Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
Afortunadamente, Susana tenÃa un enorme corazón, que contenÃa dosis ingentes de cariño y ternura, y, por supuesto, no consideraba el amor un sentimiento exclusivo y empequeñecedor, sino todo lo contrario. Que apareciese un nuevo afecto no suponÃa barrer del paisaje al resto de ellos. Por eso sus ex novios seguÃan siendo más o menos sus amigos. Y por esa razón también no tuvo ningún inconveniente en compartir a Olga con Teresa. Nunca sintió amenazada su amistad.
â¿Nos vas a explicar eso del modo en que estés programada? âinsistió Teresa viendo que Susana tardaba en responder.
Susana la miró con aire divertido y luego, bajando la voz como si fuera a contar un secreto trascendental, dijo:
âNo sé si estaré en modo contenido o en modo desatado.
Teresa observó a Olga levantando la ceja. Olga sonrió internamente. Ya estaba Susana con sus gansadas. Desde luego, era una locatis...
âSigo âdijo Susana, anticipándose a la posible estocada verbal de Teresaâ, el puente de la semana pasada me fui de viaje con Jean-Claude...
â¡Ags! A alguno de tus apetecibles destinos, me figuro âinterrumpió Olgaâ. Pues, por favor, no te explayes, que nos vas a matar de envidia.
âNo tan envidiable. Fuimos a Bruselas. El sábado por la mañana él tenÃa una reunión en la universidad. Luego aprovechamos para visitar Brujas, la pequeña Venecia del norte. ¡Qué maravilla de ciudad! Los canales, la arquitectura, los pintores flamencos, el pescado... Me chiflaron, os lo aseguro. Pero lo que me dejó majareta perdida fue el chocolate. Los belgas son los reyes en eso, ¿eh? Me he forrado a comer bombones, mousses, pasteles, tartas... Estaban de cagarse.
âSusana, guapa, cada dÃa hablas un poco mejor.
Susana prescindió del comentario de Olga y siguió adelante con el relato:
âTotal, un kilo y medio en cuatro dÃas. Todo aquÃ, ¿veis? âindicó señalando las cartucherasâ. ¡Estoy desesperada!
âNo pasa nada. Ahora en el gimnasio lo quemas. Aún no he comprendido qué significa lo del modo contenido y el otro... No recuerdo cuál era âdijo Teresa.
âDesatado. Muy fácil. Desde el lunes y hasta este momento, me encuentro en modo contenido, o sea, no comeré casi nada. Una ensaladita y un yogur o algo asÃ. Pero puede ocurrir âen realidad ocurre con una frecuencia exasperanteâ que a la hora de comer esté en pleno modo desatado y sea capaz de zamparme un buey. Como es imprevisible, os dejo a vosotras decidir el restaurante.
âEntonces, ¿os parece bien si nos quedamos a comer en el del gimnasio? âpreguntó Teresa. Luego, viendo que las dos asentÃan, añadióâ: Vamos a entrar, ¿no? Estamos perdiendo el tiempo miserablemente.
Pasaron por delante de recepción, donde Teresa entregó su tarjeta de socia y rellenó dos invitaciones. Les dieron tres llaves para las taquillas. Penetraron en aquel sanctasanctórum de la élite de mujeres burguesas y deportistas.
âBueno, ¿qué queréis hacer? âpreguntó Teresa, sentándose en el banco que separaba las dos filas de taquillasâ. ¿Algo un poco duro?
â¡Ni hablar! âgritó Susana con aspavientos horrorizadosâ. ¿Tú nos quieres matar o qué?
âAlgo suave, Teresa, por favor, que Susana y yo no estamos en forma como tú.
Teresa suspiró:
âA ese paso, no lo vais a estar nunca. Bueno, vamos a ir a la sala de máquinas.
Olga y Susana se miraron sin saber muy bien si eso era una ventaja o un inconveniente. No recordaban haber estado en dicha sala. Las demás veces habÃan sido arrastradas hasta uno de los cursos colectivos.
Se desnudaron. Después de encarar costuras, alisar pliegues y ahuecar hombros, Teresa colgó en una percha sus pantalones de cuero marrón y el
body
impecable de color tabaco y mostaza. Su cuerpo podÃa competir con el de la mayorÃa de treintañeras que Olga conocÃa; por no decir que les sacaba una cómoda ventaja. Admiró su cuerpo, a medias cubierto por un espectacular y barroco conjunto de tanga y sujetador de balconcillo, color salmón. No estaba delgada porque no era de esas chifladas que no comen. Tampoco estaba gruesa. El ejercicio repartÃa bien los kilos y mantenÃa en perfecto estado de dureza su carne. Se le marcaba bien la musculatura, sin que ello quisiera decir que parecÃa una de esas mujeres, montañas de bultos relucientes, amantes del culturismo. No. Teresa tenÃa unos músculos firmes y largos, que acentuaban su aire aerodinámico. ParecÃa una de esas atletas de color.
âOye, cariño, ¿tienes desmaquillador de ojos? âpreguntó Susana, saltando por encima de sus pantalones de lana y licra gris marengo tirados sobre el banco.
âSà tengo, claro âcontestó Teresa, desabrochándose el sujetador.
Lo dobló, lo metió en la taquilla y sacó del neceser un frasquito blanco.
â¡Joder, Teresa! No me provoques, que te voy a dar un mordisco. ¡¿Cómo es posible que tengas estas tetas tan estupendas?! ¿No te las habrás operado en un descuido nuestro, verdad?
âNo seas payasa, Susana. ¡Claro que no me las he operado! Trabajo cada dÃa los pectorales en la sala de máquinas.
Olga habÃa dejado sus pantalones negros y su camisa de algodón gris antracita en la taquilla y se quitó su
body
, que nada tenÃa que ver con los conjuntos de sus amigas. Maravillosos, sÃ. Pero ¿cómodos? No estaba nada segura. Ella preferÃa ese
body
de licra beige, que prácticamente se confundÃa con su piel. Casi tan suave como una media. Tan escueto que le cabÃa en la mano cerrada. Sin costuras, sin copas, sin arandelas de hierro. Sin nada.
âVenga, chicas, en marcha.
Para llegar hasta la sala de máquinas, situada en el último piso, habÃa que recorrer todo el gimnasio.
â¿El ascensor? âpreguntó Susana, con una mueca, conociendo de antemano la respuesta de Teresa.
â¡Ni hablar! Eres una perezosa. Asà no me extraña que se te ponga todo en las cartucheras.
â¡Ags! âse quejó Susanaâ. Traidora, mala amiga.
âNo he dicho que estés gorda, sólo que deberÃas moverte más.
âYa me muevo, cielo, dÃa sà y dÃa no, al mismo ritmo que Jean-Claude ârespondió Susana, siguiéndola por la escalera.
âNo piensas más que en eso.
âNo creas... Me da tiempo a pensar en dos o tres cositas más.
Olga cerraba la comitiva.
Tardaron un poco en llegar a la sala de máquinas porque Susana se empeñó en hacer un repaso del resto de plantas.
âHija, si no es la primera vez que vienes... âse quejó Teresa.
âNo. Pero ya no me acuerdo. Sólo sé que me chifla y me chifla. Un dÃa voy a sacar un reportaje sobre este gimnasio en
Mujer Diez
. Y otro dÃa, cuando sea muy viejecita y tenga tiempo, hasta es posible que me matricule para practicar un poco.
Pasaron por delante de varias salas de gimnasia, y en una de ellas...
Â
Anoche, anoche soñé contigo...
Â
â¡Mi canción! âgritó Olga, entre la náusea y el éxtasis.
â¿Tu canción?
â¿Desde cuándo te interesas por una canción de salsa a ritmo funky?
â¿A ritmo, qué?
âA ritmo de lo que sea, pero, en cualquier caso, trucado para que lo puedan utilizar en los cursos de gimnasia colectiva.
âNo me intereso. Me obligan a ello. FÃjate: esa ventana de la sala da a mi terraza. ¡Una cruz!, lo que yo te diga.
Â
Chiquita, qué lindo tu cuerpecito...
Â
âHala, vamos âlas arrastró Teresa.
Entraron en la sala de máquinas.
â¡Qué barbaridad! âexclamó Susana, sentándose en uno de aquellos artefactos pertrechado con brazos, poleas, pesas...
A los tres minutos, Susana estaba interesadÃsima en las explicaciones de Teresa. QuerÃa saber qué grupo de músculos potenciaba cada máquina, y Teresa se prestaba encantada a hacer de cicerone. Olga las dejó para subirse a una cinta de footing. Desde allÃ, veÃa a sus dos amigas charlando y ejercitándose. Teresa, naturalmente, incluso vestida para hacer deporte resultaba espectacular. Se habÃa dejado puestos sus pendientes largos de aguamarinas y su anillo en forma de serpiente con dos brillantes por ojos. Después de seleccionar los kilos de resistencia que creÃa necesitar para el desarrollo de sus pectorales, sentada en la butterfly, Teresa le mostraba a Susana cómo desplazar la barra hacia adelante y por encima de sus hombros, indicándole, al tiempo, cuándo tenÃa que inspirar y cuándo espirar. Susana observaba y escuchaba con atención, como siempre: dejándose arrebatar por lo que la interesaba. Todo lo contrario de Teresa, incapaz de vehemencia ninguna. Olga sonrió. Las dos tan distintas, y sin embargo, a veces, tan próximas. Claro que, eso, en cierta medida ocurrÃa con las tres. También ella y Susana formaban una curiosa pareja desde los once años. Probablemente complementaria. Susana era la vida, la alegrÃa y la luz, aunque también el nerviosismo y los embrollos. Olga era la reflexión y el cumplimiento de las normas, aunque también âdebÃa reconocerloâ el bloqueo. Algunas veces, en pleno ataque de lucidez, se preguntaba si habrÃa alguna forma de romper aquel blindaje autoimpuesto. En opinión de Susana, Olga era la mejor de las amigas posibles, alguien en quien se podÃa confiar a ciegas, siempre dispuesta a ayudar âno en vano Susana y Teresa la llamaban con ternura hermanita de la caridadâ. Desde primero de bachillerato esa relación complementaria no habÃa cesado nunca. Ella salvaba a Susana, la de vida exagerada, cuando se metÃa en uno de sus extravagantes lÃos, y Susana mantenÃa viva a Olga. ¿Qué intereses comunes tenÃan Susana y Teresa? Pocos, y sin embargo se llevaban bien. Quizás su punto de encuentro era la belleza: la suya, la de sus hombres, la de su casa, la de los lugares que frecuentaban... También, esa profundidad con que acometÃan cualquier tarea. En el caso de Teresa, por su perfeccionismo. En el de Susana, por su pasión y curiosidad. ¿Qué le echaba en cara la reina de las nieves a la vida exagerada? Su sentido lúdico, que ella veÃa como una forma de frivolidad, y su exceso. Viceversa, Susana se quejaba a Teresa de su frialdad, que ella interpretaba como puritanismo. Más de treinta años llevaban queriéndose las tres, y un amor tan longevo difÃcilmente podÃa ya morir.
Teresa miró el reloj:
âBien, chicas, os habéis ganado el premio.
Pasaron por el vestuario para dejar la ropa de deporte y envolverse en las mullidas toallas blancas.
Al subir la amplia escalinata de mármol negro que conducÃa a las termas, Olga sintió que su cuerpo se esponjaba anticipando la sensualidad que las esperaba tras las puertas correderas. Si una no habÃa estado antes allÃ, era imposible adivinar que detrás de los cristales esmerilados, de una frialdad casi clÃnica, todo estaba pensado para el placer de los sentidos: vapores ambarinos, aguas cálidas, esencias de espliego y azahar, frÃos mármoles, piscinas de agua cristalina... La puerta, accionada por la célula fotoeléctrica, se abrió a su paso. Dentro, las envolvió una atmósfera muy cálida que invitaba a la desnudez. El silencio era casi total, salpicado sólo por el murmullo del agua.
Se dieron una ducha y luego se metieron en la sauna. Susana la excesiva se tendió en la grada superior, donde el vapor se concentraba y el calor resultaba más intenso. Teresa se puso a la misma altura que Susana, aunque en sentido contrario, de modo que sus cabezas estaban muy cerca. Olga se sentó en una de las gradas inferiores.
Durante un momento ninguna habló. La primera en abrir la boca fue Susana:
â¿Os he contado lo feliz que soy desde que estoy menopáusica?
âQue yo recuerde, querida, tú nunca has dejado de ser feliz âdijo Teresa.
âBueno, pues más feliz. Vamos, que he alcanzado un estadio superior de humanidad. ¿Os interesa o no?
âClaro âdijeron a coro. Luego Olga añadióâ: Ya sabes que en estas cuestiones tú eres nuestra guÃa. Como has sido la primera en llegar...
âVeréis: me vino la regla por primera vez a los diez...
âTú siempre corriendo para todo.
âNo la tengo desde hace un año. A una media de vez por mes, doce veces al año, por treinta y siete años significa que he pasado unas cuatrocientas cincuenta veces por tal experiencia...
â¡Oh, no!
â¡Cielos! ¡Qué cantidad de celulosa desperdiciada!
â... esencialmente definible por las siguientes miserias. Al empezar a ovular (aparte del posible pero no seguro dolor en el costado correspondiente), la insoslayable hinchazón, que llega a su punto máximo dos dÃas antes de menstruar: los anillos quedan atorados en la base de los dedos, la goma de la ropa interior taladra la cintura, la barriga abulta como en un embarazo al tercer o cuarto mes, el sujetador parece haber encogido dos tallas, los pechos estallan de dolor...
El discurso de Susana se veÃa puntualmente jalonado por los comentarios de sus amigas, que participaban de su opinión.
â... por supuesto, mejor no subirse a la báscula porque te da un patatús: entre un kilo y dos más. Una crispación, una irritabilidad, un malhumor, incluso sin haber pasado por la maldita báscula, que te predisponen a morder no sólo a la gente a la que no soportas sino también a la que adoras. Por no hablar de las lágrimas, listas para desbordarse a la más mÃnima, aunque sea porque se ha pegado la bechamel. Dolor de cabeza intenso; en mi caso, por lo menos durante tres dÃas y situado en el tercer ojo. Un sabor horrible en la boca, como si estuvieras chupando sin cesar la barra de apoyo de un autobús.