Una mochila para el Universo (20 page)

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Authors: Elsa Punset

Tags: #Ensayo, Ciencia

¡Ya estás equipado para salir a comerte el mundo! Ahora podemos centrarnos a reflexionar acerca de los elementos, las personas, las ideas y las causas de las que quieres rodearte, para que pongas tus miras y tus habilidades al servicio de lo que realmente te ayuda a ser feliz.

CAPÍTULO CINCO
LA BALANZA DE LA FELICIDAD
Apuestas por el bienestar emocional y físico

¿Habéis visto la película en la que Meryl Streep interpreta a la política británica Margaret Thatcher? Me dejó consternada. «¿Quién era?», me preguntó mi hija cuando se lo comentaba al día siguiente. La verdad es que la película no ofrece claves lo bastante inteligentes o sugerentes como para poder legar a una conclusión clara en este sentido. Dibuja sin embargo el retrato de una mujer que, a través de las ventanas que se abren en medio de su demencia senil, recuerda retazos de una vida pragmática hasta la saciedad y aferrada al deber por encima de cualquier otra consideración. Y de ahí mi desazón: no se trata de un deber compasivo donde caben el matiz o la risa, sino de un deber inflexible y carnívoro que se come entera a la protagonista. Admito que el destino nos jugó una mala pasada cuando nos dotó de un cerebro programado hace miles de años para sobrevivir en condiciones muy adversas. Hoy en día no nos enfrentamos a leones ni hienas en las calles de nuestra ciudad, pero seguimos reaccionando ante una mirada esquiva o un bocinazo estridente con la misma desconfianza que necesitábamos entonces para sobrevivir en la selva.

Tanto, que terminamos creyendo que el disfrute está reñido con el deber y con la supervivencia. ¡Cuidado! Hay que contrarrestar esta jugarreta. ¿Qué tal un sistema electrónico incorporado de serie que reinicie nuestro cerebro cuando nos volvemos incapaces de disfrutar y de hacer disfrutar?

De acuerdo, vivir no es fácil. La alegría aparece casi siempre en forma de destellos, corazonadas e intuiciones que arrancamos trabajosamente, casi de milagro, a la vida pétrea donde nos ha tocado encarnarnos. En estas condiciones trabajosas es fácil olvidarse de disfrutar, cegados por una vida esforzada, amueblada de quehaceres diarios, una vida que cumple, aguanta y limita tanto que al fin deja incluso de emocionarse. ¿Es eso vida o es una parodia? Los niños nacen con enormes ganas de descubrir y de disfrutar, pero cuando miras a tu alrededor compruebas que en el altar del deber, adusto y antipático, se consumen tantas vidas adultas valiosas. Muchas personas, a lo largo de los siglos, se han preguntado qué es una buena vida. Como tantas otras, esta mañana le hice esa pregunta a mi hija mientras desayunábamos. «¿Qué crees que es una buena vida para tu padre?», le pregunté. «¿Y para tu abuela Ana? ¿Y para tu tío Jaime? ¿Y para mí?». Se sorprendió ella misma al comprobar que para cada persona, una buena vida significa algo diferente. ¿Tienen todas ellas algo en común? Me acordé de las palabras de la psicoterapeuta coreana Insoo Kim Berg, fundadora de una escuela de psicología llamada «terapia breve», cuando decía que para ella la buena vida era contribuir a que la existencia de los demás fuese un poquito mejor. Podría ser tan sólo un testimonio entre tantos otros, pero los estudios le dan la razón: detectan, efectivamente, que para las personas es más satisfactorio dar a los demás que recibir. Aunque nos empeñemos en pretender que el hedonismo y el egoísmo son tendencias naturales que nos otorgan las mejores gratificaciones, la vida es paradójica y no nos deja ser realmente felices hasta que aprendemos a alimentar la necesidad innata de colaborar y de compartir con los demás.

Concedido pues: una buena vida probablemente tenga algo que ver con apartarse del egoísmo feroz. Pero ¿se puede vivir generosamente desde la alegría, o se consigue sólo desde el sacrificio adusto? Estoy convencida de que ése es uno de nuestros grandes retos: allanar espacios para el disfrute y para la esperanza siempre que sea posible, abriendo deliberadamente resquicios de luz en el granito que nos toca cincelar día a día con esfuerzo y paciencia. No creo que los dioses, cuando soñaban con este mundo, cuando lo esbozaron, incluso cuando lo abandonaron en nuestras manos imperfectas, quisieran vernos arrastrar un deber antipático y yermo que da la espalda, con tanta y tan cruel contundencia, al bienestar, al sentido del humor, a la compasión y a la felicidad. El primer deber es vivir, y la vida, sin duda, es mucho más que un triste deber.

Las rutas que vamos a transitar ahora son las más atractivas de nuestra geografía humana, las más deseadas, porque en sus márgenes crecen paisajes inolvidables que nos embelesan, aunque a veces se alejan en el horizonte como espejismos sin que podamos alcanzarlos. En cualquier caso son rutas largas, que se bifurcan a menudo, y por ello hay que salir bien equipado y sin prisas. ¿Cómo elegimos los mejores tramos de estas rutas? ¿Y dónde encontraremos reposo tras la caminata?

RUTA 13. LA FELICIDAD POR DENTRO

La balanza de la felicidad

Hablamos mucho de la felicidad
[24]
, pero en general apenas somos capaces de definirla y tampoco solemos tener claro qué elementos la conforman. Sin embargo, necesitamos comprender qué cosas nos suelen hacen felices para poder fomentar aquellas que de verdad nos sirven.

De entrada sabemos que determinados comportamientos y elementos ayudan a conseguir mayores cuotas de felicidad o de infelicidad, porque los psicólogos nos han facilitado en los últimos años muchas claves concretas acerca de qué nos hace más felices o infelices.

No estoy seguro de si la gente es más bien feliz o más bien infeliz…

Los investigadores apuntan que una mayoría de personas se describen entre poco y bastante felices, y eso implica que la mayoría podría incrementar sus niveles de bienestar con el esfuerzo adecuado, aunque también sabemos que tendemos a dejarnos levar por una programación innata que nos orienta más fácilmente hacia la infelicidad que hacia la felicidad.

¿De qué depende mi felicidad?

Es importante recordar que casi la mitad de nuestra felicidad depende de nuestra actitud. La felicidad requiere un esfuerzo que no siempre estamos dispuestos a hacer, pero cuando lo hacemos, la recompensa —a la que va ligada un incremento en los niveles de felicidad individuales y colectivos— es llamativa. De hecho, según las investigaciones clásicas sobre la felicidad, las personas optimistas y agradecidas son más felices, y no sólo se sienten mejor en lo emocional sino también en lo físico: tienen menos accidentes cardiovasculares y sistemas inmunológicos más resistentes; superan mejor la adversidad; trabajan de forma más eficaz; resuelven con mayor competencia los conflictos y ganan más dinero. En definitiva, cuando logramos que los demás sean más felices incrementamos nuestras propias posibilidades de serlo también.

Tras décadas de investigaciones, parece correcto concluir que los elementos que más contribuyen a la felicidad siguen siendo los que levan siglos en boca de los sabios: la gratitud, el perdón, la compasión, saber disfrutar de las cosas pequeñas que nos acompañan a diario y tener una red de afectos no necesariamente amplia pero sí sólida. Es lógico que antaño se supiese de forma intuitiva lo que las investigaciones actuales miden de forma más concreta, porque el ser humano sigue siendo el mismo desde hace miles de años. Varía el entorno, varían las costumbres y las expectativas pero seguimos dependiendo de qué lado de la balanza se sitúa nuestro cerebro empático y nuestros miedos cuando se debate a diario entre la necesidad de sobrevivir y el deseo de colaborar y de amar.

Veremos a lo largo de este capítulo cómo podemos familiarizarnos y poner en práctica los elementos y los comportamientos que contribuyen a nuestra felicidad personal y colectiva.

¿De verdad podemos influir en nuestra felicidad diaria? ¿No somos presos de elementos más o menos estables como el dinero o la salud?

Esos elementos —salud, educación, estado civil…— son circunstancias de nuestras vidas, pero según los concretos apenas cuentan un 10 por ciento en el cómputo de la felicidad personal. Además, en muchos casos cambiar o mejorar estas circunstancias está en nuestras manos en la medida en que podemos aprender a elegir pensamientos y hábitos de vida más saludables.

Entonces, ¿qué cuenta en el cómputo de la felicidad?

En torno al 50 por ciento de tu felicidad está determinado por la genética. Los expertos llaman a esa disposición genética a ser felices el «punto nodal de la felicidad» y lo comparan con el peso corporal: puedes influir en ello, puedes mejorarlo o empeorarlo, pero tiendes a volver a tu punto medio. Otro 10 por ciento de tu felicidad se debe a las circunstancias, como acabamos de mencionar, y el 40 por ciento restante depende de tu comportamiento diario, de tu enfoque vital y de cómo juzgas a los demás y a ti mismo.

¿Puedo hacer algo concreto para sentirme más feliz?

Puedes hacer mucho para mejorar tu nivel de felicidad, entendido como el conjunto de tu bienestar emocional y físico. Puedes gestionar tu actitud, tus emociones y tus pensamientos, y también puedes modificar tu entorno y tus circunstancias en la medida de lo posible, como sugerimos a lo largo de estas páginas. Ésa sería tu contribución deliberada y activa a tu cómputo de felicidad.

También hay elementos insospechados que nos pueden hacer más o menos felices. Por ejemplo, si pregunto a cualquiera de vosotros quién es más feliz, una persona de treinta años o una de setenta, ¿qué me vais a decir? Seguramente pensaréis que la persona de treinta años es más feliz que la de setenta (es lo que pensamos casi todos). Pero los estudios revelan que, de media, la gente es más feliz a partir de los cuarenta y seis años. Esto se desprende de un conjunto de estudios que intentan medir y comprender la felicidad de las personas no sólo en términos de dinero.

De un vistazo: si la vida es una curva, una pata de la U representa cuando eres un adulto joven. Aquí generalmente eres feliz, aunque estés estresado. Con los años, legas a la parte plana de la U, en torno a los cuarenta y seis. Para mucha gente, éste es el punto álgido de preocupaciones y de tristezas, de responsabilidades y de pérdida de ilusiones. Curiosamente, a partir de este punto las cosas vuelven a mejorar y si gestionas bien tu capital de felicidad tienes bastantes posibilidades, cuando legues a la otra pata de la U, en la edad madura, de ser incluso más feliz que cuando tenías treinta años.

¿Por qué la gente tiende a ser más feliz en la edad madura?

Sólo podemos barajar hipótesis, pero algunas son bastante convincentes. Sostenía el filósofo William James «qué agradable es el día en el que dejamos de esforzarnos por ser jóvenes o delgados», y desde luego parece que con la edad las personas suelen aprender a aceptar sus fortalezas y sus debilidades, liberándose de una parte de frustración y de ambición. Muchos aprenden a disfrutar de todo aquello que está realmente a su alcance y dan más importancia a uno de los elementos clave en el cómputo de la felicidad: las relaciones con los demás.

Por cierto, ¿cómo medimos la felicidad?

En los años treinta, el gobierno de Estados Unidos empezó a utilizar como medida del valor de mercado de todos los bienes y servicios producidos por una economía el Producto Interior Bruto (PIB). Aunque se reconoce el valor del PIB para controlar los vaivenes de la economía, no es un instrumento adaptado para medir el bienestar general de una sociedad. Sabemos, por ejemplo, que las sociedades que más han prosperado en los últimos cincuenta años no logran mejorar necesariamente sus niveles de felicidad. Por ello muchos gobiernos, y la Comisión Europea en concreto, trabajan para desarrollar nuevos criterios que permitan medir el bienestar de las personas, entre ellos el acceso al conocimiento y al tiempo libre. La dificultad estriba en convertir principios generales consensuados en métodos cuantificables.

Un caso atípico es el del pequeño reino de Bután, donde levan años midiendo lo que denominan «felicidad interior bruta» y conjugando esta medida con otras más estrictamente económicas. Por ello sus políticas sociales y económicas valoran no sólo el rendimiento económico, sino también el uso del tiempo, la diversidad del entorno, el bienestar emocional de las persona, si los trabajadores pueden pasar tiempo con sus familias, si logran desarrollar sus aficiones… Así, en Bután hay bosques que no se talan aunque los beneficios económicos sean evidentes porque no cumplen los criterios del producto interior bruto de felicidad. El encargado de velar por esto es el Ministerio de la Felicidad.

Concrétamente, ¿sabemos qué elementos cuentan más en la balanza de la felicidad?

Ten en cuenta que cuando hablamos de felicidad nos referimos a una sensación de bienestar que las personas perciben, es decir, que la felicidad es algo personal y subjetivo y por ello cada uno tiene que encontrar su propio camino hacia ella. Pero lo cierto es que sabemos que hay elementos que ayudan más que otros a conseguir este bienestar. En otras palabras, que si la felicidad fuese una balanza existen elementos que pesarían más de un lado o del otro de esta balanza. Merece pues la pena preguntarse si les estamos dando suficiente importancia en nuestra búsqueda de la felicidad. Repasémoslos:

  • – ¿Hombre o mujer? Las mujeres suelen ser un poco más felices que los hombres, aunque también tienden más a la depresión (entre una quinta y una cuarta parte de mujeres tendrá una depresión a lo largo de su vida).

  • – ¿Neurótico o extrovertido? Estos son rasgos que influyen mucho en la felicidad. El neurótico tiende a sentirse culpable, a estar enfadado y ansioso, lo cual quiere decir que se deja levar por las emociones más negativas y suele tener poca capacidad para relacionarse con los demás. El extrovertido, en cambio, es feliz rodeado de gente, en fiestas, en el trabajo, y tiende a ser alegre y optimista.

  • – ¿Casado o soltero? No es cuestión de estado civil, pero la gente con pareja tiene más probabilidades de ser feliz que los solteros.

  • – ¿Niños? Cuando miras tu vida en conjunto, algo que solemos hacer muy de vez en cuando, los niños aportan felicidad al cómputo global. Pero en el día a día aumentan considerablemente las preocupaciones y el estrés, y por tanto tienden disminuir el bienestar diario de sus padres.

  • – ¿Dinero? El dinero influye mucho en la felicidad si las personas no tienen cubiertas sus necesidades básicas. Por ejemplo, la gente sin hogar en Calcuta tienen un 2,9 de felicidad en una escala de 7; en cambio, muchos multimillonarios norteamericanos tienen un 5,8 en una escala de 7. Pero si tienes cubiertas tus necesidad básicas, un inuit en Groenlandia y un masai que vive en una cabaña en África son tan felices como los ciudadanos acomodados de Estados Unidos
    [25]
    . Otro dato interesante: nuestros ingresos se han multiplicado vertiginosamente en las últimas décadas en los países desarrollados, pero los niveles de felicidad que medimos se parecen mucho a los que había antes de la segunda guerra mundial.

  • – ¿Ganar la lotería? Aunque el subidón que te da ganar la lotería es poderoso, al cabo de unos meses regresas a los niveles de felicidad anteriores a haberla ganado. En parte se debe a algo evolutivo, una programación que hace que de la misma forma que nos acostumbramos a vivir con cambios en principio negativos, también lo hacemos con cambios positivos, y pasado un tiempo ni el coche nuevo ni la casa recién comprada nos impactan tanto. Los mejores cambios son los que no son sólo materiales, como comprarte una lavadora, sino que nos abren puertas para que nos pasen más cosas buenas, como por ejemplo si empiezas un nuevo hobby, porque entonces los cambios y oportunidades se multiplican y abren horizontes siempre distintos.

  • – ¿Trabajo? Éste es un elemento muy importante. Si tienes trabajo, tu nivel de felicidad sube. Y por cierto, trabajar cerca de casa también es un indicador de felicidad.

  • – ¿Ocuparse de los demás u ocuparse de uno mismo? Aquí los estudios son contundentes: dar felicidad a los demás es más importante que perseguirla hedonísticamente. Los estudios indican que a mayor número de actividades significativas, mayor incremento en el cómputo de felicidad y sensación de que la vida tiene un sentido.

  • – ¿Salud? Aunque la salud es importante en la balanza de la felicidad, somos capaces de superar muchos baches de salud y retornar a nuestros niveles habituales de felicidad. Por ejemplo, el psicólogo de la Universidad de Harvard Daniel Gilbert ha calculado que las personas a las que les amputan un brazo vuelven a su nivel anterior de felicidad en unos tres años.

  • – ¿Edad? La edad suele jugar a nuestro favor en el cómputo de felicidad. No son las arrugas ni los achaques, evidentemente, los que pueden hacernos más felices con la edad, sino los cambios internos que se dan en la forma de enfrentarse a la vida. Si hemos aprendido algo a lo largo de los años, ahora tendremos más probabilidades de ser más efectivos resolviendo conflictos, de aceptar mejor los reveses de la vida, de sentir más compasión por los demás, de encajar mejor las críticas (nos entristecen igual, pero sentiremos menos ira), de tener menos ambiciones angustiosas, de disfrutar por tanto más de lo que tenemos, aunque sea sencillo… Además, si envejeces bien estarás más centrado en el presente, y eso te dará mucha felicidad.

  • – ¿Naturaleza? Estamos programados para estar a gusto en la naturaleza. Venimos de la sabana, de los cielos abiertos y de los grandes espacios. Hay estudios que muestran que las personas que están rodeadas de naturaleza enferman menos, y también que los pacientes en los hospitales se recuperan antes si están frente a una ventana con vistas.

  • – ¿Disfrutar de una afición? Un elemento que aporta felicidad es el denominado «fluir», un término acuñado por el psicólogo Mihály Csikszentmihályi que describe un estado mental y emocional de mucha concentración que puede darse cuando estamos profundamente absortos en un actividad lúdica o creativa. Este estado se da habitualmente en atletas, músicos, escritores, jugadores profesionales o personas religiosas.

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