América (55 page)

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Authors: James Ellroy

Tags: #Histórico, Intriga

–Continúa. Estás cerca de convencerme.

–Carlos está en el campamento de Guatemala con mi amigo, el abogado. – Kemper se puso en pie-. Chuck lo llevará en avioneta a Luisiana dentro de unos días y lo ocultará allí, y he oído que Carlos es más favorable a los exiliados a cada día que pasa. Apuesto a que la invasión tendrá éxito, pero estoy seguro de que el caos reinará en la isla durante cierto tiempo. Quienquiera que instalemos en el poder, caerá bajo la intensa presión pública, lo cual significa responsabilidades públicas, y los dos sabemos que la Agencia será sometida a una estrecha vigilancia que limitará nuestra capacidad de desmentir la intervención en todos los asuntos relativos a acciones encubiertas. Entonces necesitaremos a nuestro grupo de elite; probablemente, necesitaremos media docena más de grupos tan crueles y autónomos como el nuestro. Y necesitaremos financiarlos con fondos privados. Nuestro nuevo líder necesitará una policía secreta y la Organización se la proporcionará y, si titubea en su posición pronorteamericana, lo eliminará.

Stanton se levantó de la silla. Sus ojos, de puro brillantes, parecían casi febriles.

–No he dado el sí definitivo, pero me has convencido. Tu oratoria no ha sido tan florida como la de tu chico en el discurso de toma de posesión, pero has sido mucho más astuto en el aspecto político.

Y MOVIDO POR EL INTERÉS…
–Gracias -le dijo Kemper-. Que me comparen con John F. Kennedy es un honor.

Fulo conducía. Néstor hablaba. Kemper observaba.

Recorrieron el territorio del grupo dando vueltas al azar. Se sucedieron los barrios de chabolas y las comunidades de viviendas baratas.

–Llevadme otra vez a Cuba -dijo Néstor-. Dispararé contra Castro desde un tejado. Me convertiré en el Simón Bolívar de mi país.

El Chevrolet de Fulo iba cargado de droga. El polvo escapaba de las bolsas de plástico y manchaba los asientos.

–Devolvedme a Cuba como boxeador -propuso Néstor-. Mataré a Fidel a golpes con mi gancho de derecha, como Kid Gavilán.

Unos ojos vítreos se volvieron hacia ellos: los yonquis de la zona conocían el coche. Los borrachos se acercaron a buscar unas monedas; Fulo era conocido por su buen corazón.

Fulo lo llamaba «el Nuevo Plan Marshall». Decía que sus propinas inspiraban servilismo.

Kemper observó.

Néstor se detuvo en los puntos de entrega y vendió papelinas ya preparadas. Fulo cubrió todas las transacciones con un fusil. Kemper observó.

Fulo advirtió una transacción de gente ajena al grupo frente a la licorería Lucky Time. Néstor roció a los traficantes con sal de roca expulsada por una carabina de calibre 12.

Los traficantes se dispersaron en todas direcciones. La sal le desgarraba a uno la ropa y le escocía a uno en la piel como mil demonios. Kemper observó.

–Devolvedme a Cuba corno submarinista. Acabaré con Fidel con un fusil submarino.

Unos borrachos esquineros daban tragos a la botella. Unos adictos al pegamento aspiraban unos trapos. La mitad de las casas tenía algún automóvil desvencijado ante la verja del jardín.

Kemper observó. La radio emitía llamadas a taxis. Fulo dejó atrás Negrolandia y penetró en Poquito Habana.

Las facciones negras dieron paso a las morenas. El colorido del barrio cambió también, dominado por los tonos pastel.

Iglesias de fachada pastel. Clubes de baile y bodegas de fachada pastel. Hombres con guayaberas de brillantes tonos pastel.

Fulo siguió conduciendo. Néstor siguió hablando. Kemper siguió observando.

Pasaron junto a partidas de dados en aparcamientos. Pasaron junto a oradores encaramados a plataformas improvisadas. Pasaron junto a dos tipos que daban una paliza a un repartidor de panfletos pro Barbas.

Kemper observó.

Fulo avanzó por Flagler y gastó unos billetes en una charla callejera con unas prostitutas.

Una de las chicas decía que Castro era marica. Otra, que Fidel tenía un «chorizo» de un palmo. Todas las chicas querían saber una cosa: cuándo iba a producirse aquella gran invasión. Una de ellas dijo que había oído un rumor en Blessington. ¿No iba a ser la semana próxima?

Según una de las chicas, iban a lanzar una bomba A sobre Guantánamo. Nada de eso, intervino otra; sería en Playa Girón. Una tercera aseguró que pronto descenderían sobre La Habana los platillos volantes.

Fulo continuó la marcha. Néstor recogió la opinión de los cubanos que paseaban por Flagler. Todos habían oído rumores de la invasión y los compartieron con ellos gustosamente.

Kemper cerró los ojos y escuchó la retahíla de nombres en español rápido y fluido: La Habana, Playa Girón, Baracoa, Oriente, Playa Girón, Guantánamo, Guantánamo.

Kemper captó lo principal: la gente comentaba el asunto.

Los reclutas de permiso se iban de la lengua. Los hombres del grupo de elite de la Agencia hacían comentarios. Pero tales comentarios eran insinuaciones, tonterías, expresiones de deseos y verdades por insistencia: se especulaba con tantos lugares como punto de destino de la invasión que alguien tenía que acertar, por pura suerte.

Los comentarios constituían una filtración poco importante en el sistema de seguridad.

Fulo no parecía muy preocupado. Néstor quitó importancia al tema. Kemper calificó de «contenible» tal filtración.

Recorrieron las calles secundarias que desembocaban en Flagler. Fulo estuvo pendiente de las llamadas a los taxis. Néstor comentó en voz alta diversos modos de torturar a. Fidel Castro. Kemper miró por la ventana y se deleitó con la vista.

Las chicas cubanas les mandaban besos. Las radios de los coches emitían música de mambo. Unos vagabundos tragaban apresuradamente unos melones empapados en cerveza.

Fulo despidió una llamada.

–Era Wilfredo -explicó-. Dice que Don Juan sabe algo de una venta de droga y que quizá deberíamos ir a verlo.

Don Juan Pimentel tenía una tos de tuberculoso. El recibidor de su casa estaba lleno de muñecas, modelos especiales de Barbies y Kens.

Kemper y sus acompañantes apenas pasaron del umbral de la puerta. Don Juan olía a ungüento pectoral mentolado.

–Puedes hablar delante del señor Boyd -le dijo Fulo-. Es un magnífico amigo de nuestra causa.

Néstor cogió una Barbie desnuda. La muñeca llevaba una peluca a lo Jackie Kennedy y tenía un vello público de estropajo de cocina. Don Juan tosió.

–Son veinticinco dólares por la historia y cincuenta por la historia y la dirección.

Néstor dejó la muñeca y torció el gesto. Fulo entregó a Don Juan dos billetes de veinte y uno de diez. El tipo se guardó el dinero en el bolsillo de la camisa.

–La dirección es 4980 Balustrol. Allí viven cuatro hombres del Directorio de Inteligencia cubano. Tienen un miedo tremendo a que vuestra invasión triunfe y que su suministro procedente de la isla quede… quede cortado, ¿no se dice así? Los tipos tienen en esa casa una cantidad enorme de papelinas con pequeñas cantidades, dispuestas para la venta con objeto de conseguir rápidamente dinero para, digamos, financiar su resistencia a vuestra resistencia. Tienen medio kilo de heroína listo para la venta en papelinas, que es como se obtiene el máximo rendimiento, ¿no se dice así?

–¿La casa está protegida?-preguntó Kemper con una sonrisa.

–No lo sé.

–¿A quién piensan vender el material?

–A cubanos no, desde luego. Yo diría que a los negritos y a los blancos pobres.

Kemper dio un ligero codazo a Fulo.

–¿El señor Pimentel es un informador fiable?-preguntó.

–Sí. Creo que sí.

–¿Es un anticastrista convencido?

–Sí, creo que sí.

–¿Confiarías en que no nos traicionase bajo ninguna circunstancia?

–Bueno… eso es difícil de…

Don Juan escupió en el suelo.

–¡Eres un cobarde! – dijo a Kemper-. ¿Por qué no me haces esas preguntas a la cara?

Kemper le lanzó un golpe de judo. Don Juan fue a dar contra una estantería de muñecas y cayó al suelo buscando aire con jadeos entrecortados.

Néstor le colocó un cojín sobre la cara. Kemper sacó su 45 y disparó a quemarropa.

El improvisado silenciador amortiguó el ruido. Una nube de plumas empapadas en sangre se esparció por la estancia.

Néstor y Fulo miraron a Kemper con expresión perpleja.

–Luego os lo explico -les dijo.

¡REBELDES RESCATAN CUBA!
¡LOS COMUNISTAS REPARTEN EL

VENENO DE LA DROGA EN VORAZ

VENGANZA!

¡HOLOCAUSTO POR LA HEROÍNA!

¡CASTRO, TRAFICANTE

SATISFECHO!

¡DICTADOR DESESPERADO, AL

EXILIO! ¡AUMENTAN LAS MUERTES

POR LA DROGA!

Kemper escribió los titulares en una hoja de mensajes. A su alrededor, Tiger Kab era un torbellino de actividad: el turno de medianoche se disponía a entrar de servicio.

También redactó una nota de acompañamiento.

P.B.:

Haz que Lenny Sands escriba unos artículos para
Hush-Hush
que acompañen los titulares que adjunto. Dile que se dé prisa y que repase los periódicos de Miami de la semana pasada para encontrar los detalles. Que me llame si es necesario. Todo esto tiene que ver con la invasión, desde luego, y me da la impresión de que estamos muy cerca de fijar una fecha. Todavía no puedo comentar mi plan con detalle, pero creo que será de tu agrado. Si Lenny encuentra confusas mis órdenes, dile que extrapole a partir de los titulares en el inimitable estilo de
Hush-Hush
.

Sé que estás en algún lugar de Nicaragua o de Guatemala y espero que esta nota llegue a tu poder. Intenta pensar en Ward L. como en un colega. La coexistencia pacífica no siempre significa concesiones conciliadoras.

K.B.

Kemper estampó en el sobre: «C. ROGERS/PRÓXIMO VUELO/URGENTE.» Fulo y Néstor esperaron sin modificar su expresión de perplejidad. Boyd no les había dado la menor explicación de por qué había matado a Don Juan.

Santo Junior tenía como mascota un tiburón al que llamaba «Batista». El trío condujo hasta Tampa y arrojó a Don Juan a su piscina.

Kemper se encerró con un teléfono en el retrete de caballeros. Ensayó el tono de voz tres veces, con pausas y digresiones incluidas.

Llamó a la secretaria de Bobby y le dijo que pusiera en marcha el magnetófono. La mujer obedeció al instante, impulsada por su tono de urgencia perfectamente modulado.

Kemper se deshizo en efusivas alabanzas a la moral y la disposición para el combate de los exiliados. La CIA tenía un plan brillante. La seguridad de los momentos previos a la invasión era sensacional.

Divagó como un escéptico recién convertido. Introdujo en su perorata la retórica de la Nueva Frontera. Con su acento de Tennessee, transmitía el fanatismo del converso.

Con voz quebrada y temblorosa, la secretaria dijo que llevaría la cinta a Bobby inmediatamente.

Kemper colgó y salió al aparcamiento. Teo Páez se acercó y le entregó una nota.

Ward Littell ha llamado para decir que todo va bien en el asunto de C.M. El abogado de éste en Nueva York dice que unos agentes del Departamento de Justicia buscan a su cliente en Luisiana. W. Littell dice que C.M. debería quedarse un tiempo en el campamento de Guatemala o, por lo menos, fuera del país.

Ward Littell se iba recuperando de su caída en desgracia. Verdaderamente asombroso.

Sopló una ráfaga de viento. Kemper se desperezó sobre un capó a franjas atigradas y levantó la vista al cielo. La luna colgaba muy cerca. «Batista» tenía unos brillantes dientes blancos del mismo color.

Kemper dormitaba. Una cantinela lo despertó. YA YA YA YA YA YA… Sólo escuchó esa única palabra y nada más.

Los gritos eran entusiastas. La oficina de la centralita resonaba como una gigantesca cámara de ecos.

La fecha de la invasión había sido fijada. No podía tratarse de otra cosa.

Santo echó de comer a «Batista» filetes y pollo frito. La piscina era un vertedero de grasas de tamaño olímpico.

De un mordisco, «Batista» le arrancó la cabeza a Don Juan. Néstor y Fulo apartaron la mirada.

Kemper no. Empezaba a disfrutar más de lo debido con la muerte y la sangre.

68

(Territorio nicaragüense, 17/4/61)

¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS!

Seiscientos hombres repitieron el insulto al unísono. El estrado se estremeció bajo aquella palabra.

Los hombres saltaron a los vehículos de transporte y éstos, agrupados al máximo, tocándose los parachoques, se dirigieron al embarcadero.

¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS!

Pete observó. John Stanton, también. A bordo de un jeep, los dos patrullaron el emplazamiento y comprobaron que todo pasaba debidamente a la situación de «en marcha».

En el embarcadero, dispuesto para la marcha, había un buque de transporte de tropas de la Marina de Estados Unidos con el distintivo borrado. A bordo había lanchas de desembarco, morteros, granadas, fusiles, ametralladoras, equipos de radio, botiquines, repelente de insectos, mapas, munición y seiscientos preservativos (un psiquiatra de Langley preveía violaciones en masa como subproducto de la victoria).

Dispuestos para la marcha estaban los seiscientos rebeldes cubanos, atiborrados de bencedrinas.

Todo estaba preparado también en la pista aérea: dieciséis bombarderos B-26 levantarían el vuelo con el objetivo de aplastar la fuerza aérea operativa de Castro. Pete contempló los distintivos estadounidenses borrados; aquélla sería una operación no imperialista.

¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS! ¡CERDOS!

La salmodia consiguió su objetivo. John Stanton hizo que la entonaran desde el toque de diana; el psiquiatra de la Agencia decía que la repetición incrementaba la valentía.

Pete se tragó unas bencedrinas de alto octanaje con un café. Podía verlo, sentirlo, olerlo…

Los aviones neutralizan la capacidad aérea de Castro. Zarpan los barcos: salidas escalonadas desde media docena de emplazamientos. Una segunda oleada aérea masacra a los milicianos rojos. El caos provoca la deserción en masa.

Los luchadores de la libertad alcanzan la playa.

Avanzan. Matan. Arrasan la vegetación. Se unen a los disidentes del interior y se apoderan de Cuba, debilitada por la droga y la campaña previa de propaganda.

Sólo esperaban a que Jack Espalda Jodida diera su autorización para el primer ataque aéreo. Todas las órdenes tenían que emanar del Mata de Pelo.

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