América (41 page)

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Authors: James Ellroy

Tags: #Histórico, Intriga

Hicieron chocar los vasos.

–Dará su apoyo a la causa, ya lo verás -aseguró Boyd-. Y si la invasión se produce, queremos estar en su administración.

–Eso no me preocupa. – Pete encendió un cigarrillo-. Aparte de Littell, sólo hay una cosa que me inquieta.

–Te preocupa que la Agencia en general descubra el asunto de nuestro grupo de elite.

–Exacto.

–Pues yo quiero que lo descubran -declaró Boyd-. De hecho, me propongo informarles en algún momento, antes de noviembre. Es inevitable que lo descubran y, cuando lo hagan, mi relación con los Kennedy me hará demasiado valioso como para prescindir de mí. El grupo habrá reclutado demasiados hombres de primera categoría y habrá hecho demasiado dinero y, por lo que se refiere a la moralidad, ¿qué valoración merece la venta de heroína entre negros cuando se compara con la invasión ilegal de una isla?

Más Boyd añejo: «autofinanciación», «autonomía»…

–Y no te preocupes por Littell. Está tratando de reunir pruebas para enviárselas a Bobby Kennedy, pero yo controlo toda la información que llega al hermano pequeño y no dejaré que Littell te cause el menor perjuicio, ni que perjudique a Jimmy por la muerte de Kirpaski ni por ningún otro asunto relacionado contigo o con la causa. Pero tarde o temprano Bobby causará la caída de Hoffa y no quiero que te veas envuelto en eso.

Pete notó que la cabeza le daba vueltas.

–No puedo discutir nada de lo que dices. Pero ahora tengo acceso hasta Littell y, si creo que tu chico necesita llevarse un susto, te aseguro que se lo voy a dar.

–Y yo no me opongo. Puedes hacer lo que consideres necesario, siempre y cuando no lo mates.

Se estrecharon la mano y Boyd murmuró:


Les gents que l'on comprend, ce sont eux que l'on domine
.

»
En français, Pierre, souviens-toi
: Aquellos a quienes comprendemos son aquellos a quienes dominamos.

41
(Nueva York / Hyannis Port / New

Hampshire / Wisconsin / Illinois /

Virginia Oeste, 4/2/60 – 4/5/60)

El día de Navidad tuvo la certeza. Desde entonces, cada día que pasó no hizo sino confirmarla.

Jack guardó el anillo de Laura. Kemper se llevó el broche de esmeraldas de Jackie. El coche no quiso ponerse en marcha y uno de los chóferes de los Kennedy se ocupó de buscar la causa. Mientras, él cruzó el recinto a grandes zancadas y descubrió a Jack en plena transformación.

Estaba en la playa, a solas, y ensayaba su figura pública a voz en cuello.

Kemper se mantuvo a cubierto y lo observó.

Jack pasó de tener una estatura ligeramente destacable a ser un hombre decididamente alto. Su voz era menos ronca y más resonante. Sus gestos, terminantes como estocadas, acertaban en un blanco que hasta entonces siempre había errado.

Jack se echó a reír. Jack ladeó la cabeza para escuchar. Jack resumió magistralmente los temas de Rusia, los derechos humanos, la carrera espacial, Cuba, el catolicismo, su manifiesta juventud y la figura de Richard Nixon como un reaccionario dado al engaño y poco trabajador, incapaz de dirigir la mayor superpotencia de la Tierra en tiempos tan peligrosos.

Tenía el aspecto de un héroe. El hecho de reclamar la atención general sacaba toda la fortaleza que llevaba dentro. Siempre era patente su aplomo. Y había sabido retrasar su aparición hasta que ésta pudo proporcionarle el mundo.

Jack sabía que ganaría. Kemper sabía que el senador encarnaría la grandeza con la fuerza de un enigma que cobraba forma. Esta nueva libertad haría que la gente lo adorase.

A Laura le encantó el broche.

Jack ganó en New Hampshire y en Wisconsin.

Jimmy Hoffa visitó ambos estados pueblo a pueblo. Jimmy movilizó a sus camioneros y apareció en la televisión nacional. Jimmy puso de manifiesto su locura cada vez que abría la boca.

Kemper movilizó la réplica. Piquetes favorables a Jack se enfrentaron a piquetes de transportistas. Los manifestantes pro Jack tenían buenas voces y eran buenos recitadores de consignas.

El libro de Bobby entró en la lista de los más vendidos. Kemper distribuyó ejemplares gratis en los locales sindicales. Cuatro meses después, la opinión unánime era que Jimmy Hoffa estaba anulado.

Jack era fascinadoramente atractivo. Hoffa era desastrado y estaba abotargado. Todas sus intervenciones contra Kennedy llevaban una nota al pie: «en la actualidad, bajo investigación por fraude inmobiliario».

La gente adoraba a Jack. La gente quería tocarlo. Kemper dejó que la gente se acercara saltándose las medidas de seguridad.

Kemper dejó que los fotógrafos se acercaran. Quería que la gente pensara que la actitud divertida de Jack era, en realidad, amor correspondido.

Se llevaron Nebraska sin oposición. Las primarias de Virginia Oeste eran seis días después; allí, Jack debería desbancar a Hubert Humphrey y dejarlo fuera de la carrera por la nominación.

Frank Sinatra embelesaba con sus baladas a los votantes palurdos. Un actor de reparto muerto de hambre compuso un pegadizo Himno a Jack. Los locutores sobornados lo hacían sonar constantemente.

Laura llamó a Sinatra «un pequeño pene con una gran voz».

El ascenso de Jack la enfurecía. Ella llevaba su sangre y era una proscrita. Kemper Boyd era un extraño al que se había concedido la condición de miembro del círculo familiar. El la llamaba cada noche desde donde estuviera. Laura consideraba aquel contacto como una mera formalidad.

Kemper sabía que ella echaba en falta a Lenny Sands. Laura ignoraba que él había prohibido a Lenny cualquier comunicación.

Lenny había cambiado su número de teléfono de Chicago y, por tanto, Laura no podía llamarlo. Kemper sometió a revisión sus facturas de teléfono y pudo confirmar que Lenny no la había llamado.

Bobby se acordó de Lenny, el «instructor de voz». Algunos miembros del equipo determinaron la conveniencia de un cursillo de refresco, e invitaron a Lenny a New Hampshire.

Jack llamó a Kemper y le «presentó» a Lenny. Éste mantuvo la comedia y no mostró un átomo de rencor o de miedo.

Lenny trabajó la voz de Jack hasta ponerla en plena forma. Bobby lo incluyó en la nómina de Wisconsin como encargado de reunir grupos de asistentes. Lenny consiguió reunir grandes multitudes con un presupuesto bajísimo. Bobby quedó encantado.

Claire pasaba casi todos los fines de semana con Laura. Según ella, la medio hermana de Jack era una partidaria acérrima de Nixon. Igual que el señor Hoover.

Kemper habló con él a mediados de febrero. Fue el señor Hoover quien hizo la llamada.

–¡Vaya, cuánto tiempo ha pasado! – exclamó en un tono absolutamente insincero.

Kemper le garantizó de nuevo su fidelidad y expuso en detalle las sospechas de Joe Kennedy respecto a él.

–Me encargaré de montar un expediente para confirmar tus explicaciones -dijo Hoover tras escucharlo-. Haremos que parezca que todos tus viajes a Florida han sido únicamente por encargo mío. Te señalaré como el principal agente del FBI infiltrado en los grupos procastristas.

Kemper le suministró datos clave de Florida. Hoover le envió falsos itinerarios para que los memorizara.

Hoover no mencionó en ningún momento la campaña. Kemper se dio cuenta de que presentía la victoria de Kennedy. Hoover no mencionó los líos de faldas de Jack, ni sugirió intervenir las comunicaciones de alguna prostituta. Ni siquiera preguntó la razón de que Kemper Boyd hubiera permanecido tanto tiempo sin contacto.

Kemper no quiso organizar otra encerrona sexual para presionar a Jack. Quería conservar un compartimento de firme lealtad.

¿Chulo extorsionador? No. ¿Chulo proveedor? Desde luego que sí.

Le proporcionó a Jack una chica cada noche. Llamó a sus contactos en la brigada local contra el vicio para que le dieran nombres… y cacheó a fondo a todas las chicas que se acostaban con Jack.

Las chicas adoraban a Jack.

Y el agente especial Ward Littell, también.

Llevaban seis meses sin hablarse cuando Ward apareció en el gran mitin de Jack en Milwaukee. El antiguo Fantasma de Chicago, convertido en el nuevo Espectro de Chicago.

Tenía un aspecto frágil y desaliñado. No se correspondía en nada a la imagen tópica de un agente secreto.

Ward se negó a comentar rumores sobre la mafia y a hablar de la estrategia del fondo de pensiones. También rechazó hablar del homicidio de D'Onofrio.

Reconoció que estaba descuidando su misión en la brigada Antirrojos y que había iniciado una amistad con un izquierdista al que estaba siguiendo.

La campaña de Jack Kennedy lo tenía entusiasmado. Lucía insignias del candidato y montó una escena cuando Leahy, el jefe de Agentes Especiales, le dijo que dejara de llevarlas.

La cruzada de Littell contra la mafia había expirado. Ahora, el señor Hoover no podía tocarlos; la connivencia Boyd/Littell quedaba sin efecto ni valor.

Kemper le dijo a Bobby que el Fantasma seguía en contacto. Bobby le respondió que no lo molestara con minucias.

Littell estaba decidido a jubilarse en el plazo de ocho meses. Su sueño de borracho era conseguir un nombramiento de Kennedy. Ward adora a Jack.

New Hampshire adora a Jack.

Wisconsin adora a Jack.

Virginia Oeste tenía su corazón disponible. El condado de Greenbrier era crucial para la votación y estaba completamente dominado por la mafia.

Decidió no pedir ayuda a los muchachos. ¿Por qué poner a Jack en deuda con unos tipos a los que Bobby detestaba?

Norteamérica ama a Jack.

Sinatra es quien mejor lo expresaba: «¡Esa vieja magia de Jack me tiene hechizado!»

42

(Blessington/Miami, 4/2/60 – 4/5/60)

El comentario sobre los «hermanos perdidos» continuó zumbándole en los oídos. Pete no podía quitárselo de la cabeza.

John Stanton visitó el campamento a mediados de marzo. Pete le preguntó por las andanzas de Kemper Boyd. Stanton dijo que la CIA lo había investigado. La historia del accidente de caza le concedía una nota alta: Kemper no permitía que la mierda lo abrumara.

Boyd hablaba francés. Boyd sabía dar vida a las grandes palabras. Boyd hacía que todo su mundo se moviera como una exhalación…

Sus últimos tres meses se resumían en una palabra: «autónomo», en la primera acepción del término en el diccionario. La actividad de Kemper se ceñía estrictamente a un tema: KENNEDY. La de Pete, ahora, se ceñía estrictamente a otro: CUBA.

Fulo dejó de chulear prostitutas. Lockhart respetó el nuevo código del Klan. Seis promociones de reclutas pasaron por Blessington en ciclos de instrucción de quince días. En total, setecientos cuarenta y seis hombres que aprendieron el empleo del armamento, judo, pilotaje de lanchas rápidas y fundamentos de demolición. Chuck Rogers les inculcó doctrina proamericana.

El grupo de elite continuó reclutando gente en Miami. Los cubanos exaltados siguieron alistándose.

La Agencia tenía ya sesenta campamentos operativos y estableció en Guatemala una «academia de graduación» para los exiliados, una instalación militar completamente equipada.

Ike aflojó la mosca y aprobó los planes de invasión por parte de los exiliados. Se trató de un gran cambio político; tres conspiraciones para acabar con Fidel habían fracasado y habían obligado a los de Langley a cambiar de planteamiento.

Los tiradores no habían podido acercarse lo suficiente. Los ayudantes de Fidel se habían fumado los habanos explosivos destinados al Barbas. En Langley, los jefes de la Agencia terminaron por decir: al carajo, invadamos Cuba.

Quizás a principios del año siguiente. Quizá bajo la administración de Jack, el «Espalda Jodida».

Boyd dijo que Jack aprobaría el plan. Boyd era muy convincente. Santo Junior corrió la voz: Kemper Boyd tiene la confianza de Jack Kennedy. La Organización puso dinero en la campaña de Jack; lo hizo discreta y anónimamente. Grandes y jugosas donaciones bien compartimentadas.

Jimmy Hoffa no lo supo. Jack, tampoco. Y no se enteraría hasta el momento oportuno para cobrarse la deuda.

Sam G. dijo que podía comprar Illinois para Jack. Lenny Sands dijo que Sam había gastado una fortuna en Wisconsin. Lo mismo sucedía en Virginia Oeste: el dinero de la mafia de Chicago aseguraba el estado para Jack.

Pete preguntó a Lenny si Boyd estaba al corriente de toda aquella trama. Lenny respondió que no lo creía. Pete sugirió que Kemper continuara en la ignorancia; seguro que no le gustaría pensar que había dejado empeñado a Jack.

Boyd inspiraba confianza. Trafficante lo adoraba. Santo pasó el platillo de la causa cubana; Giancana, Rosselli y Marcello apoquinaron fuertes sumas.

Era una maniobra clásica de compartimentación.

La dirección de la CIA toleró las donaciones. Y se enteró del negocio de la droga en Miami… antes de que Kemper diera cuenta de ello.

Los de Langley también hicieron la vista gorda en tal comercio. Lo consideraron fácil de negar y dijeron a John Stanton que continuara, con órdenes de ocultar su conocimiento del tema a toda persona ajena a la CIA.

Por ejemplo, a miembros de otras agencias policiales. Por ejemplo, a políticos moralistas.

Stanton se sintió aliviado; Kemper, sorprendido. Dijo que el asunto ilustraba la dicotomía Jack/Bobby: la venta de droga como cuestión moral que creaba desacuerdos.

El Hermano Mayor daría un respingo y procuraría no enterarse de la alianza. El Hermano Pequeño se aliaría con Dios y prohibiría cualquier contacto entre la CIA y la mafia.

El Hermano Mayor era un hombre de mundo, como su padre. El Hermano Pequeño era remilgado, como un Ward Littell exprimido y sin cojones.

Bobby tenía el dinero de su padre y las armas secretas de su hermano. Littell tenía la bebida y la religión. Jack Ruby tenía un estipendio de informador que le costaba cinco de los grandes. Si Littell volvía a aparecer en su vida, Pete tendría noticia de ello.

Boyd le dijo que no matara a Littell. Boyd compartía el interés de Littell por el fondo de pensiones; éste significaba, cuando menos, una remota posibilidad de conseguir dinero a lo grande.

Littell adoraba a Jack, «Espalda Jodida».

Igual que Darleen Shoftel. Igual que Gail Hendee.

Igual que él mismo.

¡Eh, Jack…! Te acostaste con mi antigua novia. No me importa: Kemper Boyd dice que eres un hombre decente.

Ahora vendo droga para ti. Le doy la pasta a un tipo llamado Banister; un hombre que vincula TU PERSONA con un complot judeo/papista para dar por el culo a Norteamérica.

Te encantaría Fort Blessington, Jack. Ahora es un centro de descanso de la mafia: los muchachos vienen a disfrutar del espectáculo anticastrista. Santo Junior ha comprado un motel en las afueras del pueblo. Seguro que te aloja gratis… si arrojas a tu hermano pequeño a las marismas.

Sam G. se deja caer por aquí. Carlos Marcello viene de visita. Johnny Rosselli trae a Dick Contino con su acordeón. Lenny Sands ofrece actuaciones; con su número del Fidel travesti, la sala casi se hunde de las carcajadas.

Los beneficios de la droga seguían en alza. El grupo de elite tenía la moral por las nubes. Ramón Gutiérrez llevaba la cuenta de cabelleras cortadas en incursiones en lancha rápida. Heshie Ryskind estableció un fondo de sobresueldos por cada cabellera.

Lenny Sands estaba ocupado en sus escritos difamatorios, en los que el Barbas era el que se llevaba todas las hostias. Al señor Hughes no le desagradaba el toque político, pero prefería ver exclusivamente escándalos sexuales en las páginas de
Hush-Hush
.

Peter llamaba a Hughes una vez por semana. El muy jodido no paraba de divagar.

La investigación del asunto TWA seguía avanzando trabajosamente. Dick Steisel mantuvo a los sosías de Hughes bajo contrato. Hughes estaba convencido de que los negros producían cáncer y le insistía continuamente a Ike a restaurar la esclavitud.

Unos chalados mormones obsesionados con los gérmenes hacían compañía al gran Howard. Los tipos mantenían higienizado su bungaló: un rociador con la fuerza de una bomba A obraba maravillas. Estaba al mando del grupo un tarado llamado Duane Spurgeon, que ponía gomas lubricadas en torno a todos los picaportes que pudiera haber tocado la mano de un negro.

Hughes tenía una nueva diversión: hacerse trasfusiones de sangre cada semana. Se metía sangre de mormón puro exclusivamente, adquirida en un banco de sangre de las afueras de Salt Lake City.

Hughes siempre le daba las gracias por la droga. Pete siempre le respondía que lo agradeciera a la Agencia.

Pete seguía recibiendo el cheque de Hughes, aún cobraba comisión de veintitrés pensiones de divorcio y tenía el cinco por ciento de la Tiger Kab, además de su paga como agente contratado.

Antes Pete chuleaba a las mujeres y montaba extorsiones. Ahora cabalgaba como una bala hacia la Historia.

Jimmy Hoffa pasaba por la parada de taxis cada pocos días. Por lo general, iniciaba la visita echando la bronca a los conductores que no hablaban inglés. Ahora se encargaba de la centralita Wilfredo Delsol; tener que dar muerte a su primo le había hecho perder el gusto por el gatillo.

Wilfredo entendía el inglés. Dijo que Jimmy la tenía tomada con los cubanos, pero no pudo mantener su afirmación. Los que recibieron los primeros insultos consiguieron una disculpa. Hoffa no podía gritar una frase que no terminara con un «Kennedy».

Pete vio a Jack y a Jimmy en televisión, espalda con espalda. Kennedy encandilaba a un provocador hasta dejarlo sin habla. Hoffa llevaba calcetines blancos y manchas de huevo en la corbata.

Era una apuesta clara. Pete sabía distinguir a un vencedor de un perdedor.

A veces no conseguía dormirse. Aquel jodido zumbido era una verdadera bomba de hidrógeno en su cabeza.

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