Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
â¡Joder, joder, con Alberto! ¡Quién lo iba a decir! âSusana miró a Olga fijamenteâ. Bueno, tú eres tonta rematada. Si Alberto tiene una aventura, ¿por qué tienes tantos escrúpulos para liarte con Jorge? Si él puede, ¿por qué tú no?
âPorque... porque no hace más que complicar mi propia situación. Además, deja eso, que estoy camino de vencer mis escrúpulos.
âEso espero...
âAunque estoy algo nerviosa. Nunca me he acostado con otro hombre que no sea Alberto.
â¡Qué desperdicio, cariño! Bueno, ¿y qué?
âQue no sé qué va a ocurrir.
âYo, sÃ. ¿Te lo cuento?
âPor favor...
âNada que ver con las pelÃculas o las novelas. En la ficción, ni hombres ni mujeres tienen inhibiciones. Vamos, que follan a la primera como si fueran amantes desde lo menos cinco años atrás. Los hombres nunca tienen problemas de erección, nunca eyaculan precozmente; las mujeres, desmintiendo el informe de Shere Hite sobre la sexualidad femenina, pueden tener orgasmos en todas las posiciones, incluso las más inverosÃmiles.
â¿La realidad?
âLa realidad es que, para empezar, si le gustas mucho, mucho, si está muy emocionado, igual ni se le levanta. Igual se corre en seguida. Igual tú no alcanzas el orgasmo, por la misma razón que él: demasiada emoción. O demasiada descoordinación.
â¡Menudo panorama! Es desolador.
â¡Qué va a ser desolador! Es la puta realidad. Y, además, es estupendo. Primero, porque la emoción de los primeros encuentros es casi irrepetible. Segundo, porque ese aprendizaje juntos es uno de los mejores de esta vida, en mi opinión.
âEso, suponiendo que haya otras veces.
âClaro. Si no... si no, es un poco frustrante. Bueno, eso también lo cuenta tu antropóloga preferida: las mujeres suelen alcanzar el orgasmo cuando están relajadas, con compañeros que se ocupan sexualmente de ellas...
â¿Que no te tratan como a una sandÃa, quieres decir? âpreguntó Olga, recordando el cotilleo que Susana habÃa contado en la cena de amigos.
Susana se echó a reÃr.
âQuerida, en nuestro medio, eso se da por sobreentendido. DifÃcilmente alguno de los señores que nosotras frecuentamos actúa asÃ. Pero algunos han caÃdo en el extremo contrario: se esfuerzan en conseguir de ti una determinada respuesta como si, más que una señora, fueras un manual. Es más, los hay que tienen un dominio tal de su orgasmo, lo retrasan tantÃsimo, que acaban por conseguir que te sientas como si estuvieras practicando esquà de fondo en lugar de sexo. Y, por último, según la antropóloga: las mujeres tienen una mejor respuesta sexual (cosa que no necesariamente les ocurre a ellos) con compañeros de bastante tiempo.
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Sobre un extremo de la cama, Olga habÃa ido apilando lo que meterÃa en la bolsa para los cuatro dÃas del
workshop
: la ropa doblada, incluidas las â¿demasiado?â despampanantes adquisiciones realizadas con Susana âun traje pantalón, dos camisas y un
body
â, el neceser, los zapatos, un libro... Repasó los montones ordenados sobre la colcha para estar segura de no olvidar nada. Aunque nunca solÃa despistarse al preparar las maletas, ahora, con los malditos agujeros negros, podÃa ocurrir cualquier desastre. Por ejemplo, dejarse en el instituto el ordenador portatil con las imágenes para la presentación.... No. Estaba guardado en la cartera, junto con la copia de su ponencia, la carpeta con los formularios de inscripción recibidos hasta entonces y otro montón de papeles. ¿Qué más? Pañuelos de papel, la agenda, el...
â¡Mamá! ¿Sabes dónde están mis bermudas vaqueras?
âNo lo sé, MarÃa. Tal vez en la cesta de la plancha...
â¡Jo! Me las querÃa llevar...
âNo veo por qué tienes que renunciar a ello. Con coger la plancha tú misma, listos.
âMamá...
âMarÃa, por favor, ya tengo bastante lÃo con organizaros tan precipitadamente este fin de semana fuera de casa, como para que tú vengas con exigencias. Si quieres las bermudas, te las planchas. ¿De acuerdo?
âSÃ.
¡Menuda complicación habÃa sido resolver su ausencia y la de Alberto tan atropelladamente! ¿Cómo se le habÃa ocurrido a Alberto avisarla el viernes mismo, horas antes de que ella se fuese a Palamós? Decirle que no contase con él para ocuparse de los niños durante el fin de semana, que le habÃa salido un viaje profesional... ¡Qué casualidad! Una salida de trabajo en sábado y domingo âúltimamente abundaban, cuando en el pasado no habÃa sido asÃâ, coincidiendo con sus dos primeros dÃas de
workshop
. ¿Se estarÃa volviendo un cÃnico? ¡Valiente salida de trabajo...! Como si una fuera tonta... Estaba claro que, a última hora, habÃa persuadido a Teresa para pasar juntos el fin de semana, aprovechando el viaje de Olga. Bueno, Monegal, ¿y qué? ¿No tienes tú, también, tus propios planes? Pues, entonces...
Se pasó la mano por la frente y cogió un par de Digesta del paquete que estaba sobre su cama. Su capacidad de goce era mayor y sus pasiones de sueño vespertino habÃan desaparecido, sÃ, pero persistÃan el enganche a las galletas, sus lagunas de memoria y de concentración y gran parte de su inseguridad. La de toda la vida y otra, de más reciente génesis: la originada por su próximo encuentro con Jorge. Para empezar, ¿acudirÃa al
workshop
? Desde el dÃa de la cena, una semana atrás, no habÃa vuelto a saber nada de él. Le habÃa mandado un correo electrónico, que no habÃa tenido respuesta. Bien era verdad que, a través de Ãlex, supo que su padre habÃa empeorado, y que Jorge habÃa permanecido junto a él en Gerona, su ciudad natal, hasta el fin. El comprensible dolor por la pérdida, sumado al natural trajÃn doméstico derivado de este tipo de situaciones âsobre todo, cuando la viuda es una persona mayor, con pocos recursos para desenvolverse solaâ, debÃan de haber multiplicado las gestiones a realizar, impidiéndole siquiera comunicarse con ella. O, por lo menos, trataba de convencerse de ello; de lo contrario, se hubiera desplomado en su mar de dudas y hubiera naufragado. No cabÃa otro remedio que esperar. En fin, la paciencia era una de sus caracterÃsticas más destacadas. La mejor, aunque, quizás, también la peor, porque, si se descuidaba, podÃa pasar la vida entera esperando. Esta vez, no, Monegal. Prométemelo. Esta vez vas a participar activamente en la construcción de lo que sea, aunque sólo sea eso: un polvo con Jorge. De acuerdo, de acuerdo...
Se levantó para coger el biquini. Entre tantas sesiones de trabajo, encontrarÃa algun momento para darse un chapuzón en el mar.
âHola, cariño.
Alberto entró en la habitación con la correspondencia en una mano y desanudándose la corbata con la otra. Dejó las cartas sobre la cama, y la corbata y la chaqueta sobre el respaldo del silloncito Luis XVI.
â¿A qué hora te vas? âpreguntó, después de acercarse a Olga y darle un beso.
Olga comprobó la hora. Las seis y media. Si querÃa llegar sobre las nueve a Palamós, no podÃa tardar mucho.
âDentro de un cuarto de hora, más o menos.
âPor cierto, puedes llevarte el coche tranquila. Yo he cogido uno de la empresa âdijo Alberto, inclinándose sobre la cama para recuperar la correspondencia.
Revisó el destinatario de cada uno de los sobres.
â¡Qué curioso! Un sobre de propaganda a nombre de Ãdgar.
âBueno, tÃralo. Ya sabes cómo las gastan las casas comerciales... Tienen un marketing tan agresivo que son capaces de mandar propaganda hasta a los bebés.
âO felicitarle su cumpleaños o algo asÃ... Digesta âleyó Alberto.
â¿Cómo? âOlga se acercó hasta él y miró por encima de su hombroâ: Efectivamente, Digesta.
â¿Te suena de algo?
âEs la marca de unas galletas ârespondió ella señalando el paquete sobre la colcha.
Alberto se encogió de hombros.
âBueno, sea lo que sea, lo tiro ¿no?
De pronto, una idea estalló en la mente de Olga. ¿GuardarÃa relación ese sobre con los envoltorios de galletas requisados por Ãdgar durante tanto tiempo? ¿Y si el niño lo estaba esperando?
âNo. No lo tires. Dáselo. Al fin y al cabo, es para él.
âBien. Voy a dárselo y, de paso, a decirles que saldremos a cenar fuera y que, por la mañana temprano, los dejo con mamá.
âSÃ. Y, también, que se acuerden de coger a Dulcinea
;
no vaya a quedarse sola todo el fin de semana.
Alberto salió de la habitación y Olga empezó a llenar la bolsa de mano.
De pronto, se abrió la puerta y entró Ãdgar blandiendo un papel.
â¡Mamá!, te lo dije. Te dije que quizás haberme matriculado en el curso de Inglaterra era tirar el dinero.
Olga cerró la cremallera de la bolsa y contempló a su hijo.
â¿De qué me hablas?
âDe esto ârespondió entregándole una carta y señálandole un párrafo.
Olga leyó: «... y tenemos el placer de comunicarte que tu narración breve, titulada
Mi cama y yo
, ha superado todas las fases eliminatorias y ha resultado vencedora de nuestro concurso “Escritores en ciernes”. El jurado consideró que, además de un lenguaje bien elaborado y de una estructura bien diseñada, tu narración tenÃa un buen ritmo narrativo y desarrollaba un tema muy original. Te felicitamos y te animamos a proseguir con disciplina el camino que te has marcado.»
â¿Has ganado un concurso literario, hijo? ¿Eso era lo que hacÃas con los envoltorios?
âPues, sÃ, ya ves. TenÃa que mandar treinta junto con la narración de diez páginas. ¿Has terminado la carta?
âNo... no. TodavÃa no.
âPues, anda sigue, que aún te queda lo mejor.
«Tal como quedaba explicitado en las bases de nuestro concurso, tu narración, junto a la de los ganadores de cada comunidad autónoma en la franja comprendida entre catorce y dieciséis años, será publicada en Navidad en un volumen colectivo que regalaremos con cada paquete de galletas.»
Olga levantó la vista, todavÃa incrédula. Pues, ¡vaya con el escritor en ciernes!
âSigue, sigue hasta el final.
«Como sabes, has ganado, en compañÃa del resto de finalistas, una estancia de quince dÃas en nuestra casa cultural de Teruel, donde disfrutarás de un curso para futuros escritores a cargo de gente del mundo de las letras españolas.
»Tú, en calidad de ganador absoluto de nuestro concurso, recibirás, además, una colección de materiales, entre los cuales te adelantamos que figurará una enciclopedia en CD-ROM, el diccionario del español de la Real Academia de la Lengua...
»La estancia, pagada por galletas Digesta, se desarrollará del 8 al 23 de julio...»
â¡Ãdgar! ¡No podrás ir! Estarás en Inglaterra.
âMami, ya te avisé del error de matricularme sin habérmelo dicho.
âBueno, pero ahora ya nada se puede hacer.
âTe aseguro que no me lo pienso perder. ¿Cuántas veces te he dicho que quiero ser escritor? ¿Crees que hay muchas oportunidades de asistir a un curso como ése?
âNo. Probablemente, no. Pero no creo que tu trayectoria termine aquÃ. Me parece, a mÃ, que leer novelas es la mejor formación, ¿o no?
âTal vez. Pero no me dirás que no es una oportunidad estupenda oÃr a la gente que lleva tiempo escribiéndolas. Nos contarán su metodologÃa, sus trucos, sus recursos...
âO no. Quizás sea mucho menos práctico de lo que imaginas.
âBueno, en cualquier caso, quiero ir. ¡Espera! âÃdgar detuvo a su madre antes de que tuviera tiempo de meter bazaâ. Sé que me dirás que el curso y los billetes de avión ya están pagados, pero me he preocupado de ver si podemos renunciar a ello y si tenemos derecho a devolución.
Ãdgar habÃa soltado la parrafada casi sin respirar, como si quisiera asegurarse de que su madre no lo interrumpirÃa hasta el final.
Olga se sentó en la cama y le observó con curiosidad. HabÃa qué ver el cambio que, de pronto, habÃa pegado el chaval a sus ojos. Un vago, tumbado en la cama y fumando porros, transformado por arte de las galletas Digesta en un tipo inquieto, capaz, incluso, de prever alguna forma de arreglar el desaguisado. No salÃa de su asombro. ¿De modo que, cuando algo le interesaba de verdad, conseguÃa ponerse en marcha? Resultaba que, finalmente, en contra de las predicciones de Olga, el chaval no tenÃa la sangre de horchata. ¡Qué suerte! Sólo por esa razón ya merecÃa ser escuchado. Al final, iba a tener que bendecir las galletas de sus atracones, mira por dónde.
Ãdgar tomó aire y prosiguió:
âLos billetes de avión se pueden devolver. Sólo perdemos un diez por ciento del importe. No es mucho, aunque ya sé que es bastante, pero estoy dispuesto a ponerlo de mis ahorros.
No estaba mal el detalle de pensar en resarcir a sus padres. Aunque, obviamente, si conseguÃan enderezar el lÃo y Ãdgar se iba a la casa de cultura de Teruel, no le iba a reclamar el pago de nada. Claro que no.
âBien. ¿Y el importe del curso en Inglaterra, qué?
âVerás, leà en el contrato que la única forma de echarse atrás es una enfermedad. Para ello necesitamos un certificado médico âÃdgar miró a Olga pÃcaramenteâ. ¿Me sigues?