Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
Mari Loli estaba tumbada con Manolo encima. SentÃa sus cuerpos como dos piezas de un encaje perfecto. VeÃa los ojos de él, muy brillantes, moviéndose adelante y atrás al ritmo de sus caderas. VeÃa, sobre la cabeza de él, las copas verdes de los pinos, que temblaban suavemente como si hasta ellos llegase la emoción de su abrazo. Manolo se mecÃa; ella, también. Aunque ni siquiera tenÃa que pensar en sus gestos. Todo funcionaba solito, como si Manolo le hubiera dado a un interruptor y le hubiera puesto en marcha un mecanismo insospechado. ¿A eso también le llamaban un revolcón? Pues, deberÃa existir otra palabra... más mágica. Manolo se fue antes que ella. Acabó el trabajo a dedo. Y, ahà también, Mari Loli descubrió que ese placer puede sentirse de formas distintas: casi imperceptible, bastante brioso o como un calambre muy agradable, duradero y poderosÃsimo. El que tuvo con Manolo fue de los muy muy poderosos. Manolo la frotaba por fuera y por dentro, mientras ella veÃa las nubes mandarina observarla con envidia sobre las copas verdes de los pinos. De pronto fue como si la electricidad le pasase por todo el cuerpo. Como si la hubiesen enchufado a la corriente y se hubiera ido encendiendo por partes: un rayo de luz y placer nacÃa en su amapola y, luego, en espirales, avanzaba por su cuerpo, envolviéndola en estremecimientos incontenibles, hasta que el resplandor salió por las puntas de sus cabellos y los dedos de los pies. Mari Loli pensó que si alguien estaba mirando de lejos por fuerza tenÃa que haber visto ese relámpago luminoso. Ella, desde luego, se sentÃa como una bengala. Chisporroteante. Cuando se quiso levantar, se encontró con el pelo pegado al pino. Se habÃa puesto perdida de resina. Con razón, mientras duró el revolcón, ella notaba ese olor tan intenso, tan balsámico. Ella habÃa imaginado que ese aroma lo despedÃa Manolo... Espera, espera, que te lo quito, dijo Manolo, riéndose. Pero no hubo forma. TenÃa un tarugo de resina amarilla enredada en los cabellos. Ni siquiera en casa, cuando se lavó la cabeza, consiguió deshacerse de ella. Tuvo que cortarse aquel mechón. Lo guardó como recuerdo: el del primer polvo de verdad.
â¿Quieres un café o te apetece otra cosa?
¿LlevarÃa mucho tiempo pensando en las musarañas mientras el Delirio le hablaba?
â¿Tú qué vas a tomar?
â¿Yo? Un carajillo... ¿Me acompañas?
Mari Loli lo pensó unos segundos. Luego sonrió.
âBueno. Un dÃa es un dÃa. Al fin y al cabo, hoy es mi cumpleaños.
â¿Tu cumpleaños? Mujer, habérmelo dicho. Te hubiera traÃdo un regalo.
â¡Ah! No importa. Ya es un buen regalo estar aquà contigo...
¡Huy, qué tonta! ¿Por qué le habÃa dicho eso? Se iba a figurar el tÃo que andaba buscando guerra. ¡Vaya!, pero ¿la andaba buscando o no? Porque desde luego, hecha gaseosa sà estaba. Entre el olor a resina del Delirio y pensar en el primer polvo con Manolo...
El Delirio la besó: primero en la mejilla. Luego deslizó sus labios hasta la comisura de los de ella. Y, finalmente, aplastó su boca sobre la de Mari Loli.
âHa sido un beso de cumpleaños âexplicó el Delirio, guiñándole un ojo.
No fue un beso eléctrico. Y sin embargo ella estaba electrizada con sus propios recuerdos, con el olor de él...
De modo que, cuando regresaron a Cadena Dos, ya le habÃa contestado que sÃ, que el martes de la semana próxima salÃa con él por la noche. Para celebrar tu cumpleaños, habÃa argumentado él, venciendo sus escasas resistencias. Ella le dijo el martes de la otra semana, porque Manolo no estarÃa en casa. Lo recordaba bien puesto que le habÃan encargado un servicio especial: tenÃa que ir a Francia. DejarÃa a MarÃa al cuidado de la pequeña.
â¡Corazón! Tienes hoy las manos blandas, ¿eh? âle gritó Luis Miguel la tercera vez que a ella se le cayeron las monedas al dar el cambio a un cliente.
Florita la miró meneando la cabeza.
âPero ¿qué te pasa? ¿Te encuentras mal? ¿Te he dejado la nuca peor con el masaje en los pies?
â¡Qué va! Nada, nada. Cosas mÃas.
Pues claro que se le caÃa todo de las manos. Si estaba hecha un embrollo, si le temblaban las piernas, si no podÃa ni pensar. ¿Era ella, ella, la que habÃa dicho sà a un hombre? No podÃa creer que fuera a salir por ahà con otro distinto a Manolo. ¡Pobre Manolo...! ¡¿Cómo que: pobre Manolo?! A tomar por culo, Manolo. Por su culpa, ella se encontraba en ese fregado. Bueno, ya serÃa menos... EstarÃa en lo que fuera con el Delirio porque ella lo habÃa querido, ¿o no? Pues eso.
Recogió las monedas del suelo para entregárselas al hombre que esperaba el cambio. ¡Ay! Cómo le seguÃa doliendo la nuca, a pesar del masaje. Quizás Florita tenÃa razón. Lo mejor serÃa pedirle permiso a Jooose, aunque pillara uno de sus mosqueos, y cogerse una mañana para ir al médico del seguro. Además, aprovecharÃa la mañana libre para acercarse al ayuntamiento del barrio, no fuera a terminarse el plazo para apuntar a Manu y a MarÃa a los campamentos de verano. La habÃa avisado la madre de Débora, la mejor amiga de MarÃa, que los del ayuntamiento ya habÃan colgado los papeles. ¡Menos mal que podÃa meter a los chavales en aquel sitio! Se los llevaban quince dÃas al campo y los tenÃan haciendo ejercicio y otras actividades. Gaitas, según Manu, que ya habÃa anunciado que ese verano iba a ir su tÃa. Pues lo que era una, estaba completamente decidida a apuntarlo. Primero, porque si no, ¿qué hacÃa con él? Todo el mes de julio mamoneando por casa o pendoneando por las calles, una no querÃa que estuviera. Era la única solución para tenerlo controlado mientras ella todavÃa no empezaba las vacaciones. Y, además, que allà a lo mejor lo metÃan en cintura. Los monitores eran muy majos. A MarÃa, desde luego, le encantaba ir. Con Anabelén no tenÃa problema porque la guarderÃa estaba abierta todo el verano. Oye, tú, espabila, que sólo tenemos una semana, le habÃa metido prisa la madre de Débora. Yo, a la mÃa, ya la he apuntado.
Al final sà habÃa resultado aquél un dÃa muy especial, se dijo cuando, terminada la jornada, salió de Cadena Dos. TenÃa que pasar por la carnicerÃa. Luis Miguel le habÃa avisado que, mientras ella habÃa salido a por el café con Toni, Luis habÃa entrado en Cadena Dos para verla.
âPero ¿tú qué le das a ese fulano? âhabÃa preguntado Luis Miguel, tronchándose de risa.
âAnda, niño, no digas tontunas âcontestó Mari Loli, que sentÃa el carajillo y el martes próximo con el Delirio distribuido en forma de manchas rojas por la cara.
â¡Huuuy, LolÃn! TenÃas que haber visto lo escurrido que se ha largado al ver que no estabas.
¿Qué querrÃa Luis?
âBuenas tardes, Luis.
â¡Mari Loli!
El hombre dejó la culata que estaba cortando. Se limpió las manos con el trapo del mostrador. Nunca lo hacÃa con el mandil, inmaculado. Se puso junto a Mari Loli y le tomó una mano.
¡Anda! ¿Qué le pasaba? ¿Qué querrÃa?
â¡Felicidades!
â¿Cómo?
â¡Felicidades! ¿No es hoy tu cumpleaños?
âPues sÃ...
â¿Puedo darte un beso?
Eso era un hombre cariñoso y fino y educado. Un hombre de los que no habÃa...
âClaro.
Se besaron. La verdad, Luis era un encanto. ¡Vaya que sÃ!
âTengo un regalo para ti.
¡No se lo podÃa creer! ¡Un regalo...! Eso sà que era una sorpresa monumental.
Luis le entregó un paquete envuelto en un papel azul marino, atado con una cinta ancha y dorada.
â¡Anda, mujer, ábrelo! Es para ti âle dijo viendo que ella permanecÃa inmóvil.
Mari Loli arrastró la cinta dorada para liberar el papel, al tiempo que le preguntaba:
â¿Te habÃa dicho yo alguna vez qué dÃa era mi cumpleaños?
âNo. Se lo pregunté yo a Florita.
¡Vaya! ¡Qué callado se lo habÃa tenido su amiga!
Acabó de abrir el paquete y sacó una botella de perfume en aerosol.
â¡Broduai!
â¿Te gusta?
â¡¿Que si me gusta?! ¡Oh, Luis! Me chifla, me vuelve loca. ¿Cómo sabÃas que este perfume me hacÃa una ilusión bárbara?
âMujer, le pedà a Florita que me dijera algo que te pudiera gustar mucho.
Cierto. Florita sabÃa que ése era su perfume preferido. Si un dÃa soy rica, le decÃa siempre a su compañera, voy y me compro unos cuantos litros de Broduai. ¡Y ahora el perfume era suyo! ¡Suyo! Se lanzó al cuello de Luis y le dio dos besos: uno en cada mejilla. Luis se sonrojó.
Mari Loli se sentÃa flotar. Era quizás la primera vez en la vida que le regalaban algo superfluo, algo sin lo que una podÃa pasar perfectamente. Porque un perfume no era un artÃculo de primera necesidad, como unos zapatos o una olla a presión o... Y, además, era la primera vez en la vida que le hacÃan un regalo y daban en el clavo.
Luis habÃa recuperado su palidez habitual.
âMe alegro tanto de que te guste.
âEspera. Vas a ver âdijo Mari Loli destapando el frasco.
Se pulverizó el cuello, detrás de ambas orejas. ¡Mmmm! Cómo le gustaba aquella fragancia...
âFÃjate âle dijo poniéndole el cuello debajo de la narizâ. Huele a nardos, ¿no?
âPues sÃ... supongo que sÃ.
â¿A ti qué te parece?
âEstupendo. Y si a ti te gusta, todavÃa me parece mejor.
âAy, Luis, eres un sol. Pero ahora tengo que irme, ¿sabes? âexplicó mientras envolvÃa de nuevo el perfumeâ. Aunque sea mi cumpleaños, tengo que recoger a la pequeña.
âClaro. Anda. Otro beso... Y que seas muy feliz, que lo mereces.
Salió a la calle, se fue hasta el metro, se apretujó en uno de los vagones, recogió a Anabelén, llegó a casa, bajó a la perra a la calle, volvió a subir y, hasta que no se puso a pelar una patata y se hizo un pequeño corte en el Ãndice, no se dio cuenta de nada. Andaba como alelada. Lo hacÃa todo sin estar al tanto de lo que se traÃa entre manos.
Puso el dedo bajo el grifo. Esperó a que dejara de sangrar. HabÃa sido un dÃa tan cargado de emociones que se sentÃa agotada. Cuando pensaba en tantas horas y tantas tareas como le quedaban por delante... Si pudiera lo mandaba todo a la porra y se metÃa en la cama a cerrar los ojos y a deleitarse en el montonazo de cosas buenas ocurridas. ¡Y pensar que se habÃa quejado porque jamás cambiaba nada en su vida!
Pero en lugar de eso, ¡a fastidiarse! Tuvo que dedicarse a lo de siempre. Hoy les iba a poner una ensalada de patatas frÃas, tomate, lechuga, huevo duro y atún.
â¡JolÃn! ¿Dónde está el atún?
A saber quién habÃa sido el gracioso que lo habÃa tocado sin decÃrselo.
âArreando âle dijo a Anabelén, que pataleaba porque no querÃa salir.
A esas horas la chiquilla estaba ya medio muerta de sueño. Vaya, volvÃan en un periquete. Si, total, era un momento de nada.
En pocos minutos se habÃa hecho con la lata y se puso en la cola de la caja rápida. Se quedó detenida junto a las baldas de perfumerÃa, como en todos los supermercados junto a las cajeras. Las barras de labios, los lápices de ojos y tantas menudencias eran muy tentadoras para la gente aficionada a robar.
¡Mira, tú, por dónde! ¡Lo que acababa de ver! Un anuncio de Marazul, la colonia de Angelines. La que, a menudo, quedaba pegada a la piel de Manolo.
Perfume a toda la familia. Marazul, la colonia para todos.
Escrito sobre un cielo azul, limpio y sin nubes, que se fundÃa con el azul más oscuro del mar. Clavado en la arena, un parasol de colores debajo del cual se habÃan tumbado un hombre y una mujer. Cerca de ellos jugaban a pelota un niño y una niña. En primera fila, muy cerca de los que mirasen el anuncio, un perro de los que arrastran las orejas olisqueaba una botella de colonia apoyada en un bolso de paja. Era la botella de Marazul.
Por si fuera poco con el anuncio, junto a la caja rápida habÃa un expositor cargado de botellas de la dichosa colonia. Además, Marazul estaba de oferta, mira, tú.
â¡Que te calles, que ya nos vamos a casa!
Las dos llegaron exhaustas al ascensor de la finca. La una dormida como un leño, babeando sobre la chaqueta de angora roja de su madre; la otra cansada por el peso de la crÃa y por el esfuerzo extra de comprar el maldito atún.
Al abrir la puerta de casa, oyó el televisor. Manolo ya habÃa llegado.
â¡Mari Loli!
â¿Quéee?
âQue te ha llamado Angelines para felicitarte. Que me ha dicho que la llamaras en cuanto llegaras. Y oye, ¡felicidades! HabÃa olvidado que hoy era tu cumpleaños.
Â
Â
Mari Loli salió de su pesadilla abruptamente con la alarma del despertador. Era Manolo, que se levantaba para ir a Francia. SerÃan las cuatro de la madrugada. Por lo menos, la noche anterior, cuando cenaban, dijo que pondrÃa el reloj a esa hora. Mari Loli ya no volverÃa a pegar ojo. Aunque, bien era verdad, si no la hubiese despertado Manolo, lo hubiese hecho ella solita, con todo lo que le daba vueltas por la cabeza. Encima, la cita con Toni esa misma noche habÃa añadido más ansia a la que ya arrastraba.
âPuedes encender la luz, si quieres. Estoy despierta.
Sin decir nada, Manolo accionó el interruptor de la lamparita de cabecera y permaneció sentado en la cama, con los pies fuera y dándole la espalda a Mari Loli.