La habitación estaba junto a la caseta de la radio. Las últimas noticias de la invasión se filtraban a través de las paredes sin que nadie las hubiera invitado.
Marcello intentaba conciliar el sueño. Littell intentaba estudiar legislación sobre deportaciones.
Kennedy se negaba a ordenar un segundo ataque aéreo. Los soldados rebeldes eran capturados y ejecutados sumariamente en la misma playa.
Las tropas de reserva seguían entonando su cantinela: ¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS! Aquella estúpida palabra era repetida a voz en cuello por todo el cuadrilátero de barracones.
Demencia derechista. Una ligera distracción, aunque tuviera un aspecto levemente gratificante: un apreciable aumento de la insatisfacción con John F. Kennedy.
Littell observó a Marcello, que daba vueltas en su cama. Allí estaba, viviendo temporalmente con un cabecilla de la mafia; resultaba ligeramente sorprendente.
Su charada había dado resultado.
Carlos repasó las columnas de los libros contables y reconoció sus propias transacciones con el fondo de pensiones. Su gratitud aumentó en progresión geométrica.
Carlos estaba acumulando grandes deudas legales. Y debía su seguridad a un cazadelincuentes del FBI debidamente reformado.
Guy Banister había llamado por la mañana para comunicar que había conseguido cierta información de primera mano: Bobby Kennedy sabía positivamente que Carlos, en realidad, seguía oculto en Guatemala.
Bobby aplicó cierta presión diplomática y el primer ministro del país le demostró un gran respeto. Carlos sería deportado, «pero no de inmediato».
Banister solía llamarlo «Hermanita de la Caridad». Ahora, sus modales por teléfono eran casi obsequiosos.
Marcello empezó a roncar. Estaba acostado en su catre militar, enfundado en un pijama de seda con sus iniciales.
Littell escuchó gritos y ruidos de golpes en la estancia contigua e imaginó de qué se trataba: unos hombres golpeando mesas y destrozando a patadas un puñado de objetos inanimados. Llegaron a sus oídos gritos aislados. «¡Es un fiasco!» «Esa gallina indecisa…» «No piensa enviar más aviones ni barcos para batir la playa.»
Littell se asomó al exterior. La tropa había inventado un nuevo cántico:
¡KENNEDY, CABRÓN, APOYA LA INVASIÓN!
Los soldados deambulaban por el rectángulo delimitado por los barracones; tomaban tragos de ginebra o de vodka a palo seco y tragaban píldoras y pateaban frascos de farmacia como si fueran balones de fútbol.
La cantina de oficiales había sido saqueada. La puerta del dispensario había quedado reducida a astillas.
¡KENNEDY, CABRÓN, APOYA LA INVASIÓN!
Littell volvió dentro y descolgó el teléfono de la pared. Marcó un número codificado de doce cifras que le puso en contacto directo con Tiger Kab.
–Central, ¿dígame?-respondió un hombre.
–Quiero hablar con Kemper Boyd. Dígale que es Ward Littell.
–Sí, un segundo.
Littell se desabrochó la camisa. Hacía una humedad terrible. Carlos murmuraba en sueños, sumido en alguna pesadilla. Kemper se puso al teléfono.
–¿Qué sucede, Ward?
–¿Qué te sucede a ti? Te noto nervioso.
–Hay disturbios en todo el barrio cubano y la invasión está saliendo mal. Ward, ¿qué es lo que…?
–He tenido noticia de que el gobierno de Guatemala busca a Carlos. Bobby Kennedy sabe que está aquí y creo que deberíamos trasladarlo otra vez.
–Hazlo. Alquila un apartamento en la capital y llámame para darme el número de teléfono. Diré a Chuck que se reúna con vosotros allí y os lleve a algún lugar más apartado. Mira, Ward, ahora no puedo hablar. Llámame cuando…
La comunicación se cortó. Circuitos saturados. Una ligera molestia. Y una ligera sorpresa: Kemper C. Boyd, ligeramente agitado.
Littell se asomó fuera otra vez. Las consignas sonaban bastante más que ligeramente enojadas.
¡KENNEDY, PAYASO, TE DA MIEDO FIDEL CASTRO!
(Miami, 18/4/61)
Kemper mezcló la droga. Néstor mezcló el veneno. Los dos trabajaron en sendas mesas que habían juntado.
Tenían el despacho de la centralita para ellos. Fulo había cerrado la central de Tiger Kab a las seis de la tarde y había dado órdenes estrictas a los conductores: visitad las zonas de los disturbios y moled a palos a los castristas.
Kemper y Néstor continuaron su trabajo. La cadena de montaje de papelinas avanzaba despacio. Mezclaban estricnina y Drano hasta formar un polvo blanco con aspecto de heroína, que empaquetaban en papelinas de plástico de una sola dosis.
Pusieron en marcha el receptor de radio de onda corta y escucharon los terribles balances de bajas.
Hush-Hush
había entrado en prensa el día anterior. Lenny lo llamó para darle detalles. El artículo describía una resonante victoria en Bahía de Cochinos.
Jack aún podía forzar esa victoria. Y las muertes por sobredosis serían atribuidas a Castro, GANARA O PERDIESE.
Dos días antes habían entrado ilegalmente en la casa, en un pequeño ensayo de seguridad. Entonces habían encontrado las doscientas papelinas de heroína ocultas tras una placa de calefacción, en la cocina.
Don Juan Pimentel les había proporcionado información directa. Su muerte eliminaba un testigo.
Néstor preparó una dosis. Kemper llenó una jeringa y apretó el émbolo apuntando al aire. Un líquido lechoso brotó de la aguja.
–Tiene un aspecto creíble. Me parece que engañará a los negritos que lo compren.
–Lleguémonos a la casa. Tenemos que hacer el cambio esta misma noche.
–Sí. Y debemos rezar para que el Presidente actúe con un poco más de valentía.
Una fuerte tormenta llevó los disturbios al interior de los locales. Los coches patrulla estaban aparcados en doble fila ante la mitad de los clubs nocturnos de Flagler y aledaños.
Detuvieron el coche junto a una cabina telefónica. Néstor marcó el número de la casa, pero nadie atendió la llamada. Estaban a dos manzanas del edificio.
Rondaron el lugar. La calle estaba en zona de cubanos de clase media: pequeñas viviendas con pequeños jardines y juguetes en el césped.
La casa era de estilo español, con paredes de estuco de color melocotón. A aquella hora ya avanzada, estaba silenciosa y a oscuras, y no se apreciaba ninguna medida de seguridad.
No había luces, ni coches en el camino del garaje, ni sombras de televisores que se movieran de un lado a otro tras las ventanas de la fachada.
Kemper aparcó junto al bordillo. No se abrió ninguna puerta y no advirtió que se moviese ninguna cortina.
Néstor agarró la bolsa.
–¿Por la puerta de atrás?-preguntó.
–No quiero arriesgarme a entrar por ahí. La otra vez, el mecanismo de la cerradura estuvo a punto de romperse.
–¿Cómo esperas entrar, pues?
Kemper se puso los guantes.
–En la puerta de la cocina hay una trampilla para que entre el perro. Te cuelas por ella hasta donde puedas, alargas la mano y abres el pestillo desde dentro.
–Una trampilla para perros significa que hay perro.
–La última vez no lo había.
–Eso fue la última vez. Hoy es otro día.
–Fulo y Teo han vigilado la casa y están seguros de que no hay perro.
–Está bien, pues. – Néstor también se enfundó los guantes.
Avanzaron por el camino particular de la casa. Kemper vigiló su lado ciego cada pocos segundos. Las nubes bajas de tormenta les proporcionaron una protección extra.
La trampilla era perfecta para perros grandes y para hombres menudos. Néstor se coló por ella sin problemas y penetró en la casa.
Kemper se ajustó bien los guantes mientras Néstor abría la puerta desde el interior.
Cerraron otra vez y se descalzaron. Cruzaron la cocina hasta la placa de calor. Para ello, avanzaron tres pasos al frente y, luego, cuatro a la derecha; la última vez, Kemper había calculado las distancias con precisión.
Néstor sostuvo la linterna. Kemper extrajo la placa. Las papelinas seguían guardadas en la misma posición. Néstor las contó de nuevo mientras Kemper abría la bolsa y sacaba la Polaroid.
–Doscientas exactamente -anunció Néstor. Kemper sacó un primer plano para recordar cómo estaba colocado todo.
Esperaron. La foto salió de la cámara.
Kemper la apoyó en la pared y la iluminó con la linterna. Néstor cambió las papelinas y lo dejó todo como lo había encontrado, hasta el menor detalle.
Habían manchado el suelo de sudor y Kemper lo secó con un pañuelo.
–Llamemos a Pete y veamos cómo van las cosas -propuso Néstor.
–Las cosas no están en nuestras manos -apuntó Kemper. Por favor, Jack…
Decidieron mantener la vigilancia desde el coche hasta el amanecer. Los residentes aparcaban en la calle, de modo que el Impala de Néstor no parecía fuera de lugar.
Echaron hacia atrás los asientos y observaron la casa. Kemper fantaseó con varias soluciones de la crisis; en todas ellas Jack salvaba la cara.
Por favor, volved a casa y coged el material. Por favor, vendedlo deprisa para dar validez a nuestra propaganda, recién salida de la rotativa.
Néstor dormitaba. Kemper fantaseó con episodios heroicos en Bahía de Cochinos.
Un coche se detuvo en el camino particular de la casa. El ruido de las portezuelas al cerrarse despertó a Néstor con un sobresalto. Kemper le tapó la boca.
–¡Chist! Silencio. Limítate a mirar.
Dos hombres entraron en la casa. Las luces del interior iluminaron la entrada. Kemper reconoció a los tipos. Eran dos agitadores procastristas de quienes se rumoreaba que traficaban con droga.
Néstor señaló el coche.
–Han dejado el motor en marcha.
Kemper observó la puerta. Aparecieron los hombres, cerraron con llave y salieron con un maletín de grandes dimensiones.
Néstor abrió un poco su ventanilla. Kemper escuchó un diálogo en español. Néstor se encargó de traducirlo.
–Van a un club nocturno a vender el material.
Los hombres volvieron al coche. La luz del retrovisor permaneció encendida y Kemper vio sus rostros con la misma claridad que si fuera pleno día.
El conductor abrió el maletín. El pasajero abrió una papelina y la esnifó.
Y, al momento, se contrajo en convulsiones espasmódicas…
VOLVAMOS. AHORA NO VAN A VENDERLO…
Kemper saltó del coche y echó a correr hacia el camino de la casa. Empuñando su arma, se lanzó a la carga contra el coche de los traficantes. El tipo de la dosis letal rompió el parabrisas de una patada espasmódica.
Kemper apuntó al conductor. El otro tipo se interpuso involuntariamente y bloqueó el disparo. El conductor sacó una pistola de cañón corto y abrió fuego. Kemper replicó a tiros inmediatamente. Néstor llegó a la carrera, disparando; dos de los tiros destrozaron un cristal lateral y salieron por el techo del coche.
Kemper recibió un balazo. Los rebotes dejaron sin rostro al tipo de las convulsiones. Néstor disparó por la espalda al conductor, que cayó sobre el claxon.
Este sonó, AAA-OOO-GAAA, AAA-OOO-GAAA… MUY ALTO, MUY ALTO, MUY ALTO.
Kemper descerrajó un tiro en plena cara del conductor. Las gafas del tipo se hicieron pedazos y le arrancaron el tupé postizo.
El claxon continuó sonando. A tiros, Néstor separó el volante de la columna de dirección. El maldito claxon sonó AÚN MÁS ALTO.
Kemper vio asomar bajo su camisa un pedazo del hueso de la clavícula. Se retiró por el camino particular de la casa limpiándose de los ojos la sangre de alguien. Néstor lo agarró y lo arrastró hacia el coche.
Kemper oyó el sonido de un claxon. Vio espectadores en la acera. Vio unos cubanos habituales de la calle junto al coche de los muertos, disputándose el maletín.
Soltó un grito. Néstor le puso una papelina de heroína de verdad bajo la nariz. Kemper aspiró y estornudó. El corazón se le aceleró con un zumbido. Tosió y escupió una sangre bastante roja.
Néstor aceleró a fondo y los espectadores corrieron a ponerse a cubierto. Aquel hueso tan raro, pensó Kemper, le sobresalía en un curioso ángulo recto.
DOCUMENTO ANEXO: 19/4/61.
Titular del
Des Moines Register
:EL GOLPE FALLIDO, RELACIONADO CON PATROCINADORES NORTEAMERICANOS
DOCUMENTO ANEXO: 19/4/61.
Titular del
Los Angeles Herald-Express
:LÍDERES MUNDIALES «DEPLORAN LA INTERVENCIÓN ILEGAL»
DOCUMENTO ANEXO: 20/4/61.
Titular del
Dallas Morning News
:
KENNEDY, ATACADO POR ;«PROVOCACIONES IMPRUDENTES»
DOCUMENTO ANEXO: 20/4/61.
Titular y subtitular del
San Francisco Chronicle
:EL FIASCO DE BAHÍA DE COCHINOS, CENSURADO POR LOS ALIADOS
CASTRO, EXULTANTE MIENTRAS AUMENTA EL NÚMERO DE MUERTOS ENTRE LOS REBELDES
DOCUMENTO ANEXO: 20/4/61.
Titular y subtitular del
Chicago Tribune
:KENNEDY DEFIENDE LA ACCIÓN DE BAHÍA DE COCHINOS
LAS CRÍTICAS MUNDIALES AFECTAN AL PRESTIGIO DEL PRESIDENTE
DOCUMENTO ANEXO: 21/4/61.
Titular y subtitular del
Cleveland Plain Dealer
:LA CIA, ACUSADA DEL FIASCO DE BAHÍA DE COCHINOS
LOS LÍDERES EN EL EXILIO
ACHACAN LA CULPA A «LA COBARDÍA DE KENNEDY»
DOCUMENTO ANEXO: 22/4/61.
Titular y subtitular del
Miami Herald
:KENNEDY: «UN SEGUNDO ATAQUE AÉREO PODRÍA HABER SIDO LA CHISPA QUE ENCENDIERA LA TERCERA GUERRA MUNDIAL»
LA COMUNIDAD DEL EXILIO RINDE HONORES A LOS HÉROES PERDIDOS Y CAPTURADOS
DOCUMENTO ANEXO: 23/4/61.
Titular y subtitular del
New York Journal-American
:KENNEDY DEFIENDE LA ACCIÓN DE BAHÍA DE COCHINOS
DIRIGENTES ROJOS LANZAN ACUSACIONES DE «AGRESIÓN IMPERIALISTA»
DOCUMENTO ANEXO: 24/4/61.
Artículo de la revista
Hush-Hush
.Escrito por Lenny Sands bajo el seudónimo de Político experto Sin Par:
¡CASTRO, ESE COBARDE CASTRATO,DESALOJADO!
¡LOS ROJOS, EN RETIRADA, BUSCAN VENGANZA CON MATARRATAS!
Su reino rojo del terror ha durado dos miserables años. Gritadlo muy alto, con orgullo y sin timidez: Fidel Castro, ese bardo beatnik de barba tupida, ese embaucador de mal semblante, fue depuesto la semana pasada, de forma decidida y espectacular, por un puñado de heroicos hermanos cubanos que añoraba su patria y estaba comprensiblemente furioso con el secuestro de su isla por parte de ese rojo incorregible.
Éste ha sido el Día D del año 61, lectores y lectoras. Bahía de Cochinos es nuestro Cartago caribeño; Playa Girón, el Partenón de los patriotas. Ved a Castro, debilitado y depilado; corre la voz de que se ha afeitado la barba para evitar la peligrosa posibilidad de que lo reconozca alguien que busque venganza.
¡Fidel Castro, ese Sansón de nuestro tiempo, ha perdido por fin su cabellera! ¡Un hurra por su Dalila, esa fuerza formada por heroicos cubanos temerosos de Dios y amantes de la bandera roja, blanca y azul!
Castro y sus malévolas maquinaciones asesinas han acabado. Han terminado tajantemente. Pero las maliciosas maniobras del monstruo todavía arrasan las calles de Miami.
Asunto: Fidel Castro ambiciona cornucopias de dinero; oro para escapar y para financiar futuras intentonas.
Asunto: Fidel Castro ha criticado furibundamente la política racial de Estados Unidos, eminentemente igualitaria, y ha reprochado con acritud a los líderes norteamericanos por su absoluta desatención de los ciudadanos negros.
Asunto: Según se cuenta, Fidel Castro y su sedicioso hermano, Raúl, venden heroína de efectos homicidas en Miami.
Asunto: Mientras en Bahía de Cochinos se fraguaba el Waterloo de Castro, los secuaces descreídos de esos perros traicioneros sembraban los barrios negros de Miami con heroína cortada con matarratas. Puñados de drogadictos negros se han inyectado esos tóxicos cócteles comunistas y han sufrido una muerte atroz.
Asunto: Este número de
Hush-Hush
ha entrado en prensa en el último instante para asegurar que nuestros lectores no se quedarán con hambre de novedades de nuestro despliegue proteccionista en las arenas de Playa Girón. Por ello no podemos citar los nombres de los mencionados negros ni otros detalles de sus muertes miserables. Tales informaciones aparecerán en los próximos números, que estarán puntualmente en sus puntos de venta, en valerosa conjunción con un nuevo informe en profundidad: «El Gotha de las repúblicas bananeras: ¿Quién es rojo?¿Quién está muerto?»Adiós, querido lector. Y que nos encontremos todos para tomar un buen Cuba Libre en nuestra recién liberada La Habana.