Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
âPor imbécil âfue lo único que dijo Manolo.
Mari Loli se acercó al chaval y le dio un beso.
â¡Qué susto me has dado! ây luego le dio un empujón, antes de añadirâ: ¿Vas a hacer el favor de mirar por dónde vas? ¿Quieres acabar en el hospital? ¿Eh, eh? Ni que tuvieras tres años, caray.
Manu se habÃa arrodillado, habÃa dejado a la perra en el suelo, se habÃa sacado un cordel del bolsillo y habÃa empezado a anudarlo al cuello del animal. Mientras, éste aprovechaba para lamer los restos del helado de MarÃa, que, con el espanto, lo habÃa dejado caer.
El perro no era muy grande, de pelo duro y áspero de color canela y ojos color mostaza. ParecÃa simpático. Si lo llega a saber... Si hubiera adivinado que estaba como un cencerro, no se lo lleva a casa por nada.
â¿Dónde te crees que vas con el chucho? âpreguntó Manolo.
âSe viene a casa con nosotros.
¡Oye!, el animal, como si supiera qué tenÃa que hacer para camelar a Manolo, se arrastró hasta sus pies y empezó a lamerle los zapatos, hasta que el otro se ablandó y dijo:
âBueno, pero sólo el fin de semana. El lunes lo largamos a la calle.
Pero el lunes hubo prórroga. Ya no recordaba a santo de qué. El martes llegó Manu con el nombre de la perra: Escáner. Un nombre aprendido en la clase de informática, dijo. El miércoles, reunión con la tutora, que se empeñó en que una responsabilidad como ésa iba a ser ideal para el crÃo; lo que le estaba haciendo falta.
Acabó por convencerla. Además, era verdad que Manu, desde el aterrizaje de Escáner en la casa, estaba más tranquilo, como más persona. Bueno, a ver qué duraba... Duró poquÃsimo; en cambio, la perra parecÃa ya para toda la vida.
Mari Loli llegó a la hora en punto a la reunión con la tutora. Esta vez, Manu la habÃa armado gorda. Ãl solo, no. Ayudado por unos cuantos gamberros de su curso. Mari Loli no estaba segura de que fuera un gran consuelo saberlo acompañado. Bueno, pues, habÃan entrado en el instituto cuando no habÃa nadie. ¿Cómo? HabÃan forzado la puerta principal y la puerta de administración. Una vez dentro, habÃan buscado sus fichas en los archivos, las habÃan sacado y las habÃan quemado. Luego, habÃan dejado unos dardos clavados en la pared sobre las fotos de algunos profesores.
Ya de vuelta, andando por la acera al final de la cual estaba su bloque de pisos, Mari Loli todavÃa se sentÃa aturdida. Caray, con el cabrón de su hijo. Esta vez sà se habÃa metido en un buen lÃo.
Cuando casi estaba llegando a su bloque, vio a sus dos hijas en la calle. La mayor, comiendo pipas y charlando con sus amigas. La pequeña, sentada en un parterre en el que nunca se plantó otra cosa que zurullos de perros. Dejó de preocuparse por Manu para abalanzarse sobre Anabelén, que comÃa tierra con fruición.
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El suelo estaba sembrado de servilletas de papel arrugadas y de palillos planos de los usados en las tapas de aceitunas. De vez en cuando, la máquina tragaperras soltaba una musiquilla pegadiza. En la cocina, tras el mostrador, freÃan pescaditos en aceite demasiado caliente. Mari Loli se resignó a llevar consigo al salir del bar ese tufo. Se sentó en una de las sillas de formica marrón y apoyó los codos en la mesa, también de formica marrón.
â¿Qué va a ser?
âUna cerveza y unas patatas bravas, y limpia la mesa, ¿quieres?
El otro cogió una bayeta de color alademosca y distribuyó el pringue más uniformemente.
Angelines apareció despendolada.
â¡Uf! âse quejó suavemente mientras retiraba una sillaâ. Para un dÃa que tú y yo quedamos, me piden que haga una suplencia. Y no sabes lo que he tenido que correr... Mari Carmen ha llegado tarde. Me la juega muchas veces esa tÃa. Claro que, a mÃ, me da pena, porque como tiene dos crÃos tan pequeños, pues, ya se sabe, debe de ir de cráneo. Entonces va y llega muchas veces a las quinientas. Hoy tenÃa excusa, la pobre, porque uno de los niños está malo; por esa razón he tenido que quedarme yo unas horas más. Asà que ¡a fastidiarse! Porque no voy a dejar sola la centralita ¿verdad? Lo que yo digo, que tendrÃa delito que un hotel como El Arte se quedara, aunque fuera media hora, sin nadie que contestara las llamadas. Encima, Micky se ha esfumado. Ãse también... Cuando más lo necesitas menos lo encuentras. Que si he ido a comprar un paquete de tabaco para un cliente, que si he subido un ramo de flores a la cuatrocientos veinticinco, que si... Vaya gaitas. Lo que yo digo, el botones tiene que estar para un barrido y para un fregado. Pues, no. Ãl está para lo que él quiere. Total, que no le he podido pedir que se pusiera un rato en la centralita, para que yo pudiera irme a tiempo. En cuanto Mari Carmen ha asomado, yo me he apurado en salir y he venido zumbando...
Mari Loli aprovechó el respiro para preguntarle qué iba a beber.
âUna tila, hija, que, con tantas prisas, estoy de los nervios.
Pues, apañada estaba una si era la amiga quien venÃa de los nervios... ¿Cómo le contaba que ella estaba al borde del ataque? Se zampó dos patatas bravas de una tacada. Casi no le cabÃan en la boca.
Todo muy despacito, como ella siempre hacÃa las cosas, Angelines se quitó la chaqueta y la dobló hacia dentro, de modo que el forro era lo único visible cuando la dejó sobre el respaldo de una de las sillas. El forro era de una tela brillante de color azulón. La chaqueta, a juego con la falda, azul marino y sin solapa, se abrochaba con tres grandes botones dorados. Llevaba una blusa fina y muy brillante de color coral y, muy pegada al inicio del cuello, una cadenita de la que colgaba una letra A dorada. Bajo la blusa, se adivinaban sus pechos de pera, con los pezones todavÃa mirando al cielo.
Angelines se pasó las manos por el trasero para colocar bien la falda, y se sentó. Echó atrás su melena lacia para despejarse los lados de la cara, y la A dorada osciló sobre el hueco entre las dos clavÃculas.
âBueno, ¿qué te pasa, niña? ¿Es Manu?
¡Manu...! Ojalá todos sus problemas fuesen el chaval... y eso que era más malo que un dolor. Mari Loli suspiró con fuerza, pero la cuerda del pecho le impidió notar el efecto del aire entrando en sus pulmones. ¿Cómo serÃa la mejor forma de empezar, de contarle que Manolo se habÃa buscado novia y que ella andaba hecha polvo, destrozada? Notó que unas lágrimas amargas le bajaban por la nariz, se le asomaban a los ojos. ¡Caramba! ¿Iba a dar el espectáculo? Se mordió el labio, cerró con fuerza los párpados, retuvo el llanto y, al abrir los ojos de nuevo, vio la sonrisa tierna de Angelines animándola. Suspiró profundamente y, al expulsar el aire, dijo:
âManolo está enamorado de otra.
Angelines soltó la cucharilla de golpe, y ésta, con su carga de azúcar, se hundió, ¡glups!, en el vaso de tila. La infusión desbordó. Angelines, que contemplaba a Mari Loli con los ojos exasperadamente engrandecidos y azules, bajó la mirada para ver el alcance de la crecida.
Mari Loli se metió otra patata brava en la boca mientras observaba el efecto del notición en su amiga. La habÃa dejado completamente descolocada.
Angelines se concentró en la operación de recuperar la tila caÃda: decantó el plato sobre el vaso. Luego miró a Mari Loli:
âMujer, ¿estás segura?
Mari Loli movió la cabeza, afirmando, mientras se comÃa otra patata brava. Entonces el calorcillo de la salsa picante y el del alcohol de la cerveza empezó a hacer su efecto. Se sintió mejor, capaz de contárselo todo.
Atacó por el principio: las mentiras, las ausencias, las llamadas, las dos entradas a La Paloma... Esperó a ver si Angelines decÃa que no, que lo de La Paloma habÃa sido una fiesta de Espidi, pero inútilmente. Su amiga no lo negó.
Siguió: la ducha, la ropa nueva, el paquetito de la joyerÃa.
âAhora, para postres, la cajita de condones.
TenÃa un paquetito de condones en el cajón de la ropa interior y, cuando salÃa para un rato, se llevaba uno sin preocuparse ni poco ni mucho de disimular.
Angelines la escuchaba con atención. ¡Ãsa era su Angelines! Siempre dispuesta a ayudar, a hacer un favor, a estar por una, a consolar. Entonces, la gratitud empujó las lágrimas que Mari Loli habÃa mantenido a raya hasta aquel momento.
âNo llores, mujer âle pidió Angelines poniéndole una mano sobre las suyas.
Ese gesto y las palabras provocaron una crisis de llanto mayor. Mari Loli hipó.
âVenga, nena. Seguro que no es para tanto, ya verás.
Mari Loli sonrió entre las lágrimas, se sacó un pañuelo arrugado del bolsillo y se enjugó las mejillas.
Angelines le volvió a acariciar la mano.
âAdemás, tampoco es la primera vez, ¿no?
Mari Loli la miró sorprendida. ¿Que no era la primera vez? Pues claro que sÃ. Si lo sabrÃa ella.
âEs la primera vez.
Angelines esperó con la cara ladeada y, como la otra no añadÃa nada, la reconvino:
âPero ¿qué dices, LolÃn? Pues no hemos hablado tú y yo pocas veces de lo bien que se lo montan tu Manolo y mi Pepe.
Mari Loli chascó la lengua. Ya estaba la pava de Angelines no entendiendo ni jota de lo que le contaba. ¿Qué tendrÃan que ver las churras con las merinas? ¡Que una cosa era un casquete y la otra, enamorarse, joder! Y esta vez Manolo se habÃa colado por una tÃa. A ver si se enteraba, que no era tan difÃcil.
Se lo repitió.
âEntonces, ¿ahora te molesta y las otras veces, no?
No. Tampoco era eso exactamente. Pues claro que antes le sentaba bastante mal. No era gracioso imaginarse al propio marido con otra. Especialmente, cuando a una lo que le apetecÃa era cepillárselo.
â¿Me sigues?
Que sÃ.
Bueno, pues, lo que pasaba ahora era distinto, muchÃsimo peor, porque Manolo andaba con cara de estar completamente enamorado, con una pinta de colgado que pasmaba. ¿Cómo se iba a entender, si no, esa sonrisa de gilipollas que se le ponÃa en cuanto le daba por pensar con los ojos en blanco, como si estuviera en otro sitio?
âMujer, a lo mejor son figuraciones tuyas...
â¡Qué van a ser figuraciones mÃas!
Y lo de las duchas, y las camisas nuevas, y la joya, y las entradas para ir a bailar, ¿qué? ¿Todo eso también eran figuraciones de una?
âBueno, vale, a lo mejor llevas razón.
Claro que la llevaba, eso era lo malo. Eso era lo que la tenÃa tan amargada. Porque la ponÃa a morir la idea de que estuviera chaveta perdido por otra. Imaginar que pudiese dejarla para largarse con otra mujer, eso... Vamos, que no querÃa ni pensar en ello porque se mareaba, le daba un pasmo, le...
âYo me mato si Manolo me deja.
Angelines boqueó del susto.
âMujer, no digas esas cosas, que me das miedo.
âBueno, pues lo mato. SÃ, eso serÃa mejor: si me deja, lo mato.
âPero qué te va a dejar, mujer...
Tal vez. Tal vez Manolo no iba a dejarla por otra. Pero dolerle, le seguÃa doliendo. En fin... A lo mejor no era como para desesperarse de aquella manera. Respiró ampliamente y notó que la cuerda del pecho se habÃa desanudado. El aire entró sin dificultad en sus pulmones. ¡Ya era hora!
Mari Loli sonrió.
âMujer, asà me gusta âla jaleó Angelinesâ. Verás cómo estás haciendo una montaña de un granito de arena. Además, que ellos son asÃ, qué se le va a hacer.
Mari Loli se sonó y la miró como diciendo: ¿son cómo?, aunque en realidad conocÃa al dedillo las ideas de Angelines. Los hombres son unos salidos, las mujeres, menos. Asà que habÃa que tragar. ¡Manda narices!
Mari Loli resopló. ¡Ay! Su amiga seguÃa con las mismas bobadas que de joven.
âPero, bueno, Angelines, ¿alguna vez has tenido tú ganas de un revolcón? ¿Sigues convencida de que sólo a ellos les va la marcha? De verdad, no me lo puedo creer.
âPues sÃ. Yo sà he tenido ganas, sólo que con Pepe... âAngelines hizo un gesto con la cabeza como indicando la falta de interés resultante del sexo en su matrimonio.
âPerdona que te lo pregunte, ¿tú te lo has pasado bien alguna vez durante los revolcones?
Angelines bajó la vista y sonrió tÃmidamente a su vaso vacÃo.
Mari Loli se comió otra patata brava. Se habÃan enfriado.
âTe voy a contar una cosa âdijo Angelines en tono de confesión.
Mari Loli bebió un trago de cerveza y se recostó en el respaldo de su silla, dispuesta a olvidarse de sus miserias por un rato.
â¿Te acuerdas cuando hace ocho años fui al ginecólogo porque no me quedaba embarazada?
¡Vaya, si se acordaba! Aquello fue la bomba. Lo fue no por ella sino porque su Pepe se puso salido de madre cuando se enteró de lo que habÃa dicho el médico. Además, fue ella, Mari Loli, quien la acompañó aquella primera vez. Muerta de miedo iba la pobre, pero, con todo, habÃa tomado la determinación porque querÃa un crÃo y no quedaba preñada. El médico dijo que deberÃan esperar unos dÃas para el resultado de las pruebas. En fin, como ya las siguientes veces se vio capaz de ir sola, Mari Loli no la volvió a acompañar, pero sà se enteró del final de la historia. Angelines no tenÃa ningún defecto de fabricación, que eso era lo que su Pepe le largaba entre risotadas, de vez en cuando. El defecto de fabricación, si acaso, era de él. ¡¿MÃo?!, parece ser que gritó su Pepe cuando se enteró de aquella sandez. Porque, ¿qué otra cosa podÃa ser sino una sandez, teniendo en cuenta que él era muy macho? Angelines procuró tranquilizarlo para arrastrarlo hasta la consulta del médico, a que viera si la cosa era grave o tenÃa arreglo. Pero su Pepe estaba como una fiera y no se callaba. ¡Qué se habrá creÃdo ese mamón! ¡Valiente enteradillo, el medicucho! ¡Llamarme, a mÃ, mariquita!, se despepitaba el tÃo.