Amigos hasta la muerte (22 page)

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Authors: Nele Neuhaus

Tags: #Intriga, #Policíaco

Al parecer, eso sí sorprendió al muchacho.

—¿Que a Jo lo asesinaron? —inquirió desconcertado.

—Todo apunta a que sí —confirmó Pia—. ¿Podría decirnos si Jonas se peleó con alguien?

—La tuvo con su novia. —La noticia de lo sucedido a Jonas había afectado sobremanera a Tarek—. Más no sé. Después se enfadó con Esther. El domingo casi no dijo ni mu, y el lunes también estuvo de mal humor.

—¿Qué clase de empresa de informática querían montar Lukas y Jonas?

—Lukas, Jo y
yo
—corrigió Tarek Fiedler—. La Off Limits Internetservices, S.L.

—¿Ah, sí? Una sociedad limitada… ¿Y de qué se ocupan?

—De hacer páginas web —respondió Tarek Fiedler—. Ahora mismo estamos desarrollando un sistema con un servidor propio a través del cual los clientes pueden administrar sus páginas web en línea.

—¿Estamos? —preguntó Pia—. ¿Usted también participa?

El muchacho enarcó las cejas.

—Supongo que usted piensa que solo soy un jardinero estúpido, ¿no? —De pronto su voz sonaba agresiva—. Claro, un medio chino tatuado y con
piercings
de la cuenca del Ruhr, que trabaja de jardinero para los ricachones de aquí, por fuerza tiene que ser idiota…

—Yo no he dicho eso —replicó Pia con frialdad—. Pero, en cualquier caso, para ser responsable de informática de la empresa Bock no estaba lo bastante cualificado.

Con ese comentario Pia tocó un punto débil. El chico la miró fijamente y después rio sin alegría.

—No tengo un padre rico que me pague los estudios —añadió—, y en Alemania hay que tener un título para todo.

—Para estudiar no hace falta tener un padre rico —objetó Pia—. ¿Para qué están las becas?

Aunque Bock no le caía bien, Pia podía entender la antipatía que le inspiraba Tarek Fiedler. La condescendencia que reflejaban sus ojos se convirtió en hostilidad. Pia se dio cuenta de que su táctica de hacer hablar al muchacho no parecía dar buenos resultados. En ese preciso instante tomó la palabra Behnke, que hasta entonces no había dicho nada.

—¿De qué conocía a Jonas? —le preguntó.

—Del Grünzeug. Conocí a Esther cuando trabajaba en el centro de acogida de animales de Sulzbach. Es la presidenta de la sociedad protectora de animales.

—Vaya, conque también ha trabajado en el centro de acogida. —Pia se hizo la sorprendida—. Se ve que no aguanta mucho en ningún sitio, ¿eh?

Tarek la miró de soslayo y se dirigió a Behnke.

—¿Qué significa esto? ¿Me quiere provocar o qué?

Behnke aprovechó la oportunidad que le brindaban en bandeja.

—Ya basta, Kirchhoff. Vayamos al grano —dijo con la altanería indulgente del profesor que ha de poner en el lugar que le corresponde a una alumna sabelotodo.

Pia miró furibunda a su compañero, y Tarek se percató y esbozó una sonrisa burlona.

—¿Por qué desmantelasteis los ordenadores el domingo? —inquirió Behnke.

—Esther quería que le pagáramos un alquiler, y a nosotros no nos daba la gana.

—¿No pudo convencerla de que siguieran como hasta ahora?

—Me llevo bien con Esther —admitió Tarek—, pero cuando se trata de negocios, es dura como una piedra.

—Me dio la impresión de que no solo se lleva bien con ella, sino que además es muy amigo de Esther —intervino Pia, y miró a Behnke para advertirle de que no volviera a interrumpirla—. ¿Es así desde que su compañero murió?

Tarek casi ni se molestó en mirarla.

—Ulli era un buen amigo mío —respondió—. Por eso ahora que está sola me ocupo un poco de Esther.

—Ya… —dijo Pia.

—¿Me quiere acusar de algo? —le preguntó el chico a Behnke—. Con tantas preguntas tontas tengo la sensación de estar haciendo algo malo solo por ayudar a una amiga que lo está pasando mal.

—No se sulfure —lo apaciguó Behnke con una sonrisa solidaria—, no es esa la intención de mi compañera.

Ahora fue Pia la que se enfadó. ¿Qué hacía Behnke? ¿Quería ponerla en evidencia a posta delante de Tarek? ¿O acaso pensaba que el muchacho era tan tonto como para caer en la trampa de una variante barata del poli bueno y el poli malo?

—¿Por qué el lunes por la tarde Lukas no estaba en la fiesta de Jonas, sino en el Grünzeug? —prosiguió Behnke—. Al fin y al cabo, era el mejor amigo de Jonas.

Tarek dudó un instante.

—Habían reñido —repuso al cabo—. Pero no sé por qué.

Quizá Behnke se tragara que el chico no tenía ni idea, pero Pia no se creía una sola palabra. Tarek Fiedler sabía perfectamente por qué se habían peleado sus amigos. Contó lo que había pasado en la fiesta de Jonas, confirmando así la versión de Svenja: después de discutir con su novia, Jonas agarró una borrachera de aúpa, y Tarek se fue de la fiesta sobre las 22.00.

—Jonas vivía con usted —continuó Behnke—. ¿Por qué se fue de casa de sus padres?

—Porque su viejo es un pedazo de capullo —bufó Tarek asqueado—. Y Jo ya estaba harto de que siempre se metiera con su vida.

—En parte la culpa es de usted —comentó Pia.

Tarek no dijo nada; no se dignó mirar a Pia e hizo como si no existiera.

—Para Jo, sus amigos eran más importantes que su padre —prosiguió, dirigiéndose a Behnke—. La familia le viene dada a uno, los amigos se pueden elegir.

—Eso es cierto, sí —corroboró Behnke.

Pia entornó los ojos; eran tal para cual.

—Si era tan buen amigo de Jonas, quizá pueda explicarnos por qué hizo lo que hizo con los correos electrónicos y las fotos de la página web de Svenja. —Pia no estaba dispuesta a permitir que le dieran de lado así como así.

Tarek abrió la boca para contestar, pero cambió de opinión y se limitó a alzarse de hombros.

—Dijo que no había sido él —aseguró al fin.

—Pero si él no fue, entonces ¿quién lo hizo? ¿Tal vez alguien que quisiera enemistar a Jonas y Svenja? —aventuró Pia—. Y en ese caso, ¿quién podría ser?

—No sé —afirmó Tarek.

Era un mentiroso consumado, que a pesar de que había muerto un buen amigo suyo no perdía el control.

—¿Es posible que Svenja le pusiera los cuernos a Jonas y por eso él quisiera vengarse de ella?

—Tal vez. Svenja es una zorra —soltó desdeñoso el muchacho—. En cuanto bebe algo, SFC.

Behnke sonrió.

—¿SFC? —preguntó Pia—. ¿Qué significa eso?

Tarek le dirigió una mirada burlona, como perdonándole la vida.

—Se la folla cualquiera —explicó.

Norbert Zacharias solo era la sombra de lo que había sido, pero en la conversación que mantuvieron, por expreso deseo de Zacharias sin su abogado, dio a entender que no le parecía mal estar en prisión.

Bodenstein se sorprendió: suponía que para Norbert Zacharias, que concedía un gran valor a las apariencias, debía ser el colmo de la vergüenza estar en la cárcel bajo sospecha de asesinato. El juez instructor había desestimado el recurso interpuesto por su abogado, así como la libertad bajo fianza.

—Hoy es el día de la deliberación, esta tarde —contó Zacharias—. Tendría que haber explicado a un centenar de personas enfurecidas cómo obtuvimos las cifras de los informes y por qué no tuvimos en consideración el contador de Königstein. Y la verdad es que no tengo ninguna explicación.

—Sin embargo, usted dijo que había sido un error —le recordó Bodenstein.

—¡Un error! —Zacharias bufó resignado—. ¿Acaso cree usted que una empresa como Bock Consult olvida algo así? Lo de ese contador no fue un olvido, lo que pasó es que no se tuvo en consideración intencionadamente porque las cifras que arrojaba no cuadraban con lo planeado.

Bodenstein comprendió lo que eso quería decir.

—Lo cual significa que Pauly estaba en lo cierto con sus sospechas, ¿no es así?

—Pues sí —asintió Zacharias.

—¿Qué repercusiones tendrían las verdaderas cifras en los informes y en todo el proceso de planificación? —se interesó el inspector.

Norbert Zacharias profirió un suspiro.

—Funestas —reconoció—. Basándose en el volumen real de tráfico, las extrapolaciones y las predicciones reducirían al absurdo los argumentos de los defensores de la carretera. En realidad, esa carretera no hace falta, y menos si se remodela la rotonda de Königstein.

—Ya. —Bodenstein observó al hombre, hundido en su silla—. ¿Qué pasará si usted lo admite?

—Bueno —empezó Zacharias, encogiéndose de hombros—, la Consejería de Fomento de Hesse ya ha recomendado encargar nuevos informes con las cifras correctas. Pero a un perito neutral, que demuestre que no tiene nada que ver conmigo ni con Bock. Me temo que ya no habrá ninguna otra evaluación de impacto territorial.

—¿Qué significa esto para usted personalmente?

—Perderé el contrato de consultoría.

No dio la impresión de que ello le fuera a quitar el sueño.

—¿Qué dice su yerno al respecto? ¿Qué consecuencias tendrá todo esto para él y para su empresa?

Zacharias alzó la mirada; tenía los ojos ojerosos.

—Si la carretera no se construye, se quedará sin una gran contrata —contó—. Perderá mucho dinero.

—¿Por qué? —inquirió Bodenstein—. Sin duda, ya se habrá embolsado el dinero de los informes; a ese respecto, solo han tirado el dinero los clientes.

—No es tan sencillo —puntualizó Zacharias—. Hay muchas más cosas de por medio. Pero eso sería extenderse demasiado.

—No sé si sería extenderse demasiado. —Bodenstein se inclinó hacia delante—. ¿Qué sabía su nieto de todo esto?

De pronto, a los ojos inexpresivos de Zacharias asomó una mirada de alarma. El hombre se enderezó.

—¿Jonas? ¿Qué iba a saber él de esto?

—Eso me gustaría saber a mí —dijo Bodenstein—. Es muy importante, porque suponemos que Pauly podría haber recibido la información de Jonas. Pauly era su profesor, se llevaban bien. Por el contrario, Jonas no tenía una buena relación con su padre.

Zacharias miraba al vacío.

—Señor Zacharias, responda a mi pregunta, por favor —le pidió Bodenstein—. No se lo pregunto porque sí: el lunes por la noche su nieto fue asesinado.

En un abrir y cerrar de ojos el color desapareció del rostro del que fuera concejal de Urbanismo de la ciudad de Kelkheim.

—¿Jonas ha muerto? —preguntó sin dar crédito a lo que oía—. No puede ser…

—Por desgracia, sí —repuso Bodenstein—. Celebraba su cumpleaños en la parcela que tiene usted. Encontramos su cuerpo allí al día siguiente.

—Dios mío, Jo. ¡Pero, qué he hecho!

Le empezó a temblar todo el cuerpo, y se le saltaron las lágrimas. Solo haciendo un gran esfuerzo logró conservar la compostura. A Bodenstein casi se le antojó cruel atormentar así a ese hombre, pero presentía que Zacharias solo necesitaba un empujoncito para que le confesara algo importante.

Los Sander vivían en Bad Soden, en una vivienda unifamiliar modesta de los años cincuenta que, con su encanto pasado de moda y su fachada parcialmente cubierta de hiedra, no terminaba de encajar entre las mansiones recién construidas que dominaban esa zona de gente acomodada, como ocurría en el barrio de Bock, en Königstein. Ante el garaje había aparcado un viejo Passat con una silla de niño en el asiento trasero, y al lado, un
scooter
amarillo chillón al que le faltaba un espejo retrovisor. Pia llamó al timbre. En el interior de la casa se escuchó un sonido melodioso, y poco después abrió una mujer joven con un niño pequeño en brazos. Pia se presentó y preguntó por Antonia y Svenja.

—Están fuera, en el jardín —respondió la joven, que debía de ser una de las hermanas mayores de Antonia. Pero pase…

—¡To-ni! —dijo el niño, dando palmadas—. ¡To-ni! ¡To-ni!

Pia sonrió debidamente y siguió a la joven. Se había dado cuenta hacía mucho que ver niños no le despertaba en lo más mínimo su sentimiento maternal.

—Estaba usted en el zoo cuando encontraron el cuerpo de ese hombre, ¿no? Mi padre nos ha hablado de usted.

—¡Cuer-po! —gritó el pequeño—. ¡Cuer-po! ¡To-ni!

Por regla general, a Pia le importaba bastante poco lo que la gente dijera de ella, pero en ese caso le habría gustado saber qué les había contado Sander de ella a sus hijas.

—¿También está vuestro padre? —Lo preguntó como de pasada, como si no le interesara demasiado, y hasta a ella misma le sorprendió las ganas que tenía de saber más cosas de ese hombre que la perseguía hasta en sueños.

—No —replicó la joven—. Papá está en el zoo.

Atravesó la casa y llevó a Pia hasta el invernadero. En la vivienda reinaba un agradable caos. En el suelo de parqué, que había conocido días mejores, había juguetes por todas partes, en el rozado sofá de piel del salón dormitaban dos gatos, y un tercero, blanco como la nieve, estaba sentado delante de una gran pecera acomodada en un aparador antiguo del comedor, acechando a los peces. En la amplia cocina la mesa seguía puesta y una radio cencerreaba a media voz.

—Voy a buscarlas —dijo la mujer.

—Gracias.

Pia asintió y echó un vistazo a su alrededor. El invernadero, de dimensiones generosas, estaba lleno de plantas exóticas y contaba con unos cómodos asientos de piel oscura. En una mesa baja se veían algunos libros y revistas abiertos, un bloc con notas escritas a mano y, en el centro, una copa de vino vacía y una botella de vino tinto mediada. Pia se inclinó y leyó el título de algunos libros: literatura especializada, zoología. A todas luces, el invernadero era el lugar preferido de Sander. De repente se sintió una intrusa, y se alegró cuando Antonia entró del jardín acompañada de Svenja Sievers, que tenía un aspecto ligeramente mejor que el día previo: el rostro, afilado y blanco, inexpresivo como el de una muñeca de porcelana; los enormes ojos de ciervo, y demasiado maquillados, vidriosos. Pia se sentó en uno de los sillones, y las chicas frente a ella, en el sofá. Acto seguido se sacó la foto de la ecografía del bolso y se la pasó. Svenja la miró de refilón, y Antonia arrugó la frente.

—¿Estás embarazada, Svenja? —preguntó Pia.

—¿Por qué? —La chica se hizo la sorprendida.

—Porque esta foto estaba en el móvil de Jonas —contestó Pia.

—¿Y cómo es que tiene usted el móvil de Jo? —inquirió Svenja, desconfiada.

—Siento mucho tener que deciros esto —empezó Pia con el mayor tacto posible—, pero Jonas ha muerto.

Antonia respiró hondo y palideció, mientras que Svenja clavó la vista en Pia como si estuviera hipnotizada.

—¡Dios mío! —exclamó al fin con los ojos muy abiertos, espantados—. Yo tengo la culpa… si no hubiera…

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