Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
De buena gana, Mari Loli la hubiera abrazado. Era tan poco frecuente encontrar a alguien que se preocupase por los demás. ¿Natación? ¿Tener tiempo para ir a nadar? Si era imposible, si... Aunque tal vez sà podrÃa intentar hallar un rato para ella, pongamos una tarde a la semana. ¿Por qué no? Quizás en septiembre próximo, al empezar el nuevo curso, podÃa arreglarse con MarÃa. Las nenas se quedaban juntas en casa y ella, al polideportivo. Era una idea. Además, sólo de pensarlo, le hacÃa ya ilusión. Incluso, a lo mejor, tenÃa razón la doctora y adelgazaba un poco.
âAdemás, le convendrÃa distraerse: ir al cine con las amigas, a bailar, no sé... Cualquier cosa que le guste.
SÃ. El cine, bailar, salir... El problema era con quién.
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Manolo regresaba de la cocina con una taza de café humeante y unas magdalenas. Se apalancó en el sofá y encendió el televisor. Por lo visto, pensaba pasarse la mañana del domingo en casa. Llevaba unos dÃas de un humor de perros, como nunca antes le habÃa conocido Mari Loli. Estaba nervioso, colérico, francamente intratable. Refunfuñaba por cualquier bobada: la comida, los crÃos, la perra, los postes de la aluminosis, la factura del teléfono... Con Mari Loli estaba a la greña constantemente. Ya no era la falta de conversación de todo ese tiempo atrás, sino los miles de motivos asomando en cualquier rincón para poder chillarle. ParecÃa siempre tener un berrido en la garganta listo para salir volando sobre ella o sobre cualquiera de la familia, exceptuando a Manu, por quien mostraba un cierto respeto, quizás por el muy impresionante desarrollo fÃsico del chaval. Por suerte, las pastillas de la doctora Bellido habÃan sido un consuelo inesperado para Mari Loli. La nuca le dolÃa un poco menos y habÃa recuperado parte de su flexibilidad. Por las noches dormÃa muy profundamente, sin que el león de la Metro se entrometiera en sus sueños, sin insomnios obligados, sin enterarse de nada, ni siquiera de los lloros de Anabelén. Durante el dÃa, se sentÃa bastante bien, aunque algo mareada, como si estuviera flotando todavÃa en una nube de sueño. Eso era un inconveniente en Cadena Dos, porque bostezaba a menudo y sin poder evitarlo, y tenÃa menos agilidad que de costumbre. Florita, Julita y Luis Miguel se burlaban de ella con cariño. Parece que vayas sonámbula. ¿No será que te vas de juerga cada noche? En cambio, en casa, era una ventaja caÃda del cielo. Los berrinches de Manolo, como si no fuesen con ella. Claro que, a Manolo, esa placidez lo sacaba de quicio. ¿Se puede saber qué te pasa? Andas por casa igual que un fantasma. Bueno, mejor ser un espÃritu y pasar a través de sus desplantes sin enterarse siquiera, ¿o no? Aunque, a saber qué lo tenÃa tan disgustado... A ella le daban ganas de contestarle: ¿y a ti?, ¿qué te ocurre?, ¿te van mal las cosas con Angelines? Porque, desde luego, llevaba unos dÃas sin esa sonrisa de gilipollas incansable que se le colgaba de los labios en cuanto le daba por soñar despierto. No, si una hubiera estado feliz de pensar que el lÃo con Angelines iba mal, pero eso no mejoraba la relación en casa. Encima, ese domingo no estaba de servicio y parecÃa no tener intención de moverse. ¡Malo! Seguro que se enredaban en alguna pelea salvaje.
â¿No vas a salir? âquiso asegurarse Mari Loli.
Manolo sorbió su café con leche, maldijo, porque se habÃa quemado los labios, y dejó la taza sobre la mesita baja.
âMe quedo.
âAprovecharé para limpiar el camión.
Mari Loli metió en una bolsa trapos viejos y productos de limpieza. El cubo y el aspirador se los dejarÃa Bernabé, el de seguridad de la cochera. Para eso los habÃa comprado el señor Abelardo, para que los utilizaran los conductores y limpiaran sus vehÃculos, aunque la mayorÃa de veces quienes se ocupaban del fregoteo eran las mujeres de ellos.
La cochera estaba cerca de su casa; a diez minutos andando.
Por el camino iba pensando en lo que podÃa dar de sà explorar el vehÃculo. ¿Iba a encontrar alguna pista en él? ¿SabrÃa algo Bernabé de esa historia que Manolo y Angelines se traÃan entre manos? Si se encontraban en la cochera, por fuerza tenÃa que haberse dado cuenta del marrón. A saber qué hacÃa cuando los veÃa llegar juntos, dispuestos a pegarse el lote... Se callaba, claro. Pero eso le parecÃa a Mari Loli un despropósito por parte de Manolo. Era meter en un lÃo al buenazo de Bernabé. Bien hubiera estado la lealtad del de seguridad hacia Manolo, al que conocÃa desde lo menos seis años atrás, pero ¿y José Antonio? Con José Antonio debÃa de tener la misma complicidad. Seguro. Entonces, puesto que Bernabé tenÃa vista a Angelines y por fuerza la relacionaba con José Antonio, ¿qué hubiera opinado de la historia? No se hubiera callado. Le hubiera hecho algún comentario a José Antonio, se hubiera metido con Angelines y su descaro o hubiera puesto a escurrir a Manolo.
¡Uf! Mari Loli fue aflojando el paso. Cada vez estaba más convencida de que la cochera no era el mejor sitio para los amantes. Quizás ni siquiera iba a pescar la más pequeña pista en la cabina roja... Bueno, ya puesta, llegarÃa hasta allÃ.
Llamó al interfono. Bernabé tardó un rato en contestar:
â¿Quién es?
â¡Huy!, ¿Y tú quién eres? ârespondió Mari Loli, sorprendida por aquella voz femenina y juvenil.
â¿Yo? Yo soy MarÃa José. Pero usted ¿quién es?
âSoy Dolores, la mujer de Manolo Barragán âcontestó Mari Loli, sin salir de su asombro. ¿SerÃa una amiga de Bernabé?
â¡Ah! Buenos dÃas. Te abro.
La compacta verja metálica empezó a deslizarse sobre las guÃas. Mari Loli penetró en el recinto antes de que la puerta hubiese terminado el recorrido. Luego oyó el clic al detenerse el mecanismo y, de nuevo, el rumor de las ruedecitas sobre el carril. La verja quedó cerrada.
MarÃa José, una chica en pantalón corto y camiseta de tirantes, la estaba esperando de pie frente a su caseta, sujetando al enorme perro lobo, que sacaba unos insólitos y pavorosos colmillos. La chica observaba a Mari Loli con curiosidad. ¡Jope!, pensó Mari Loli, ni que una tuviera monos en la cara... Vale que una no tenÃa la pinta moderna de ella âuna mezcla de chica-discoteca, con un mechón azul entre sus pelos cortos y oscuros, y gimnasta de alta competición, flexible y menudaâ, pero tampoco como para que no le quitase los ojos de encima.
Mari Loli permaneció a unos metros de distancia. No se fiaba un pelo. A una no le daban miedo los perros, pero ese bicho siempre le habÃa parecido un loco furioso. Más, incluso, que la perra esquizofrénica de su casa.
Mari Loli alargó el cuello para comprobar si Bernabé se encontraba en el interior de la caseta de seguridad. No vio a nadie. Aun asÃ, preguntó por él.
âYa no trabaja aquÃ. Se fue a primeros de año. Desde entonces estoy yo.
Mari Loli casi no podÃa creerlo. ¡Cómo cambiaban los tiempos! ¡Una mujer en un puesto peligroso como ése! Se lo dijo.
âMujer, peligroso... ârespondió la chicaâ. Según cómo lo mires. De entrada, no es fácil asaltar la cochera. Está muy protegida por esa verja. Además, Tarzán no es nada sociable. Por si todo esto no bastara, hay una alarma conectada con la comisarÃa; no tengo más que apretar un botón y, en unos minutos, se presenta la patrulla.
Mari Loli decÃa que sà a todo, aunque pensaba que ella no hubiera querido ese trabajo para sÃ.
âAdemás âseguÃa MarÃa Joséâ, aunque parezco poquita cosa, soy muy fuerte.
Mari Loli observó cómo sujetaba la cadena y mantenÃa al perro pegado a sus muslos, dándole palmaditas en la cabeza. Quieto, Tarzán, quieto, lo tranquilizaba. Los delgados brazos y piernas de la muchacha se tensaban por el esfuerzo; los músculos se dibujaban firmes y largos. Pensó que, probablemente, era cierto. Era una chica pequeña y flaca pero en absoluto débil. ¡Al revés! Aun pesando casi con seguridad el doble que la vigilante, Mari Loli no hubiera querido verse en el aprieto de tener que echarle un pulso.
Tarzán se habÃa ido calmando. Dejó de desgañitarse y de dar saltos en sus intentos por romper las cadenas. Se apoyó sobre las cuatro patas, aunque sin dejar de mostrar aquellos terribles colmillos.
âNo te conocÃa. Nunca te habÃa visto por aquà âdijo la chica mientras ataba la cadena a una argolla de la pared, de modo que el perro pudiera alejarse poco.
El bicho se echó en el suelo, pero permaneció con las orejas levantadas y los ojos alerta.
âUna que no da abasto con todo.
âQuerrás el aspirador, ¿no? âpreguntó MarÃa José, que ya lo habÃa sacado de la caseta y se lo entregabaâ. Sabes dónde están las tomas eléctricas y el grifo, ¿verdad?
âMujer, claro. Hace bastante que no vengo, pero no como para haberlo olvidado.
Mari Loli se alejó cargada con los trastos, arrastrando el aspirador.
Se subió al estribo de la cabina roja y abrió la portezuela con el juego de llaves de Manolo. Introdujo la cabeza en el interior para una rápida y primera impresión: allà no parecÃa haber nada raro, aunque era pronto para jurarlo. Mari Loli, MarÃa y Manu tumbados en la playa le recordaban que debÃa ir despacio. Mari Loli salió con el corazón encogido. ¡Qué tiempos aquellos!
Se dirigió a la parte posterior del camión. Abrió las puertas del remolque y echó un vistazo que no le permitió observar tampoco allà nada anormal. Mari Loli suspiró. Seguro que resultaba una pérdida de tiempo haber ido hasta la cochera, pero, por lo menos, se habrÃa ahorrado pelear con Manolo.
Cuando acabó de pasar el aspirador por el remolque y ordenar cuatro trastos sin encontrar nada que pudiera ser considerado una prueba concluyente de las visitas de Angelines, se dirigió a la cabina. Vamos a ver ¿dónde podÃa haber escondido algo que a ella le sirviera? Buscó debajo del asiento, pero no habÃa más que pelusa y polvo. Tal vez en la guantera... Costaba abrirla. ¿EstarÃa cerrada con llave? No. Después de forcejear, consiguió que la puertecilla saltase hacia adelante. Dentro habÃa una revista. La cogió.
Machos Solos
, se llamaba. ¡Qué nombrecito! En la portada, un chico guapo, de mandÃbula cuadrada, la miraba desde el fondo de sus ojos verdes. ¡Caray, con los ojos del fulano! Lo decÃan todo. Aunque también su boquita de rojÃsimos y abultados labios hablaba sin palabras. ¡Menuda potencia, cuánta provocación en los ojos y en la boca! Ven pa'cá, parecÃa decir. ¿Y los músculos? Porque el tÃo era puro músculo. Algo asà como Manolo, pero en más joven y en más... Mari Loli no sabÃa qué, pero algo rarillo tenÃa el hombre. Sacaba pecho, lucÃa musculatura, con una pose un poco forzada, hasta incómoda, probablemente. Además, se habÃa dado masaje con aceite o algo por el estilo, y su piel brillaba como si la hubiera barnizado con una capa del fijador de los dibujos con ceras de Anabelén. Tan sólo cubierto por un minúsculo taparrabos de piel de leopardo. Lo dicho: aunque el tipo tenÃa una pinta estupenda, algo habÃa que no acababa de cuadrar. Abrió la revista, y entonces lo comprendió: ¡era de maricones!
Fue pasando páginas, y no habÃa más que hombres. Solos, en parejas, en trÃos, en grupos... Lenguas larguÃsimas, sexos inmensos, dedos que exploraban, culos que servÃan para todo... Sobándose, besándose, chupándose, entrándose, saliéndose, corriéndose...
¡Caray con la revista! A una le extrañaba un montón que Manolo tuviera eso en la guantera. No porque una se figurara que su marido nunca hubiera comprado revistas porno, sino porque no hubiera podido imaginar ni en mil años que se pusiera cachondo con eso. En fin, que Mari Loli hubiera puesto la mano en el fuego, segura de que Manolo se ponÃa a cien con las mujeres. Una, dos, veinticinco, las que fueran, con tal de que se tratase de señoras.
Pues ¡vaya sorpresa! Lo comentarÃa con Florita, que tenÃa mucha experiencia en cuestiones de pornografÃa. Ella sabrÃa si era normal que Manolo las comprara.
Mari Loli metió la revista de nuevo en la guantera. Al hacerlo, le pareció que chocaba con algo blando. ¿Qué podÃa ser? Palpó con la mano un pequeño amasijo de ropa. Algo arrugadito, blando y suave. Lo sacó. Eran unas braguitas rojas, color sangre. Las puso planas sobre sus rodillas. ¡Caray!, qué cosa tan pequeñita. Con decir que a una no le pasarÃan ni por el muslo. Eran de blonda muy calada. Por delante estaban formadas por tres piezas. Una horizontal, coincidiendo con la cintura. Las otras dos se unÃan en un triángulo, una de cuyas puntas quedaba sobre la amapola. AllÃ, la blonda habÃa desaparecido para dejar paso a una gasa finÃsima, transparente. No, si con aquello no se tapaba nada... Al revés, quedarÃa la cerecita enmarcada, como dentro de un cuadro. La blonda era de flores. De la cinturilla, donde se unÃan las tres piezas, cerca del ombligo, colgaba un lacito negro. Les dio la vuelta. Detrás, la pieza horizontal era idéntica a la de la parte delantera. En cambio, las otras dos se fundÃan en una única, minúscula y finÃsima tira de blonda. ¡Eso sà era un tanga y no el tangacereza que tan cachonda ponÃa a Florita! ¿Pero era de Angelines? Pues, caramba, una hubiera jurado que el trasero de Angelines, por bien hecho que estuviera, no cabÃa en esa braguita tan menuda.
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âJulita, a caja dos. Julita âsaltaba la voz de Jooose por los altavoces.
Mari Loli siguió reponiendo bolsas de compresas en uno de los estantes de perfumerÃa.
âAdiós, reina âle dijo el Delirio, desde la zona de productos lácteos.
Adiós, hizo Mari Loli con la mano. No querÃa darle oportunidades claras para charlar porque no tenÃa malditas las ganas de repetir la experiencia de La Avioneta. Aunque el tÃo seguÃa siendo de lo más divertido.