Read América Online

Authors: James Ellroy

Tags: #Histórico, Intriga

América (67 page)

Noviembre de 1960: Wilfredo Olmos Delsol es visto mientras habla con unos agentes procastristas.

Recientemente, Wilfredo Olmos Delsol había sido visto al volante de un coche nuevo, ataviado con ropas finas y en compañía de estupendas mujeres. Pete había contratado a un policía de Miami para que siguiera a Delsol. El hombre le informó de que Delsol se había reunido con unos cubanos sospechosos seis noches seguidas. Las matrículas de los coches eran falsificadas.

El policía había seguido a los tipos hasta sus viviendas, todas ellas alquiladas bajo nombres supuestos. Los cubanos eran agentes procastristas aparentemente sin medios de subsistencia.

El policía había hablado con un informador suyo que trabajaba en la compañía telefónica. Le pagaría quinientos dólares si le conseguía los últimos recibos de teléfono de Delsol.

El policía había anunciado que su hombre había tenido éxito. Y ahora llegaba tarde con las noticias frescas.

Pete continuó escribiendo. Dibujó corazoncitos y flechas hasta la náusea.

El sargento Carl Lennertz se presentó una hora más tarde. Pete se lo llevó al aparcamiento y allí intercambiaron unos sobres. La transacción duró apenas dos segundos. Lennertz se marchó. Pete abrió el sobre y extrajo dos hojas de papel.

El hombre de la Bell Florida se había ganado la prima. Delsol llevaba cuatro meses haciendo llamadas telefónicas sospechosas.

Él llamó a Santo y a Sam G. a los números que no aparecían en la guía. También llamó a seis grupos procastristas camuflados un total de veintinueve veces.

Pete se notó el pulso acelerado, excitado, crepitante.

Se acercó en coche a la casa de Delsol. El Impala recién comprado del gilipollas estaba aparcado en el césped de la entrada.

Encajonó el coche con el suyo y le reventó los neumáticos con la navaja de bolsillo. Encajó una silla del porche bajo el picaporte de la puerta principal, arrancó un cable eléctrico que colgaba de un aparato de aire acondicionado y se envolvió el puño derecho con él.

Pete oyó correr el agua y una música en el interior de la casa. Dio la vuelta hasta la parte de atrás y vio entreabierta la puerta de la cocina.

Delsol estaba fregando platos. El tipejo hacía restallar a ritmo de mambo el trapo de secar.

Pete le saludó con la mano. Delsol hizo un gesto con las suyas, enjabonadas: adelante.

En el reborde del fregadero tenía un pequeño aparato de radio. Pérez Prado cantaba
Cherry Pink and Apple Blossom White
. Pete entró. Delsol abrió la boca.

–Hola, Pedro.

Pete le arreó un golpe de gancho. Delsol se dobló por la cintura. Pete dejó caer la radio en el fregadero.

El agua emitió un ruido sibilante. Pete dio una patada en el culo al cubano y le metió los brazos en el agua hasta los codos.

Delsol soltó un grito, sacó los brazos del agua y se zafó de Pete con un terrible alarido. Una humareda se extendió por la cocina y Pete contempló la pequeña nube de vapor.

Pete le metió el trapo de los platos en la boca al cubano, que agitaba unos brazos escaldados y depilados, de un rojo intenso.

–Tú has estado en contacto con Trafficante, con Giancana y con unos tipos procastristas. Te han visto en compañía de algunos cubanos izquierdistas y has gastado mucho dinero.

Delsol lo envió al carajo con un gesto. Pete se fijó en el dedo corazón extendido («¡Que te jodan!»), rojo como un petardo.

–Me parece que la mayoría de miembros de la Organización está abandonando la Causa y quiero saber por qué. O me aclaras todo esto, o te meto la cara en el agua.

Delsol escupió el trapo. Pete le ató las manos con el cable del aparato de aire acondicionado y, a pescozones, lo condujo de nuevo al fregadero y le forzó a meter los brazos nuevamente. El agua jabonosa lo salpicó.

El cubano soltó un alarido y sacó los brazos. Pete lo arrastró hasta el frigorífico y le sumergió las manos en cubitos de hielo.

–Domínate, jodido. No te desmayes -murmuró.

Pete arrojó cubitos a una palangana con agua. Delsol se liberó del cable con los dientes y metió las manos en ella.

El agua del fregadero burbujeaba y emitía un ruido sibilante. Pete encendió un cigarrillo para combatir el hedor a carne chamuscada. Delsol se dejó caer en una silla. El rubor cardíaco de su rostro empezó a remitir; aquel cabrón demostraba tener una buena resistencia.

–¿Y bien?-preguntó Pete.

Delsol sujetó la palangana entre las rodillas. Algunos cubitos de hielo saltaron del recipiente y se estrellaron contra el suelo.

–¿Y bien?-insistió Pete.

–Y bien, tú mataste a mi primo. ¿Creías que iba a mantenerme leal eternamente?-La voz de Delsol era casi un gemido. Los hispanos soportaban el dolor como el mejor.

–Esa no es la respuesta que esperaba.

–Me ha parecido la mejor para un hombre que mató a su propio hermano por error.

Pete empuñó un cuchillo de cocina.

–Cuéntame lo que quiero oír.

Delsol le dedicó otro corte de mangas. Pete se fijó en los dedos extendidos (esta vez eran dos), cuya piel se caía a tiras.

Pete clavó el cuchillo en la silla. La hoja desgarró una costura del pantalón apenas a un dedo de los testículos del cubano. Éste desencajó el cuchillo de la madera y lo dejó caer al suelo.

–¿Y bien?-masculló Pete.

–Bien, supongo que debo contártelo.

–Hazlo, pues. No me obligues a esforzarme tanto.

Delsol sonrió. El cubano estaba haciendo una exhibición épica de jodido machismo.

–Tienes razón, Pedro. Giancana y el señor Santo han abandonado la Causa.

–¿Qué me dices de Carlos Marcello?

–No. Él, no. Marcello aún se muestra entusiasta.

–¿Y Heshie Ryskind?¿Qué hay de él?

–Ryskind tampoco está con ellos. He oído que está bastante enfermo.

–Santo todavía respalda al grupo de elite.

Delsol le dirigió una sonrisa burlona. Los brazos empezaban a llenársele de ampollas.

–Creo que no tardará en retirar su apoyo. Estoy seguro de que así sucederá.

–¿Quién más ha traicionado al grupo?-Pete encadenaba cigarrillo tras cigarrillo.

–Yo no considero traición lo que hice. Y tú mismo, antes, tampoco lo habrías considerado tal cosa.

Pete arrojó la colilla al fregadero.

–Limítate a responder a mis preguntas. No quiero oír más comentarios inoportunos.

–Está bien -asintió Delsol-. Soy el único que está en esto.

–¿«Esto»?

Delsol se estremeció. Una gran ampolla que se le había formado en el cuello reventó y lo salpicó de sangre.

–Sí. «Esto» es lo que tú pensabas que era.

–Explícamelo, pues.

Delsol se contempló las manos.

–Lo que digo -comentó luego- es que Santo y los demás se han pasado a Fidel. Sólo fingen entusiasmo por la Causa para impresionar a Robert Kennedy y a otros funcionarios poderosos. Esperan que Kennedy sea puesto al corriente del apoyo que le prestan y que eso moderará el empeño que pone contra ellos. Raúl Castro les está vendiendo heroína a precio muy bajo. A cambio, ellos le proporcionan información sobre los movimientos de los exiliados.

La heroína era DINERO. Pete veía absolutamente confirmada su teoría.

–Continúa. Sé que hay más.

Delsol pestañeó.

–Sí, hay más. Raúl intenta convencer a Fidel de que permita a Santo y a los demás reabrir los casinos de La Habana. Santo y Sam Giancana prometieron informar a Raúl sobre los progresos en el JM/ Wave e intentar prevenirlo de cualquier intento de asesinato de Fidel.

Más confirmación. Más posibles dificultades. Santo y Sam podían forzar a Kemper Boyd a disolver su comando.

Delsol se examinó los brazos. Sus tatuajes, chamuscados, se habían convertido en extraños borrones.

–Hay más -dijo Pete.

–No. Eso es todo.

–Está tu participación -insistió Pete con un suspiro-. Te reclutaron porque esos procastristas sabían que el grupo de elite mató a tu primo e imaginaron que serías vulnerable. Tú tienes alguna participación en este asunto. Y tiene algo que ver con la heroína. Y si no me lo cuentas, empezaré a hacerte daño otra vez.

–Pedro…

Pete se puso en cuclillas ante la silla.

–La heroína -dijo-. Háblame de eso.

Delsol frunció el ceño. La palangana de los cubitos cayó al suelo y se abolló.

–Dentro de poco llegará un cargamento desde Cuba en una lancha rápida. Cien kilos de polvo sin cortar. Estarán presentes algunos castristas para proteger la operación. Yo estoy encargado de entregarle la carga a Santo.

–¿Cuándo?

–La noche del 4 de mayo.

–¿Dónde?

–En Alabama, en la costa del Golfo. Un lugar llamado Orange Beach.

Pete se estremeció. Delsol percibió su miedo instantáneamente.

–Debemos fingir que esto no ha sucedido nunca, Pedro -murmuró-. Tú mismo debes aparentar que nunca has creído de verdad en la Causa. No debemos entrometernos con unos hombres que son tantísimo más poderosos que nosotros.

Boyd se tomó la noticia con frialdad. Pete llenó de vapor la cabina telefónica con sus gritos.

–Todavía podemos hacer realidad nuestro trato sobre los casinos. Podemos enviar a nuestro grupo, matar a Fidel y crear un buen alboroto. Tal vez las cosas salgan bien y Santo haga honor a nuestro trato, o tal vez no resulten. Como mínimo, podríamos quitar de en medio a ese cabronazo de Fidel Castro.

–No -dijo Boyd-. El trato está roto y el grupo de elite está acabado. Y enviando a mis hombres en una misión precipitada sólo conseguiremos que los maten.

A patadas, Pete arrancó de sus goznes la puerta de la cabina. – ¿Qué significa, «no»?

–Significa que debemos resarcirnos de nuestras pérdidas. Tenemos que hacer dinero antes de que alguien le cuente a Bobby lo de la Organización y la Agencia.

La puerta se estrelló contra la acera de la calle. Los peatones evitaron pisarla. Sólo un chiquillo se subió a ella y se puso a dar saltos hasta romper en dos el cristal.

–¿La heroína?

–Son cien kilos, Pete -Boyd habló con voz serena-. Los dejamos reposar durante cinco años y los vendemos en el extranjero. Tú, yo y Néstor. Sacaremos tres millones por cabeza, como poco.

Pete se notó mareado. El terremoto de fuerza 9,9 que sentía era estrictamente interno.

DOCUMENTO ANEXO: 25/4/62.

Conversación captada por el micrófono instalado en la alcoba del hotel Carlyle.

Transcrita por Fred Turentine. Copias en cinta y por escrito a P. Bondurant y W. Littell.

BJ llamó al puesto de escucha a las 15.08. Dijo que estaba citada con el objetivo «para cenar» a las 17.00. Recibió instrucciones de abrir y cerrar dos veces la puerta del dormitorio para poner en funcionamiento el micrófono. Éste se conectó a las 17.23. Código de iniciales: BJ, Barb Jahelka; JFK, John F. Kennedy.

17.24-17.33: actividad sexual. (Ver copia de la cinta. Sonido de alta calidad. Voces reconocibles.)

17.34-17.41: conversación.

JFK: Mierda, la espalda.

BJ: Déjame que te ayude.

JFK: No, gracias. Ya está.

BJ: Deja de mirar el reloj. Ya hemos terminado.

JFK (entre risas): Realmente, debería hacer instalar ese reloj de pared.

BJ: Y dile al cocinero que se esmere. El sándwich club estaba horrible.

JFK: Es verdad. El pavo estaba muy seco y el jamón, demasiado tierno.

BJ: Te noto distraído, Jack.

JFK: Eres muy perspicaz.

BJ: ¿El peso del mundo?

JFK: No; mi hermano. No hace más que criticar mis amistades y las mujeres que frecuento y es como un colosal grano en el culo.

BJ: ¿Por ejemplo?

JFK: Está en plena caza de brujas. Frank Sinatra conoce a algunos gángsters, de modo que he tenido que apartarme de él. Las mujeres que me presenta Peter son busconas portadoras de gonorrea y tú eres demasiado refinada y consciente del efecto que produces como para ser una simple bailarina de twist, de modo que resultas sospechosa por principio.

BJ (entre risas): ¿Y qué debo esperar ahora? ¿Notar que me sigue un par de agentes del FBI?

JFK (riéndose también): No lo creo. Bobby y Hoover se odian demasiado como para colaborar en un asunto tan delicado. Bobby está sobrecargado de trabajo y por eso está irritable; y Hoover está irritable porque es un nazi maricón que detesta a cualquier hombre con apetencias normales. Bobby lleva Justicia, persigue mafiosos y me ayuda a llevar la política respecto a Cuba. Siempre anda metido en un mundo rastrero y psicópata y, además, Hoover le disputa cada centímetro con cuestiones de protocolo. Y quien carga con toda su frustración soy yo. Oye, ¿por qué no cambiamos de trabajo? Tú haces de Presidente de Estados Unidos y yo bailo el twist en…, ¿cómo se llama el local donde actúas?

BJ: Dell's Den, en Stamford, Connecticut.

JFK: Eso es. ¿Qué me dices, Barb? ¿Cambiamos de trabajo?

BJ: Trato hecho. Y cuando haya tomado posesión, despediré a

J. Edgar Hoover y ordenaré a Bobby que se tome unas vacaciones.

JFK: Ahora piensas como una Kennedy.

BJ: ¿Cómo es eso?

JFK: Voy a dejar que sea Bobby quien le dé la patada a Hoover.

BJ: Deja de mirar el reloj.

JFK: La próxima vez deberías esconderlo.

BJ: Lo haré.

JFK: Tengo que irme. Pásame los pantalones, ¿quieres?

BJ: Están arrugados.

JFK: Es culpa tuya.

Un único portazo desactiva el micrófono. Final de la transmisión, 17.42 horas, 24 de abril de 1962.

DOCUMENTOS ANEXOS: 25/4/62, 26/4/62, 1/5/62.

Extractos de grabaciones efectuadas por el Programa contra la Delincuencia Organizada en Los Ángeles, Chicago y Newark.

Marcados: «Confidencial. Máximo secreto. Reservado a la atención exclusiva al Director.»

Los Ángeles, 25/4/62. Origen de la llamada: teléfono público del restaurante Rick-Rack. Número marcado: MA2-4691 (teléfono público del restaurante de Mike Lyman). Llama: Steven De Santis, «el Escaqueador» (ver expediente número 814.5 del PDO, oficina de Los Ángeles). Interlocutor: varón desconocido («Billy»). Seis minutos y cuatro segundos de conversación irrelevante preceden a lo que sigue:

SDS: Y Frank abrió esa jodida bocaza que tiene y Mo lo creyó. Jack es amigo mío, bla, bla… Lenny, «el Judío», me dijo que había llenado la mitad de las jodidas urnas de votación de Cook County.

VD: Hablas de Frank como si lo conocieras personalmente.

SDS: Pues claro que lo conozco, gilipollas. Lo saludé una vez en los camerinos del hotel Dunes.

VD: Sinatra es un mamón. Anda con la Organización y habla como los muchachos, pero en realidad es un pobre imbécil de Hoboken, New Jersey.

SDS: Un imbécil que debería pagar, Billy.

VD: Debería. Cada vez que ese cabronazo de Bobby le busca las cosquillas a la Organización, Frankie debería llevarse un tiro en los huevos. Y debería pagar el doble por lo que ese cerdo de Bobby está haciéndole a Jimmy y a los camioneros. Y el triple por ese paseo que tuvo que dar tío Carlos por Guatemala.

SDS: Los que deberían pagar por todo eso son los Kennedy.

VD: En un mundo ideal, así sería.

SDS: No tienen idea de qué es la gratitud, maldita sea.

VD: No tienen idea de nada. Me refiero a que Joe Kennedy y

Raymond Patriarca se conocen desde hace mucho tiempo…

SDS: No tienen ni idea.

VD: Ni la más remota idea.

El resto de la conversación es irrelevante.

Chicago, 26/4/62. Origen de la llamada: teléfono público del North Side Elks Club. Número marcado: BL4-0808 (teléfono público del restaurante Trattoria Saparito's). Llama: Dewey Di Pasquale «el Pato» (ver expediente número 709.9 del PDO, oficina de Chicago). Interlocutor: Pietro Saparito, «Pete Sap». Cuatro minutos y veintinueve segundos de conversación irrelevante preceden a lo que sigue:

DDP: Esos Kennedy son peor que unas purgaciones. No hacen más que intentar apretar las clavijas a la Organización. Ahora, Bobby tiene repartidas por todo el país esas brigadas antiextorsiones. Y a esos mamones no se los puede comprar con amor ni con dinero.

PS: Jack Kennedy comió en mi restaurante una vez. Debería haberlo envenenado.

DDP: Cua, cua. Deberías haberlo hecho.

PS: No empieces con ese fastidio de imitar a un pato, joder.

DDP: Deberías invitar a Jack y a Bobby y a toda la brigada antiextorsiones a tu local y envenenarlos a todos.

PS: Sí, debería hacerlo. Oye, ¿conoces a mi camarera, Deeleen?

DDP: Claro. He oído que toca el clarinete de carne como los ángeles.

PS: Es verdad. Y se lo hizo con Jack Kennedy. Dijo que tenía un flautín ridículo.

DDP: Los irlandeses la tienen pequeña. Lo sabe todo el mundo.

PS: Los italianos son los que la tienen más grande.

DDP: Y mejor.

PS: He oído que la de Mo es como la de un mulo.

DDP: ¿Quién te lo ha dicho?

PS: Mo en persona.

El resto de la conversación es irrelevante.

Newark, 1/5/62. Origen de la llamada: teléfono público del bar Lou's Lucky Lounge. Número marcado: MU6-9441 (teléfono público de la charcutería Reuben's Delicatessen, Nueva York). Llama: Hershel Ryskind, «Heshie» (ver expediente 887.8 del PDO, oficina de Dallas). Interlocutor: Morris Milton Weinshack (ver expediente número 400.5 del PDO, oficina de Nueva York). Tres minutos y un segundo de conversación irrelevante preceden a lo que sigue:

MMW: Lamentamos mucho tu enfermedad, Hesh. Todos te apoyamos y rezamos por ti.

HR: Quiero vivir lo suficiente para ver a Sam G. dar patadas a Sinatra en su escuálido trasero de peso pluma desde aquí hasta Palermo. Sinatra y un cabronazo de la CIA convencieron a Sam y a Santo de que Jack K. era trigo limpio. Utiliza tu coco y piensa, Morris. Piensa en Ike, en Harry Truman y en F.D. Roosevelt. ¿Alguno de ellos nos causó tantas molestias?

MMW: Desde luego que no.

HR: Ya sé que el instigador es Bobby y no Jack. Pero Jack conoce las reglas. Jack sabe que no se puede azuzar los perros rabiosos contra la gente que te ha hecho favores.

MMW: Sam creía que Frank tenía influencia sobre los hermanos. Creía que podía conseguir que Jack le parase los pies a Bobby.

HR: Frank fantaseaba. La única influencia que tiene Frank es la que le dé su varita mágica. Lo único que desean Frank y ese tipo de la CIA, Boyd, es chuparle la polla al mayor de los Kennedy.

MMW: Jack y Bobby tienen una mata de pelo espléndida.

HR: En la que alguien debería marcar una raya con una dum dum de calibre cuarenta y cinco.

MMW: Qué cabellos. Ojalá los tuviera yo así.

HR: ¿Quieres cabellos? Cómprate una peluca, joder.

El resto de la conversación es irrelevante.

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