–Hoover tiene micrófonos ocultos instalados en El Encanto y en el Ambassador East. Los directores de los hoteles alojan en las suites espiadas a los personajes que Hoover les indica.
–Lenny ha comprendido el asunto -susurró Pete-. Sabe qué queremos y, puesto que es así, vamos a apretarle las clavijas.
Volvieron al salón. Lenny tomaba un Bacardi de primerísima clase.
Littell parecía estar a punto de babear. Hoffa había dicho que llevaba diez meses seco. El carrito de las bebidas de Lenny era radiactivo: ron, whisky escocés y una amplia variedad de buenos licores.
Lenny engulló su trago con las dos manos.
–«Jack, te presento a Barb. Barb, éste es Jack» -se limitó a decir Pete.
Lenny se enjugó los labios.
–Ahora tengo que llamarlo «señor Presidente».
–¿Cuándo lo has visto por última vez?-preguntó Littell.
–Hace unos meses -contestó Lenny tras un carraspeo-. En la casa que tiene Peter Lawford en la playa.
–¿Siempre pasa por la casa de Lawford cuando está en Los Ángeles?
–Sí. Peter da unas fiestas fabulosas.
–¿Invita a mujeres que no están comprometidas?
–¿Alguna vez no lo hace?-Lenny soltó una risilla.
–¿Te invita a ti?
–Normalmente, sí, encanto. Al Presidente le gusta reír, y un Presidente tiene lo que quiere.
–¿Quién más acude a las fiestas?-intervino Pete-. ¿Sinatra y ese grupo de compañeros de armas?
Lenny volvió a llenarse la copa. Littell chasqueó la lengua y tapó la botella.
–¿Quién más acude a las fiestas?-insistió Pete.
–Gente divertida. – Lenny se encogió de hombros-. Frank solía venir, pero Bobby hizo que Jack se desprendiera de él.
–He leído -apuntó Littell- que Kennedy vendrá a Los Ángeles el 18 de febrero.
–Así es. Y adivinad quién ofrece una fiesta el día diecinueve…
–¿Te han invitado, Lenny?
–Pues sí.
–¿Sabes si el servicio secreto cachea a los invitados, o si los hace pasar por un detector de metales?
Lenny alargó la mano hacia la botella. Pete lo agarró antes de que la alcanzara.
–Responde a la pregunta, maldita sea.
Lenny movió la cabeza.
–No. A lo que se dedican los del servicio secreto es a comer, a beber y a hablar del proteico impulso sexual de Jack.
–«Barb, te presento a Jack. Jack, ésta es Barb» -insistió Pete.
–No soy imbécil -resopló Lenny.
–Subiremos tu tarifa a diez mil porque sabemos que eres demasiado listo como para contarle esto a nadie -dijo Pete con una sonrisa. Littell apartó el carrito de las bebidas lejos de la vista.
–Y ese nadie incluye específicamente a Sam Giancana y a tus amigos de la Organización, a Laura Hughes, a Claire Boyd y a su padre, Kemper, si se diera la casualidad extrema de que tropezaras con ellos.
–¿Kemper no está metido en esto?¡Qué lástima…! – Lenny soltó una risilla-. No me importaría volver a colaborar con él en exprimir a algún pichón.
–No te tomes esto a broma -le advirtió Pete.
–Y no pienses que Sam te dejará tranquilo por lo del asunto de Tony.
–No pienses que Sam todavía aprecia a Jack, o que levantará un solo dedo para ayudarlo. Sam compró Virginia Oeste e Illinois para dárselos a Jack, pero de eso hace mucho tiempo y, desde entonces, Bobby se ha mostrado tremendamente hostil con la Organización.
Lenny se inclinó hacia el carrito. Littell lo puso firme. Lenny lo apartó de un empujón.
–Sam y Bobby deben de estar preparando algo, porque Sam dijo que la Organización ha estado trabajando para ayudar a Bobby en el asunto de Cuba, pero Bobby no sabe nada del tema, y Sam comentó que «ahora pensamos que debería enterarse».
Una fugaz imagen asaltó a Pete.
Las entrevistas para la operación «Liquidar a Fidel». Tres peces gordos de la Organización, aburridos y evasivos.
–Estás borracho, Lenny -le dijo Littell-. No vas a hacer ningún…
Pete no le dejó terminar la frase.
–¿Qué más dijo Giancana sobre Bobby Kennedy y Cuba?
–Nada. – Lenny se apoyó en la puerta-. Sólo oí dos segundos de esa conversación que mantenía con Butch Montrose.
–¿Cuándo?
–La semana pasada. Fui a Chicago para una reunión del sindicato de Transportistas.
–Olvídate de Cuba -dijo Littell.
Lenny alzó la mano e hizo el signo de la victoria con los dedos.
–¡Viva Fidel! ¡Abajo el imperialismo USA!
Pete lo golpeó.
–«Barb, te presento a Jack» -insistió Ward-. Y recuerda lo que haremos si nos traicionas.
Lenny escupió parte de un puente dental de oro.
El combo tocaba muy desafinado. Pete imaginó que todos estaban bajo los efectos del Dilaudid de Joey.
El Reef Club se estremecía. Los locos del twist hacían retemblar el suelo. Barb bailaba de forma casi casta para lo habitual en ella y Pete supuso que el posible trabajo la tenía distraída.
Littell condujo a Pete a un reservado del local. Cuando los vio entrar, Barb los saludó con la mano.
Pete tomó cerveza. Littell, un vaso de agua de seltz. El estruendo de los altavoces hacía vibrar la mesa.
Pete bostezó. Tenía una habitación en el Statler y había estado durmiendo todo el día, hasta después de anochecer.
Hoffa envió dos de los grandes a Fred Otash. Littell escribió una nota a Hoover y la envió por medio del contacto de Jimmy en el FBI.
La nota decía: «Queremos instalar micrófonos y escuchas telefónicas.» También decía: «Queremos joder a uno de SUS PRINCIPALES ENEMIGOS.»
Hoffa conservaba a Fred Turentine. Fred era experto en intervenir teléfonos y en colocar micrófonos donde fuera necesario.
Pete bostezó de nuevo. No dejaba de darle vueltas en la cabeza al comentario de Lenny sobre Bobby y Cuba.
Littell le dio un leve codazo.
–La chica tiene buena planta -dijo.
–Y estilo.
–¿Es lista?
–Mucho más que mi última socia de extorsión.
Barb terminó
Frisco Twist
con un crescendo. Su grupo de músicos toxicómanos continuó tocando como si la cantante no estuviera presente.
Bajó del escenario y unos payasos del twist forcejearon con ella mientras cruzaba la pista de baile. Un tipo excitado la siguió hasta que consiguió echar una buena mirada de cerca a su escote.
Pete le hizo una señal. Barb ocupó el reservado contiguo al de los dos hombres. Pete hizo las presentaciones.
–Señorita Lindscott, el señor Littell.
–Técnicamente, todavía soy la señora Jahelka. – Barb encendió un cigarrillo-. Cuando muera mi suegra, volveré a usar el apellido Lindscott. Pero no seamos tan formales y tuteémonos.
–Me gusta. Lindscott.
–Ya lo sé -comentó ella-. Va mejor con mi cara.
–¿Has trabajado alguna vez de actriz?
–No.
–¿Y ese montaje con Lenny Sands y Rock Hudson?
–Yo sólo tenía que confundir a la policía y pasar una noche en la cárcel.
–¿Y los dos mil dólares compensaban el riesgo?
Barb se rió antes de contestar.
–¿Comparados con los cuatrocientos por tres actuaciones cada noche, seis noches por semana?
Pete apartó la cerveza y los aperitivos.
–Con nosotros conseguirás mucho más de dos mil.
–¿Por hacer qué? Además de acostarme con algún hombre poderoso, me refiero.
Littell se inclinó hacia ella.
–Es un asunto arriesgado, pero sólo durará muy poco tiempo.
–¿Y qué? El espectáculo del twist tampoco durará demasiado. Y es muy aburrido.
–Si te presentaran al presidente Kennedy -planteó Littell con una sonrisa- y quisieras impresionarlo, ¿cómo lo harías?
Barb expulsó una bocanada de humo en tres aros perfectos.
–Me mostraría descarada y ocurrente.
–¿Qué te pondrías?
–Zapatos de tacón bajo.
–¿Por qué?
–Porque a los hombres les gustan las mujeres más bajas que ellos. Littell se rió ante la respuesta
–¿Qué harías con cincuenta mil dólares?
–Esperaría a que terminase el espectáculo -respondió Barb con otra carcajada.
–Imagina que te descubren.
–En ese caso, imaginaré que eres peor que el tipo al que estamos apretando las clavijas y mantendré la boca cerrada.
–No llegaremos a eso -afirmó Pete.
–¿A qué no llegaremos?-preguntó Barb. Pete reprimió el impulso de tocarla.
–No correrás ningún riesgo -le dijo-. Éste es uno de esos asuntos de alto riesgo que se solucionan de forma tranquila y discreta. Barb se inclinó hacia él, hasta estar muy cerca.
–Dime qué asunto es ése. Ya sé de qué se trata, pero quiero oírtelo decir a ti.
La chica le rozó la pierna y Pete notó que todo su cuerpo se estremecía con el contacto.
–Se trata de ti y de Jack Kennedy -dijo por fin-. Lo conocerás en una fiesta en casa de Peter Lawford dentro de dos semanas. Llevarás un micrófono y, si eres tan buena como yo creo, eso será sólo el comienzo del asunto.
Barb cogió las manos de los dos hombres y las apretó. Sus ojos decían: «¿Estoy soñando? Pellizcadme.»
–¿Soy una especie de señuelo del partido Republicano?
Pete se rió. Littell lo hizo con más fuerza.
DOCUMENTO ANEXO: 18/2/62.
Transcripción textual de una llamada desde un teléfono del FBI.
Marcada: «Grabación a petición del Director. Acceso exclusivo al Director.»
Hablan el Director, J. Edgar Hoover, y Ward J. Littell.
JEH: ¿Señor Littell?
WJL: Sí, señor.
JEH: Su comunicado era muy atrevido.
WJL: Gracias, señor.
JEH: No tenía idea de que fuera empleado del señor Hoffa y del señor Marcello.
WJL: Desde el año pasado, señor.
JEH: No haré comentarios sobre la ironía subyacente. WJL: Yo la calificaría de manifiesta, señor.
JEH: Se puede llamar así. ¿Me equivoco al suponer que fue el ubicuo Kemper Boyd, que tanto asuntos abarca, quien le consiguió este empleo?
WJL: No se equivoca, señor.
JEH: No guardo ningún rencor a los señores Marcello y Hoffa. Siempre he opinado que la cruzada del Príncipe de las Tinieblas contra ellos estaba más mal concebida desde el principio.
WJL: Ellos lo saben, señor.
JEH: ¿Me equivoco al suponer que ha- cometido apostasía relación con los hermanos?
WJL: Acierta usted, señor.
JEH: ¿Y el temible Pete Bondurant es su socio en esta empresa?
WJL: Sí, señor.
JEH: No haré comentarios sobre la ironía subyacente. WJL: ¿Contamos con su aprobación, señor?
JEH: Sí. Y usted, personalmente, cuenta con mi asombro. WJL: Gracias, señor.
JEH: ¿Está preparado el dispositivo?
WJL: Sí, señor. Hasta el momento, sólo hemos podido colocar micrófonos en el Carlyle y, hasta que nuestro cebo haga contacto con el objetivo y ponga en marcha el asunto, no sabremos con seguridad dónde se citan.
JEH: Eso, si se citan.
WJL: Sí, señor.
JEH: Su nota mencionaba ciertos hoteles.
WJL: Sí, señor; El Encanto y el Ambassador-East. Sé que a nuestro objetivo le gusta llevar mujeres a esos hoteles y sé que el FBI tiene micrófonos permanentes en ambos.
JEH: Sí, aunque ahora al Rey de las Tinieblas le gusta darse los revolcones en las suites presidenciales.
WJL: No había pensado en eso, señor.
JEH: Encargaré a unos hombres de confianza del FBI la instalación del dispositivo y el seguimiento. Y compartiré las cintas con usted, si usted me envía copias de las suyas del Carlyle.
WJL: Desde luego, señor.
JEH: ¿Ha tomado usted en consideración la idea de poner micrófonos en la casa de la playa del cuñado?
WJL: Es imposible, señor. Fred Turentine no puede acceder al interior para instalarlos.
JEH: ¿Cuándo tiene previsto encontrarse con el Rey de las Tinieblas?
WJL: Mañana por la noche, señor. En la casa de la playa que acaba de mencionar.
JEH: ¿La chica es atractiva?
WJL: Sí, señor.
JEH: Espero que sea astuta y adaptable, e impenetrable a los encantos del muchacho.
WJL: Creo que hará un buen trabajo, señor.
JEH: Estoy impaciente por oírla en cinta.
WJL: Le enviaré únicamente las mejores transcripciones, señor. JEH: Tiene usted mi admiración. Kemper Boyd lo adiestró bien. WJL: Usted también, señor.
JEH: No haré comentarios sobre la ironía subyacente. WJL: Sí, señor.
JEH: Sé que con el tiempo me pedirá favores. Sé que me mantendrá al tanto de las transcripciones y que pedirá esos favores con sensatez.
WJL: Así lo haré, señor.
JEH: Lo he juzgado mal y lo he subestimado. Y me alegro de que volvamos a ser colegas.
WJL: Lo mismo digo, señor.
JEH: Buenos días, señor Littell.
WJL: Buenos días, señor.
(Meridian, 18/2/62)
Le despertaron unos disparos. Unos gritos rebeldes le hicieron echar mano al arma.
Kemper saltó de la cama y oyó el chirrido de unos frenos en la carretera. Esta vez no eran los hombres del Klan, los de Lockhart, ni meros palurdos blancos de la zona que disparaban un par de cartuchos y huían.
Había corrido la voz: hay un federal amante de los negros en el pueblo. El motel Seminole está ocupado por unos lacayos suyos, hispanos y franchutes.
Los disparos eran aterradores. La pesadilla que habían interrumpido, todavía más. Jack y Bobby lo tenían bajo los focos. Decían: «
J'accuse
: sabemos que estás vinculado con la CIA y con la mafia desde el año 59.»
La pesadilla era literal y directa. Su origen era la llamada telefónica de Pete de la semana anterior. Pete se había referido a la selección de tiradores para la operación «Liquidar a Fidel». Dijo que había desarrollado una teoría para explicar por qué la Organización se había negado a participar.
Pete había dicho que Sam G. quizás estaba a punto de revelarle un secreto a Bobby: «Eh, señor Fiscal General, la Organización ya lleva tres años como aliada tuya en la causa cubana.»
Pete había seguido una pista que apuntaba claramente en tal sentido. Pensaba que Sam no tardaría en hacer que alguien difundiera el secreto. A su modo de ver, Sam quería complicar a Bobby en un alto el fuego en la guerra contra la delincuencia organizada.
Pete había dicho que seguiría aquella pista.
Kemper buscó las dexedrinas y se tragó tres cápsulas sin agua. La teoría de Pete dio vueltas en su acelerada mente y pasó a ser también la suya.