Clara medita un momento y, finalmente, escupe entre dientes:
—No. Sólo sé que está atormentado y es insensible al dolor ajeno. Y que muchas de sus reacciones no son lógicas ni sus respuestas coherentes. Se siente tan superior que piensa que puede seguir engañándonos por siempre, pero si tiene algo que ver acabará cayendo, ya lo verás.
—Claro, claro… Y con esas sospechas tan sólidas decidiste por tu cuenta que algo ocultaba y allá que te fuiste, sin contar conmigo, a jugarte el tipo porque te dio uno de esos pálpitos de policía. Fue así, ¿no?
—Se me ocurrió sobre la marcha, te lo he dicho mil veces. Cuando el chico del bar lo reconoció pensé en ir a ver si le sacaba algo.
—Pues por poco le sacas un curso de vuelo sin motor. Hace falta ser inconsciente, no sé cuántos policías habrá enterrados gracias a sus pálpitos, miles, millones. Y tú, de espabilada, sin indicios ni pruebas, te vas a sonsacar al psicópata ese sin avisar, ni compañero que te cubra o te defienda ni nada. Anda que si no llego a aparecer…
—Mi héroe.
—Ya te vale con la coñita —y estalla—. La próxima vez dejo que te tiren.
—No te enfades conmigo, Carlos, sabes que te estoy muy agradecida.
—Sólo cumplía con mi deber.
—Eso, tú acaba de arreglarlo, para un detalle que tienes…
—Mira, siento el susto que te has llevado, pero con tu experiencia ya tendrías que haber aprendido que no debes exponerte así. Ni un muerto, ni dos, ni tres, valen lo que tu vida. No tienes remedio, en la academia eras igual.
Clara gira la cabeza para mirar por la ventanilla del coche y que no la vea estremecerse y sonreír a la vez presa del susto y del alivio.
—Vale, tienes razón, no sé qué habría pasado si no llegas a aparecer. Lo que no entiendo es cómo supiste dónde estaba. Si te dejé revisando extractos bancarios.
—Ese chaval, Pedro, o Pablo, como se diga, llamó a comisaría al rato de haber estado en su bar. Debe de ser subnormal, porque le hacía tanta ilusión conocer a un secreta que llamaba sólo para ver si algún día necesitarías un actor para una operación policial. En fin. Me contó lo de las fotos, me describió al calvo y a su hijo y supuse que, loca como estás, habrías decidido ir a hablar con él a su trabajo. Pero es que a mí nunca me pareció tan inofensivo, ya el primer día en el garaje noté que te miraba de forma rara, por eso al ver que no dabas señales decidí ir a buscarte. Quien me atendió fue su secretaria y, tras camelármela con mi labia insuperable, me guió hasta la terraza. El resto ya lo conoces —revela contento de sí mismo y sin poder disimularlo.
—Conque labia insuperable… —suspira Clara, satisfecha su curiosidad, al ver que se aproximan a comisaría—. Bueno, ¿y ahora qué hacemos?
—Hablar con Santi si ha llegado y si no con Bores, porque habrá que decidir hacer algo con el tema de la madame —organiza París.
—Pensé que estaba claro que sin su opinión no había nada que hacer.
—Y yo pensaba dedicar mi hora del almuerzo a llamar a antiguas conocidas a ver si alguna se prestaba a hacer de prostituta y acompañarte, incluso quería buscar en las páginas de contactos a profesionales que pudieran solucionarnos la papeleta, pero resulta que he tenido que rescatar a una compañera imprudente de las manos de un chiflado y ahora estoy sin comer y sin puta que me ladre.
—¿Ha llegado ya? —pregunta Clara a Fernando al pasar ante su mesa haciendo oídos sordos al último comentario de París, que mira que se estaba portando bien pero ya empieza a ponerse divo, total, por sacar la pistolita y dar tres voces a un malcriado que quería jugar a
Atracción fatal
. Me temo que voy a deberle ésta por los siglos de los siglos.
—No. Le hemos estado llamando a su casa a ver si pasa algo, pero no lo cogen.
—Su mujer igual ha tenido guardia en el hospital y aún no ha regresado, y sus hijas seguro que estarán en la facultad —enumera Clara.
—¿Y Bores?
—Ése sí está, en su despacho, pero lleva un buen rato reunido y yo no le molestaría, ya sabes cómo se pone cuando le interrumpes.
—Entonces ¿qué hacemos?
—Yo voy a seguir intentándolo con el teléfono —dice París encogiéndose de hombros—. Tú prueba con Zafrilla, a ver si ha cambiado de opinión.
Y mientras Clara se sienta y marca su número que no para de comunicar, seguro que lo ha dejado descolgado para que no le demos el coñazo, el otro llama a una lista interminable de viejas conocidas, o confidentes, o ex novias, o pilinguis de confianza, deduce ella al entreoír apenas retazos de su conversación en los que le oye decir entre dientes qué es eso de que antes le harías un favor al Diablo que a mí, como si te hubiera tratado mal, cómo que a ti no pero a tu amiga sí, anda que no eres exagerada ni nada, tampoco fue para tanto, o sea, que me dices que no, ya verás, ya, pues cuando necesites algo no me busques, y cuelga con un hasta nunca y pasa a la siguiente a quien pretende engatusar con un hooola preciosssa, ¿te acuerdas de mí?, que tampoco debe de responderle nada bonito porque acaba diciéndole algo como que ya estarás algún día en un apuro y me pedirás un favor, que la vida da muchas vueltas y entonces yo no estaré para sacarte las castañas del fuego o francamente, querida, no es para ponerse así ni para decirme que busque a mi puta madre para hacer de puta, porque esto que te pido es un servicio a la ciudadanía, a tu país incluso, y además… ¿Oye?, ¿estás ahí? ¡A mí no me cuelgues! ¡Grosera!
—Veo que has agotado tu agenda —le ironiza Clara.
—Sólo me queda llamar a mi prima la del pueblo, que acaba de mudarse aquí a preparar una oposición y para hacer de ingenua sería estupenda, porque lo es. Pero seguro que me sale con que es muy decente y al final mis tíos acaban enterándose de que la he hecho pasar por lumi y en la próxima comida de Navidad me cortan los güevos con una guadaña, igual que al capón —resopla.
—No imaginaba ese vocabulario en ti. Si hasta te está saliendo un lenguaje patibulario.
—¿Patibulario yo? No doy crédito —y precisamente, porque no encuentra palabras, decide cambiar de tema—. ¿Y tú qué sabes de tu amiguita?
—Nada. Ni descuelga el teléfono, y da igual lo que digas porque no pienso insistir. No está en condiciones y punto. Ni siquiera sé si lo estoy yo.
—Pues ya te puedes ir mentalizando, porque no te quedan ni dos horas.
—Eso será si encuentras a alguien, que por lo que se ve no es tu caso.
—Déjame cinco minutos más y verás, todavía me queda un as en la manga, no he llamado a alguien que seguro que… —argumenta con aire de inmensa seguridad en sí mismo justo cuando llega Nacho con ganas de cotorrear.
—¿Habéis visto a la chavala que está con el jefe Bores? Vaya pibón. Perita en dulce, os lo digo yo, perita de la buena. De careto, un notable, pero un cuerpo cojonudo. Dos pechos como dos rocas y un pandero que debe de ser la gloria.
—¿Y tú cómo sabes todo eso? —preguntamos al unísono.
—Coño, porque cuando llegó aquí a la hora de comer no había nadie y la atendí yo. Por cierto, preguntaba por ti, Carlos —le dice sin asomo de rubor.
—¿Por mí? —gesticula sorprendido.
—A ver si va a ser una ciudadana voluntaria para lo de esta tarde —bromeo sarcástica.
—Ni idea, sólo dijo que se llamaba Reme y que quería contarte una cosa.
—¡¿Reme?! —ruge París—. ¿Y se puede saber qué hace en su despacho? —grita escandalizado—. ¿Cuánto lleva ahí dentro?
—Como tres cuartos de hora más o menos.
—¿Tres cuartos de hora?, ¿de qué va a hablar durante tres cuartos de hora con ella? —se pregunta cada vez más alterado antes de volverse hacia nosotros con aire suplicante—. Decidme la verdad, que yo no conozco esta comisaría, ¿Bores es un caballero que la respetará o…?
Nacho le contempla anonadado sin articular palabra y a Clara le da un ataque de risa.
—Tranquilo, hombre —continúa burlándose—, que no es ningún seductor sin escrúpulos y menos un corruptor de menores. Seguro que están hablando del tiempo y el estado de la circulación mientras te esperan.
—¿Pero por qué no salen si ya estoy aquí?
—Lo más probable es que no sepan que has llegado. ¿Por qué no te vas al despacho y lo aclaras todo?
—¿Y si les molesto? ¿Y si Bores me recrimina?
—Pero joder, tronco, ¡si es tu novia! —exclama Nacho.
París obedece y se dirige marcial al despacho, pero ante la puerta parece achicarse. Aun así, alza los nudillos para llamar y en ese mismo instante, como si se tratara de una película muda de risa, ésta se abre y aparece Reme, con una minifalda impresionante, la sonrisa pintada de fucsia y la mano de Bores posada al final de su espalda. Los dos parecen contentos y complacidos. París, en cambio, sustituye su confusión por un gran mosqueo que la presencia de un superior le impide manifestar. Y todos menos Reme parecen darse cuenta.
—¡Hola, churri! ¿Dónde te habías metido? —le dice alegremente y, alzándose de puntillas, le planta un beso en cada mejilla.
—Tuve que salir a hacer una diligencia. ¿Y qué haces tú aquí?
—Vine a verte porque quería invitarte a comer, caramelito.
—No me llames así en público, que ya te lo he dicho mil veces.
—Es que me han ascendido en el trabajo y me han dado la tarde libre, y me he puesto tan contenta que pensé que podríamos celebrarlo en un buen restaurante, en una hamburguesería, por ejemplo, pero como no estabas yo…
—Tiene usted una novia encantadora, Carlos —interviene Bores impidiendo que Reme acabe su frase—, le felicito.
—Gracias —responde verdaderamente enfurruñado, y verlo así es tan divertido que Nacho no puede evitar alargar la situación.
—¿Y de verdad te han ascendido? —pregunta a Reme con ironía disfrazada de amabilidad.
—Sí. ¿A que es guay? Antes era sólo auxiliar y ahora soy ¡oficial de peluquería! Hasta me dejan dar mechas —contesta sonriente.
—Pues enhorabuena, tienes que estar muy satisfecha —sigue con el choteo.
—¡Muchísimo! Y además, como ahora voy a ayudar a Carlos…
—Cómo que vas a ayudarme a mí, y en qué —salta éste alarmado.
—París, Clara —vuelve a interrumpir Bores, ahora ya más tenso—. Quisiera hablar con ustedes un momento. ¿Pueden pasar a mi despacho?
—¿Ahora? Primero quisiera despedirme de mi novia.
—No, pasen ahora. Reme esperará fuera, no hay problema. Ella ya sabe.
—¿Ella ya sabe qué…? ¿No hay problema…? —masculla París por lo bajini mientras entra junto a una Clara sonriente y burlona que guiña un ojo a Nacho. Éste, aunque bien sabe que tiene millones de cosas que hacer, decide esperar fuera con Reme, haciéndole monerías para que se entretenga como si fuera una inocente chiquilla, y así poder enterarse de qué está pasando cuando salgan sus compañeros.
*
—¡Ya tenemos candidata! —proclama Bores cuando se quedan a solas.
—¿Candidata para qué? —pregunta París.
—Para el operativo de esta tarde con la madame.
—No me diga, ¿y se puede saber a quién ha encontrado?
—A su novia. Reme es perfecta para el papel.
—No. Eso sí que no. Me niego en redondo.
—No puede. Ella ya ha aceptado.
*
—
PERO
¿
SE PUEDE SABER EN QUÉ ESTABAS PENSANDO
?
—Yo creí que te iba a gustar…
Clara permanece muda y tiende un kleenex a Reme, que gimotea bajo su mirada compasiva, porque en el fondo le da pena la pobre chica, aturullada y confundida sin comprender a qué vienen esas voces como bramidos de cachalote encallado, porque ella no tiene la culpa de que un cabrón como Bores, más preocupado por rellenar el expediente ante Carahuevo que por la integridad de una ciudadana y la salud mental de uno de sus hombres, la haya manipulado hasta conseguir que, tras camelos y mentiras a medias, se comprometa a figurar como aspirante a meretriz con una de las bichas más cabronas de la profesión, aunque posiblemente también más elegantes, y es que eso es lo que le estuvo diciendo a París en su despacho, y hace falta tener poca vergüenza para querer aplacar su genio intentando convencerlo de que, en el fondo, Reme tampoco se expondrá tanto, no olvide usted que Virtudes lleva un negocio de altos vuelos, seguro que todo es mucho más aséptico y profesional de lo que piensa, se lo garantizo, ya verá como nadie les tocará un pelo, y además, que nosotros vamos a estar fuera protegiéndolas.
—Pues mande usted a su hija —le propone.
—Hombre, es que mi hija no se ha presentado esta tarde en comisaría y en cambio su novia sí, y la verdad es que da el tipo. No me negará que…
—¿Me está diciendo, señor, que mi novia tiene pinta de puta?
—No, por dios, tampoco era eso. Me refería a que parece muy joven.
—Es que lo es.
—Ya, pero fíjese lo que le digo, se la ve muy madura para su edad. Pero mucho. Y cuando le expliqué nuestro problema reaccionó con gran generosidad y una enorme conciencia social para el mantenimiento del orden público.
—Querrá decir cuando usted la manipuló —especifica Clara, hablando por primera vez y llevándose de regalo una mirada furibunda de Bores.
—Subinspectora, cómo se atreve a insinuar eso —le recrimina—. Yo no obligo a nadie a hacer nada, ella estaba deseosa de colaborar y se ofreció solita. Me dijo que usted, París, estaría encantado de que pudieran trabajar juntos. Mi opinión es que deberían aclarar unas cuantas cosas antes de encararse conmigo. Y además, tienen poco más de una hora para aleccionarla. Yo que ustedes no continuaría perdiendo el tiempo.
París se levanta de mala gana porque está claro que para él la conversación no ha terminado y de buen grado le seguiría cantando unas cuantas Traviatas más. Clara pone una mano en su hombro para que se calme, aunque en el fondo sabe que éste no tiene el valor de abortar la operación. Pero no se puede quedar tranquila, no con la conciencia sucia por permitir que este hijo de puta con galones juegue con una pobre chica de barrio como con una marioneta, no sumisa ante la ligereza con que la propone para hacerse pasar por prostituta, no muda ante el chantaje laboral al que está sometiendo a mi compañero, que aunque sea París acaba de librarme de una buena, y al final no me puedo aguantar y tengo que hablarle bien claro a este grandísimo embaucador:
—Creo, jefe, que exponer a una joven tan inexperta en una operación de este calibre es un grandísimo error. Espero que no tengamos que arrepentirnos.
—No exagere, Clara. Usted sabe que van a estar pinchadas y seguras.