DOCUMENTO ANEXO: 11/6/60.
Memorándum del FBI: del director J. Edgar Hoover al jefe de Agentes Especiales de Chicago, Charles Leahy.
Señor Leahy:
Con referencia a Ward Littell, no haga nada todavía. Devuélvalo a las misiones de vigilancia del partido Comunista Norteamericano, relaje la vigilancia sobre él y manténganme informado de la investigación sobre la agresión.
JEH
DOCUMENTO ANEXO: 9/7/60.
Transcripción de una llamada por un teléfono oficial del FBI: «Grabada a petición del Director»
«Clasificación Confidencial 1-A: Reservado únicamente al Director».
Hablan el director Hoover y el agente especial Kemper Boyd.
KB: Buenas tardes, señor.
JEH: Kemper, estoy enfadado con usted. Lleva algún tiempo rehuyéndome.
KB: Yo no lo diría de ese modo, señor.
JEH: Claro que no. Usted lo expresaría de una manera calculada para minimizar mi rencor. La cuestión es otra: ¿se habría puesto en contacto conmigo si yo no lo hubiera localizado?
KB: Sí, señor. Claro que lo habría hecho.
JEH: ¿Antes de la coronación del rey Jack?
KB: Yo no daría por segura esa coronación, señor.
JEH: ¿No tiene mayoría de delegados?
KB: Casi. Creo que será nominado en la primera votación. JEH: ¿Y usted cree que ganará?
KB: Sí. Estoy razonablemente seguro.
JEH: No puedo discutirle eso. El Hermano Mayor y Norteamérica tienen todos los síntomas de un flechazo amoroso.
KB: Piensa mantenerlo a usted en el cargo, señor.
JEH: Por supuesto. Todos los presidentes desde Calvin Coolidge lo han hecho, y usted debería templar su proceso de distanciamiento con la certeza de que el príncipe Jack estará en el cargo durante ocho años como máximo, mientras que yo seguiré en el mío hasta el milenio.
KB: Lo tendré presente, señor.
JEH: Se lo aconsejo. Y quede advertido también de que mi interés por el Hermano Mayor va más allá de mis estrictos deseos de conservar el empleo. A diferencia de usted, yo tengo inquietudes altruistas, como la seguridad interna de nuestra nación. A diferencia de usted, mi principal preocupación no es la autoconservación y el progreso monetario. A diferencia de usted, no considero la capacidad de disimulo como mi máxima habilidad.
KB: Sí, señor.
JEH: Permítame interpretar su resistencia a ponerse en contacto conmigo. ¿Temía que le fuera a pedir que presentara al Hermano Mayor mujeres amigas del FBI?
KB: Sí y no, señor.
JEH: ¿Qué significa eso?
KB: Significa que el Hermano Pequeño no confía por completo en mí. Significa que la primera programación de la campaña fue caótica y sólo me dejó tiempo para procurarle chicas de compañía locales. Significa que quizás haya podido alojar al Hermano Mayor en habitaciones de hotel con micrófonos del FBI previamente instalados, pero el Hermano Pequeño lleva años en contacto con las fuerzas del orden y quizá sepa que existen los micrófonos ocultos portátiles.
JEH: Kemper, siempre llego a cierto punto con usted. KB: ¿A qué se refiere?
JEH: Me refiero a que no sé si miente o dice la verdad y, en cierto modo, ni siquiera me importa.
KB: Gracias, señor.
JEH: De nada. Era un elogio consternado, pero sincero. Bien, ¿piensa ir a Los Ángeles para la convención?
KB: Salgo mañana. Me alojaré en el Statler, en el centro.
JEH: Estaremos en contacto. El rey Jack no deseará amistades femeninas si se encuentra aburrido entre homenajes y elogios.
KB: ¿Amistades con adornos electrónicos?
JEH: No; sólo buenas oyentes. Ya hablaremos de micrófonos portátiles durante la campaña de otoño, si el Hermano Pequeño le confía los planes de viaje.
KB: Sí, señor.
JEH: ¿Quién atacó a Ward Littell?
KB: No estoy seguro, señor.
JEH: ¿Ha hablado con él?
KB: Helen Agee me llamó y me contó lo de la paliza. Llamé a Ward al hospital, pero se negó a decirme quién lo hizo.
JEH: Me viene a la cabeza Pete Bondurant. Está involucrado en esas aventuras cubanas, ¿verdad?
KB: Sí.
JEH: Sí, ¿y…?
KB: Sí… y hablamos como trabajadores a las órdenes de la Agencia.
JEH: La oficina de Chicago se dio por satisfecha con la coartada de Bondurant. El que la confirmó era un conocido traficante de heroína con numerosas condenas por violación en Cuba pero, como dijo una vez Al Capone, una coartada es una coartada.
KB: Sí, señor. Y como dijo usted en cierta ocasión, el anticomunismo hace extraños compañeros de cama.
JEH: Adiós, Kemper. Tengo la ferviente esperanza de que nuestra próxima comunicación sea a iniciativa de usted.
KB: Adiós, señor.
(Los Ángeles, 13/7/60)
El empleado le entregó una llave chapada en oro.
–Tenemos un error en las reservas, señor. Su habitación ha sido ocupada por equivocación, pero vamos a darle una suite al precio de nuestras habitaciones normales.
Los botones se acercaron al mostrador de recepción.
–Gracias -dijo Kemper-. Me parece un error muy conveniente. El recepcionista revolvió unos papeles.
–¿Puedo hacerle una pregunta?-murmuró.
–Deje que la adivine. Si mi habitación corre a cargo de la campaña de los Kennedy, ¿por qué me alojo aquí en lugar de hacerlo en el Biltmore, con el resto del grupo?
–Sí, señor. Era precisamente eso.
Kemper guiñó un ojo.
–Soy un espía -le confió.
El recepcionista se rió. Unos hombres con aspecto de delegados agitaron la mano para llamar su atención.
Kemper se abrió paso entre ellos y tomó un ascensor hasta la planta doce. Su suite era la presidencial: doble puerta, sellos de oro, todo el mobiliario antiguo…
La recorrió, apreció la decoración y contempló la vista, entre el norte y el nordeste.
Dos alcobas, tres televisores y cuatro teléfonos. Champán de bienvenida en un cubo de hielo con el sello presidencial de Estados Unidos estampado en el metal.
Kemper descifró al instante el «error»: aquello era cosa de J. Edgar Hoover.
Quiere asustarte. Está diciéndote: «Eres propiedad mía.» Está burlándose de tu fervor por los Kennedy y de tu amor a las suites de hotel.
«Quiere un posible espionaje con micrófonos y cintas.»
Kemper conectó el televisor del salón. La pantalla se iluminó y escuchó comentarios sobre la convención.
Encendió los demás televisores y subió el volumen de todos ellos.
Inspeccionó metódicamente la suite. Encontró micrófonos de condensadores dentro de cinco lámparas de mesa y falsos paneles tras los espejos de los baños.
Descubrió dos micrófonos auxiliares ocultos bajo yeso rápido en el friso del salón. Unas minúsculas perforaciones servían de canal de sonido; un no profesional no las distinguiría nunca. Comprobó los teléfonos: los cuatro estaban intervenidos.
Kemper lo estudió todo desde la perspectiva de Hoover.
Hace unos días hablamos de micrófonos fijos. Sabe que no quiero poner a Jack en contacto con mujeres «amigas del FBI».
Hoover dijo que considera inevitable el triunfo de Jack. Puede estar fingiendo. Puede que busque pruebas de adulterio para ayudar a su buen amigo, Dick Nixon.
Hoover sabe que no se te escapará lo del «error en las reservas». Está seguro de que harás tus llamadas confidenciales desde teléfonos públicos. Cree que reducirás tus conversaciones en la suite o que destruirás los aparatos de escucha por pura irritación.
Sabe que Littell te enseñó rudimentos de cómo montar escuchas clandestinas. Lo que ignora es que Littell te enseñó algunos buenos trucos.
Sabe que descubrirás los micrófonos principales, pero cree que no descubrirás los auxiliares, los que tiene reservados para cogerte.
Kemper apagó los televisores y simuló un enérgico ataque de cólera:
–¡Hoover, cabronazo! – gritó, y epítetos peores.
Arrancó los micrófonos principales.
Hizo un nuevo repaso a fondo de toda la suite; esta vez fue aún más minucioso.
Encontró micrófonos secundarios en los teléfonos y distinguió perforaciones para micros en dos etiquetas de colchón y en tres cojines de silla.
Bajó al vestíbulo y alquiló la habitación 808 bajo seudónimo. Llamó al servicio de mensajes de John Stanton y dejó su nombre falso y el número de la habitación.
Pete estaba en Los Ángeles, reunido con Howard Hughes. Llamó a la casa de vigilancia y le dejó un mensaje al limpiapiscinas.
Le quedaba tiempo libre. Bobby no lo necesitaba hasta las cinco.
Se acercó hasta una ferretería. Compró cizallas para alambre, alicates, un destornillador de estrella, tres rollos de cinta aislante y dos pequeños imanes. Regresó al Statler y se puso a trabajar.
Reconectó las cajas de los teléfonos. Modificó el circuito de los cables de alimentación. Silenció los timbres con relleno de almohada. Peló los cables.
Las palabras que llegaran se registrarían incoherentemente en todos los teléfonos intervenidos. Dejó las piezas fuera para volverlas a colocar fácilmente.
Llamó al servicio de habitaciones y pidió Beefeater y salmón ahumado.
Recibió llamadas. Su sistema de seguridad funcionó ala perfección. Apenas oía a los que llamaban. La crepitación de la línea ahogaba todo lo que decía la otra parte. Las grabaciones sólo recogerían su voz.
Llamó su contacto en el departamento de Policía de Los Ángeles. Según lo planeado, una escolta de motocicletas acompañaría al senador Kennedy a la convención.
Bobby llamó. ¿Podía enviar unos taxis para llevar a varios ayudantes de vuelta al Biltmore?
Kemper llamó a un servicio de coches y se ocupó de la orden de Bobby. Tuvo que esforzarse para entender la voz del encargado.
En Wiltshire Boulevard sonaron las bocinas. Kemper consultó el reloj y echó un vistazo por la ventana del salón. Su caravana motorizada de «Protestantes por Kennedy» pasaba por la calle, puntual al minuto. Y pagada por anticipado, a cincuenta dólares el coche.
Kemper conectó los televisores y deambuló entre ellos. La historia irradiaba en contrastado blanco y negro.
La CBS consideraba a Jack «seguro y fácil ganador en la primera votación». La ABC mostraba imágenes panorámicas: acababa de iniciarse una gran manifestación pro Stevenson. La NBC recogía a una melindrosa Eleanor Roosevelt: «¡El senador Kennedy es, sencillamente, demasiado joven!»
La ABC daba excesivo bombo a Jackie Kennedy. La NBC mostró a Frank Sinatra trabajándose las gradas de delegados. Frankie era vanidoso; Jack decía que se pintaba la coronilla con espray para amortiguar el brillo de los focos en la calva.
Kemper continuó caminando y cambió de canales. Recogió una miscelánea de media tarde. Análisis de la convención y un partido de béisbol. Entrevistas de la convención y una película de Marilyn Monroe. Imágenes de la convención, imágenes de la convención, imágenes de la convención…
Captó algunos buenos planos de la suite del cuartel general de Jack. Vio a Ted Sorensen, a Kenny O'Donnell y a Pierre Salinger.
Sólo había coincidido con Salinger y O'Donnell en una ocasión. Jack había señalado a Sorensen: «Es el tipo que me escribió Perfiles de Valentía.»
Aquél era un ejemplo de «compartimentación» en su definición clásica. Jack y Bobby lo conocían, pero nadie más sabía nada de él en realidad. Sólo era el policía que arreglaba cosas y le conseguía mujeres a Jack.
Kemper juntó todos los televisores y creó una escena: Jack en primeros planos y en planos medios.
Apagó las luces de la estancia y bajó el volumen hasta tener tres imágenes y un solo murmullo homogéneo.
El viento despeinaba el flequillo de Jack. Pete decía que la mata de pelo de Jack era su principal atributo.
Pete se negó a discutir el mal encuentro de Littell. Evitó el tema para hablar de dinero.
–Tú andas detrás de los libros del fondo de pensiones y Littell también. Lo estás acosando para que los encuentre con la intención de buscarle un provecho monetario al asunto. Te propongo que, después de las elecciones, apretemos a Littell entre los dos. Sea cual fuese el resultado, nos repartimos los beneficios.
Pete había dejado sin pelotas a Littell. Le había dado el «susto» con que lo había amenazado.
Kemper llamó a Ward al hospital. Littell compartimentó su respuesta.
–No confío en ti en este asunto, Kemper. Puedes conseguir los detalles forenses en el FBI, pero no voy a decirte quién ni por qué.
El «dónde» era Lake Geneva, Wisconsin. El lugar debía de tener relación con el fondo de pensiones. «No confío en ti en este asunto» sólo podía significar una cosa: Lenny Sands le estaba contando basura a Littell.
Pete conocía la compartimentación. Ward y Lenny también. John Stanton afirmaba que la CIA había acuñado aquel concepto en concreto.
John lo llamó a la capital federal a mediados de abril. Dijo que Langley acababa de erigir un muro compartimental.
–Nos están dejando fuera, Kemper. Conocen lo del negocio de nuestro grupo de elite y lo toleran, pero no nos concederán un centavo en el presupuesto. Nosotros recibimos nuestro sueldo como personal del campamento de Blessington, pero el auténtico negocio de nuestro grupo de elite ha quedado excomulgado.
Aquello significaba que no habría más códigos de la CIA, ni más acrónimos de la CIA, ni más nombres en clave de la CIA ni más galimatías de inicial/signo oblicuo de la CIA.
El grupo de Miami quedaba perfectamente compartimentado.
Kemper cambió de canales con el sonido bajo y consiguió una magnífica yuxtaposición: Jack y Marilyn Monroe en pantallas de televisión contiguas.
Se echó a reír. Luego, se concentró en el toque definitivo para joder a Hoover.
Descolgó el teléfono y marcó el número de información meteorológica. Le respondió un zumbido monótono, apenas audible.
–¿Kenny? Soy Kemper Boyd -dijo. Esperó cuatro segundos y añadió-: No; tengo que hablar con el senador.
Esperó catorce segundos.
–¿Cómo está, Jack?-dijo entonces en tono brillante y animado.
Aguardó cinco segundos para fingir una respuesta creíble.
–Sí -afirmó-; aquí, la escolta ya lo tiene todo preparado.
Veintidós segundos. «Sí. Exacto. Ya sé que está ocupado.» Ocho segundos. «Sí. Dígale a Bobby que tengo a la gente de seguridad en la casa, perfectamente preparada.»