Deja atrás a la que fuera su invariable acompañante durante las noches de juerga y se encamina con paso firme hacia las escaleras. Arriba ya empieza a haber bastante gente. Los altavoces escupen una canción de Beyoncé mientras algunos adolescentes se suben a la tarima a bailar con ritmo desenfrenado. Menea la cabeza. Esa discoteca cada vez se parece más al patio de un instituto.
Ruth se abre paso entre la gente en dirección a la barra. Se escurre entre las personas con la facilidad que otorgan años y años de práctica. Apenas le quedan unos metros para alcanzarla cuando alguien la agarra del brazo. Se detiene para ver quién es y sus ojos se encuentran con esa mirada lánguida e indolente que se le quedó grabada aquella noche en aquel dormitorio ajeno. Lola, la jovencita de la fiesta de disfraces. La niña de papá inquilina de un piso que sería la envidia de cualquiera.
—¿Vas a por una copa? —le pregunta acercándose a su oído.
—Eso intento —responde ella escuetamente.
—Voy contigo. Yo también quiero una —explica Lola.
Recorren juntas el trecho que falta y se apalancan en la barra. Piden sus consumiciones por separado y se mantienen en silencio mientras se las sirven. Pero después siguen junto a la barra sólo que dándole la espalda. Lola bebe de su copa con una pajita y mira hacia el gentío. Ruth piensa en encenderse un cigarro pero hacerlo cerca de los camareros no sería una buena idea dada la prohibición de fumar en esa planta.
—¿Has venido sola? —le pregunta Ruth a Lola con la esperanza de que le diga que no y pueda ser ella la que se quede sola.
—No, he venido con unas amigas —repone ella con indiferencia sorbiendo de su pajita.
—¿Y no vuelves con ellas?
—¡Bah! Todavía no me habrán echado de menos. Luego las busco.
Ruth se encoge de hombros y da un nuevo trago a su copa. En su mente busca una excusa con la que desembarazarse de esa niñata. Pero la mejor que se le ocurre es la de ir al baño y ahora no le apetece mucho volver a cruzar toda la sala. Por suerte, tampoco a Lola se la ve muy interesada en darle conversación. Ignora a Ruth tanto como Ruth la ignora a ella. Aunque ve que, de vez en cuando, Lola la observa por el rabillo del ojo, no parece esperar más de ella que una muda presencia a su lado. Se pregunta por qué la habrá abordado. También se pregunta por qué no vuelve con sus amigas. Tal vez esas amigas ni siquiera existan pero a algunas personas no les gusta hacer ver que han salido solas. Siempre parece mejor la excusa de que sus acompañantes los han dejado colgados o los han perdido o que, simplemente, están dando una vuelta —curioso eufemismo de la vida nocturna, llamar «dar una vuelta» a echar un ojo al ganado humano por si hay algo interesante—. A nadie le gusta que se piense de ellos que están solos. Alguien que parezca solitario puede ser interesante. Pero si realmente no tiene a nadie sólo provoca tristeza y compasión.
Lola acaba su copa y se gira para dejarla sobre la barra. Ruth la mira asombrada de la rapidez con la que se la ha acabado. Entonces mira su propia copa, con más de dos tercios de su contenido, y por eso no ve venir a Lola. La chica la agarra por la cintura de sus vaqueros y la atrae hacía su cuerpo con una fuerza impropia de la situación. Sus bocas quedan a escasos centímetros de distancia y Lola la mira a los ojos como dándole la última oportunidad de negarse a lo que va a hacer. A Ruth le pilla tan de sorpresa que es incapaz de reaccionar. Creyendo tener su consentimiento, Lola la besa con la misma impropia fuerza con la que ha atraído su cuerpo al suyo, tal vez pensando que así imprimirá más decisión a sus actos. Ruth se deja besar por ella por las mismas razones por las que se dejó conducir aquella noche a un dormitorio extraño, porque no sabe qué otra cosa puede hacer.
Lola se separa de ella un instante y sonríe satisfecha, más para ella misma que para Ruth. La mira a los ojos esperando algo, una palabra, un gesto, un movimiento involuntario que le indique qué hacer a continuación pero Ruth no se mueve, no hace nada, sólo mira a Lola con expresión estática. Viendo que así no consigue nada, Lola acerca la boca a su oído.
—¿Quieres que nos vayamos a mi casa? —le pregunta en un tono que pretende ser sugerente.
—¿Y tus amigas? —es lo único que Ruth es capaz de articular.
—¿Qué amigas? —dice Lola respondiendo más a la duda que Ruth tenía hace un rato que haciendo la pregunta que parece estar formulando.
Ruth no acaba de contestar pero Lola vuelve a besarla, esta vez con mucha más lascivia que antes, como si quisiera adelantarle algo de lo que podría tener si accede a su petición. Al volver a separarse no espera ya contestación sino que coge de la mano a Ruth y tira sutilmente de ella. Y Ruth la sigue mansamente. Llegan hasta el guardarropa donde ambas recogen sus abrigos sin decir nada. Y luego salen a la calle. Ya no van cogidas de la mano pero caminan a paso ligero, callejeando acompañadas de un incómodo silencio. Lola mira de vez en cuando a Ruth y se sonríe con malicia. Ruth, por su parte, nota crecer en su interior un poso de deseo hacia aquella jovencita tan decidida. No le importa acostarse con ella. No le importa en absoluto. Sólo es sexo. Nada más que eso. Una forma como otra cualquiera de ocupar su tiempo.
Al entrar en el piso las recibe el perro de Lola. Pero ninguna de las dos le hace mucho caso. Ruth ya empieza a reaccionar y empuja con premura a Lola hasta la habitación. A ella le pilla por sorpresa la repentina urgencia de Ruth y a duras penas puede llegar a cerrar la puerta para que el perro, que las había seguido hasta allí, no pueda entrar. Al cerrarse la puerta, Ruth empuja a Lola contra ella con violencia mientras la besa, casi mordiendo, en el cuello. Lola trata de empujarla hasta la cama pero Ruth se resiste. La coge por las muñecas y la obliga a alzar los brazos por encima de su cabeza para poder retenerlos con una sola mano. Con la otra comienza a desabrocharle a Lola los pantalones. Se los baja, junto con las bragas, no sin esfuerzo, hasta medio muslo. Con una de sus piernas la obliga a abrir las suyas y desliza la mano hacia su sexo. No se sorprende al encontrarla tan húmeda como está. Tanto que los dedos le resbalan. Lola no puede reprimir un profundo gemido al sentir la mano de Ruth entre sus piernas. Animada por ello, Ruth comienza a hacer presión sobre el clítoris, con movimientos cada vez más rápidos y rítmicos.
Ya no se besan. Sólo se miran a los ojos, retándose. Ruth mantiene los brazos de Lola aprisionados sobre su cabeza mientras su mano sigue agitándose entre sus piernas. El rostro de la chica se contrae, su garganta jadea de un modo sincopado, su cuerpo empieza a temblar. Ruth mueve sus dedos aún más rápido y nota que Lola se ha corrido cuando la chica cierra involuntariamente sus muslos en torno a su mano. Entonces se detiene. Lola cierra los ojos extenuada. Lentamente su respiración va recuperando la normalidad. Ruth suelta por fin sus brazos y estos caen inermes a ambos lados del cuerpo.
Ruth se acerca de nuevo para besarla. Luego la agarra por el abrigo que aún tiene puesto y la empuja sobre la cama. Ella se quita la cazadora y la tira sobre una silla. Continúa desnudándose al tiempo que se acerca de nuevo a Lola. Ruth piensa que si lo que esa chica quería sólo era follar con ella, es lo que va a conseguir. Hasta que no pueda más.
El día comienza a despuntar cuando Lola abre por fin los ojos. Y en cuanto recupera la conciencia y recuerda todo lo ocurrido la noche anterior, sabe, sin necesidad de darse la vuelta para comprobarlo, que Ruth no estará con ella en la cama.
Siente todo el cuerpo dolorido. Ruth no le dio tregua durante la noche anterior. En muchos momentos le dio la sensación de que follaba como si quisiera luchar contra algo. O como si quisiera borrarlo. Pero también como si no estuviera realmente allí con ella. Fue violento y demoledor. Caliente y morboso. Sin embargo había algo de vengativo en su actitud. No hablaron en ningún momento. Nada en absoluto. Se comunicaron sólo con los ojos. Desafiándose con ellos la una a la otra. Si en algún momento Lola buscaba averiguar qué era lo que le intrigaba de Ruth no tuvo oportunidad de descubrirlo sino de avivar aún más su intriga.
Por fin se decide a girar sobre sí misma hacia el otro lado de la cama. Y lo único que encuentra es la huella de un cuerpo que estuvo junto a ella un breve espacio de tiempo y que luego se marchó sin hacer ruido. Un suspiro ahogado y triste se escapa de su pecho y le hace preguntarse qué esperaba encontrar cuando se dio la vuelta aparte del vacío.
A
li escucha a Pilar sin decir nada. Llevan ya un rato en la cafetería, hablando de cosas triviales, mientras esperan a David y a Sara. Se da cuenta entonces de que ella nunca ha prestado demasiada atención a esa chica, que la ha adoptado como parte de su entorno de un modo natural sin pararse a pensar en si tenían alguna afinidad. Pilar es amiga de Ruth y, por tanto, Ali ha aceptado su presencia como algo natural. Sabe que durante mucho tiempo, sobre todo al poco de conocerse, la trató con indiferencia puesto que era bastante obvio que Pilar parecía querer con ella algo más que una simple amistad. Y como Ali no estaba dispuesta ni nunca le interesó en ese sentido, se limitó a ignorarla cuidadosamente, sin despreciarla en exceso pero sin manifestar el más mínimo acto ambiguo que pudiera conducir a Pilar a pensar que tenía alguna oportunidad.
En los últimos meses, a fuerza de quedar más habitualmente y sin la aplastante presencia de Ruth, ha podido llegar a conocerla de un modo más profundo. Sin Ruth como nexo de unión pero también sin que su presencia concentrase todas las miradas, sus amigos han comenzado a crear entre ellos unos lazos mucho más estrechos de lo que podían sospechar que pudieran crearse. Todos, ella y David, Pilar y Pitu, Sara, incluso Juan y, algunas veces, también Diego, han formado una curiosa piña formada por personas que sólo tenían en común su amistad con Ruth pero que, justamente a raíz de su ausencia, han comenzado a descubrir que no necesitan a su amiga para que la comunicación entre ellos funcione. Contrariamente a lo que se podría haber esperado, el distanciamiento de Ruth en lugar de disgregarlos los ha convertido en compañeros y confidentes, algo que, intuye Ali, no hubiera sido posible de haber seguido las cosas como estaban antes de la ruptura de Ruth y Sara.
Observa a Pilar y siente algo parecido a la compasión. Porque aunque parece una tía alegre y desenvuelta que bromea e ironiza sobre el comportamiento de Ruth, sabe que en el fondo se siente muy dolida. Ella era la mejor amiga de Ruth y ha tenido que ver cómo Ruth ha ido apartándola poco a poco de su lado. Ni siquiera a Juan le ha apartado de ese modo. A Pilar la ha borrado directamente de su vida. Ella hace como que no le duele, que lo acepta como algo lógico, incluso a veces lo justifica aduciendo que el alejamiento comenzó a producirse en el momento en que Ruth se encontraba iniciando su viajera relación con Sara y ella misma hacía lo propio con Pitu. Pero para Ali eso no es excusa. Ruth y Pilar siempre iban juntas a todas partes, compartían todo lo que hacían, eran confidentes la una de la otra. Por mucho que ejemplificasen a la perfección a la típica pareja de amigas en la que una es quién lleva la voz cantante, la que aglutina las atenciones y la otra la que permanece a su sombra y actúa de comparsa, había amistad entre ellas. Se notaba en las miradas que se dirigían, en la complicidad que habían creado, capaz de que pudieran comunicarse lo que pensaban con simples gestos que pasaban desapercibidos para el resto. Y todo eso es como si no existiera para Ruth. Actúa, en cierto modo, como si Pilar la hubiera traicionado. Pero es que Ruth está actuando así con todo el mundo. Como si todos fueran traidores que se han puesto de parte de Sara y le hubieran dado la espalda a ella. Y eso no es así. Todos han intentado estar al lado de Ruth. Pilar la que más. Y a Ruth no le ha dado la gana. Y claro, cuando una persona se cansa de recibir negativas, cuando se cansa de chocar una y otra vez contra un muro de hormigón armado, deja de intentarlo porque cada uno tiene su vida y acaba siendo una pérdida de tiempo tratar de ayudar a quien no quiere ningún tipo de ayuda. Y duele saber que, finalmente, la propia actitud de quién se ha sentido erróneamente traicionado ha conseguido darle la razón. Ruth se ha salido con la suya. Ahora podrá decir que todo el mundo le ha dado la espalda y revolcarse a gusto en su propia mierda.
—¿No has sabido nada de Ruth últimamente? —le pregunta Ali a Pilar.
Una sombra de pesar cruza la cara de la chica. Baja los ojos hacia el suelo un instante. Luego se encoge de hombros y cruza una significativa mirada con Ali.
—No. Desde aquella noche que me la encontré en Long Play y que, literalmente, salió huyendo, nada de nada.
—¿Y has intentado llamarla?
—¿Para qué? —dice hastiada—. ¿Para que me diga que no? ¿Para que me diga que tiene mucho trabajo? ¡Já! —exclama con incredulidad— ¡Ruth agobiada con el trabajo! Eso no se lo cree ni ella —menea la cabeza y sus labios se arrugan en una mueca cínica.
Ali nota unas manos posándose en sus hombros y, acto seguido, la cabeza de David aparece por encima de su hombro para darle un beso.
—¡Hola, nene! —dice esbozando una cariñosa sonrisa. David le da dos besos a Pilar y, a continuación, se sienta en la silla vacía que hay junto a ella.
—¿Qué? ¿Hablando del culebrón, para variar? —pregunta jocoso.
—¡Coño, claro! —responde Pilar con ironía—. Hay que analizar bien los hechos para que lo que venga a continuación no nos pille por sorpresa…
—¿Tú crees que va a pasar algo más? —le inquiere Ali a Pilar extrañada.
—¿Tú no? —pregunta ella con sorpresa.
—Pues no. Las cosas ya están bastante claritas… Ya sólo es cuestión de que se calmen las aguas definitivamente y cada una siga con su vida…
—Ali, querida, tu conversión al mundo hetero te ha hecho olvidar la querencia de las lesbianas por el más difícil todavía —se ríe Pilar con ganas. Ali frunce el ceño, molesta por la alusión a la heterosexualidad, como si eso la hubiera cambiado.
—Es que no creo que vaya a pasar nada más, simplemente eso. A Sara no le conviene tener más tratos con Ruth si no quiere acabar destrozada —argumenta Ali.
—De acuerdo, no debería. Pero lo que debemos hacer nunca tiene nada que ver con lo que realmente queremos. Y es muy obvio que Sara sigue enamorada de Ruth hasta el tuétano. Por mucho que reniegue de ella. Es más, cuanto más reniega, más la quiere…