Una mochila para el Universo (7 page)

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Authors: Elsa Punset

Tags: #Ensayo, Ciencia

Es lógico que el cerebro tenga que interpretar y completar la realidad que nos rodea porque reconstruye con muy pocos medios la realidad externa. No somos capaces de percibir lo infinitamente grande ni lo infinitamente pequeño. No podemos escuchar los ruidos cósmicos. No podemos oler siquiera lo que huele un perro, ni escuchar lo que escuchar un búho. Así que lo que no podemos ver o percibir, pensamos, como hacen las hormigas, que no existe…

¿Hay algún sentido del que me deba fiar muy poco?

La capacidad del cerebro de inventar la realidad o de redondearla es un atajo que hace más fácil la vida diaria y que afecta a todos nuestros sentidos, sobre todo a la vista.

¿Cuándo se suelen dar las ilusiones ópticas o cognitivas?

Si surge una disonancia entre la realidad y lo que tú esperas de esa realidad, el cerebro probablemente te haga ver lo que esperas en vez de la realidad objetiva. El cerebro va a lo práctico y quiere tener toda la información cuanto antes, ¡por si acaso! Esto lo hace porque el ser humano está programado para descubrir cuanto antes cualquier posible amenaza: es cuestión de supervivencia.

Vamos a ver algunos ejemplos concretos de engaños visuales:

  • – Ilusión óptica: el engañoso efecto de las «tuercas imposibles» de Jerry Andrus
    [5]
    . ¿Cómo puede ser que un palo se tuerza para entrar por entre dos tuercas que aparentemente están en dos ángulos opuestos? Es posible si lo que en realidad estamos viendo es una ilusión óptica, y no la realidad que imaginamos, que no se ajusta a lo que nuestros ojos ven. Nuestro cerebro nos ha vuelto a engañar. En este caso, por la perspectiva y la forma de construir las tuercas, el cerebro ha dado por hecho que estábamos viendo la parte exterior de las mismas, cuando realmente, si las girásemos, estaríamos viendo el interior… Es imposible no equivocarse, el cerebro simplemente ha vuelto a malinterpretar los estímulos que le legan.

  • – «Y que viva la buena vida.»

    Lee este cartel. Si te pasa como a la mayoría de personas no te habrás dado cuenta de que le sobra una palabra. Es lógico: cuando algo falla en un patrón familiar, el cerebro se toma la justicia por su mano y lo corrige por su cuenta. Pensamos con patrones prefabricados porque es una forma cómoda y rápida de pensar que a menudo nos resulta útil para ahorrar tiempo y esfuerzo. Por ello, cuando el cerebro reconoce un patrón lo completa automáticamente y si le sobra una palabra, como en este caso, la elimina sin más. En nuestro ejemplo no importa porque la corrección del cerebro no tiene implicaciones importantes, pero debemos tener en cuenta que esa será siempre nuestra tendencia, y a veces esto implica que no vemos lo que no esperamos ver o lo que no nos interesa ver… y entonces sí que importa porque distorsionamos la realidad
    [6]
    .

¿Puedo hacer algo concreto para que mi cerebro sea más ágil y más astuto?

Para mejorar tu agilidad mental y tu memoria a corto plazo, ¡haz neurobics! El neurólogo Lawrence Katz, de la Universidad de Duke, recomienda esta gimnasia cerebral para aumentar las conexiones entre las células cerebrales. Piensa en tu vida diaria: aunque tengamos vidas ajetreadas, la mayoría tendemos a repetir siempre las mismas rutinas y eso implica que utilizamos siempre los mismos caminos neuronales en el cerebro. Para crear nuevos caminos, haz gimnasia con tus neuronas: estíralas, sorpréndelas, sácalas de su rutina y preséntales novedades divertidas a través de todos tus sentidos. Tendemos a depender de dos sentidos concretos, la vista y el oído; potencia por lo tanto tu sentido del tacto, el olfato y el gusto. Aquí tienes algunas sugerencias:

  • – Vístete o dúchate con los ojos cerrados (tus manos notarán texturas que nunca habías percibido).

  • – Haz el amor de una forma diferente, cerrando los ojos o centrándote en un sentido que sueles usar menos.

  • – Utiliza la mano no-dominante para actividades sencillas, como lavarte los dientes.

  • – Come con los ojos tapados.

  • – Lee en voz alta.

  • – Cambia de ruta para ir a los sitios habituales.

  • – Modifica cualquier rutina, por ejemplo cambia algunos objetos de sitio, como la papelera.

Lo que el cerebro puede hacerles a nuestros sentidos también se lo puede hacer a nuestra forma de percibir la vida, a nuestra capacidad de estar optimistas o pesimistas. Aquí podemos verlo con un ejemplo. Cuenta rápidamente el número de cosas negras que hay en este grafismo:

¿Cuántas cosas blancas has visto? Probablemente apenas te hayas fijado en ellas. Eso es lo que nos ocurre con la tristeza, porque cuando estamos tristes sólo vemos una parte de la realidad… pero el resto también existe.

Un dato curioso es que si ponemos imágenes de muchas cosas distintas en una mesa, somos capaces de encontrar la imagen de una serpiente más deprisa que, por ejemplo, la de flores o ranas (es lógico, porque para sobrevivir siempre ha sido más útil reconocer a una serpiente que a una rana).

Entrena tu cerebro para pensar en positivo.

El cerebro programado para sobrevivir, para fijarse en lo amenazante, puede acabar obsesionado con las situaciones tristes y sin capacidad para percibir las realidades positivas que le rodean. Pero podemos aprender a equilibrar esta manía persecutoria del cerebro: al empezar o al terminar el día, y durante dos semanas, piensa en diez cosas buenas que te han ocurrido pero que te hayan pasado desapercibidas. Este ejercicio es fantástico porque entrenas el cerebro a pensar en positivo.

Cuando notes que te estás escorando hacia lo negativo, plantéate hacer el ejercicio de nuevo.

Vivimos en un sueño fabricado a nuestra medida. En este sueño, uno sólo ve lo que le interesa ver. Es como vivir, pensar y sentir metido en un túnel, sin poder cambiar de dirección. Es bueno salirse del túnel de lo evidente, de las opiniones cerradas, las de uno mismo y las de los demás. ¡Hay que estar abierto a lo inhabitual, a lo inesperado! No perdamos la capacidad de sorprendernos y de descubrir una realidad compleja y apasionante. ¿Cómo lo arreglamos? ¿Cómo dejamos de ser esclavos? Descubramos algunos de los mecanismos principales que nos atrapan en sus redes. Uno de los principales es, sin duda alguna, el miedo.

No se puede vivir con miedo

El miedo es una emoción primitiva y poderosa que nos condiciona hasta límites insospechados porque actúa sobre la parte más emocional, y por tanto más irresistible, del cerebro. Nos avisa de que puede haber peligro y actúa como nuestro guardaespaldas, nos mantiene con vida. Pero para no vivir presos de miedos superfluos o exagerados hay que aprender a reconocer el miedo y a gestionarlo.

El miedo tiene dos respuestas muy diferenciadas: la física y la emocional. La respuesta física se manifiesta cuando sudamos, se acelera el corazón, suben los niveles de adrenalina y la sangre inunda los músculos. Cuando tenemos miedo el cuerpo «grita»: «¡Huye o ataca!» y en efecto se prepara físicamente para huir o para atacar. Es una respuesta automática, fundamental para sobrevivir. Esta respuesta te leva por delante, es más fuerte que la razón. Así como la respuesta bioquímica del cuerpo es una respuesta universal y automática, la respuesta emocional al miedo es particular y depende de cada persona.

¿Por qué hay personas que tienen miedo y otras que no?

En realidad todo el mundo tiene miedo y suele evitar las situaciones de riesgo real. Tememos a menudo lo que nos sorprende, lo que desconocemos, incluso a veces tenemos miedo de cosas absurdas
[7]
. Pero casi todos disfrutamos de la sensación de sentir miedo en un entorno seguro, por ejemplo en el túnel del terror de los parques de atracciones, en las películas… Por eso hay una importante industria del miedo. Tener miedo en el sofá de casa, bien resguardado, es muy divertido. Cuando hacemos deportes de riesgo o en situaciones en las que superamos el miedo, nos invade una sensación física estimulante: el subidón de adrenalina es intenso y emocionante, a la vez que la superación del miedo es placentera y relajante. Esta mezcla resulta muy excitante. Sin embargo, cuando te enfrentas repetidas veces a una situación similar te terminas acostumbrando y tu respuesta fisiológica, la respuesta corporal, disminuye. Para volver a sentir el subidón de adrenalina tendrás que buscar retos cada vez más fuertes. Por eso la gente a la que le gusta arriesgarse lo hace cada vez con mayor intensidad.

¿Cómo aprendemos a tener miedo?

Aunque nacemos con la alarma del miedo programada para sobrevivir, también aprendemos a tener miedo desde muy pequeños. Contaré un experimento algo macabro pero real. Imaginad a un niño de ocho meses, el pequeño Albert, al que unos psicólogos enseñan por primera vez una rata blanca, un conejo, un perro, periódicos quemándose… El pequeño Albert no tiene miedo a nada. Dos meses más tarde, lo ponen sobre un colchón en medio de una habitación con una rata blanca.

Les dejan jugar. En sesiones posteriores, los malvados psicólogos hacen un ruido muy desagradable cuando el niño acaricia la rata: por fin, el pequeño Albert se asusta y lora. Al cabo de unas pocas sesiones, el pequeño lora en cuanto la rata aparece en la habitación, ya sin necesidad de hacer el ruido. El bebé ha aprendido a asociar el ruido con la rata y a temer los dos. Con este experimento, al cabo de un tiempo el pequeño Albert temía no sólo a las ratas sino a cualquier animal con pelo que entrase en la habitación y que le recordase a la rata, incluso un Papa Noel con barba blanca, o un abrigo de pelo, o un perro. Es decir, que el pequeño Albert ya había aprendido a tener miedo
[8]
.

Y de mayores, ¿también aprendemos miedos nuevos?

Sí. Imagina que estás conduciendo y suena una canción de los Rolling en el coche. Y de repente, en una fracción de segundo, aparece una luz que se precipita contra la parte derecha de tu vehículo y algo impacta contra ti. Durante esa fracción de segundo del impacto, todo va a cámara lenta: ves a alguien en la calle con un impermeable que te mira asombrado, ves las ramas de un árbol rozar la ventanilla del coche y por fin éste se estrella.

Acabó el impacto físico. Pero el impacto emocional sigue. La adrenalina y otras hormonas del estrés están disparadas en tu cuerpo y por tanto, si no estás muerto o inconsciente, estás muy alerta. Es algo casi sobrehumano. Todos los detalles del impacto están en tu cerebro, los puedes ver una y otra vez. Durante las semanas posteriores, aunque tu memoria vaya desdibujándose, los detalles seguirán allí y te obsesionarán. Y cuando años más tarde veas un destello de luz como la del accidente, o escuches la música que tenías puesta en el coche, o veas un impermeable como el del hombre que te miraba la noche del accidente… tu cuerpo responderá con mucho miedo. Tienes un recuerdo emocional grabado en el cerebro y a partir de entonces conducir de noche te asusta. Escuchar a los Rolling te recuerda al accidente. Las ramas de los árboles te inquietan. A veces ni recuerdas por qué, pero tu cerebro sí lo recuerda, es su forma de intentar protegerte, y te dice:

«Eh, chico, ¡ese recuerdo es muy importante! Lo pasaste fatal… No lo olvides. Yo te lo recordaré cada dos por tres para protegerte». Es decir, que el cerebro almacena los recuerdos por si pueden ayudar a salvarte en otra ocasión.

Cuando hay un posible peligro, ¿cómo le lega la información a mi cerebro?

Cuando hay una señal de peligro la información le lega al cerebro por dos caminos: por uno largo, consciente y racional que analiza la información despacio, y por otro que va directo a la parte del cerebro más emocional, un atajo inconsciente y automático. Este tipo de miedo —el miedo condicionado, automático, el que siente el pequeño Albert cuando ve algo con pelo, el que siente la persona que tuvo el accidente cuando escuchaba a los Rolling…— es una de las técnicas más útiles de la madre naturaleza para ayudarnos a sobrevivir en un entorno impredecible.

Por ejemplo, imagina que caminas por un bosque y que ves de pasada algo largo y sinuoso que hace un ruido siseante… Antes de que puedas decir o pensar la palabra «serpiente», ya te paralizas. La información está viajando a tu cerebro por dos caminos. Por el largo, buscarás asociaciones con información concreta que tienes almacenada allí: tus recuerdos de infancia de alguna serpiente, las películas de Indiana Jones… Por el otro camino, por el atajo emocional, la información lega de forma mucho más sencilla, sin tanto detalle: la parte emocional del cerebro echa las campanas al vuelo y el cuerpo se paraliza, sale huyendo o ataca. Y lo hace sin que tú le tengas que dar la orden consciente.

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