Read Anoche soñé contigo Online

Authors: Gemma Lienas

Anoche soñé contigo (48 page)

Al cabo de unos instantes, Mari Loli vio a Julita avanzar por el camino de los tangacereza.

—Oye, Florita, que dice Jooose que no te has tomado el descanso esta mañana, y se está haciendo tarde. Que te vayas ahora; te sustituyo.

—Hija, se me ha pasado el tiempo volando, sin darme cuenta siquiera —contestó Florita, dejando su puesto libre a la otra.

Al pasar cerca de Mari Loli, Florita se agachó:

—Tú tampoco has tomado nada hoy. ¿Qué pasa?¿Tienes miedo de que el pulpo del Delirio te ponga sus tentáculos encima y te obligue a salir a la calle con él?

—¡Qué cosas tienes, Florita! —protestó Mari Loli, aunque era cierto que, últimamente, no salía a tomar el cortado para evitar la compañía del representante de pastas.

—Anda, ven al bar; así nos leemos con calma la postal que te han mandado los de «Usted es nuestra estrella». Además, si vas conmigo, el tío nos deja en paz. Eso te pasa por haberle dicho que sí aquella mañana.

—Mujer, era mi cumpleaños... —se defendió Mari Loli.

¡Suerte que su amiga ignoraba hasta dónde había llegado con él! Seguro que, de haberlo sabido, no se lo hubiera perdonado.

Salieron a la calle.

—¡Qué cumpleaños y qué narices, Mari Loli! Tú eres tonta. Mira que hacer el ganso con ese grosero, teniendo a Luis al alcance de la mano... —dijo Florita, justo cuando pasaban por delante de la carnicería.

—¿A Luis? —preguntó Mari Loli, con sorpresa, bajando la voz como si pudiera ser oída por él.

Florita se impacientó:

—Contigo no hay manera, ¿eh? Tan mayorcita y no te enteras nunca de nada.

Entonces le acarició la mejilla, y Mari Loli se dio cuenta de que era un enfado de mentirijillas. Le contó que, por supuesto, Luis tenía interés en ella. ¿Pues no le guardaba a menudo carne? ¿Y los huesos para la perra? ¿Y el perfume de su cumpleaños?

—Mujer, como él es tan amable con todo el mundo...

—¿Con todo el mundo? —murmuró Florita, mirándola con los ojos entornados—. Te creerás tú que a mí o a Julita o a Luis Miguel nos guarda las láminas de los calendarios, nos pregunta por la familia o nos sonríe con cara de bobo, ¿no?

Mari Loli se encogió de hombros. Pues no lo había pensado, la verdad.

—Pero Luis es muy viejo —protestó.

—Mujer, muy viejo para mí, que tengo veintiséis, pero ¿para ti? Si sólo os lleváis siete años...

Mari Loli contó con los dedos.

—¿Cuarenta y cuatro? ¿Sólo tiene cuarenta y cuatro?

Florita afirmó moviendo la cabeza. Y siguió con las virtudes de Luis. Era amable y tierno y educado y limpio y simpático y trabajador...

—Bueno, vale ya, Florita. Para el carro. Que parece que, más que un amigo para salir de vez en cuando, me estés buscando un marido. Y, de eso, ya tengo.

Florita se echó a reír.

—Tienes razón.

Cuando ya entraban en el bar, insistió: que estaba bien eso de tener alguien con quien ir al cine o a bailar y, luego, ¿quién sabía si algo más?

Mari Loli recordó a la doctora Bellido. Ella también había insistido en la conveniencia de divertirse, de olvidarse un poco de las preocupaciones, de encontrar algo de tiempo para ella. Tal vez era lo que andaba necesitando y, como una boba, no se había dado cuenta de que eso, precisamente, le ofrecía Luis.

—Dos cortaditos cuando puedas —pidió Florita. Encendió un cigarrillo—. Anda, saca la postal.

Señora López: le agradecemos que haya llamado a nuestro programa, «Usted es nuestra estrella», para participar en él. Como usted ya sabe, llamar es sólo el primer paso. A partir de ahora, todavía le queda un camino que recorrer hasta llegar a nuestro plató. No se desanime. Seguro que usted se contará entre nuestras estrellas. Debe mandarnos una fotografía suya con el traje que se pondrá para la actuación. Además, en el dorso de la foto, tiene que escribir su nombre y apellidos, dirección, edad, tipo de actuación que efectuará (canto, baile, teatro...) y si precisa alguna música para ello y cuál. En nombre de todo el equipo, muchísimas gracias por su colaboración.

—Bueno. ¿Te vas a hacer la foto? —preguntó Florita.

—No. Tengo una que me servirá; del bautizo de Anabelén.

—¿La has traído? —Y viendo que Mari Loli negaba con la cabeza, Florita prosiguió—: Mujer ¿y a qué esperas? Anda, búscala, y yo te ayudo a escribir lo que te piden.

El bar estaba medio vacío. El ruido de los autobuses no permitía oír las conversaciones de los parroquianos de otras mesas. El camarero iba a la suya. Mari Loli pensó que era el momento ideal para comentarle a Florita lo que había encontrado en el camión de Manolo.

—Oye, de esas revistas guarras de las que hablas a veces... ¿os compran muchas?

Florita dio un sorbo a su cortado mientras apagaba el cigarrillo.

—Bastantes. No nos podemos quejar.

—¿Y quiénes las compran?

—Casi siempre hombres.

—¿Y qué clase de tíos son?

Florita miró la hora y encendió otro cigarrillo.

—¿Nos quieres ir cobrando? —le dijo al camarero. Luego siguió—: A veces chicos jóvenes.

—¿Jóvenes, muy jóvenes? ¿Como mi hijo, un poner?

—Más o menos.

—¡Oye, pero si son muy pequeños para ver esas guarradas, tú!

—Ay, Mari Loli, hija, ¿tú cuándo vas a abrir los ojos? Te creerás que tu hijo es un niño de teta, ¿no? ¿Cómo es posible que las madres siempre seáis las últimas en enteraros de que vuestros niños ya tienen pelos por todas partes?

Mari Loli suspiró.

—Bueno, ¿y quién más?

Florita se quedó mirándola como si no comprendiera la pregunta. Al fin, dijo:

—¡Ah! Que quién más compra revistas porno. Pues parejas.

—Ya. ¿Y cómo son esas parejas?

—Normales. ¿Cómo van a ser, si no? Unos a quienes les va la marcha y se lo pasan de miedo. Como Pepe y yo.

—¿Y quién más?

—Pues, no sé... tíos normales a los que les gustan esas revistas y también tíos raros.

—¿Cómo, raros?

—Raros. Tipos que están medio locos o son medio curas o yo qué sé. Se las compran para hacerse pajas.

—Oye, ¿y las de maricones? ¿Ésas, quiénes las compran?

—Pues, los maricones, claro.

—Claro... ¿Sólo?

—¿Sólo, qué? —Florita, cejijunta, miró fijamente a Mari Loli—: Pero ¿se puede saber qué mosca te ha picado con las revistas porno? ¿Desde cuándo te interesan tanto? Tú me escondes algo, rica, así que suéltalo.

Mari Loli miró a su alrededor para cerciorarse de que, en un descuido, el Delirio o Jooose no hubieran entrado en el bar y estuvieran en la mesa de al lado. Bajó la voz para contarle por qué tenía interés.

—¡¿Manolo tenía una de ésas en la cabina del camión?! ¡Anda, laleche, menuda sorpresa!

—Pues sí... ¿Tú qué pensarías de algo así? ¿Será que va con una a quien le molan esas cosas?

—No sé, chica. No me parece que sea muy corriente que a las tías les gusten los tíos haciéndoselo entre ellos... Pero podría ser, claro. Oye, ¿estás segura de que Manolo tiene un lío con una perica? ¡A lo mejor es del otro barrio, y tú sin enterarte!

Mari Loli se molestó con su amiga. ¿Manolo, marica? Nunca, joder, con lo macho que era...

—Bueno, vale, vale. No hace falta que te pongas así.

—Además, que también encontré en la cabina unas bragas rojas de lo más provocativo, ni te figuras...

Florita la miró con sorna.

—A lo mejor es de esos a los que les encanta vestirse de tía.

—Si te crees que las bragas se las pone él, vas confundida. Primero, que Manolo nunca haría algo así...

—Fíate de la virgen y no corras.

—... y segundo, que son unas bragas tan pequeñas que casi parecen de niña. Eso es lo que me extraña... Desde luego, no creo que a ti te entrasen, mira lo que te digo.

—¡Joder! Hoy nos la ganamos: han pasado veinticinco minutos.

—Vamos, deprisa.

Entraron en Cadena Dos a la carrera.

—Tenéis un morro de aquí a Cáceres, ¿no? —protestó Julita—. Llegáis con más de diez minutos de retraso.

—¡Jo! ¡Qué picajosa andas hoy! —le contestó Florita.

Julita le cedió el puesto. Cuando Luis Miguel iba a hacer lo mismo con Mari Loli, los altavoces escupieron:

—Mari Loli a administración; teléfono. Mari Loli.

—¡Jope! Vaya mañanita. ¿Ahora qué tripa se le habrá roto a alguien? Oye, quédate unos minutos más en mi puesto, Luis Miguel.

El chico le contestó con un loquetudigas resignado.

El auricular del teléfono de administración estaba descolgado y apoyado sobre la mesa.

—¿Diga?

—Mari Loli. Soy Angelines.

—Hija, Angelines, ¿cómo se te ocurre llamarme al súper?

—Te llamo a Cadena Dos porque en casa no hay forma de pillarte.

—Bueno, ya sabes, voy de cabeza...

—Mari Loli, ¿qué te ocurre? ¿Por qué me hablas en ese tono?

—¡Uf! No seas pesada, Angelines. No me pasa nada. Ya te digo que tengo mucho trabajo y tal.

—Pues parece que tengas algo contra mí.

—Pues... Oye, no seas pesada, anda. Bueno, ¿qué querías? ¿O sólo has llamado para decirme esto?

—Llamaba para contarte algo que llevo casi dos meses intentando explicarte, pero ya veo que no es el momento.

—Pues, no. No lo es.

—Estás imposible, Mari Loli. ¿Sabes qué te digo? Que cuando quieras algo, me llames tú.

Y le colgó el teléfono. ¡Encima! ¡Cómo se había vuelto Angelines! ¡Cómo se crecía desde que estaba enrollada con Manolo! Se creería poco menos que una mujer irresistible. Y a ella la consideraría una alelada, una imbécil... además de gorda, claro. ¿Pues no se permitía incluso darle lecciones? La muy...

El berrinche le duró a Mari Loli dos horas, hasta que Luis asomó por Cadena Dos para recordarle que le había guardado un poco de carne.

—Al salir, paso a recogerla —le dijo desde la caja.

Florita le guiñó un ojo.

¿Tendría razón Florita? ¿Sería que el hombre estaba interesado en ella? Pero ¿cómo podía ese hombre haberse fijado en ella? Un hombre tan educado como él. Tan leído, porque ¡anda que no sabía de todo...! Ella, sin embargo, una ignorante. Mientras lidiaba con el lector del código de barras y la caja registradora y las tarjetas o los cambios, no podía quitárselo de la cabeza. Florita llevaba razón. Luis era un encanto fuera de lo común. Amable y siempre de buen humor. Verdad era que no se reía como el Delirio, con aquellas carcajadas grandonas que retumbaban en su pecho, ni muchísimo menos con las canicas de Manolo. Sin embargo, nunca perdía la sonrisa. Mari Loli no podía recordar ni una sola ocasión en que la hubiese saludado con el gesto torcido. ¿De qué servían las canicas saltarinas de Manolo si una jamás las oía rodar por ella? Mucho mejor una sonrisa imborrable, ¿o no? Además, tan atento, escuchándola con tantas ganas... Parecía que no sólo las orejas sino también los ojos, la boca, las manos, le servían a Luis para acechar sus palabras. Mari Loli no estaba acostumbrada a tanto interés, por lo menos de un hombre. Quienes siempre habían estado dispuestas a oír lo que tuviera que contar habían sido Angelines y Estrella, pero ahora... Estrella no quería enterarse de nada. Mari Loli no quería que Angelines se enterase de nada. Así estaban. Lástima que Luis pareciese un poco viejo. Pero, bueno, para ser amigos, ¿qué más daba? Porque fijo que eso era lo que pretendía Luis: su amistad. Sólo que Florita lo confundía con devaneos amorosos. Muy propio de ella.

A las cuatro, Mari Loli se agachó y pasó por debajo de la puerta alzada a medias.

Luis estaba inclinado sobre el mostrador, colocando las piezas de carne con tal amor que más parecía que decorase el escaparate de una joyería. ¡Qué hombre, señor!

—Luis, hola.

—Mari Loli...

Salió de detrás del mostrador y se besaron. El Broduai había logrado lo que la timidez de los dos no había conseguido en varios años de amistad. Habían aprendido a saludarse. Algo tan fácil como darse un beso... ¿Por qué no se les había atinado hasta que él le regaló el perfume y ella, sin tener que pensarlo ni un instante, porque eso era lo que le salía del alma, le dio un par de besos? Ahora, Mari Loli recordó cómo se había sonrojado el carnicero con aquellos primeros besos. ¿Andaría en lo cierto Florita?

Mari Loli sintió mucho no haberse rociado con el perfume ni un solo día. ¿Se habría dado cuenta él de que nunca olía a Broduai? Seguro que sí. Con lo observador que era...

—Luis, tú sabes que me encantó el perfume, ¿verdad?

—Mujer, ¡qué cosas dices! Pues, claro que lo sé. ¿Cómo me haces esta pregunta?

Other books

Wet Graves by Peter Corris
The Third Man by Graham Greene
The Sins of a Few by Sarah Ballance
Her Cowboy Daddy by Dinah McLeod
Much Ado About Rogues by Kasey Michaels
The Courtesy of Death by Geoffrey Household
Size Matters by Stephanie Julian
All We Know of Love by Nora Raleigh Baskin