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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

Una noche más (11 page)

—No creo que Sara sea tan tonta como para intentar otra vez algo con Ruth. Y, la verdad, no creo que Ruth haga nada por volver con ella… Sería una soberana estupidez —sentencia con aplomo.

—Justamente son ese tipo de estupideces las que se hacen cuando no puedes evitar querer a alguien… Y ahora cambiemos de tema que Sara está a punto de entrar —anuncia Pilar recolocándose en su asiento.

Ali gira la cabeza justo para ver cómo Sara empuja la puerta acristalada y entra en la cafetería. Sonríe al verles y se dirige hacia la mesa en la que están. Ali también sonríe. Demasiado. Y a la sonrisa y la alegría de ver a Sara se le une una punzada de nervios en el estómago. Hasta ahora no le ha querido hacer mucho caso a ese cosquilleo que siente cuando queda con Sara o piensa en ella. Sobre todo porque sus sentimientos hacia David no han cambiado un ápice. Pero no puede negar que le preocupa estar sintiendo algo más que simpatía por su amiga. Lo considera totalmente absurdo y fuera de lugar, impropio de ella, alguien que nunca ha dudado, que siempre ha tenido claro lo que quiere, que jamás le ha gustado la ambigüedad emocional.

Ajena a sus divagaciones, Sara se acerca primero a ella para darle dos besos. Ali siente enrojecer súbitamente sus mejillas. Baja la cabeza con la esperanza de que nadie se de cuenta. Por suerte, tanto David como Pilar están ahora ocupados en saludar también a Sara y no pueden prestarle atención. Ali da un sorbo a su coca-cola mientras la sangre abandona sus pómulos y vuelve a recuperar su circulación normal.

Sara sonríe. Se siente bien. Anestesiada. Como si caminara constantemente por un suelo acolchado. Ha comenzado a tomar ansiolíticos y antidepresivos y el sopor y una extraña sensación de beatitud y bienestar la domina la mayor parte del día. Todo resbala sobre ella. Ninguna preocupación consigue mermar su ánimo. Por momentos incluso todo lo ocurrido con Ruth le parece tan lejano como un mal sueño. Ya han pasado cuatro meses. No ha vuelto a verla. Ha sabido poco de ella y siempre por terceras personas. Y le da igual. Todo le da igual. Ruth se ha convertido en algo amorfo que se empequeñece más y más cada día en algún recóndito lugar de su cabeza.

Está intentado salir con mayor frecuencia que antes. Salir y no irse al poco rato como hasta hace no mucho. Compartir su tiempo libre con las personas que le importan. Las personas que la han apoyado durante los últimos meses. Juan, Pilar, Ali, David,… Los amigos de Ruth que ahora son más suyos que de ella. Porque ella les ha dado la espalda también. Siente lástima por Ruth. Y lástima es lo peor que se puede sentir por alguien. La lástima es una mezcla de compasión, pena, disgusto y asco. Es mucho más triste sentir lástima por alguien que odiarla. El odio implica emoción, implica incluso que antes hubo el sentimiento contrario. La lástima es ver un vagabundo en la calle y apartar la vista avergonzada y a la vez aliviada de saber que tu vida es mejor. El odio es querer hacer daño a quien te lo hizo antes a ti. Ella no odia a Ruth. Sólo le produce lástima.

Pero ahora ya no piensa en Ruth. O, al menos, no tanto como antes. Prefiere concentrarse en mirar hacia delante. Pasar las tardes junto a esas personas a las que ha aprendido a querer y que le han ofrecido y demostrado su apoyo espontáneamente, sin esperar nada a cambio. Quedar con ellos para salir, para pasarlo bien y reír por primera vez en meses.

Es consciente de que volviendo a salir corre un riesgo importante. Y es que cualquier noche y en cualquier momento podría cruzarse con Ruth. En principio, ella y los demás, evitan los bares en los que su ex novia solía recalar pero nunca se sabe. Ruth es muy imprevisible en ese sentido. Y la casualidad muy traicionera. Si se la encontrara no sabe muy bien como reaccionaría. Confía en que podrá mirarla sin echarse a llorar. Confía en que no se hundirá al verla. Confía, incluso, en que si se dirigen la palabra sabrá mantenerse en su sitio y hablar con fría cortesía, como si no significara ya nada para Sara. Sin embargo es consciente de que no sería tan fácil como a ella le gustaría y que su ánimo podría desplomarse sólo con vislumbrarla entre la gente que llena cualquier bar.

—Bueno, chicas, ¿os apetece cenar algo? Me muero de hambre… —dice David rompiendo la intrascendente conversación que venían manteniendo hasta ese momento.

—¿Y cuándo no tienes hambre tú? —le reprocha con sorna Ali enarcando una ceja y mirándole inquisitiva.

—¡Joder, nena! Gasto muchas energías —se queja cómicamente—. Tendré que reponer fuerzas para poder cumplir contigo como un campeón —añade besando a Ali en la mejilla. Ella se sonroja y no dice nada.

—Podríamos ir al vegetariano que hay aquí cerca —propone Pilar—. No tengo muchas ganas de cenar pero me entraría algo ligerito…

—¿Un vegetariano? —exclama David casi escandalizado mientras se levanta de la silla—. Por Dios, Pilar, yo necesito meterme en el cuerpo algo que haya estado correteando por el campo…

—Pues no creo que las vacas que te comes hayan conocido mucho campo, chaval… —repone divertida Pilar.

Los cuatro se apelotonan junto a la barra para pagar. David y Pilar siguen enzarzados en su discusión. Sara y Ali se quedan rezagadas detrás de ellos.

—Te veo muy bien —le dice Ali.

—Sí. Creo que lo estoy. He empezado a tomar unas pastillas, ¿sabes? Supongo que me están haciendo efecto… —explica rebuscando en su bolso.

—Ya… —es lo único que dice Ali. Luego ocupa el lugar en la barra que han dejado David y Pilar y le pide al camarero que le cobre lo suyo.

Sara continúa buscando su cartera en el bolso. Ve que David y Pilar han salido ya del local mientras seguían con su conversación alimenticia. Ali recibe su cambio y comienza a dirigirse hacia la puerta. Con la cartera ya en la mano, Sara mira al camarero y le pregunta cuánto es lo que se ha tomado.

—A ver, un café con leche… —comprueba su libreta—. Uno con cincuenta.

Sara saca un billete de cinco euros de su cartera y se lo tiende al camarero. El chico lo coge y se acerca a la caja registradora. Ella se queda esperando el cambio con el antebrazo apoyado en la barra.

—Hola… —dice una tímida voz al lado suyo.

Sara se gira hacia la voz y no puede ocultar su sorpresa al encontrarse con la chica aquella del perro con la que ha coincidido alguna vez en esa misma cafetería.

—Hola —le corresponde Sara un tanto confundida. Por detrás de la chica, ve que su perro baja los tres escalones que conducen a la entreplanta para ir con su dueña.

—Verás… —comienza la chica dándose cuenta entonces de que el animal se ha sentado junto a sus pies—. Es que nos hemos cruzado algunas veces por aquí y… No sé, me has llamado la atención… —Sara esboza una leve sonrisa visiblemente azorada—. No, no, no, tranquila —se apresura a decir la desconocida—. No es que esté tratando de ligar contigo… Bueno, no del todo —se sonríe—. Pero hay algo en ti que me intriga… No sé, dime que me meta en mis cosas pero me da la sensación de que no estás en un buen momento…

—Bueno… —empieza Sara sin saber qué puede decirle a aquella chica.

—No hace falta que digas nada —la interrumpe. Coge una servilleta de uno de los platillos y le pide un bolígrafo al camarero cuando se acerca a traerle el cambio a Sara—. Mira, te voy a apuntar mi número de teléfono. Guárdatelo. Y si un día, no sé, te apetece tomar un café y charlar pues ya sabes, dame un toque. Vivo aquí cerca —le dice tendiéndole la servilleta.

Sara la coge y la mira. Y descubre que la chica se llama Lola. Mira la servilleta y luego mira a Lola, que mantiene el tipo frente a ella pese a que su rostro destila en ese momento una timidez que no cuadra con su atrevimiento.

—Bueno —dice Sara al fin guardándose la servilleta en el bolso— pues ya nos veremos…

—Eso espero —añade Lola con una mirada pícara.

Sara cubre los escasos metros que la separan de la puerta sin acabar de dar la espalda. La chica la ha descolocado. Nunca la habían abordado de ese modo. Lola la observa salir del local con la mirada fija en ella y con su perro todavía sentado a sus pies.

—Hasta luego —se despide Sara antes de traspasar el umbral y alcanzar la calle.

—Hasta luego —escucha decir a Lola cuando ya se ha dado la vuelta y se encuentra con sus amigos que, boquiabiertos y alborozados, la reciben con risas tras haber seguido la escena a través de los cristales.

—¿No me digas que la chica esa te ha entrado? —exclama Ali.

Sara pone cara de circunstancias y les mira divertida.

—Eso parece. Me ha dado su número de teléfono…

—Y la llamarás, ¿no? —le espeta Pilar tajante.

—¿Pero tú la has visto bien? Seguro que le saco diez años. Eso como poco… —repone Sara echando a andar.

—¿Y qué? —pregunta alzando exageradamente la voz—. ¿La has visto bien tú? Está tremenda…

Sara se echa a reír meneando la cabeza.

—Sí, Pilar, la he visto bien. No es la primera vez que me cruzo con ella… —explica.

—Pues mejor me lo pones. Yo que tú no me lo pensaba…

—Ya veremos… —sentencia Sara un tanto ausente.

Cuando Lola regresa a la mesa en la que estaba sentada, sus amigas la esperan expectantes casi conteniendo la respiración. Lola se deja caer sobre la silla pesadamente y exhala un largo suspiro.

—Bueno, ¿qué? —pregunta Laura.

—Le he dado mi teléfono —explica ella.

—¿Nada más? —le espeta incrédula.

—¿Qué más quieres?

—Que te hubiera dado ella el suyo…

—¿Y qué más da? Si está interesada me llamará. Si no lo está me serviría de poco tener su teléfono…

Lola vuelve a mirar en dirección a la puerta, como si la chica aún estuviera allí. Y justo entonces se da cuenta de que ni siquiera le ha preguntado cómo se llama. Pero quizá sea mejor así. Si no la llama no podrá ponerle nombre a la decepción.

Le sorprende lo que ha hecho. No porque Lola no sea lanzada, que lo es. Pero su valentía suele construirse en otras circunstancias. Como le ocurrió con Ruth. En un entorno confuso como es la noche y con el alcohol corriendo por su cuerpo. Entonces Lola se lanza a una piscina de cristales si es necesario. Lo de abordar a una desconocida en un entorno carente de distorsión nunca ha sido su estilo. Pero es que esa desconocida tiene algo que ha conseguido que, en las escasas ocasiones en las que se han cruzado, se le haya quedado prendida en la memoria.

También le sorprende su osadía después de lo que sucedió con Ruth. De acuerdo, no estuvo mal. Pero sólo fue sexo. En muchos momentos se sintió como un trozo de carne en manos de una simple desconocida. Y lo que le intrigaba de ella quedó sin resolver con su súbita desaparición de la casa de Lola. Después, por mucho que ha mirado y remirado hasta el último rincón de los locales que ha frecuentado sola o con sus amigas, no ha vuelto a verla. Se pregunta qué esperaba de una desconocida que acepta ir a su casa y se limita a follársela y largarse sin decir nada. Tal vez su insensibilidad no sea producto de un mecanismo de defensa activado por una mala experiencia. Tal vez ese sea su carácter, su forma de comportarse por mucho que Lola creyera ver en su mirada desolación y tristeza. Quizá Ruth es así. Quizá pertenece a ese tipo de personas que sólo saben mirarse el ombligo y que van por la vida utilizando a la gente para sus propios intereses y que, una vez cubiertos, los apartan a un lado y continúan su camino.

En cierto modo Lola no es tan distinta a Ruth. Ella también ha utilizado en muchas ocasiones a la gente en su propio beneficio. Pero a Lola, últimamente, empieza a perderle la curiosidad. Una curiosidad casi científica que le empuja a querer desentrañar los más ocultos secretos de las personas que llaman su atención. Y las personas que llaman su atención suelen ser aquellas que parecen perdidas, como Sara. O las que parecen difíciles, como Ruth. Tal vez porque en el fondo se identifique con ellas. Y a todo eso se le une su estado de ánimo actual. Su propia desesperanza y desilusión. Su apatía. Su indiferencia. Puede que esté buscando inconscientemente a sus iguales para comprenderse a sí misma.

Pero lo cierto es que, haga lo que haga, su situación no mejora. Sigue derrumbándose cuando menos se lo espera. El llanto aparece sin necesidad de invocarlo. Tampoco es que vaya a peor. El caos de su interior se mantiene estable. Aunque todos los días sienta cómo algo se muere en su interior. Esa debe ser la razón por la que se está volviendo aún más directa con la gente. Cuando sientes que ya no te queda nada por perder, te importa menos arriesgarte.

Paco se revuelve nervioso entre los brazos de Laura intentando saltar hasta el regazo de Lola. Ella lo coge y lo acomoda sobre sus piernas. El perro resopla satisfecho mientras Lola deja que le muerda los dedos para calmarle el dolor del crecimiento de los dientes. Ojalá ella supiera qué morder para calmar todo lo que le duele. Ojalá ella supiera qué es lo que le duele con tanta exactitud.

LABIOS COMPARTIDOS

S
egún fueron pasando los días Lola llegó a creer que la desconocida no la llamaría. Por eso cuando vio en la pantalla de su móvil un número que no conocía no pensó que se tratara de ella aunque fuese poco habitual que la llamasen personas cuyo teléfono no tuviera almacenado en la agenda. Por eso también, al identificarse como Sara, no acabó de ubicarla en su memoria. «Claro, es que el otro día no te dije mi nombre», explicó justo en el momento en que los nervios tomaron por asalto su estómago al darse cuenta de quién la estaba llamando.

No creía que lo hiciera pero lo estaba haciendo. La estaba llamando para aceptar su proposición de quedar a tomar algo y charlar. De repente Lola se sintió como una adolescente ante su primera cita. Llegó hasta a balbucear mientas hablaba con Sara. Quedaron en verse esa misma tarde en la cafetería en donde se encontraron, la de siempre, en la que los camareros ya la saludan cuando entra de tanto que para por allí. Cuando colgó la llamada Lola sintió la tentación de darse cabezazos contra la pared. No comprendía por qué había reaccionado así, por qué esa chica y no otra la hacía ponerse tan nerviosa. Pensó que tal vez esta le gustara de un modo distinto a lo que en un principio había pensado. Pero, ¿por qué?

Llamó a mediodía y Lola pasó las siguientes horas deseando que llegase cuanto antes la tarde. Justamente por eso el tiempo se le hizo más eterno de lo habitual. Habían quedado a las ocho y media pero a las seis ya estaba duchada y plantada frente al armario abierto pensando qué ponerse. Tardó una hora en decidirse. Luego se plantó frente al espejo y durante otro buen rato estuvo sopesando si debía maquillarse o no. Aunque pintarse los ojos sería lo más preciso puesto que es lo único que Lola se maquilla. Al final decidió que no, que iría a cara descubierta, recién lavada y sin pintar. Sin adornos innecesarios. Y a las ocho ya estaba en el Baires, sentada en la mesa junto al ventanal de la entreplanta, tomando un café solo y deseando ser fumadora porque así podría matar el tiempo haciendo algo.

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