Una noche más (6 page)

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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

—Si quieres hablar, Pilar debe estar a punto de llegar —anuncia señalando a un punto inconcluso, como si Pilar fuera a aparecer por arte de magia—. Pregúntale cómo va su vida de casada. Seguro que estará encantadísima de enumerarte las virtudes de su flamante esposa.

Juan nota la impotencia y la ira pugnando dentro de él por manifestarse. Ruth puede ser tan exasperante que le entran ganas de darle de bofetadas si así consiguiera hacer que entrara en razón. O que reaccionara al menos. Se siente perdido. No sabe cómo acercarse a ella. Ruth se ha convertido en un muro infranqueable y le ha despojado de escaleras y cuerdas con las que saltar por encima. Al principio pensó que sólo era cuestión de tiempo, que en cuanto pasara el shock inicial Ruth claudicaría consigo misma y, al menos, se abriría con él. Pero no, no se abre sino que se cierra por momentos. No habla de lo que piensa ni de lo que siente. Su rostro, en contraposición al de Sara, demacrado y ojeroso, permanece impasible pese a mostrarse sombrío. No transmite ninguna emoción. Juan mira a Ruth con lástima y piensa que su amiga ha muerto por dentro.

El timbre del portero automático suena por segunda vez esa tarde. Ruth se levanta de la silla ergonómica desde la que preside su escritorio y se acerca al telefonillo para abrir el portal. Luego lleva a cabo la misma operación que un rato antes y entreabre la puerta del piso para que Pilar entre. Sin mediar palabra regresa a su silla y a su pantalla. Poco después su amiga irrumpe en el salón. Por el rabillo del ojo la ve llegar y poner cara de grata sorpresa al ver a Juan junto a ella.

—Llegas justo a tiempo —exclama Ruth—. Ahora que estamos los tres seguro que Juan querrá que haga terapia de grupo con vosotros… —se burla agarrando su paquete de tabaco.

Por el rabillo del otro ojo ve cómo Juan pone los ojos en blanco. Se lleva un cigarrillo a los labios y hace girar la silla ciento ochenta grados de modo que Pilar queda a su derecha y Juan a su izquierda. Enciende el pitillo y mira a ambos alternativamente.

—Chicos, os veo preocupados —se mofa levantándose de la silla y yendo hacia la cocina—. ¿Queréis una cervecita o algo?

Sin esperar respuesta trae tres botellines de Coronita ya abiertos y las deja sobre la mesita baja que hay frente al sofá. Luego coge la suya y regresa a sentarse en su silla ergonómica.

—Lo siento, me he quedado sin limones —se disculpa tras dar el primer trago.

Juan y Pilar cogen sus cervezas. Pilar se sienta en el sofá. Juan permanece en la misma silla. Durante un par de minutos los tres beben en silencio sin decir nada. Pilar imita a Ruth encendiéndose también un cigarrillo de un paquete que saca de su bolso.

—Bueno, ¿qué te cuentas? —dice esta última rompiendo el silencio.

Ruth se encoge de hombros.

—Lo mismo que le contaba a Juan. De casa al curro y del curro a casa. Con alguna juerguecita de por medio, ¿para qué te voy a engañar? —explica guiñándole un ojo a su amiga.

Ruth se siente acorralada pero ya comienza a acostumbrarse al acoso de sus amigos. Entiende que estén preocupados pero no logra compartir esa preocupación. Todo es mucho más fácil de lo que ellos pretenden aparentar. Sólo es cuestión de tiempo. El tiempo lo cura todo. El tiempo hará que Sara la olvide y ese mismo tiempo seguirá anestesiándola a ella. No deberían darle tanta importancia a lo que ha pasado. No ha ocurrido nada extraordinario. Todos los días hay rupturas, parejas que se rompen, personas que se hunden a causa de ello. Y el mundo no deja de girar. Ruth se limita a afrontar con estoicismo su decisión. No quiere pensar en ello. No quiere pensar en Sara. No quiere pensar en sí misma. Sólo quiere que todo pase y que nadie se empeñe en hurgar en su subconsciente para hacerle psicoanálisis barato.

Aunque por otro lado intuye que todo esto supondrá un punto de inflexión en su vida. Ahora sabrá quiénes son de verdad sus amigos. No le molesta que apoyen a Sara (porque sabe que lo están haciendo aunque se cuiden de no hacérselo saber). Lo que le escuece es que parece que a Sara la comprenden mucho mejor que a ella. Incluso a Juan y Pilar, que son los que más tiempo llevan a su lado, les cuesta entender su decisión. Y para Ruth todo está muy claro. Meridianamente claro. Ella dejó a Sara para no destrozarla del todo. Ahora puede estarlo, sí, por supuesto, pero de haber seguido juntas Ruth sabe que su actitud la hubiera acabado haciendo más daño. Y más vale un dolor agudo y puntual que ir mermando día a día el corazón de Sara hasta despedazarlo por completo. Ella ha hecho lo que debía. Por mucho que le pueda doler a su ex novia. O a ella misma.

—¿Salís esta noche? —pregunta Ruth a sus amigos. Ambos menean negativamente la cabeza.

—¿Y tú? —le pregunta Pilar a su vez.

—Puede que sí, puede que no. Según me dé —responde ella con lasitud e indiferencia dando un nuevo trago a su cerveza.

Ruth está segura de que todos sus amigos piensan que para ella dejar a Sara ha sido muy fácil. Que no le ha dolido, que no le ha importado. Y claro que lo ha hecho. Pero no podía continuar. No podía. Era algo superior a sus fuerzas. Sabe que por mucho que se hubiera esforzado no hubiera conseguido salvar nada. Su relación estaba sentenciada aunque no sabría decir por qué. O quizá sí. Porque ella no puede cambiar aunque lo intente. Ya es demasiado tarde para hacerlo.

Muchas noches recuerda aquel momento en que Sara verbalizó lo que Ruth aún no había sabido cómo decir. La mañana en que Pilar se casaba y ellas estaban esperando a Juan y Diego para dirigirse al lugar del evento. La mirada de Sara se le quedó grabada en la memoria. Esa mirada que la asustó aún más de lo que estaba justamente por lo que representaba. Una mirada dolida y resentida, indefensa y desamparada que la acusaba de estar hiriéndola con saña, alevosía y premeditación. Que sin palabras le estaba diciendo que era una mala persona. Ella no quería que hubiera sucedido así. Pensaba dejarlo para otra ocasión. Aunque ya llevase mucho dejándolo para otra ocasión. Sólo estaba buscando el momento más oportuno. Y, sin duda, el día de la boda de Pilar y Pitu no lo era. Pero Sara quiso que fuera entonces. Fue ella la que puso las cartas sobre la mesa y Ruth sintió que no podía seguir fingiendo que no pasaba nada. Porque sí pasaba y no creía que mentirle en aquel instante fuera lo mejor. Sólo habría servido para enredarlo todo más. Para darle a Sara una esperanza momentánea que haría que cuando la verdad saltase a la luz fuese aún más dolorosa. Y se lo dijo. Bueno, en realidad se limitó a actuar por omisión. La actitud taxativa de Sara, su firmeza al dar por sentada la decisión de Ruth, no admitía discusión posible.

Algunos podrían decir —y quizá lo hayan hecho— que Sara se lo puso fácil. Y no lo fue en absoluto. Sara no quiso hablar después. Y Ruth temía lo que pudieran decirse si comenzaban a discutir. Así que cargó con la culpa, con el peso de ser la mala de la película y dejó que Sara se irguiera en el papel de víctima. Así era mucho más fácil para todos. Sus amigos comunes podrían consolar a Sara y machacarla a ella. Compadecerían a una en su tragedia y tratarían con acritud a la otra en un completo acto teatral en el que cada miembro del elenco de personajes estaba definido por su bondad o por su perversidad. Una obra en la que ella era la zorra malvada de la que se esperaba una pronta redención o de lo contrario se la desterraría para siempre de El País de Nunca Jamás. Curioso que ella siempre se hubiera identificado más con Peter Pan…

De repente se da cuenta de que Juan y Pilar están hablando entre ellos y se descubre asintiendo por inercia a lo que dicen, como si realmente lo hubiera estado escuchando. No hablan de Sara y de ella sino de cosas triviales. Hace girar la silla para mirar qué hora es en el ordenador. Todavía es pronto. Esperará a que sus amigos se vayan, se dará una ducha y saldrá a dar una vuelta por los bares. Eso es fácil. Eso no requiere mucho esfuerzo. Y la exime de pensar demasiado.

En esta ocasión no es como cuando Olga la dejó. No se ha lanzado como una suicida al desenfreno. No se emborracha hasta caer redonda. Ni se deja medio sueldo en polvos mágicos. Bebe lo mismo que antes de la ruptura —mucho en cualquier caso, lo sabe, pero al menos no es más que antes— y no siente la tentación de introducir en su organismo otras sustancias aparte del alcohol y el tabaco. Todo está como siempre. Pero cuando sale no se relaciona con la gente de siempre sino con simples conocidos, esas personas que sólo la han tratado en nocturnas circunstancias, que no saben nada acerca de la ruptura o que, incluso, ni siquiera están al corriente de la existencia de Sara. Pasar tiempo con esas personas consigue que durante un rato pueda evitar pensar en toda la historia. Ellos no le hacen preguntas, ni le hablan como si quisieran obligarla a darse cuenta de una verdad incontestable o admitir algo de lo que no se hubiera percatado. Son relaciones tan superficiales que hasta le procuran un retorcido placer al convertirla en una persona casi sin pasado. Y que mientras vaya pasando el tiempo. Eso es lo único que espera.

Pilar y Juan bajan juntos en el ascensor con el ánimo impotente y cara de circunstancias. Salen del portal hablando de Ruth y Sara y ella tiene la sensación de que en los últimos dos meses no ha habido otro tema de conversación que no hayan sido ellas dos. Y es algo que empieza a agotar su paciencia. Sobre todo porque, mientras todo el mundo da por sentado que la ruptura es total y completamente definitiva, ella no tiene tan claro que sea así. Es como si los demás, de estar tan ocupados consolando a una y otra parte, hubieran obviado cualquier otra posibilidad. Pero Pilar, desde que Ruth mencionara por primera vez a Sara al volver de aquellas vacaciones en Baleares, conociendo a su amiga como la conocía, supo que era el comienzo de una de esas clásicas historias de ni contigo ni sin ti que tanto gustan en las películas y tantos quebraderos de cabeza traen en la vida real. Y esa repentina ruptura cuando la relación parecía encauzarse hacia los típicos derroteros de normalidad y cotidianeidad no hacía sino confirmar sus suposiciones. Tal vez se equivoque pero a Ruth y Sara aún les quedan actos por interpretar.

Y es que Pilar, gracias a su condición de amiga, confidente, comparsa, secundaria y figurante en la vida de los demás ha visto muchas historias como esa. Y a la experiencia vicaria se le une la suya propia que, aunque escasa y habitualmente negativa, le ha enseñado también mucho acerca del comportamiento humano. Las cosas nunca son lo que parecen. Las parejas perfectas ocultan rencores y odios. Las parejas por las que nadie apuesta sobreviven justamente a causa de un enfrentamiento constante que se traduce en una dependencia mutua que les obliga a continuar. Los más honestos y valientes mienten y actúan cobardemente. Los que parecen malas personas sorprenden comportándose de un modo mucho más coherente que los que esgrimen esa virtud para sí mismos. Nunca nadie es de un modo u otro sino de muchos que a menudo se contradicen. Y las mismas personas que no pueden evitar hacerse daño tampoco pueden evitar quererse.

Juan la acompaña hasta la boca de metro de Bilbao. Aunque al principio él también iba a cogerlo con ella según se van acercando le dice que le duele mucho la cabeza y que prefiere tomar un taxi. Se despiden al borde de las escaleras. Juan le da dos besos y saludos para Pitu. Ella le corresponde del mismo modo mandándole saludos a Diego. Baja las escaleras sintiéndose extraña por esa situación tan poco habitual. La de pertenecer a una pareja estable. Tan, tan estable que hasta está vinculada mediante un contrato civil. Aunque lleva con Pitu más de un año todavía no se acostumbra a no ser ya la eterna soltera con mala suerte en las relaciones.

En más de una ocasión llegó a creer que nunca tendría a su lado a una persona a la que poder considerar su pareja. Y eso que ella siempre había pensado que era la típica chica que una vez se empareja lo hace para siempre. De hecho incluso cree firmemente que si hubiera tenido algún novio en el pueblo antes de tomar la decisión de venirse a Madrid para descubrir si realmente la atracción que sentía por las mujeres era de verdad y no producto de una pasajera confusión adolescente, aún seguiría con ese hipotético novio que, posiblemente, se hubiera convertido en hipotético marido ya. Porque en el fondo lo único que había querido Pilar siempre era que alguien la quisiera. Dejar de ser esa amiga, confidente, comparsa, secundaria y figurante en la vida de los demás y convertirse en alguien importante e imprescindible para otra persona. Ser protagonista en otra vida aparte de en la suya. Formar parte de algo, ser tenida en cuenta, sentirse querida y no constantemente despreciada y abandonada por aquellas personas que llegaban a importarle.

El metro llega a Plaza de Castilla y sale del vagón junto a una riada de gente que, probablemente como ella, van a tomar alguna de las múltiples líneas de autobuses interurbanos del intercambiador que se ubica en la superficie. Pilar se deja llevar dentro de esa marea humana que la envuelve mientras escucha la música a todo volumen en ese mp3 que la aisla de los ruidos de la urbe. Al llegar a la dársena correspondiente comprueba que su autobús aún no ha llegado pero que ya se ha formado una nutrida cola. Se coloca tras la última persona, convirtiéndose así ella misma en la última durante unos momentos antes de que más gente se coloque detrás suyo. La música sigue sonando mientras su mente continúa divagando. El autobús llega y, pasados unos minutos, abre sus puertas para que los pasajeros comiencen a entrar. Cuando lo hace ella aún quedan bastantes asientos libres por lo que se sienta al fondo, junto a la ventanilla. Le gusta ver el paisaje, aunque sea nocturno e industrial como el que le espera hasta llegar a casa. La relaja y le evita posibles mareos. Y le ayuda a pensar.

Y no es que tenga mucho en lo que pensar pero lleva unas semanas haciendo una personal recapitulación de lo que han sido los últimos doce años en Madrid y de lo que ha vivido desde que puso el pie en la ciudad. Quiere reflexionar sobre ello y valorar su evolución aunque a priori ésta parezca positiva. Una persona nunca debería olvidar lo que ha vivido si quiere valorar lo que tiene en el momento presente.

Pilar siempre se ha considerado una persona bastante mediocre. Incluso más mediocre que la mayoría. Tampoco se considera una persona culta ni inteligente ya que nunca llegó a cursar una carrera universitaria y a duras penas logró acabar el instituto. Nunca tendrá un trabajo importante. Ni siquiera un trabajo que le guste. Desde que entró en el mundo laboral siempre se ha limitado a realizar aburridas tareas administrativas de bajo nivel que lo único que le reportan es un mísero sueldo a final de mes. Tampoco su vida social y sentimental fue, durante una época, para tirar cohetes. De adolescente era enfermizamente tímida y nunca llegó a tener grandes amistades, mucho menos una pandilla con la que salir. Su condición de hija única tampoco ayudaba mucho a su sociabilidad. Descubrir a esa edad una incipiente atracción por las chicas pudo haberle supuesto un duro golpe acrecentando su introspección y su sensación de desamparo. Por suerte supo hacerle frente tomando la primera decisión importante de su vida: salir del pueblo e irse vivir a la gran ciudad más cercana, en su caso, Madrid. Y nunca ha estado tan satisfecha de algo como de lo que hizo en aquel momento. Porque empezar de cero en un entorno distinto al que la había acogido siempre hizo que sintiera que nacía de nuevo. Que podía aprender a ser una persona diferente. Que aún tenía mucho por descubrir y aún mucho más que vivir.

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