Anoche soñé contigo (44 page)

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Authors: Gemma Lienas

Mari Loli estaba tumbada con Manolo encima. Sentía sus cuerpos como dos piezas de un encaje perfecto. Veía los ojos de él, muy brillantes, moviéndose adelante y atrás al ritmo de sus caderas. Veía, sobre la cabeza de él, las copas verdes de los pinos, que temblaban suavemente como si hasta ellos llegase la emoción de su abrazo. Manolo se mecía; ella, también. Aunque ni siquiera tenía que pensar en sus gestos. Todo funcionaba solito, como si Manolo le hubiera dado a un interruptor y le hubiera puesto en marcha un mecanismo insospechado. ¿A eso también le llamaban un revolcón? Pues, debería existir otra palabra... más mágica. Manolo se fue antes que ella. Acabó el trabajo a dedo. Y, ahí también, Mari Loli descubrió que ese placer puede sentirse de formas distintas: casi imperceptible, bastante brioso o como un calambre muy agradable, duradero y poderosísimo. El que tuvo con Manolo fue de los muy muy poderosos. Manolo la frotaba por fuera y por dentro, mientras ella veía las nubes mandarina observarla con envidia sobre las copas verdes de los pinos. De pronto fue como si la electricidad le pasase por todo el cuerpo. Como si la hubiesen enchufado a la corriente y se hubiera ido encendiendo por partes: un rayo de luz y placer nacía en su amapola y, luego, en espirales, avanzaba por su cuerpo, envolviéndola en estremecimientos incontenibles, hasta que el resplandor salió por las puntas de sus cabellos y los dedos de los pies. Mari Loli pensó que si alguien estaba mirando de lejos por fuerza tenía que haber visto ese relámpago luminoso. Ella, desde luego, se sentía como una bengala. Chisporroteante. Cuando se quiso levantar, se encontró con el pelo pegado al pino. Se había puesto perdida de resina. Con razón, mientras duró el revolcón, ella notaba ese olor tan intenso, tan balsámico. Ella había imaginado que ese aroma lo despedía Manolo... Espera, espera, que te lo quito, dijo Manolo, riéndose. Pero no hubo forma. Tenía un tarugo de resina amarilla enredada en los cabellos. Ni siquiera en casa, cuando se lavó la cabeza, consiguió deshacerse de ella. Tuvo que cortarse aquel mechón. Lo guardó como recuerdo: el del primer polvo de verdad.

—¿Quieres un café o te apetece otra cosa?

¿Llevaría mucho tiempo pensando en las musarañas mientras el Delirio le hablaba?

—¿Tú qué vas a tomar?

—¿Yo? Un carajillo... ¿Me acompañas?

Mari Loli lo pensó unos segundos. Luego sonrió.

—Bueno. Un día es un día. Al fin y al cabo, hoy es mi cumpleaños.

—¿Tu cumpleaños? Mujer, habérmelo dicho. Te hubiera traído un regalo.

—¡Ah! No importa. Ya es un buen regalo estar aquí contigo...

¡Huy, qué tonta! ¿Por qué le había dicho eso? Se iba a figurar el tío que andaba buscando guerra. ¡Vaya!, pero ¿la andaba buscando o no? Porque desde luego, hecha gaseosa sí estaba. Entre el olor a resina del Delirio y pensar en el primer polvo con Manolo...

El Delirio la besó: primero en la mejilla. Luego deslizó sus labios hasta la comisura de los de ella. Y, finalmente, aplastó su boca sobre la de Mari Loli.

—Ha sido un beso de cumpleaños —explicó el Delirio, guiñándole un ojo.

No fue un beso eléctrico. Y sin embargo ella estaba electrizada con sus propios recuerdos, con el olor de él...

De modo que, cuando regresaron a Cadena Dos, ya le había contestado que sí, que el martes de la semana próxima salía con él por la noche. Para celebrar tu cumpleaños, había argumentado él, venciendo sus escasas resistencias. Ella le dijo el martes de la otra semana, porque Manolo no estaría en casa. Lo recordaba bien puesto que le habían encargado un servicio especial: tenía que ir a Francia. Dejaría a María al cuidado de la pequeña.

—¡Corazón! Tienes hoy las manos blandas, ¿eh? —le gritó Luis Miguel la tercera vez que a ella se le cayeron las monedas al dar el cambio a un cliente.

Florita la miró meneando la cabeza.

—Pero ¿qué te pasa? ¿Te encuentras mal? ¿Te he dejado la nuca peor con el masaje en los pies?

—¡Qué va! Nada, nada. Cosas mías.

Pues claro que se le caía todo de las manos. Si estaba hecha un embrollo, si le temblaban las piernas, si no podía ni pensar. ¿Era ella, ella, la que había dicho sí a un hombre? No podía creer que fuera a salir por ahí con otro distinto a Manolo. ¡Pobre Manolo...! ¡¿Cómo que: pobre Manolo?! A tomar por culo, Manolo. Por su culpa, ella se encontraba en ese fregado. Bueno, ya sería menos... Estaría en lo que fuera con el Delirio porque ella lo había querido, ¿o no? Pues eso.

Recogió las monedas del suelo para entregárselas al hombre que esperaba el cambio. ¡Ay! Cómo le seguía doliendo la nuca, a pesar del masaje. Quizás Florita tenía razón. Lo mejor sería pedirle permiso a Jooose, aunque pillara uno de sus mosqueos, y cogerse una mañana para ir al médico del seguro. Además, aprovecharía la mañana libre para acercarse al ayuntamiento del barrio, no fuera a terminarse el plazo para apuntar a Manu y a María a los campamentos de verano. La había avisado la madre de Débora, la mejor amiga de María, que los del ayuntamiento ya habían colgado los papeles. ¡Menos mal que podía meter a los chavales en aquel sitio! Se los llevaban quince días al campo y los tenían haciendo ejercicio y otras actividades. Gaitas, según Manu, que ya había anunciado que ese verano iba a ir su tía. Pues lo que era una, estaba completamente decidida a apuntarlo. Primero, porque si no, ¿qué hacía con él? Todo el mes de julio mamoneando por casa o pendoneando por las calles, una no quería que estuviera. Era la única solución para tenerlo controlado mientras ella todavía no empezaba las vacaciones. Y, además, que allí a lo mejor lo metían en cintura. Los monitores eran muy majos. A María, desde luego, le encantaba ir. Con Anabelén no tenía problema porque la guardería estaba abierta todo el verano. Oye, tú, espabila, que sólo tenemos una semana, le había metido prisa la madre de Débora. Yo, a la mía, ya la he apuntado.

Al final sí había resultado aquél un día muy especial, se dijo cuando, terminada la jornada, salió de Cadena Dos. Tenía que pasar por la carnicería. Luis Miguel le había avisado que, mientras ella había salido a por el café con Toni, Luis había entrado en Cadena Dos para verla.

—Pero ¿tú qué le das a ese fulano? —había preguntado Luis Miguel, tronchándose de risa.

—Anda, niño, no digas tontunas —contestó Mari Loli, que sentía el carajillo y el martes próximo con el Delirio distribuido en forma de manchas rojas por la cara.

—¡Huuuy, Lolín! Tenías que haber visto lo escurrido que se ha largado al ver que no estabas.

¿Qué querría Luis?

—Buenas tardes, Luis.

—¡Mari Loli!

El hombre dejó la culata que estaba cortando. Se limpió las manos con el trapo del mostrador. Nunca lo hacía con el mandil, inmaculado. Se puso junto a Mari Loli y le tomó una mano.

¡Anda! ¿Qué le pasaba? ¿Qué querría?

—¡Felicidades!

—¿Cómo?

—¡Felicidades! ¿No es hoy tu cumpleaños?

—Pues sí...

—¿Puedo darte un beso?

Eso era un hombre cariñoso y fino y educado. Un hombre de los que no había...

—Claro.

Se besaron. La verdad, Luis era un encanto. ¡Vaya que sí!

—Tengo un regalo para ti.

¡No se lo podía creer! ¡Un regalo...! Eso sí que era una sorpresa monumental.

Luis le entregó un paquete envuelto en un papel azul marino, atado con una cinta ancha y dorada.

—¡Anda, mujer, ábrelo! Es para ti —le dijo viendo que ella permanecía inmóvil.

Mari Loli arrastró la cinta dorada para liberar el papel, al tiempo que le preguntaba:

—¿Te había dicho yo alguna vez qué día era mi cumpleaños?

—No. Se lo pregunté yo a Florita.

¡Vaya! ¡Qué callado se lo había tenido su amiga!

Acabó de abrir el paquete y sacó una botella de perfume en aerosol.

—¡Broduai!

—¿Te gusta?

—¡¿Que si me gusta?! ¡Oh, Luis! Me chifla, me vuelve loca. ¿Cómo sabías que este perfume me hacía una ilusión bárbara?

—Mujer, le pedí a Florita que me dijera algo que te pudiera gustar mucho.

Cierto. Florita sabía que ése era su perfume preferido. Si un día soy rica, le decía siempre a su compañera, voy y me compro unos cuantos litros de Broduai. ¡Y ahora el perfume era suyo! ¡Suyo! Se lanzó al cuello de Luis y le dio dos besos: uno en cada mejilla. Luis se sonrojó.

Mari Loli se sentía flotar. Era quizás la primera vez en la vida que le regalaban algo superfluo, algo sin lo que una podía pasar perfectamente. Porque un perfume no era un artículo de primera necesidad, como unos zapatos o una olla a presión o... Y, además, era la primera vez en la vida que le hacían un regalo y daban en el clavo.

Luis había recuperado su palidez habitual.

—Me alegro tanto de que te guste.

—Espera. Vas a ver —dijo Mari Loli destapando el frasco.

Se pulverizó el cuello, detrás de ambas orejas. ¡Mmmm! Cómo le gustaba aquella fragancia...

—Fíjate —le dijo poniéndole el cuello debajo de la nariz—. Huele a nardos, ¿no?

—Pues sí... supongo que sí.

—¿A ti qué te parece?

—Estupendo. Y si a ti te gusta, todavía me parece mejor.

—Ay, Luis, eres un sol. Pero ahora tengo que irme, ¿sabes? —explicó mientras envolvía de nuevo el perfume—. Aunque sea mi cumpleaños, tengo que recoger a la pequeña.

—Claro. Anda. Otro beso... Y que seas muy feliz, que lo mereces.

Salió a la calle, se fue hasta el metro, se apretujó en uno de los vagones, recogió a Anabelén, llegó a casa, bajó a la perra a la calle, volvió a subir y, hasta que no se puso a pelar una patata y se hizo un pequeño corte en el índice, no se dio cuenta de nada. Andaba como alelada. Lo hacía todo sin estar al tanto de lo que se traía entre manos.

Puso el dedo bajo el grifo. Esperó a que dejara de sangrar. Había sido un día tan cargado de emociones que se sentía agotada. Cuando pensaba en tantas horas y tantas tareas como le quedaban por delante... Si pudiera lo mandaba todo a la porra y se metía en la cama a cerrar los ojos y a deleitarse en el montonazo de cosas buenas ocurridas. ¡Y pensar que se había quejado porque jamás cambiaba nada en su vida!

Pero en lugar de eso, ¡a fastidiarse! Tuvo que dedicarse a lo de siempre. Hoy les iba a poner una ensalada de patatas frías, tomate, lechuga, huevo duro y atún.

—¡Jolín! ¿Dónde está el atún?

A saber quién había sido el gracioso que lo había tocado sin decírselo.

—Arreando —le dijo a Anabelén, que pataleaba porque no quería salir.

A esas horas la chiquilla estaba ya medio muerta de sueño. Vaya, volvían en un periquete. Si, total, era un momento de nada.

En pocos minutos se había hecho con la lata y se puso en la cola de la caja rápida. Se quedó detenida junto a las baldas de perfumería, como en todos los supermercados junto a las cajeras. Las barras de labios, los lápices de ojos y tantas menudencias eran muy tentadoras para la gente aficionada a robar.

¡Mira, tú, por dónde! ¡Lo que acababa de ver! Un anuncio de Marazul, la colonia de Angelines. La que, a menudo, quedaba pegada a la piel de Manolo.

Perfume a toda la familia. Marazul, la colonia para todos.

Escrito sobre un cielo azul, limpio y sin nubes, que se fundía con el azul más oscuro del mar. Clavado en la arena, un parasol de colores debajo del cual se habían tumbado un hombre y una mujer. Cerca de ellos jugaban a pelota un niño y una niña. En primera fila, muy cerca de los que mirasen el anuncio, un perro de los que arrastran las orejas olisqueaba una botella de colonia apoyada en un bolso de paja. Era la botella de Marazul.

Por si fuera poco con el anuncio, junto a la caja rápida había un expositor cargado de botellas de la dichosa colonia. Además, Marazul estaba de oferta, mira, tú.

—¡Que te calles, que ya nos vamos a casa!

Las dos llegaron exhaustas al ascensor de la finca. La una dormida como un leño, babeando sobre la chaqueta de angora roja de su madre; la otra cansada por el peso de la cría y por el esfuerzo extra de comprar el maldito atún.

Al abrir la puerta de casa, oyó el televisor. Manolo ya había llegado.

—¡Mari Loli!

—¿Quéee?

—Que te ha llamado Angelines para felicitarte. Que me ha dicho que la llamaras en cuanto llegaras. Y oye, ¡felicidades! Había olvidado que hoy era tu cumpleaños.

 

 

Mari Loli salió de su pesadilla abruptamente con la alarma del despertador. Era Manolo, que se levantaba para ir a Francia. Serían las cuatro de la madrugada. Por lo menos, la noche anterior, cuando cenaban, dijo que pondría el reloj a esa hora. Mari Loli ya no volvería a pegar ojo. Aunque, bien era verdad, si no la hubiese despertado Manolo, lo hubiese hecho ella solita, con todo lo que le daba vueltas por la cabeza. Encima, la cita con Toni esa misma noche había añadido más ansia a la que ya arrastraba.

—Puedes encender la luz, si quieres. Estoy despierta.

Sin decir nada, Manolo accionó el interruptor de la lamparita de cabecera y permaneció sentado en la cama, con los pies fuera y dándole la espalda a Mari Loli.

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