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Authors: Elsa Punset

Tags: #Ensayo, Ciencia

Una mochila para el Universo (22 page)

¿Esto le pasa a todo el mundo? ¿Son cosas del cerebro masculino o tiene remedio? Claro que hay diferencias entre nuestros cerebros masculinos y femeninos, pero varían de persona a persona y deben considerarse sólo una tendencia que nos afecta en grados distintos y que se debe a muchos factores, sobre todo evolutivos: la educación, la genética, las costumbres que dejan huella en el cerebro… Hay muchos hombres y mujeres que no responden, o sólo responden en parte, a esas tendencias. Más aún: dentro de cada hombre hay una mujer.

¿Cuidas de la mujer que levas dentro?

No son sólo palabras, es una realidad biológica. Los hombres son «derivados» en el sentido de que todos somos derivados de una mujer. Es lo que llaman «la Eva mitocondrial», porque la forma biológica por defecto en la naturaleza es la femenina. Desde que nos conciben hasta las ocho semanas de vida como fetos, todos tenemos circuitos cerebrales de tipo femenino. Después el feto varón empieza a liberar, desde sus diminutos testículos, grandes cantidades de testosterona, la hormona masculina, que impregna los circuitos cerebrales y lo transforma en un niño. El cerebro femenino, en cambio, no se ve expuesto a tanta testosterona y las niñas nacen con circuitos cerebrales en los que zonas como las del oído o las emociones, por ejemplo, son mayores que en el cerebro masculino.

¿Hay alguna zona del cerebro masculino particularmente llamativa?

El espacio reservado en el cerebro masculino al sexo puede ser hasta dos veces y medio más grande que el de una mujer. De allí la frase de Groucho Marx: «No piense mal de mí, señorita. Mi interés por usted es puramente sexual». Dado que en general el sexo juega un papel importante en nuestras vidas, convendría educarnos acerca de lo que suele motivar a nuestras parejas. Por ejemplo, ¿sabías que una mujer necesita estar relajada para poder disfrutar del sexo? Son cosas del cerebro…

Helen Fisher, de la Universidad Rutgers de Nueva Jersey (Estados Unidos), explica además que los dos hemisferios del cerebro masculino suelen estar menos conectados, y eso da a los hombres la habilidad de centrarse en una sola cosa y de disfrutar persiguiendo una meta tras otra. En cambio, el cerebro femenino es capaz de asimilar y conectar muchos sentimientos a la vez; y, por cierto, también tiende a asimilar el amor al sexo más deprisa.

¿Es verdad eso que dicen de que a las mujeres el mundo de las emociones les resulta más natural?

La razón de estas diferencias entre hombres y mujeres probablemente sea evolutiva: antiguamente la mujer se quedaba en el poblado cuidando de sus hijos. La comunicación y la empatía, el sentir por los demás, eran muy importantes para ella y le venía bien conectarlo todo, interpretar las señales sutiles de los que la rodeaban.

Pero el hombre tenía que cazar, y por tanto le era más útil tener un instinto más agresivo, ya que necesitas saber desconectar de determinadas emociones y preocupaciones para salir con una lanza a enfrentarte a un león. Y así, un hombre puede pasar horas pescando, zapeando o viendo fútbol sin pensar en nada especial, centrado en compartimentos mentales estancos, mientras que a las mujeres les resulta más natural conectarlo todo.

¿Pero en el fondo hombres y mujeres sentimos lo mismo?

Absolutamente. Hombres y mujeres sentimos lo mismo aunque lo expresemos a veces de formas distintas. Por ejemplo, en la forma de contar nuestras historias.

Imagina que levas toda la noche de juerga sin tu mujer. Y a la mañana siguiente, ella te pregunta que qué tal. ¿Qué le contestas? Probablemente no expliques gran cosa, y eso a ella la va a fastidiar porque no se va a creer que todos los bares se parezcan tanto ni que en doce horas no hayas hablado de nada interesante, aunque sea verdad. Y es que de entrada, la tendencia del cerebro masculino es ir al grano y contar el final, que de alguna forma es la «meta», sin pararse a darle tanta importancia a los detalles. En esto nos acompaña nuestro caudal verbal, porque de media las mujeres usan unas veinticinco mil palabras al día, frente a las doce mil de los hombres.

A una mujer estresada, ¿le alivia hablar?

Desde luego: a una mujer, cuando está estresada, le alivia hablar, porque necesita expresar sus emociones y cuando lo hace genera progesterona, y eso la calma.

También debemos tener en cuenta cómo nos educan: desde pequeños, el guión típico que se impone a los hombres es no hablar de sus deseos, de sus miedos o de las cosas que les hacen vulnerables. Y por ello a veces hablar puede hacerles sentirse débiles.

¿Por eso los hombres necesitan estar solos cuando se enfadan?

Sí, esa es otra tendencia del cerebro masculino. En estudios con niños y niñas, se ha visto que ya desde pequeños los chicos tienden a necesitar soledad cuando están disgustados (lo llaman «irse a la cueva»), pero luego se les pasa el disgusto antes. En cambio las niñas y las mujeres tardan más en enfadarse con sus amigos, pero luego el «periodo refractario», es decir, el tiempo que se tarda en perdonar al otro, es más largo. Así que es importante comprender estos mecanismos para no tomárselos como algo personal. Tu chica no es rencorosa, es sólo que tiene un periodo refractario más largo que tú.

¿El cerebro masculino es tan sociable como el femenino?

Se ha visto que si encierras a muchos hombres juntos en un lugar tienden a pelearse. En cambio las mujeres, entre ellas, tienden a disfrutar, porque hablan, conectan…

¿Por qué parece más habitual que los hombres se tomen como un insulto personal que alguien les haga una faena con el coche?

Posiblemente se enfaden por dos cosas: por la testosterona y por el coche. Por una parte, los hombres están programados para responder agrediendo o huyendo cuando otro macho de la especie les amenaza (por ejemplo, otro hombre en un coche). ¡Se les encienden todas las alarmas! Por otra parte, los estudios dicen que los hombres se identifican menos con sus cuerpos que las mujeres. En general les gustan más los sistemas y las máquinas, por ello cualquier insulto al coche se lo pueden tomar como algo más personal. Algo que pueden hacer vuestras compañeras para calmaros en una situación así es acariciaros la nuca y murmurar: «Vaya, menudo desgraciado…», para mostrar comprensión, y no miraros como si estuvieseis locos: vuestra airada reacción es sólo porque os identificáis mucho con vuestro coche.

¿Y por qué los hombres suelen disfrutar con los deportes violentos más que las mujeres?

Si eres hombre, ver a tu equipo luchando por ganar incrementa tus niveles de testosterona y te ayuda a identificarte con ideales tradicionales masculinos, como la dominación, la toma de riesgos, la competición… De hecho, cuanto menos activo es un hombre físicamente más puede necesitar compensar esta falta de acción en su vida mirando a otros hombres en acción.

No sólo el hecho de nacer hombre o mujer puede teñir nuestra forma de relacionarnos y de expresar las emociones. Muchos otros elementos nos convierten en lo que somos, y uno de los más insospechados es, sin duda, el orden de nacimiento, que siendo aparentemente anodino y casual podría sin embargo dictar una parte de nuestro destino.

El orden de nacimiento puede afectar tu destino

¿Sabéis que los primogénitos tienden a alcanzar sus metas con más frecuencia que los demás hermanos? Un dato curioso para ilustrarlo: de los primeros veintitrés astronautas que fueron al espacio, veintiuno eran primogénitos y dos eran hijos únicos, que son como superprimogénitos y tienen por tanto muchas probabilidades de conseguir sus metas. En una de las elecciones recientes a presidente de Estados Unidos, de los once candidatos todos eran primogénitos.

Soy primogénito. ¿De qué manera puede este hecho haber influido en mi vida?

Los primogénitos tienen tendencia a asumir el mando con facilidad y a dar la cara. Por ello, suelen elegir profesiones donde puedan destacar. Ya de pequeños, los padres probablemente tenían grandes expectativas con ese primer hijo. Le dedicaron más tiempo, al menos hasta que legó el segundo. Los primogénitos suelen sentirse responsables de sus hermanos y, sobre todo, de no defraudar a sus padres, y tienden por ello a mostrar una madurez y sentido de la responsabilidad notables para su edad.

Mi hermano no se parece en nada a mí aunque hayamos recibido la misma educación. ¿Por qué?

Nos criamos en la misma familia que nuestros hermanos, pero eso no significa que nos traten igual. Cuando lega el segundo hijo, éste suele adoptar el papel opuesto al de su hermano mayor. Así que piensa en tu hermano mayor, sobre todo si sois del mismo sexo, y toma nota: ¿Cuánto de lo que haces es sólo por ser distinto a él? Los segundos tienden a recibir menos admiración y atenciones que el primogénito y aprenden a valerse más por sí mismos. Los hermanos pequeños, en cambio, cargan con menos expectativas y comparaciones y por ello tienden a tomar riesgos y a estar más abiertos al cambio. Como suelen asumir un papel más divertido en las familias, es corriente que elijan profesiones más artísticas o de cara al público.

Sea cual sea nuestro lugar de nacimiento o nuestras circunstancias particulares, los seres humanos tenemos algo en común: la vida nos dota de una larga infancia como bagaje de partida. Cuando un niño nace, tiene un cerebro del tamaño aproximado de un chimpancé adulto. Este cerebro desproporcionado dificulta el propio nacimiento, una característica exclusivamente humana que no le ocurre a ninguna otra especie. Cuando legamos a la edad adulta el cerebro es aproximadamente tres veces más grande que cuando nacimos. Este prolongado proceso de desarrollo implica que necesitamos mucha protección durante nuestra larguísima infancia; ninguna otra especie tiene cachorros que no son capaces de cuidar de sí mismos a los cinco años de nacer. Por ello requerimos una inversión parental notable de nuestros dos progenitores, padre y madre.

Los patrones emocionales que aprendemos en la infancia son muy potentes porque se graban de forma inconsciente y profunda en nuestro cerebro en base a un complicado equilibrio químico, eléctrico y físico. En esa etapa se forma nuestra consciencia, los vínculos de apego que determinan cómo nos relacionamos con los demás, nuestra capacidad para superar obstáculos, para comprender y gestionar nuestras emociones, para motivarnos a nosotros mismos, para controlar los impulsos… Un ejemplo de cómo aprenden nuestros hijos es cómo aprenden los bebés, que están inmersos durante los dos primeros años de vida en el desarrollo del hemisferio derecho de su cerebro, desde donde aprendemos a leer emociones, a regularlas y a interactuar con los demás. La madre o padre, de forma inconsciente, enseñan al niño técnicas de autorregulación que serán determinantes en la vida del pequeño. «Vaya, tesoro, pareces disgustado. Creo que has tomado demasiada leche y que tienes que eructar. Deja que te ayude, verás cómo te sientes mejor. Ves, ya estás sonriendo otra vez», dicen papá o mamá a su hijo. Esta madre o padre acaba de enseñarle al niño todos los aspectos de una emoción. Le ha enseñado a nombrar la emoción —«pareces disgustado»—, es decir, a reconocerla. Le ha enseñado que las emociones y los disgustos tienen motivos: «Has bebido demasiada leche…». Y también le ha enseñado que puede recibir ayuda de otras personas: «Deja que te ayude…». Finalmente, le ha enseñado que cuando te sientes mejor sonríes de nuevo, esto es, que puedes mostrar tus emociones a los demás. Sin entrenamiento previo, esta madre o padre le ha dado a su hijo una clase magistral sobre gestión emocional. Imaginemos en cambio qué habría enseñado a este bebé una madre deprimida, irritada o demasiado ocupada para ayudar al pequeño.

Todos los padres tienden hacia un estilo educativo, generalmente heredado de sus propios padres. Según las investigaciones de John Gottman, tan malo es abusar de un estilo autoritario que despoja al niño de su autoestima como de un estilo permisivo, que no proporciona al menor límites claros y la posibilidad de practicar una buena gestión emocional ante la adversidad y los eventos estresantes.

Educar implica pues un aprendizaje en buena parte imitativo e inconsciente durante el cual el niño absorbe lo que sus padres le enseñan día a día, no por lo que dicen sino por lo que hacen. Imitamos comportamientos y por ello heredamos en buena medida como propia la mirada de nuestros padres al resto del mundo. Si fuera necesario deshacer o modificar estos patrones más adelante, en la edad adulta, requeriremos un trabajo consciente y repetido. Para prevenir la necesidad de desaprender patrones negativos, he aquí algunas reglas del pulgar para padres de hijos afortunados.

Ocho reglas del pulgar para padres de hijos afortunados
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La expresión «regla del pulgar», traducida del inglés
rule of thumb
, se refiere a observaciones generalmente aceptadas y relativamente eficaces basadas en la experiencia práctica. No siempre es fácil acertar en las decisiones y las palabras diarias con las que guiamos a nuestros hijos, y por ello es importante conocer algunos de los principios básicos que guían una educación emocionalmente inteligente.

  1. ¿Crees que se puede mimar demasiado a un bebé? Contrariamente a lo que se solía pensar, es casi imposible mimar demasiado a un bebé, al menos hasta los seis meses. Hay estudios que demuestran que cuanto más cuidas y muestras afecto a un bebé, más independiente y seguro se mostrará cuando empiece a caminar. Los bebés lloran porque es su señal de atención, y si no reciben respuesta se frustran y tienen una imagen insegura del mundo que les rodea.

    Sugerencia: no apresures la autonomía de un niño; el cambio de cama, dejarle solo, quitarle el pañal… no deben legar demasiado pronto. Dale tiempo a sentirse seguro y cuidado, y por tanto querido.

  2. ¿Alguna vez has amenazado con marcharte sin el niño? Aunque las circunstancias puedan ser tremendamente frustrantes —en el parque, en un cumpleaños…—, y aunque nunca fueses a hacerlo, la simple amenaza de abandono es muy dañina para el niño. Especialmente en los primeros años, los padres representan la principal fuente de seguridad y de confianza para el niño, y éste aprenderá a desarrollar vínculos de confianza y de afecto con los demás a lo largo de su vida en función de esos primeros vínculos con sus progenitores. Por ello es fundamental que sientan que sus padres no les abandonarán. El abandono despierta en el niño el fantasma de la muerte, de la desprotección, y por tanto no es una moneda de negociación válida ni justa. Sugerencia: a los niños les cuesta hacer transiciones y calcular el tiempo, por ello conviene avisar de lo que va a suceder a continuación: «Va siendo hora de cenar», «nos iremos dentro de diez minutos», «ve acabando, faltan cinco minutos»… Y así ayudarle a hacer la transición de un momento a otro con naturalidad. Para los más jóvenes, un buen truco es sacar partido a su curiosidad y encontrar fuentes de distracción, como las formas de las nubes o el color de un camión en la calle.

  3. ¿Das por sentado que lo que funcionó con tu primer hijo funcionará con el segundo? Dice David Elkind, de la Universidad de Tufts (Estados Unidos), que «la misma agua hirviendo que endureció el huevo ablanda la zanahoria». Esto nos recuerda que para los hijos no vale la talla única: no sólo varía la personalidad de cada hijo sino que varían también sus estilos de aprendizaje, su capacidad de concentración, sus estilos afectivos o su forma de responder a la disciplina.

    Sugerencia: aprende a comprender las necesidades de tu hijo, su temperamento, su forma de expresar y recibir afecto, sus peculiaridades, y adapta tu forma de disciplinarle y de motivarle a lo que necesita.

  4. ¿Alguna vez le has mentido a tu hijo? Una regla del pulgar fundamental es «no mientas a tu hijo», aunque sea para evitarle un posible sufrimiento. Un ejemplo sería decirle que te has levado su mascota a casa de un amigo cuando en realidad el animal ha muerto. Distorsionar la realidad no es una solución aceptable porque socavas la confianza de tu hijo en las personas en las que más confía. Sugerencia: es importante que la explicación que des al niño se ajuste a su capacidad de entenderte, es decir, que si es muy pequeño no necesita largas explicaciones sobre qué es la muerte o la enfermedad. Otra forma de mentir y dañar la autoestima del niño es quitar importancia a sus sentimientos, o decirle que no siente lo que siente: «No tienes miedo de ir al cole, eso es una tontería».

    Las experiencias difíciles son una oportunidad para crecer y fortalecerse, y la labor del padre es acompañar y apoyar al niño hasta que logre afrontar sus emociones. Sugerencia: ayudar al niño a reconocer y poner nombre a sus emociones, y luego enseñarle formas de gestionarlas
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  5. ¿Te comportas mal, como si eso no importase? Los niños aprenden por imitación. Son esponjas que absorben todo lo que haces, bueno o malo. Por ejemplo, los hijos de fumadores tienen el doble de posibilidades de fumar que los hijos de no fumadores. Otros comportamientos y actitudes más sutiles, como tu forma de tratar a los demás, también tienen muchas posibilidades de ser imitados por tus hijos y considerados «normales». Sugerencia: sé coherente con lo que dices y haces, y recuerda que el niño incorporará tus comportamientos, más que tus palabras, a su vida. Si quieres que sea respetuoso y amable, muéstrale esa actitud regularmente.

  6. ¿Castigas o riñes a tu hijo cuando se enfada? Pretender «eliminar» o ignorar las emociones negativas de los niños no funciona; las emociones negativas son una forma razonable de expresarse, sobre todo dados los límites mentales y verbales del niño. Sugerencia: empatiza con los sentimientos de tu hijo —«Comprendo que estés enfadado…»— pero limita sus actos —«… aunque no puedo dejarte pegar a nadie»—. Enséñale formas asertivas y no violentas de expresar sus necesidades y de resolver conflictos.

  7. ¿Pierdes el norte porque tu hijo ha roto las reglas? Si el niño juega a un videojuego violento o hace algo inesperado que consideras malo, ponlo en contexto: si la mayor parte de su entorno y de sus actividades son sanas, un error no suele ser catastrófico.

  8. ¿Te saltas las comidas en familia y llenas los armarios de comida basura? Cada vez más investigaciones muestran que las familias que comen juntas en torno a una mesa están más sanas física y mentalmente. Cuando sea posible, fomenta las comidas o cenas en familia donde se hable de las cosas buenas y malas del día de cada uno y se disfrute de estar juntos. No hace falta hacer nada muy especial, pero sí enseñar a los niños a comer alimentos sanos; por ello intenta que la nevera tenga alimentos nutritivos a los que los niños tengan acceso y reemplaza la comida basura con alternativas atractivas, aunque sea poco a poco.

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