niños se quedan de pie.
—Pero, mamá… Yo también me quedo de pie cuando está oscuro y tengo miedo…
—Y yo… —añadió Neeley— me siento cuando…
Katie le interrumpió.
—Bien, todas las mujeres tienen algo masculino, y los hombres algo femenino.
Esta afirmación era tan complicada que los chicos decidieron no ir más allá, y dieron por concluida la discusión.
Cuando Francie, como había anotado en su diario, empezó a hacerse mujer, le hizo a su madre algunas preguntas sobre el sexo. Katie le explicó sencillamente todo lo que sabía. Hubo momentos en que tuvo que usar palabras consideradas obscenas, pero lo hizo con mucho valor y determinación, porque no conocía otras. Nadie le había contado lo que ahora ella le estaba contando a su hija. En aquella época no había libros donde la gente como Katie pudiese aprender cuestiones relativas al sexo. A pesar de las palabras crudas y las frases vulgares, no había nada de repugnante en la explicación de Katie.