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Authors: Gemma Lienas

Anoche soñé contigo (47 page)

De buena gana, Mari Loli la hubiera abrazado. Era tan poco frecuente encontrar a alguien que se preocupase por los demás. ¿Natación? ¿Tener tiempo para ir a nadar? Si era imposible, si... Aunque tal vez sí podría intentar hallar un rato para ella, pongamos una tarde a la semana. ¿Por qué no? Quizás en septiembre próximo, al empezar el nuevo curso, podía arreglarse con María. Las nenas se quedaban juntas en casa y ella, al polideportivo. Era una idea. Además, sólo de pensarlo, le hacía ya ilusión. Incluso, a lo mejor, tenía razón la doctora y adelgazaba un poco.

—Además, le convendría distraerse: ir al cine con las amigas, a bailar, no sé... Cualquier cosa que le guste.

Sí. El cine, bailar, salir... El problema era con quién.

 

 

Manolo regresaba de la cocina con una taza de café humeante y unas magdalenas. Se apalancó en el sofá y encendió el televisor. Por lo visto, pensaba pasarse la mañana del domingo en casa. Llevaba unos días de un humor de perros, como nunca antes le había conocido Mari Loli. Estaba nervioso, colérico, francamente intratable. Refunfuñaba por cualquier bobada: la comida, los críos, la perra, los postes de la aluminosis, la factura del teléfono... Con Mari Loli estaba a la greña constantemente. Ya no era la falta de conversación de todo ese tiempo atrás, sino los miles de motivos asomando en cualquier rincón para poder chillarle. Parecía siempre tener un berrido en la garganta listo para salir volando sobre ella o sobre cualquiera de la familia, exceptuando a Manu, por quien mostraba un cierto respeto, quizás por el muy impresionante desarrollo físico del chaval. Por suerte, las pastillas de la doctora Bellido habían sido un consuelo inesperado para Mari Loli. La nuca le dolía un poco menos y había recuperado parte de su flexibilidad. Por las noches dormía muy profundamente, sin que el león de la Metro se entrometiera en sus sueños, sin insomnios obligados, sin enterarse de nada, ni siquiera de los lloros de Anabelén. Durante el día, se sentía bastante bien, aunque algo mareada, como si estuviera flotando todavía en una nube de sueño. Eso era un inconveniente en Cadena Dos, porque bostezaba a menudo y sin poder evitarlo, y tenía menos agilidad que de costumbre. Florita, Julita y Luis Miguel se burlaban de ella con cariño. Parece que vayas sonámbula. ¿No será que te vas de juerga cada noche? En cambio, en casa, era una ventaja caída del cielo. Los berrinches de Manolo, como si no fuesen con ella. Claro que, a Manolo, esa placidez lo sacaba de quicio. ¿Se puede saber qué te pasa? Andas por casa igual que un fantasma. Bueno, mejor ser un espíritu y pasar a través de sus desplantes sin enterarse siquiera, ¿o no? Aunque, a saber qué lo tenía tan disgustado... A ella le daban ganas de contestarle: ¿y a ti?, ¿qué te ocurre?, ¿te van mal las cosas con Angelines? Porque, desde luego, llevaba unos días sin esa sonrisa de gilipollas incansable que se le colgaba de los labios en cuanto le daba por soñar despierto. No, si una hubiera estado feliz de pensar que el lío con Angelines iba mal, pero eso no mejoraba la relación en casa. Encima, ese domingo no estaba de servicio y parecía no tener intención de moverse. ¡Malo! Seguro que se enredaban en alguna pelea salvaje.

—¿No vas a salir? —quiso asegurarse Mari Loli.

Manolo sorbió su café con leche, maldijo, porque se había quemado los labios, y dejó la taza sobre la mesita baja.

—Me quedo.

—Aprovecharé para limpiar el camión.

Mari Loli metió en una bolsa trapos viejos y productos de limpieza. El cubo y el aspirador se los dejaría Bernabé, el de seguridad de la cochera. Para eso los había comprado el señor Abelardo, para que los utilizaran los conductores y limpiaran sus vehículos, aunque la mayoría de veces quienes se ocupaban del fregoteo eran las mujeres de ellos.

La cochera estaba cerca de su casa; a diez minutos andando.

Por el camino iba pensando en lo que podía dar de sí explorar el vehículo. ¿Iba a encontrar alguna pista en él? ¿Sabría algo Bernabé de esa historia que Manolo y Angelines se traían entre manos? Si se encontraban en la cochera, por fuerza tenía que haberse dado cuenta del marrón. A saber qué hacía cuando los veía llegar juntos, dispuestos a pegarse el lote... Se callaba, claro. Pero eso le parecía a Mari Loli un despropósito por parte de Manolo. Era meter en un lío al buenazo de Bernabé. Bien hubiera estado la lealtad del de seguridad hacia Manolo, al que conocía desde lo menos seis años atrás, pero ¿y José Antonio? Con José Antonio debía de tener la misma complicidad. Seguro. Entonces, puesto que Bernabé tenía vista a Angelines y por fuerza la relacionaba con José Antonio, ¿qué hubiera opinado de la historia? No se hubiera callado. Le hubiera hecho algún comentario a José Antonio, se hubiera metido con Angelines y su descaro o hubiera puesto a escurrir a Manolo.

¡Uf! Mari Loli fue aflojando el paso. Cada vez estaba más convencida de que la cochera no era el mejor sitio para los amantes. Quizás ni siquiera iba a pescar la más pequeña pista en la cabina roja... Bueno, ya puesta, llegaría hasta allí.

Llamó al interfono. Bernabé tardó un rato en contestar:

—¿Quién es?

—¡Huy!, ¿Y tú quién eres? —respondió Mari Loli, sorprendida por aquella voz femenina y juvenil.

—¿Yo? Yo soy María José. Pero usted ¿quién es?

—Soy Dolores, la mujer de Manolo Barragán —contestó Mari Loli, sin salir de su asombro. ¿Sería una amiga de Bernabé?

—¡Ah! Buenos días. Te abro.

La compacta verja metálica empezó a deslizarse sobre las guías. Mari Loli penetró en el recinto antes de que la puerta hubiese terminado el recorrido. Luego oyó el clic al detenerse el mecanismo y, de nuevo, el rumor de las ruedecitas sobre el carril. La verja quedó cerrada.

María José, una chica en pantalón corto y camiseta de tirantes, la estaba esperando de pie frente a su caseta, sujetando al enorme perro lobo, que sacaba unos insólitos y pavorosos colmillos. La chica observaba a Mari Loli con curiosidad. ¡Jope!, pensó Mari Loli, ni que una tuviera monos en la cara... Vale que una no tenía la pinta moderna de ella —una mezcla de chica-discoteca, con un mechón azul entre sus pelos cortos y oscuros, y gimnasta de alta competición, flexible y menuda—, pero tampoco como para que no le quitase los ojos de encima.

Mari Loli permaneció a unos metros de distancia. No se fiaba un pelo. A una no le daban miedo los perros, pero ese bicho siempre le había parecido un loco furioso. Más, incluso, que la perra esquizofrénica de su casa.

Mari Loli alargó el cuello para comprobar si Bernabé se encontraba en el interior de la caseta de seguridad. No vio a nadie. Aun así, preguntó por él.

—Ya no trabaja aquí. Se fue a primeros de año. Desde entonces estoy yo.

Mari Loli casi no podía creerlo. ¡Cómo cambiaban los tiempos! ¡Una mujer en un puesto peligroso como ése! Se lo dijo.

—Mujer, peligroso... —respondió la chica—. Según cómo lo mires. De entrada, no es fácil asaltar la cochera. Está muy protegida por esa verja. Además, Tarzán no es nada sociable. Por si todo esto no bastara, hay una alarma conectada con la comisaría; no tengo más que apretar un botón y, en unos minutos, se presenta la patrulla.

Mari Loli decía que sí a todo, aunque pensaba que ella no hubiera querido ese trabajo para sí.

—Además —seguía María José—, aunque parezco poquita cosa, soy muy fuerte.

Mari Loli observó cómo sujetaba la cadena y mantenía al perro pegado a sus muslos, dándole palmaditas en la cabeza. Quieto, Tarzán, quieto, lo tranquilizaba. Los delgados brazos y piernas de la muchacha se tensaban por el esfuerzo; los músculos se dibujaban firmes y largos. Pensó que, probablemente, era cierto. Era una chica pequeña y flaca pero en absoluto débil. ¡Al revés! Aun pesando casi con seguridad el doble que la vigilante, Mari Loli no hubiera querido verse en el aprieto de tener que echarle un pulso.

Tarzán se había ido calmando. Dejó de desgañitarse y de dar saltos en sus intentos por romper las cadenas. Se apoyó sobre las cuatro patas, aunque sin dejar de mostrar aquellos terribles colmillos.

—No te conocía. Nunca te había visto por aquí —dijo la chica mientras ataba la cadena a una argolla de la pared, de modo que el perro pudiera alejarse poco.

El bicho se echó en el suelo, pero permaneció con las orejas levantadas y los ojos alerta.

—Una que no da abasto con todo.

—Querrás el aspirador, ¿no? —preguntó María José, que ya lo había sacado de la caseta y se lo entregaba—. Sabes dónde están las tomas eléctricas y el grifo, ¿verdad?

—Mujer, claro. Hace bastante que no vengo, pero no como para haberlo olvidado.

Mari Loli se alejó cargada con los trastos, arrastrando el aspirador.

Se subió al estribo de la cabina roja y abrió la portezuela con el juego de llaves de Manolo. Introdujo la cabeza en el interior para una rápida y primera impresión: allí no parecía haber nada raro, aunque era pronto para jurarlo. Mari Loli, María y Manu tumbados en la playa le recordaban que debía ir despacio. Mari Loli salió con el corazón encogido. ¡Qué tiempos aquellos!

Se dirigió a la parte posterior del camión. Abrió las puertas del remolque y echó un vistazo que no le permitió observar tampoco allí nada anormal. Mari Loli suspiró. Seguro que resultaba una pérdida de tiempo haber ido hasta la cochera, pero, por lo menos, se habría ahorrado pelear con Manolo.

Cuando acabó de pasar el aspirador por el remolque y ordenar cuatro trastos sin encontrar nada que pudiera ser considerado una prueba concluyente de las visitas de Angelines, se dirigió a la cabina. Vamos a ver ¿dónde podía haber escondido algo que a ella le sirviera? Buscó debajo del asiento, pero no había más que pelusa y polvo. Tal vez en la guantera... Costaba abrirla. ¿Estaría cerrada con llave? No. Después de forcejear, consiguió que la puertecilla saltase hacia adelante. Dentro había una revista. La cogió.
Machos Solos
, se llamaba. ¡Qué nombrecito! En la portada, un chico guapo, de mandíbula cuadrada, la miraba desde el fondo de sus ojos verdes. ¡Caray, con los ojos del fulano! Lo decían todo. Aunque también su boquita de rojísimos y abultados labios hablaba sin palabras. ¡Menuda potencia, cuánta provocación en los ojos y en la boca! Ven pa'cá, parecía decir. ¿Y los músculos? Porque el tío era puro músculo. Algo así como Manolo, pero en más joven y en más... Mari Loli no sabía qué, pero algo rarillo tenía el hombre. Sacaba pecho, lucía musculatura, con una pose un poco forzada, hasta incómoda, probablemente. Además, se había dado masaje con aceite o algo por el estilo, y su piel brillaba como si la hubiera barnizado con una capa del fijador de los dibujos con ceras de Anabelén. Tan sólo cubierto por un minúsculo taparrabos de piel de leopardo. Lo dicho: aunque el tipo tenía una pinta estupenda, algo había que no acababa de cuadrar. Abrió la revista, y entonces lo comprendió: ¡era de maricones!

Fue pasando páginas, y no había más que hombres. Solos, en parejas, en tríos, en grupos... Lenguas larguísimas, sexos inmensos, dedos que exploraban, culos que servían para todo... Sobándose, besándose, chupándose, entrándose, saliéndose, corriéndose...

¡Caray con la revista! A una le extrañaba un montón que Manolo tuviera eso en la guantera. No porque una se figurara que su marido nunca hubiera comprado revistas porno, sino porque no hubiera podido imaginar ni en mil años que se pusiera cachondo con eso. En fin, que Mari Loli hubiera puesto la mano en el fuego, segura de que Manolo se ponía a cien con las mujeres. Una, dos, veinticinco, las que fueran, con tal de que se tratase de señoras.

Pues ¡vaya sorpresa! Lo comentaría con Florita, que tenía mucha experiencia en cuestiones de pornografía. Ella sabría si era normal que Manolo las comprara.

Mari Loli metió la revista de nuevo en la guantera. Al hacerlo, le pareció que chocaba con algo blando. ¿Qué podía ser? Palpó con la mano un pequeño amasijo de ropa. Algo arrugadito, blando y suave. Lo sacó. Eran unas braguitas rojas, color sangre. Las puso planas sobre sus rodillas. ¡Caray!, qué cosa tan pequeñita. Con decir que a una no le pasarían ni por el muslo. Eran de blonda muy calada. Por delante estaban formadas por tres piezas. Una horizontal, coincidiendo con la cintura. Las otras dos se unían en un triángulo, una de cuyas puntas quedaba sobre la amapola. Allí, la blonda había desaparecido para dejar paso a una gasa finísima, transparente. No, si con aquello no se tapaba nada... Al revés, quedaría la cerecita enmarcada, como dentro de un cuadro. La blonda era de flores. De la cinturilla, donde se unían las tres piezas, cerca del ombligo, colgaba un lacito negro. Les dio la vuelta. Detrás, la pieza horizontal era idéntica a la de la parte delantera. En cambio, las otras dos se fundían en una única, minúscula y finísima tira de blonda. ¡Eso sí era un tanga y no el tangacereza que tan cachonda ponía a Florita! ¿Pero era de Angelines? Pues, caramba, una hubiera jurado que el trasero de Angelines, por bien hecho que estuviera, no cabía en esa braguita tan menuda.

 

 

—Julita, a caja dos. Julita —saltaba la voz de Jooose por los altavoces.

Mari Loli siguió reponiendo bolsas de compresas en uno de los estantes de perfumería.

—Adiós, reina —le dijo el Delirio, desde la zona de productos lácteos.

Adiós, hizo Mari Loli con la mano. No quería darle oportunidades claras para charlar porque no tenía malditas las ganas de repetir la experiencia de La Avioneta. Aunque el tío seguía siendo de lo más divertido.

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