Una noche más (9 page)

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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

No fue hasta los veinticinco cuando Pilar descubrió lo que significaba hacer el amor con alguien. Por una vez la casualidad quiso que coincidieran en el mismo espacio y tiempo una persona por la que sentía algo con la voluntad de ambas para estar juntas. Y fue como si realmente descubriera el sexo entonces. Lo que sentía con esa chica en la cama no tenía nada que ver con lo que había sentido hasta entonces. Si bien antes el sexo para ella era una serie de acrobacias y ejercicios mecánicos que solo llevaba a cabo con la vana esperanza de sentir algo más que el hastío habitual, cuando comenzó a acostarse con la que fue su primera novia más o menos formal comprobó que el sexo era mucho más que un simple acción física acometida para conseguir el placer en forma de orgasmo. Era un acto de comunicación, de cercanía, de un contacto mucho más íntimo y, a todas luces, necesario para conocer aún más a la persona de la que empezabas a enamorarte. Una caricia era un mundo en sí mismo que la hacía estremecerse, un beso era una puerta abierta a la conexión de dos universos diferentes que confluían a la vez. Comprendió entonces por qué la gente perdía la cabeza cuando se enamoraba. Por desgracia, esa novia con la que descubrió tantas cosas en tan poco tiempo la dejó, como tantas otras mujeres, sin explicaciones al cabo de un par de meses.

Comenzó así una nueva etapa en la vida de Pilar. Una etapa en la que ya sabía con exactitud y claridad qué era lo que quería y qué buscaba en otra persona. Quería volver a sentir lo que había sentido, quería alcanzar esa conexión íntima con alguien de quien estuviera enamorada. No era una cuestión sólo de sexo. Era mucho más que eso. Pero a partir de los veinticinco se daba una nueva circunstancia que ya se había dejado vislumbrar tiempo atrás pero que era ahora cuando se manifestaba en todo su esplendor: las secuelas, los miedos y las expectativas.

Hasta los veinticinco años las personas son como un lienzo en blanco. Están aprendiendo a vivir pero al tener, en la mayoría de los casos, poca experiencia vital, van resolviendo los problemas según aparecen. Las rupturas y las decepciones duelen y molestan pero no impiden continuar. Nadie da ni pide explicaciones pero no es un gran problema. Todo se hace sin pensar demasiado. A partir de los veinticinco se da una curiosa concatenación de factores. Por un lado las personas, al llegar al cuarto de siglo, ven cómo su vida académica termina para dar paso, con suerte, a la vida laboral. Al mismo tiempo una adolescencia dilatada por esa misma circunstancia se acerca a su extinción. La gente se da cuenta de que tiene que comenzar a tomar más en serio su vida y se convierten en individuos que tienen que llevar una existencia adulta y madura pero que se resisten a asumir según qué responsabilidades. Aceptan introducirse en el engranaje laboral por necesidades varias pero como, al fin y al cabo, es algo articulado que no resulta tan distinto de la dinámica académica que hasta entonces han seguido, se suelen adaptar con facilidad. Pero en su vida emocional siguen siendo los mismos adolescentes egoístas y caprichosos que hasta entonces han sido.

Por otro lado, el asumir responsabilidades adultas a un nivel laboral y económico les hace desear que su vida sentimental esté a la misma altura. Ya no se buscan relaciones superficiales con las que pasar el rato sino que comienza una búsqueda más seria de la persona con la que se quiere compartir la vida. Por desgracia el lienzo ya no luce ese blanco inmaculado de antaño sino que alberga en su superficie multitud de garabatos, esbozos y tachones. Y parece que es entonces cuando las personas se dan cuenta de ello por lo que la búsqueda de esa persona especial se ve entorpecida por las secuelas de las que antes estuvieron y por el miedo a volver a sufrir, lo que hace que las expectativas sean cada vez más altas y lo que se exige y se espera de esa hipotética persona sea mucho más difícil de conseguir.

A partir de los veinticinco Pilar volvió a encontrarse como a los dieciocho años. Salía con mujeres y pasaban varias semanas tanteándose mutuamente, como púgiles al comienzo del combate, bailando alrededor del cuadrilátero con miedo pero sin acabar de entrar en la pelea. A veces llegaba a acostarse con ellas pero en la mayoría de ocasiones no pasaba de algunos besos impersonales y por completo ausentes. A Pilar le volvía a asaltar la inseguridad. ¿Qué tenía ella para que le resultase tan complicado entablar una relación? A su alrededor veía que, si bien la gente tenía problemas parecidos a los suyos a la hora de empezar con alguien, tarde o temprano lo conseguían. Que la relación fuese bien o mal ya era otra cuestión. Pero al menos tenían una relación. Pilar no. A ella siempre la acababan frenando con las más variopintas excusas. O no estaban preparadas para salir con alguien o tenían una ex a la que no podían olvidar (o que la había hecho mucho daño o que seguía intentando volver con ella o cualquier otra cosa, no olvidemos que detrás de una lesbiana siempre hay una ex novia jodiendo la marrana) o estaban centradas en su carrera profesional o le decían que no había surgido la "chispa" necesaria o todo a la vez. En otras ocasiones llegaban a decirle a Pilar que las había malinterpretado, que ellas no buscaban una relación, que se había precipitado, que las cosas no eran como creía porque ella se había montado una película en su cabeza que no existía en la realidad.

Cuando sus amigas se encontraban en situaciones parecidas Pilar las veía quejarse a la persona en cuestión, decir lo que no les gustaba, reclamar más interés, poner los puntos sobre las íes, enzarzarse en relaciones yo-yo que iban y venían según los ciclos lunares. Pero pobre de ella si se le ocurría decir esta boca es mía con alguna de esas mujeres que le ponían tales excusas. Porque lo que estaba permitido para sus amigas no lo estaba para Pilar. Si ella preguntaba por qué habían intentado algo con ella y después habían demostrado tanto desinterés, las interpeladas lo negaban y decían que sí estaban interesadas, argumentando mil y una razones que no se sostenían por ningún lado. Si Pilar contraatacaba diciendo que verse una vez cada quince días y no hacer ademán de besarla o de tocarla o de cogerle de la mano, señales bastante claras de su falta de interés, la otra se descolgaba aduciendo que para ella el sexo no era importante. Y Pilar se quedaba a cuadros escoceses porque ella no estaba hablando de sexo sino de cercanía, de intimidad, de demostrar que había un deseo de una persona por otra en lugar de un intento frío y mecánico de tener una relación planificándola como si de un proyecto laboral se tratara. Y esa alusión tan directa al sexo como si no fuera importante le mosqueaba mucho. Primero porque ella no se había referido a él, segundo porque el sexo, sobre todo en una pareja que empieza, es muy importante para conocerse y tercero porque al pronunciar semejante sentencia le hacían sentirse como una obsesa, como si fuera una de esas que sólo buscan sexo, retomando la vieja creencia popular, menos en desuso de lo que cabría esperar, de que está mal visto que las mujeres manifiesten deseo sexual. Y mucho menos las mujeres lesbianas que se supone —¡ja!— que son mucho más emocionales que las demás. Pilar no entendía qué había de malo en querer acostarse con la persona con la que estaba saliendo, sabiendo como sabía, porque lo había comprobado, porque lo había vivido y sentido, que era la forma más directa y efectiva de averiguar si una pareja funciona. Y también el acto más claro para demostrar que había un verdadero interés por otra persona. Si ella sólo quisiera sexo, se limitaría a irse de bares, como hacía Ruth a menudo, a buscarlo, sin más complicaciones y sin tener que pasar por esa incertidumbre de quedar, conocerse y buscar cosas en común. Si ella sólo buscara sexo no pasaría las largas etapas de abstinencia que pasaba. Si para ella el sexo, sólo el sexo, fuera lo único importante, no se molestaría en conocer a nadie. Además, le hacía mucha gracia escuchar esa frase. Porque la experiencia le había enseñado que las mismas que pretendían dotarse de un halo más espiritual y maduro esgrimiendo tal sentencia eran justamente las mismas que luego en la cama se retorcían como perras en celo pidiendo más. Pero ya se sabe que el sexo es esa fundamental parte de la vida que genera una doble moral tan contradictoria.

Así que, con una excusa o con otra, todas las "futuribles" que se acercaban a Pilar acababan saliendo de su vida con la misma rapidez con la que habían entrado. No sin antes, por supuesto, soltar esa frase tan políticamente correcta y que tanto repateaba a Pilar que era: «De todas formas, quiero que seamos amigas». Y le repateaba por lo hipócrita que resultaba. Porque ninguna de las que la pronunciaban llegaba a hacer el más mínimo esfuerzo por cumplirla. Se limitaban a soltarla, a darle a Pilar un supuestamente emotivo abrazo y a despedirse de ella prometiendo verse en poco tiempo. Cosa que, por supuesto, nunca, jamás, ocurría.

A Pilar esa frase le provocaba un sentimiento ambivalente. Por un lado tenía ganas de perder de vista a la farsante de turno que, si no había demostrado interés mientras salía con ella, era poco probable que lo demostrase después (y es que, se preguntaba muy a menudo Pilar, ¿tan difícil les resultaba admitir que no tenían interés, o al menos no tanto como creían, que preferían negar lo evidente y quedar todavía peor de lo que ya habían quedado?). Pero por otro lado, Pilar ya había creado un vínculo emocional con la chica en cuestión. Y, por eso mismo, a una pequeña parte de ella le costaba sacarla de su vida. Aunque la frase de «Pese a todo, seguiremos siendo amigas» le resultara algo tan propio de la adolescencia y aunque ella ya tuviese suficientes amigas sin necesidad de incluir entre ellas a alguien cuya sola presencia haría que le escociese la herida de una incipiente relación truncada por la mentira, la cobardía o la inmadurez. Pero Pilar nunca llegaba a saber por cuál de las dos opciones se acabaría decidiendo puesto que la otra ya decidía por ella. Y la decisión era, invariablemente, la de no volver a dar señales de vida.

Ruth siempre le decía que diera las gracias por no tener que pasar por una fase posterior de ahora te cojo, ahora te dejo, de ni contigo ni sin ti, de un constante mareo que mermara su ánimo y su aguante. Y ella siempre le decía a Ruth que por muy molesto que resultase eso que decía, le gustaría vivirlo al menos una vez. Porque ese mareo (que tampoco era muy distinto al que había habido antes de dejar la pseudorelación) significaría un interés, quizá un tipo distinto, pero interés al fin y al cabo, una necesidad imperiosa de no prescindir de su persona tan fácilmente como lo hacían todas las tías con las que se cruzaba. Podría ser desquiciante pero, tal y como estaba su autoestima, lo único que acababa teniendo claro era que ella nunca sería importante para nadie. Que se la podía borrar sin esfuerzo. Que lo que para ella era algo simple (alguien te gusta y lo intentas hasta el final) para los demás era algo que se complicaba hasta el infinito aduciendo un sinfín de excusas y razones de dudoso peso. Y no creía que fuese del todo malo pasar por cosas como esas porque la opción contraria, lo que pasaba cuando la dejaban era que, con el tiempo, acababa descubriendo que la que no estaba preparada para una relación se enamoraba hasta las trancas de otra al poco de dejarla a ella, la que no le daba importancia al sexo presumía de no salir de la cama con su siguiente novia, la que no quería relaciones se convertía en incansable perseguidora de otras tantas chicas a las que intentaba convencer para emparejarse con ella. Y todo eso, para Pilar, sólo tenía un significado. Y era que no, ella nunca sería suficiente para nadie.

En ocasiones ha llegado a envidiar a Ruth. Ella tiene una seguridad en sí misma y una autoestima realmente apabullantes. Hasta conocer a Sara, cuando salía, lo hacía con la experimentada actitud de cazadora que ya conocía el terreno y los reclamos que debía de utilizar para conseguir lo que quería. Pilar, en cambio, nunca ha sido más que una presa fácil para todo tipo de depredadoras, incluso las que, a priori, parecían más inofensivas. Por eso nunca podría dejar de agradecer a la casualidad, a la suerte o al destino que apareciera Pitu en su vida. Porque ella le demostró que no siempre tenía por qué ser un cero a la izquierda en la vida de los demás.

Siente la boca seca de llevar tanto rato fumando sin parar. Se separa de la columna con esfuerzo. Sus amigas parlotean al lado suyo sin prestarle mucha atención. Se acerca a la barra a pedir una cerveza. Tras coger el tercio no demasiado frío que le han servido, se da la vuelta y, todavía apoyándose en la barra, echa un vistazo alrededor tomando el primer trago. Su mirada se detiene en una chica solitaria que bebe una copa apoyada en la pared y mira también alrededor, aunque ella lo hace con cara de pocos amigos. Cuando se percata de quién es, Pilar se sorprende por no haberla reconocido en cuanto la ha visto. Un raro escalofrío le baja por la nuca al descubrirse a sí misma sin saber qué hacer. Los nervios le cosquillean en el estómago pero finalmente se separa de la barra y se dirige a ella.

—¡Hola, Ruth! —saluda jovial al llegar hasta donde está su amiga.

Ruth, súbitamente arrancada de sus pensamientos, la mira durante un instante como si no supiera quién la ha saludado. Luego alza las cejas en señal de reconocimiento.

—¡Coño, Pilar! ¿Cómo tú por aquí? —es lo único que le dice tras dar un trago a su copa.

Pilar mira a su amiga esperando que diga algo más pero lo único que siente es un gran abismo entre ambas. Ruth no parece demasiado dispuesta a hablar. Y Pilar tampoco sabe muy bien qué decirle. Aún así permanece frente a ella, esperando quizá que Ruth se dé cuenta de que sigue siendo su amiga.

Ahí está. Una noche más. Sola. De bares. Con la confianza de que se encontrará con conocidos en cualquier parte. Aunque con lo que no había contado era con encontrarse a Pilar. La mira sin saber qué decirle porque diga lo que diga en el aire seguirá flotando la certeza de que hay algo de lo que evita hablar. Ruth sabe que Pilar sigue sin entenderla. Por eso cada vez la evita con más ahínco. Porque esta harta de ser juzgada.

—¡Feliz año! —le dice de repente.

—Ya recibí tu mensaje, gracias —contesta Ruth lacónica.

—Bueno, siempre es mejor decirlo en persona —se justifica su amiga.

Ruth mira su copa vacía y la deja sobre una mesita cercana. Luego mira a Pilar, enarcando las cejas, como si estuviera preocupada.

—Creo que me voy a ir a la planta de arriba. Tanto bumbum me está aturdiendo —y antes de que Pilar pueda disuadirla añade—, nos vemos, ¿vale?

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