¿Podemos llamar «amigos» a los cientos o miles de contactos que tenemos a través de las comunidades virtuales de Internet?
Dunbar dice que no se puede llamar amigos a tus contactos virtuales, porque más allá de ciento cincuenta personas apenas puedes saber nada de ellos.
Facebook, por ejemplo, utiliza la palabra «amigo» en un sentido muy amplio: es un cajón de sastre donde caben los conocidos, las personas con las que puedes tener alguna afinidad, los amigos de los amigos, los viejos enemigos, lo que llaman «frenemigos» (por ejemplo, el chaval que te martirizaba en el cole cuando eras pequeño y que ahora quiere ser tu «amigo» en Internet)… En Facebook podrían haber utilizado la palabra «contacto», sería más sincero aunque suene peor, algo así como cuando dices amor y quieres decir sexo. Así que embellecemos un poco el nombre para hacerlo más atractivo. ¿Quién va a negarse a tener mil trescientos amigos?
Recordemos que lo que las personas quieren de verdad es afecto y amor por encima de todo, incluso del sexo.
Por otra parte, me parece que el uso de la palabra «amigo» refleja una tendencia actual, que creo que es positiva, a estar más abierto a los demás, a no exigir tanto antes de poder conocer a personas nuevas. Es la marca de una sociedad más plural, más abierta.
¿Cómo te haces amigo de alguien?
Probablemente te cueste mucho más que a un niño. Fíjate con qué facilidad se hacen amigos los niños: utilizan el método sencillo, pero fundamental, de estar abiertos a los demás y de pedir compañía sin falsas vergüenzas. No ponen tantas defensas como los adultos. Los mayores nos pasamos la vida esperando que los demás den el primer paso, y eso acarrea mucha soledad. El método infantil de decir abiertamente «quiero ser tu amigo» es recomendable, pero un amigo requiere, además del deseo de tenerlo, una conexión emocional. No se trata de estar cerca físicamente, sino de sentirse emocionalmente conectado: conoces al otro, sabes quién es de verdad, qué le importa, qué le hace feliz. La admiración o el deseo no bastan: la intimidad, en algún grado, es necesaria para tejer vínculos entre dos amigos.
¿Todos nos sentimos solos?
Es un sentimiento universal, y por ello buscamos amparo y afecto en los demás. Concretamente, los estudios dicen que las personas suelen sentirse solas una media de cuarenta y ocho días al año y que cada amigo reduce tu soledad unos dos días al año.
¿Es mejor que te toque la lotería o tener un amigo feliz?
Si dispones de unos trece mil euros adicionales al año, aumenta tu felicidad un 2 por ciento. ¡Compara esto con el 15 por ciento de felicidad que te aporta un amigo feliz! Es fortísimo el poder de la amistad y del amor en nosotros. Se ha demostrado que cuando alguien muere en una pareja, las probabilidades de que el viudo o viuda mueran aumentan. Y este impacto que tienen los demás en nosotros no se reduce sólo al grupo íntimo, sino que se ha comprobado que si el amigo del amigo de tu amigo engorda, tú también engordas. Si esa persona deja de fumar, tú también lo harás. Son efectos de contagio que se verifican en las estadísticas, lo llaman «la regla de la influencia de los tres grados». Recuerda: una persona tiene un 15 por ciento más de posibilidades de ser feliz si está directamente conectada a una persona feliz. Y cada amigo infeliz reduce tus posibilidades de ser feliz un 7 por ciento.
¿Cuántos amigos necesitamos para ser felices?
Nos sentimos cómodos y más felices si tenemos entre cinco y doce amigos o relaciones cercanas. Es algo así como nuestro núcleo íntimo. Lo malo es que en general este núcleo envejece mal, porque vamos perdiendo personas queridas a lo largo de la vida. Habría que hacer un esfuerzo consciente para que este núcleo no disminuya. No podemos remplazar a quienes perdemos pero podemos estar abiertos a tener más relaciones de afecto y amistad, como los niños, y no encerrarnos en pequeños grupos afectivos rígidos que menguan y nos dejan sensación de vacío, de dependencia y de soledad.
¿Cómo puedo agrandar mi círculo íntimo y tener más amigos, sin depender sólo de Internet?
Una solución es diversificar tu vida social y afectiva para que no estés enganchado a una sola fuente de afectos. Amplía tus intereses y equilibra tus relaciones virtuales con reuniones físicas de antiguos alumnos; acude a conferencias y charlas; apúntate a grupos con los que compartas aficiones, viajes o deporte; haz voluntariado, o lo que sea que te ayude a disfrutar más de la vida y a generar oportunidades. Sé activo en este sentido, recupera la mirada de un niño y no te cierres a la posibilidad de ampliar tu círculo. Prácticamente todas las personas que están allí fuera están deseando hacer lo mismo, aunque la mayoría no se atreva. No dejes que la ansiedad o la timidez te aíslen del resto del mundo. ¡Sé valiente!
¿Por qué me gusta tanto estar pendiente de mis contactos y amigos por Internet?
Las investigaciones apuntan que revisar los mensajes de Twitter o de Facebook y responder a un e-mail podría causar más adicción que el alcohol o el tabaco.
Esta adicción es aún más tentadora, dado que no tiene coste ni efectos secundarios evidentes y alivia sin embargo nuestra necesidad apremiante de pertenecer a un grupo y de recabar información. Como veremos a continuación, la tentación de saber qué pasa a nuestro alrededor es otra necesidad atávica muy difícil de resistir…
Ventajas y peligros de ser cotillas
Los humanos pasamos dos terceras partes de nuestras vidas de cotilleo, es decir, que cotilleamos más que dormimos o comemos… ¿Por qué lo hacemos? En este caso una imagen vale más que mil palabras: piensa en cómo los demás primates se sacan las pulgas. Tal vez lo hagan porque no tienen tanta facilidad como nosotros para hablar. Robin Dunbar tiene claro que los humanos cotilleamos porque tenemos grupos sociales más amplios que los de los demás primates, así que hemos tenido que desarrollar un método eficaz para estar en contacto con el resto del mundo. Y nuestra alternativa humana es el habla.
¿Cómo aprendemos a hablar?
Adquirimos de forma instintiva trece mil palabras en los primeros seis años de vida y hasta sesenta mil cuando somos adultos. Es lo que llaman el «instinto del lenguaje». En comparación, los perros no entienden más de ciento cincuenta palabras. Los humanos utilizamos el habla, y más concretamente el cotilleo, como una forma rápida de diseminar y de recibir información a lo largo y ancho del mundo. Por ello, instrumentos como Twitter, que son una forma de cotilleo planetario, responden perfectamente a nuestra necesidad de estar conectados e informados.
¿Por qué nos importa tanto enterarnos de lo que saben y lo que piensan los demás?
Lo tenemos programado en los genes. Creemos que necesitamos a los demás para que nos protejan, para que nos quieran, para enterarnos de los peligros y de las oportunidades que hay, y en este sentido el cotilleo nos ayuda a sentirnos aceptados e informados. ¡De la información depende tal vez tu supervivencia! De hecho, cuando en los grupos humanos como las oficinas queremos excluir a alguien, ¿qué hacemos? Excluimos a esa persona del cotilleo. Es muy doloroso para la gente excluida, porque cuando nos sentimos aislados y rechazados se nos encienden todas las alarmas, ya no sabemos dónde acecha el peligro o qué oportunidad nos vamos a perder… Es de lo más cruel que se le puede hacer a alguien.
Así que el cotilleo tiene una parte oscura…
Claro que la tiene, porque es muy poderoso. Puedes utilizar el cotilleo para sentir que perteneces y para forjar alianzas estratégicas. Tú me das información y yo te doy más información a cambio: ¿Quién es la amante del jefe? ¿Qué acciones van a subir en bolsa? ¿Qué tienda vende los tomates más baratos? A través del cotilleo puedes intercambiar información útil, pero también puedes utilizar información o inventarla para machacar la reputación de alguien, tal vez alguien que es un rival o al que detestas por pura envidia…
Afortunadamente los humanos somos perceptivos y pasa algo curioso con las personas que hablan mal de los demás: cuando eres un cotila negativo, alguien que utiliza la información para hacer daño, el asunto se te puede volver en contra. Resulta que si hablas mal de los demás la gente puede acabar fácilmente achacándote los defectos que reprochas a otros. Una segunda buena razón para evitar decir cosas negativas de los demás es que se ha comprobado que las personas que cotillean para hacer daño suelen tener altos niveles de ansiedad y no son populares porque no son de fiar.
En el fondo la maldad tiene un precio alto porque estamos programados para el amor, para compartir y para comprender. Así que es mejor remplazar la necesidad de cotillear por un acto de amabilidad o de cariño. La ansiedad y la necesidad de pertenecer que todos levamos dentro se calma mucho mejor así. Vamos a ver qué gestos concretos pueden ayudarnos a expresar y a consolidar nuestra necesidad de afecto.
Muchas de las consultas al psicólogo tienen que ver con historias afectivas dolorosas que el paciente podría haber evitado con un poco de madurez emocional y de comprensión. El amor es uno de los grandes patrones emocionales que rigen nuestras vidas y dicta ámbitos tan fundamentales como nuestra capacidad de relacionarnos con los demás, la forma de sentir acerca de nosotros mismos o cómo nos valoramos. Este patrón se conforma en los primeros años de vida, cuando aún dependemos de que los demás nos digan cuánto amor merecemos y cómo hemos de amar. Aprendemos a amar de forma automática, observando a los adultos que nos rodean, registrando sus palabras y experiencias acerca del amor, sintiendo cómo nos aman, cómo nos rechazan, qué desaprueban y qué esperan de nosotros. ¿Qué te dijeron acerca del amor? Esa pregunta merece que le demos una respuesta sobria y objetiva porque esa es la mochila afectiva que cada uno arrastra desde la infancia.
Por todo ello el amor es más que una simple emoción: es un complejo y poderoso sistema de motivación, una fuerza que nos guía y nos propulsa en la vida diaria.
A veces dependemos tanto de los beneficios del amor, de la seguridad que nos aporta, que lo desvirtuamos y forzamos nuestras relaciones en acuerdos inflexibles y dependientes que ahogan a quienes los soportan. Podemos cuestionar y transformar ese patrón emocional a base de reflexión y esfuerzo. Merecerá sin duda la pena, porque estaremos transformando algo esencial que cambiará nuestra forma de sentir y de relacionarnos a cada momento.
Sin embargo, cuestionar nuestra forma de amar no nos resulta fácil, porque ni en las escuelas ni en casa nos enseñan a comprender el poder del amor, los estragos que su ausencia provoca, cómo expresarlo, a qué responde, cuánto amor necesitamos o qué sacrificios requiere, si es que hubiera que hacerlos… No desgranamos desde pequeños el extenso vocabulario del amor, sus matices, sus lealtades, sus ausencias, sus espinas, sus trampas, sus dependencias. Aunque el amor sea el motor de la vida de las personas psíquicamente sanas, no aprendemos a comprénderlo y a amaéstrarlo, a distinguir sus etapas y entender su química. Porque el amor no es ciego, sino que tiene etapas muy definidas.
Las etapas del amor
Asegura el psiquiatra y escritor Andrew Marshall que si hasta hace pocos años el matrimonio era la piedra de toque de una sociedad dispuesta a que sus individuos mantuviesen el tejido social a cualquier precio, ahora rige el convencimiento de que los adultos tienen derecho a tener experiencias afectivas plenas a lo largo de toda su vida. El problema que ve Marshall es que el indicador que utilizamos para medir la vigencia de nuestras parejas ya no es el afecto o el amor, sino el enamoramiento. Y que el grito de guerra que más escucha en su consulta es: «Te quiero…, pero no estoy enamorado de ti». ¿Y qué diantres puede contestar el otro ante semejante reproche?
¿Es cierto que el enamoramiento se parece a una enfermedad compulsiva?
A mí, de entrada, la simple idea de estar enamorada como el primer día me agota, literalmente. Me dan la razón los estudios más rigurosos, que afirman que el enamoramiento se parece como una gota de agua, químicamente y por sintomatología, a un desorden obsesivo-compulsivo. Sospecho que la única razón por la cual no han catalogado el enamoramiento como enfermedad común es porque no pueden encerrarnos a todos.
¿De qué sirve enamorarse?
El enamoramiento es un proceso puñetero pero que puede resultar útil de cara a la transformación y al aprendizaje personal. Es el momento, tal vez uno de los pocos, en que logras hacerte vulnerable, y por tanto abierto al cambio. El precio a pagar puede ser alto, porque a la naturaleza le importa muy poco que sufras o no: sólo quiere asegurarse de que, desafiando el sentido común, dos personas formen un nido en el que criar a un par de ejemplares de la especie humana. Y casi todos picamos, sin tener en cuenta que el amor tiene etapas y que, aunque cueste creerlo, todas podrían ser interesantes.
¿Cuál es la primera etapa del enamoramiento?
La piel de plátano en la que resbalamos para iniciar el proceso del enamoramiento se llama «limerencia». Aquí nos sentimos de repente libres como el aire, gran paradoja, porque es justo entonces cuando nos ponemos la soga al cuello. En esos meses iniciales te acicalas, te obsesionas, fantaseas y sientes un deseo compulsivo de fundirte con el otro. Sospecho que es un proceso universal que resulta muy popular porque parece la respuesta a la plegaria con la que nacimos: «Tengo miedo, no quiero estar solo, quiero que me quieran».
¿Y cuando el enamoramiento acaba?
Superado ese trance patológico viene la sensatez, lo que Marshall denomina el establecimiento del vínculo amoroso. La diferencia entre la limerencia y el vínculo amoroso es sencilla: la primera, al ser una estrategia interesada de la naturaleza, funciona sola. No hay que hacer nada, sólo dejarse levar por las promesas del amor eterno. En cambio, el vínculo amoroso necesita cuidados y esfuerzos continuados. Y a veces, atosigados por las preocupaciones y el cansancio diarios, nos descuidamos…, hasta que el vínculo amoroso se transforma en simple afecto. Ahí empiezan los problemas, porque el afecto es perfecto para los hijos y para los amigos, pero no es suficiente para la pareja. La pareja necesita que mantengamos vivo el vínculo amoroso.
¿Cómo mantengo vivo el vínculo amoroso?
Básicamente se trata de recuperar dos elementos: la conexión emocional y el contacto físico. ¿Recordáis cuando flotábamos, eufóricos, en la etapa de la limerencia? Podíamos pasar horas mirando, tocando y sintiendo al otro, sin más. Ése es el alimento del amor duradero.