Hoffa se inclinó sobre el escritorio. Las perneras de sus pantalones dejaron al descubierto unos calcetines de deporte blancos, baratos.
–Quiero que tú participes también en el asunto.
(Los Ángeles, 4/2/62)
Pete se frotó el cuello. Lo tenía dolorido y rígido, pues había volado en un asiento pensado para enanitos.
–Mira, Jimmy, cuando me dices «salta», yo salto. Pero hacerme viajar de costa a costa para tomar un café con pastas es excesivo.
–Creo que Los Ángeles es el mejor lugar para planificar este asunto.
–¿Qué asunto?
Hoffa se limpió un poco de merengue que tenía en la corbata y respondió:
–Lo verás muy pronto.
Pete oyó ruidos en la cocina.
–¿Quién anda por ahí?
–Es Ward Littell. Siéntate, Pete. Me pones nervioso.
Pete dejó en el suelo la bolsa del equipaje. La casa apestaba a habanos, pues Hoffa permitía que los sindicalistas de visita la utilizaran para sus reuniones nocturnas sólo para hombres.
–¿Littell?¡Mierda! ¡No tengo que pasar ese mal trago!
–¡Oh, vamos, las historias antiguas son agua pasada!
«¿Quieres una historia reciente?-pensó Pete-. Tu abogado fue el ladrón de los libros de tu fondo…»
Littell hizo su entrada. Hoffa levantó las manos en un gesto conciliador.
–Portaos bien, muchachos. No os pondría juntos en la misma habitación si no fuera por algo bueno.
Pete se frotó los ojos.
–Soy un hombre ocupado y he volado toda la noche para llegar a este desayuno de trabajo. Dame una buena razón por la que podría interesarme aceptar otro jodido encargo, o me vuelvo al aeropuerto ahora mismo.
–Díselo, Ward -indicó Hoffa.
Littell se calentó las manos con una taza de café.
–Bobby Kennedy está empleando una dureza intolerable contra Jimmy. Queremos organizar una grabación que deje en posición delicada a Jack y utilizarla como arma para que llame al orden a Bobby. Si yo no hubiera intervenido, la operación Shoftel quizás habría dado resultado. Creo que deberíamos hacerlo otra vez y opino que deberíamos reclutar a una mujer que Jack encontrase lo bastante interesante como para mantener un romance con ella.
–¿Pretendes hacer chantaje al Presidente de Estados Unidos?
Pete entornó los párpados.
–Sí.
–¿Tú, yo y Jimmy?
–Tú, yo, Fred Turentine y la mujer que reclutemos.
–Y vas a meterte en esto como si pensaras que podemos fiarnos el uno del otro.
–Los dos odiamos a Jack Kennedy -respondió Littell con una sonrisa-. Y creo que tenemos suficiente basura sobre ambos como para establecer un pacto de no agresión.
Pete notó que se le ponía la piel de gallina.
–No podemos hablar con Kemper de este asunto. Nos delataría al momento.
–Lo mismo pienso yo. Kemper tiene que quedar al margen en esto.
Hoffa soltó un eructo.
–Estoy observando cómo os miráis y yo también empiezo a sentirme al margen del jodido asunto, aunque soy el jodido pagano que lo financia.
–Lenny Sands -dijo Littell.
Hoffa se sacudió migajas de pastelillo.
–¿Qué tiene que ver el jodido Judío con todo esto?
Pete miró a Littell. Littell miró a Pete. Sus ondas cerebrales coincidieron más o menos encima de la bandeja de los pasteles.
Hoffa puso cara de absoluto despiste. Su mirada desenfocada miraba más allá del planeta Marte. Pete condujo a Littell a la cocina y cerró la puerta.
–Estás pensando en que Lenny es un gran conocedor de las interioridades de Hollywood. Estás pensando que quizá conozca alguna mujer que podríamos utilizar como cebo.
–Exacto. Y si Lenny no nos sirve, por lo menos estaremos en Los Ángeles.
–Que es el mejor lugar de la Tierra para encontrar mujeres adecuadas para una extorsión.
–Exacto. – Littell tomó un sorbo de café-. Y Lenny fue informador mío en cierta ocasión. Tengo algo contra él y, si no colabora, lo apretaré con eso.
Pete hizo crujir los nudillos.
–Es gay. Se cargó a un tipo duro en un callejón, tras un club de maricas.
–¿Eso te lo contó Lenny?
–No pongas esa cara de resentimiento. La gente tiene cierta tendencia a contarme cosas que no querría contar a nadie más.
Littell dejó la taza en el fregadero. Hoffa deambulaba al otro lado de la puerta.
–Podemos contar con Lenny. En último caso, podemos presionarlo con el asunto de Tony Iannone.
Pete se frotó el cuello.
–¿Quién más sabe que estamos planeando esto?
–Nadie. ¿Por qué?
–Yo me preguntaba si sería de conocimiento común entre los miembros de la Organización.
Littell rechazó la insinuación con un gesto de la cabeza.
–Tú, yo y Jimmy -aseguró-. El círculo termina ahí.
–Mantengamos así las cosas -dijo Pete-. Lenny tiene amistad con Sam G. y Sam tiene fama de ponerse furioso cuando la gente se porta mal con él.
Littell se inclinó sobre la cocina.
–Es cierto. Yo no se lo contaré a Carlos y tú no se lo dices a Trafficante y a esos otros tipos de la Organización con los que tratáis Kemper y tú. Mantengamos la reserva.
–De acuerdo. Algunos muchachos de ésos nos buscaron las cosquillas por alguna razón a Kemper y a mí hace un par de semanas, de modo que no tengo muchas ganas de contarles nada.
–Al final lo descubrirán -dijo Littell con un encogimiento de hombros-, y les complacerán los resultados que obtengamos. Además, los encabeza Bobby y creo que podemos estar seguros de que Giancana encontrará muy justificado lo que habremos tenido que hacer con Lenny.
–Lenny me cae bien -dijo Pete.
–A mí también, pero los negocios son los negocios -apuntó Littell.
Pete dibujó signos del dólar sobre la cocina.
–¿De qué cantidad estamos hablando?
–Veinticinco mil al mes, con tus gastos y el pago a Freddy Turentine por tu cuenta. Sé que tendrás que viajar por tu trabajo para la CIA; a Jimmy y a mí nos parece bien. Yo también he hecho trabajos especiales para el FBI y creo que entre tú, Turentine y yo podremos dar abasto.
Hoffa golpeó la puerta.
–¿Por qué no salís de una vez y hablamos todos?¡Esta cháchara vis á vis me está poniendo nervioso!
Pete agarró del brazo a Littell y lo llevó al cuarto de la lavadora.
–Me parece bien. Encontramos a una mujer, ponemos micrófonos en unos cuantos pisos y jodemos a Jack Kennedy donde más le duele.
Littell se desasió.
–Tenemos que repasar los artículos de Lenny en
Hush-Hush
. Quizás encontremos ahí una pista sobre la mujer adecuada.
–Lo haré yo. Tal vez pueda echar un vistazo a los informes que guarda Howard Hughes en su despacho.
–Hazlo hoy. Me alojaré en el Ambassador hasta que hayamos organizado las cosas.
La puerta se estremeció. Jimmy tenía los nervios de punta.
–Quiero hacer participar en esto al señor Hoover -dijo Littell.
–¿Estás loco?
Littell esbozó una condescendiente sonrisa de autosuficiencia.
–Hoover odia a los Kennedy tanto como tú y yo. Quiero restablecer contacto, hacerle llegar unas cuantas cintas y tenerlo en mi rincón como instrumento para ayudar a Jimmy y a Carlos.
No estaba tan loco…
–Ya sabes que es un mirón, Pete. ¿Sabes lo que daría por tener una cinta del Presidente de Estados Unidos follando?
Hoffa irrumpió en la cocina. Llevaba la camisa rociada de manchas de bollo relleno, de todos los colores del arco iris.
–Empiezo a no aborrecerte tanto, Ward -Pete le guiñó un ojo.
El despacho de negocios de Hughes tenía ahora un rótulo que decía ACCESO RESTRINGIDO. Unos matones mormones flanqueaban la puerta y comprobaban la identificación de los visitantes con un extraño artilugio.
Pete merodeó ante la puerta del aparcamiento. El guardia pegó la hebra con él.
–Nosotros, los no mormones, llamamos a este lugar «el castillo de Drácula». El señor Hughes es el conde y a Duane Spurgeon, el jefe de los mormones, lo llamamos Frankenstein, porque está muriéndose de cáncer y ya tiene aspecto de cadáver. Recuerdo cuando este edificio no estaba lleno de chiflados religiosos y el señor Hughes venía en persona y no sufría esa tremenda fobia a los gérmenes, ni tenía esos proyectos desquiciados de comprar Las Vegas, ni se hacía transfusiones de sangre como Bela Lugosi…
–Larry…
–… y hablaba de verdad con la gente, ¿sabe? Ahora, los únicos con los que habla, además de los mormones, son el señor J. Edgar Hoover en persona y Lenny, el tipo de
Hush-Hush
. ¿Sabe por qué hablo tanto? Porque trabajo en la puerta todo el día y escucho chismes y rumores y los únicos no mormones que veo son el conserje filipino y la chica japonesa de la centralita telefónica. De todos modos, debo reconocer que el señor Hughes todavía está en condiciones de tomar decisiones y de dirigir sus negocios. He oído que ha forzado al alza el precio de su venta de la TWA de modo que, cuando consiga el dinero, lo pueda canalizar directamente hacia alguna cuenta bajo su control, quizás una fundación «para la compra de Las Vegas» dotada con millones de dólares…
Larry se quedó sin aliento. Pete le enseñó un billete de cien dólares.
–Los artículos que escribe Lenny deben de estar guardados en la sala de archivo, ¿verdad?
–Verdad.
–Hay nueve billetes más, igualitos que éste, si me llevas a esa sala. Larry meneó la cabeza.
–Imposible -dijo-. Aquí, prácticamente todo el personal está formado por mormones. Algunos de ellos, además de mormones, son ex agentes del FBI. El propio J. Edgar Hoover ayudó personalmente a escogerlos.
–Ahora, Lenny vive habitualmente en Los Ángeles, ¿verdad?
–Sí. Dejó la casa que tenía en Chicago. He oído que sigue encargándose de
Hush-Hush
, pero como si fuera una especie de revista de circulación restringida.
–Búscame su dirección -dijo Pete, al tiempo que le aflojaba los cien dólares.
Larry consultó el fichero y sacó una tarjeta.
–Es 831 North Kilkea. No queda muy lejos de aquí.
Pete vio detenerse ante la puerta una furgoneta de un hospital.
–¿Qué es eso?
–Sangre fresca para el Conde -susurró Larry-. Sangre pura de mormón, certificada.
El nuevo asunto tenía buen aspecto, pero era estrictamente secundario. El principal debía seguir siendo LIQUIDAR A FIDEL.
Santo y compañía lo recibieron con frialdad. Su actitud fue de indiferencia, como si la Causa les trajera sin cuidado.
¿POR QUÉ?
Dejó marcharse a sus tiradores. Kemper se llevó a sus muchachos de regreso a Misisipí.
Laurent Guéry se fue con ellos. Kemper recurrió a su propio fondo de acciones para financiar la operación. Últimamente, Kemper actuaba con una extraña tenacidad.
Pete dobló la esquina de North Kilkea. El número 831 correspondía a una casa dividida en cuatro apartamentos, típica de West Hollywood.
La típica casa de dos plantas de estilo español. Las típicas dos viviendas por planta. Las típicas puertas de cristal esmerilado que hacían las delicias de los típicos agentes de entradas clandestinas.
No había garaje en la parte de atrás; los inquilinos tenían que aparcar junto al bordillo. Pete no vio el Packard de Lenny por ninguna parte. Aparcó y llegó hasta el porche. Las cuatro puertas tenían la unión entre la hoja y el dintel bastante floja.
La calle estaba desierta. El porche estaba absolutamente tranquilo. En la boca del buzón de la puerta inferior izquierda había un rótulo: «L. Sands». Pete hizo saltar el cerrojo con la navaja de bolsillo. Una luz en el interior lo iluminó al momento.
Lenny pensaba llegar después de anochecer. Tenía cuatro horas largas para inspeccionar la vivienda.
Pete se encerró por dentro. A partir de un distribuidor la vivienda se extendía: tal vez cinco estancias en total.
Echó un vistazo a la cocina, al pequeño comedor y al dormitorio. El lugar era agradable y tranquilo; Lenny evitaba los animales de compañía y los ligues casuales que pretendían quedarse a vivir con él.
Del dormitorio se pasaba a un despacho, un cuchitril en el que un escritorio y una hilera de archivadores ocupaban todo el espacio disponible. Pete inspeccionó el cajón superior del escritorio. Era un caos de papeles; Lenny lo tenía repleto de carpetas y portafolios llenos a reventar.
Las carpetas contenían chismes y escándalos norteamericanos de primera calidad.
Escándalos publicados en
Hush-Hush
y apuntes de escándalos no publicados. Basura recogida desde principios del año 59: la Lista de Escándalos Más Sonados.
Chismes sobre alcohólicos, chismes de toxicómanos, chismes de homosexuales. Chismes de lesbianas, chismes de ninfómanas, chismes de mezcla de razas. Escándalos políticos, escándalos de incestos, escándalos de abusos deshonestos a menores. El único problema de los chismes era que las mujeres escandalosas eran escandalosamente demasiado conocidas.
Pete descubrió algunos escándalos increíbles. Por ejemplo, un informe realmente escabroso, fechado el 12/9/60. Sujeta a la página con un clip, había una nota en papel con membrete de
Hush-Hush
.
Lenny:
No veo que esto dé para un artículo de portada ni para otra cosa. Si se hubiera producido la detención y el juicio, estupendo; pero no ha sucedido nada. Todo este asunto me huele a montaje. Además, la chica no es nadie.
Pete leyó el informe. ¿Un montaje? Pues claro.
Lenny Sands, «el hombre de los escándalos», de su puño y letra:
He descubierto que la cantante y bailarina Barb Jahelka (esa pelirroja exuberante que trabaja de primera
vedette
en el espectáculo «Swingin' Dance Revue» de su ex marido, Joey Jahelka) fue detenida el 26 de agosto por participar en un intento de chantaje a Rock Hudson.
Fue un asunto de fotos. Hudson y Barb estaban en la cama, en la casa del actor en Beverly Hills, y un hombre consiguió colarse en la propiedad y sacarles varias fotos con película infrarroja. Unos días más tarde, Barb exigió a Hudson diez mil dólares para que las fotografías no se difundieran.
Rock llamó a un detective privado, Fred Otash. Éste se puso en contacto con el departamento de Policía de Beverly Hills y los agentes detuvieron a Barb Jahelka. Entonces, Hudson se ablandó y retiró las acusaciones. El asunto me gusta para el número del 24/9/60. Rock está en la cresta de la ola en estos momentos y Barb es un bombón (tengo fotos de ella en biquini que podemos utilizar). Dime qué opinas para que me ponga a escribir el artículo en serio.