Una mochila para el Universo (17 page)

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Authors: Elsa Punset

Tags: #Ensayo, Ciencia

«Esta situación me agobia.»

«Las cosas son complicadas.»

«¡Hazme caso! ¡No me escuchas!»

«Me muero por decirle lo que pienso.»

«¡Quiero irme!»

Vamos a ver ahora las señales de enfado leve. Atención: si alguien se rasca el lóbulo de la oreja, o también entre la nariz y la boca de arriba abajo, quiere decir que te está avisando.

«Lo que dices me molesta…
Me pareces autoritario.»

Otro gesto típico de enfado leve, cuando no quieres ver al otro, es rascarse el ojo.

«No es mi problema,
no quiero verte.»

Y a medida que crece el enfado, vas a sentir picor en la base del cuello, y te rascarás con la mano entera o con el índice. Puede incluso que te agarres el pelo con el puño, mala señal, o que te agarres la nariz.

«Te estás pasando de la raya.»

En cambio, si estás relajado y preparado para buscar una solución, lo más seguro es que hagas esto: mano abierta y relajada, mirada hacia arriba, te rascas hacia fuera.

«Voy a centrarme para encontrar soluciones.»

Otra señal muy típica de apertura y de interés sería rascarse la cara interna de los brazos, y también rascarse las manos abiertas, con las palmas hacia arriba: estás receptivo y dispuesto a abrazar al otro, o a tener en cuenta sus ideas.

Aprender a leer las señales del lenguaje no verbal abre un mundo de posibilidades comunicativas que nos ayudan a comprender mejor a los demás y a expresarnos con más contundencia. Vamos a ver ahora maneras de expresarnos que nos permitan llamar la atención de los demás para capturar su interés y poder transmitir nuestro mensaje de forma eficaz.

RUTA 11. SALIR A LA LUZ DEL DÍA

Hablar en público

La próxima vez que juguéis con la cinturilla elástica de vuestra ropa interior pensad en el hombre que lo ha hecho posible: Walace Carothers, el inventor del nylon y de muchos otros materiales sintéticos, un hombre tan pragmático que para contrarrestar su terror a hablar en público levaba siempre con él una capsulita de cianuro. Y es que Carothers odiaba hablar en público, pero tenía que hacerlo para conseguir fondos para sus investigaciones (consiguió más de cincuenta patentes a lo largo de su vida). A un amigo le confesó que su miedo empeoraba con los años y que tenía que beber para lograr superarlo en alguna medida. No os contaré el final de su vida, pero puedo deciros que pasó lo que tenía que pasar…. Francamente, no vale la pena pasarlo tan mal pudiendo aprender a superar nuestros temores a la hora de hablar en público.

Primero hay que comprender por qué a casi todo el mundo le da miedo, mucho miedo hablar en público, a pesar de lo importante que es poder expresarte eficazmente ante el resto del mundo. Como dice el cómico y guionista Jerry Seinfeld, para la mayoría «el temor a hablar en público es superior al de la muerte. Vamos, que en un funeral preferimos estar en la caja que fuera dando el discurso».

¿Por qué nos da tanto miedo hablar en público?

El psicólogo Matthias Wieser y sus colegas han intentado comprender por qué hablar en público nos aterra a la mayoría. Una de las razones que han encontrado es que cuando somos el centro de atención estamos muy alerta y el cerebro se vuelve particularmente rápido para reconocer determinados tipos de caras en la audiencia, sobre todo aquellas que podrían desvelar pensamientos poco amables hacia nosotros. Nuestra amígdala, la parte emocional del cerebro, está muy alerta ante los posibles peligros y nos impulsa a fijarnos especialmente en las caras enfadadas o tristes. Este mecanismo nos ayudaba antaño a alejarnos de situaciones y comentarios que nos ponían en peligro, y hoy en día seguimos preparados para desconfiar de los grupos que nos observan, por lo que el mecanismo del miedo se desata simplemente pensando en la necesidad de hablar de público.

¿Es normal sentir ansiedad antes de hablar en público?

La ansiedad es normal: en la vida diaria funcionamos en gran parte con un cerebro inconsciente, muy emocional, que nos quiere proteger. Y este cerebro, si se siente amenazado, no va a atender a razones racionales. No sirve que nos repitamos: «No hay peligro, a toda esa masa de gente que no conozco le va a gustar mi discurso». Lo que nos dice el cerebro programado para sobrevivir, el mismo que tenía el hombre primitivo cuando se enfrentaba al león en la selva, es esto: «Estás a punto a enfrentarte a una manada posiblemente salvaje que podría reaccionar de cualquier forma: tirando tomates, enfadándose, silbando, humillándote… ¡Es imposible de prever!». Y nada nos pone más nerviosos que la incertidumbre de no saber qué podría pasarnos al segundo siguiente. Así que si tienes la boca seca antes de hablar en público, si te tiembla la voz, si te sudan las manos y el corazón late deprisa… eres normal. La adrenalina hace que sientas calor porque sube tu presión, tal vez te tiemblen los dedos y se tensan tus músculos.

En resumen: cuando hablamos en público, nuestro cerebro busca activamente las caras más antipáticas y los gestos más adustos de la audiencia, e interpreta como amenazante incluso una mirada ausente, un gesto de cansancio o un bostezo. Tal vez por ello, cuando tengo que dar una conferencia me desconcentra tener una cara inexpresiva en la primera fila y busco instintivamente alguna persona empática que asienta con la cabeza y sonría mientras doy la charla. Si me desconcentro o me siento insegura, recurro a esa persona como a un talismán para recobrar la confianza. Si impides que tu ansiedad se transforme en miedo paralizante, las reacciones fisiológicas que delatan miedo también te darán energía y poder de convicción. No te desanimes porque todos, con práctica, podemos aprender a hablar en público. Es sólo un aprendizaje que requiere ejercicio.

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