Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
âBien. Volvamos a la cuestión inicial. Como sabrás, la palabra crisis viene del griego. ¿Conoces su significado etimológico? Significa decidir. ¿No te parece relevante que, siendo ésa tu principal laguna (y siempre fiándome de lo que me has contado), hayas utilizado esta palabra?
Olga sonrió. Se sentÃa cómoda en la conversación con Susana. Le parecÃa menos dramático lo que le estaba ocurriendo.
âSÃ, lo es.
â¿Por qué no llevas las bandejas a la cocina y le pides a Dori unos cafés?
Al regresar Olga con los cafés, Susana ya habÃa encendido otro cigarrillo. Olga se sentó en la butaca después de dejar una de las tacitas en la mesita de noche.
âBueno, entonces ¿qué hago?
â¿Qué haces de qué? Ahora no sé a qué te refieres.
Olga hizo un ademán casi como si estuviera espantando a una mosca.
âMe podrÃa referir a distintas cuestiones, pero voy a centrarme sólo en una...
âEl resto lo dejaremos para próximas sesiones de psicoterapia.
âEso, rÃete, antipática.
âNo me rÃo, tonta. Estoy encantada, si te sirve de algo hablar conmigo. Y no me divierte que lo estés pasando mal. Pero es cierto que me resultas más humana, más próxima, ¿sabes?
Olga asintió.
âMe refiero a Jorge.
âCreo que sólo tienes dos opciones: o le olvidas definitivamente o estableces contacto con él.
â¿Contacto? ¿Yo?
âMujer, con lo que me has contado, no esperarás que lo haga él, ¿verdad?
âNo, quizás no.
âEntonces, no empieces a oscilar como una boba entre las dos opciones sin decidirte por ninguna. Apuesta por una de ellas y lánzate a fondo.
âY tú, por supuesto, optarÃas por establecer contacto con él.
âClaro. Creo que todos debemos escoger entre dos papeles: ser espectadores o actores en nuestra vida. Yo siempre he tenido muy claro que querÃa ser actriz. Es más, hay estudios que demuestran que no ando tan equivocada, que demuestran que quienes llevan las riendas de su propia vida obtienen resultados distintos y mejores, a los de quienes están convencidos de que la vida es una sucesión de fatalidades. De modo que ¿por qué no te decides a actuar?
â¿Y si me equivoco?
âEs cierto que, cuando una tiene que elegir entre dos caminos, puede tomar el equivocado. Pero permanecer quieta, sin aventurarse en ninguno, tampoco es la solución.
â¿Menos desestabilizante, tal vez?
â¿Por qué? Porque te da la impresión de que si las cosas no marchan bien, por lo menos tú no eres culpable, ya que nada has hecho para que tomen un rumbo u otro, ¿no es eso?
âSÃ. Quizás... âcontestó Olga, pensativa.
âNo tomar ninguna decisión es tomar una, por defecto. Además, ir vegetando significa ir acumulando frustración y resentimiento.
â¿Y si todavÃa me meto en un laberinto más complejo?
âPuede ocurrir, desde luego. Lo importante es que tomes una decisión. ¿No estábamos en que ése era un aprendizaje que te faltaba?
âNo sé qué hacer, Susana.
â¿Recuerdas?
Audacibus fortuna iuvat
, es decir, la suerte ayuda a los audaces. Creo que ser afortunado no es tanto una cuestión de azar (a unos les toca; a otros, no) como de ponerle una silla a la suerte para que, cuando pase por tu lado, se siente en ella.
âTienes razón. Y, si me decido, ¿qué crees que deberÃa hacer?
âNo sé. PodrÃas utilizar algún mecanismo neutro, de modo que, si él no diera signos de interés, te batieses en retirada y se acabó.
â¿Por ejemplo, un correo electrónico con alguna excusa profesional?
âPor ejemplo. Me parece una buena idea. âSusana miró su relojâ. Oye, no quiero echarte, pero son las cuatro y media. ¿No tienes que ir al instituto?
â¡Huy!, ¿tan tarde? SÃ, me voy.
Se acercó a la cama a darle un beso a Susana, que retuvo una de sus manos entre las suyas.
âPor cierto, ¿Jorge es casado?
âNo. Está separado desde hace un año. ¿Por...? No me saldrás con prejuicios, ¿no?
Susana negó con la cabeza.
â¡Qué va! Te lo preguntaba por las teorÃas de mi manicura, ¿las recuerdas? âAntes de que Olga pudiera responder, Susana añadióâ: Hay que buscarse amantes casados para evitarse lÃos.
Olga inició un gesto, dispuesta a protestar.
âEspera âla detuvo Susanaâ, precisamente, iba a decir que la teorÃa de mi manicura tiene fallos importantes. Resulta que se ha enamorado (aunque no era su intención, desde luego) del casado con el que lleva unos meses saliendo y lo está pasando fatal, porque el hombre le ha dicho que no se ve con ánimos para dejar a la mujer y a sus hijos. Total, ella está hecha unos zorros, y ha decidido dar por terminada la relación. Asà que, hija, ya lo ves, en eso del amor, del sexo, de las relaciones, no puede haber reglas.
âYa veo... Bien, antes de irme, ¿te traigo algo?
âNo, nada, gracias. Voy a leer un rato.
Olga ya estaba en la puerta cuando Susana la detuvo:
âEspero que empieces a ejercitarte en la toma de decisiones. Piensa que no dispones de varios años para ésta. La vida va corriendo, el tiempo se termina y no tenemos otra posibilidad.
â¡Ay, cariño!, parece la letra de un bolero.
âCuando me levanto con el espÃritu de poetisa... Bueno, a lo que iba: tú eres capaz de tomar decisiones, porque yo te he visto hacerlo otras veces, de modo que ¡fuerza!
Â
Anoche, anoche soñé contigo...
Â
Olga abrió los ojos y se incorporó en la tumbona.
âMarÃa, ¿no te molesta la canción para trabajar? âle preguntó a su hija, que, apoyada sobre la mesa de la terraza, escribÃa en un cuaderno.
â¿Qué canción, mamá?
âÃsa... âOlga hizo un gesto en dirección al gimnasio.
â¡Ah! Jo, mamá, ni me habÃa dado cuenta de que sonaba. Como estoy con el trabajo de sociales...
¡Qué suerte tener esa capacidad de concentración! Para ti la querrÃas, ¿no, Monegal? ¡Ay, sÃ! Especialmente en los últimos tiempos, cuando todo en su cabeza parecÃa andar manga por hombro.
â¿Quieres que te vaya a buscar los tapones de cera?
âSÃ, cariño, por favor. Están en el botiquÃn.
La observó mientras entraba en la sala. Iba enfundada en un biquini a rayas de colores ácidos, azules y verdes. ¡Cómo habÃa crecido! y, sin embargo, su cuerpo seguÃa sin desarrollarse. Seguro que el paso de MarÃa a la adolescencia serÃa tardÃo, como lo fue el suyo propio: a los quince años, dos después que Teresa y, sobre todo, cuatro más tarde que Susana.
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... ¡Ay! Cosita linda, mamá.
Â
âToma, mamá.
Amoldó la cera en sus oÃdos. Volvió a echarse en la tumbona, cerró los ojos y se abandonó a los lametones aún suaves del sol. SabÃa que, después de las once, huirÃa de la terraza porque no soportarÃa el calor. Pensó que, con los años, habÃa ido perdiendo las ganas de tostarse. O quizás habÃa perdido la resistencia para aguantar el sofoco, el sudor, la inmovilidad... Era incapaz de someterse a las largas sesiones de tortura infligidas a los veinte o a los treinta, en aras del bronceado. Sin embargo, si bien el sol se le antojaba un amante excesivo durante el cenit y en las horas anteriores y posteriores a él, le seguÃa pareciendo un amante espléndido en las bajas: delicado, envolvente, entregado, sensual, tomando a un mismo tiempo cualquier rincón de su cuerpo. Se sentÃa languidecer progresivamente en su abrazo. Se abandonaba a ese cosquilleo suave que acababa por provocar un incendio, primero en su piel, luego en su cerebro. Las imágenes eróticas nunca tardaban en llegar: se superponÃan unas a otras en ese duermevela en el que Olga se dejaba caer con complacencia. Ahora, como siempre, los rayos jugando entre sus piernas, sobre sus pechos, en sus labios, despertaron su deseo. Ahora, voluntariamente y con aguda lucidez, evocó su sueño recurrente y lo revivió despacio, con plena conciencia, poniéndole no sólo cara sino también nombre. Jorge, Jorge.
âOlga, ¿te apetece un zumo de naranja?
Sobresaltada, se incorporó bruscamente. Sintió en su pecho un estallido de cariño hacia Alberto, seguido de un intenso sentimiento de culpa. Una cosa era soñar; otra distinta, pensar.
âLo siento. ¿Te he asustado?
âSupongo que estaba medio dormida. Eso habrá sido.
â¿Te traigo un zumo? Está empezando a hacer mucho calor, ¿no?
âSÃ, cariño, gracias.
âA mà también, papá.
âDe acuerdo.
Olga se habÃa quedado sentada en la tumbona.
âMarÃa, te he apuntado al curso de inglés en Inglaterra, como el año pasado. Creo que no te lo habÃa dicho, ¿verdad?
âNo. ¿Cuándo me voy?
âEl dÃa 7 de julio, y regresáis el 7 de agosto.
â¿Antes podremos comprar los pantalones que te pedÃ?
âPodremos, sÃ.
â¿Esta tarde?
âNo. Esta tarde hay la inauguración oficial del Centro Omega, y quiero ir. Si te parece, vamos cuando termines con este trabajo.
âEstupendo.
â¿Qué es estupendo? âpreguntó Alberto, mientras les daba sendos vasos de zumo.
âMamá y yo nos vamos de compras dentro de un rato âdijo MarÃa echando hacia un lado los cabellos que le barrÃan la cara.
â¡Ah! Bien, yo me voy. No me esperes a comer, Olga. Aún tengo mucho que hacer antes de las seis.
Olga le lanzó un beso, bebió unos sorbos de zumo y se recostó de nuevo en la tumbona, todavÃa con la culpa aleteando en su pecho. Monegal, manda la culpa a paseo durante un rato, ¿quieres? ¿No te recomendó Susana que te psicopatizaras un poco? Entonces pensaste que seguramente algo de razón tenÃa y que te quedaba mucho camino por recorrer en este sentido, ¿o no? Pues, ponte en marcha. Eso iba a hacer. Apartó de un manotazo los sentimientos de culpa, que se desvanecieron rápidamente sin dejar rastro, y volvió a sumergirse en la caricia de su amante solar y en las de Jorge. Desde que tuvo valor para mandar al geofÃsico un correo electrónico, muy profesional y bastante cálido, desde que él contestó con otro, bastante profesional y más cálido aún, aceptando participar como conferenciante invitado en el
workshop
de julio, se habÃa regalado varias veces con ese sueño, ahora golosamente transformado en fantasÃa erótica.
Alea iacta est
, se rió Susana, cuando la llamó para decirle que habÃa tomado una decisión, que se habÃa puesto en contacto con Jorge y que él habÃa respondido con agrado.
âLa suerte está echada, ¿o no? âpreguntó Susana, todavÃa entre risasâ; ya has cruzado el Rubicón.
âTe equivocas âcontestó Olgaâ; mi Rubicón será otro.
Esperaba ser capaz de vadearlo. Se temÃa. TemÃa sus indecisiones, que podÃan cruzar su vida al galope imprevisiblemente, echando a perder sus planes. Salir de sus rutinas habituales no sólo le provocaba inseguridad, sino reacciones inesperadas. Pero, en efecto, el primer paso estaba dado. Después de reflexionar largamente y de violentar su forma de ser âse habÃa repetido varias veces a ella misma la recomendación de Susana: psicopatÃzate, Monegal, sal de tu jaula rÃgida, olvÃdate un poco del deber y dedÃcate algo más al placer...â, habÃa decidido ponerse en contacto con Jorge. ¿Con qué excusa?, se habÃa preguntado. Por fin se le ocurrió. Aunque el tema de sus estudios nada tuviera que ver con los de Ãlex o con los de ella misma, podÃan invitarlo a dar una charla. A Ãlex le habÃa parecido una ocurrencia pertinente. Habrá que decÃrselo en seguida, dijo el geólogo, el tiempo se nos echa encima, además, si acepta, convendrÃa invitarlo, también, a la reunión de fin de proyecto. Yo me encargo de ello, habÃa respondido Olga, encantada con la sugerencia de Ãlex; la reunión de fin de proyecto, con la consiguiente juerga nocturna, iba a celebrarse en menos de dos semanas, de modo que quedaban diez dÃas para verlo. ¡Sólo diez! Le parecÃa que no podÃa esperar tanto. Y, sin embargo, a ratos también estaba muerta de miedo.
âHe terminado, mamá.
âVenga, vamos a ducharnos y nos lanzamos a consumir.
MarÃa la observó con una sonrisa.
â¿Qué te pasa, mamá? Llevas unos dÃas de buen humor. Pareces tú otra vez y no esa mula a la que nos habÃas acostumbrado en los últimos tiempos.
âNo sé qué será âdijo Olga riéndoseâ. Anda, ven a darme un beso.
¡Qué sagaz, la chiquilla! Casi antes que ella misma, MarÃa habÃa percibido su cambio de humor. Era cierto: estaba más contenta, habÃa recuperado la capacidad de sentir placer.
No tardaron ni media hora en estar listas para salir.
âMami, ¿por qué no nos vamos a comer por ahÃ? A un McDonald's o a un Kentucky...
â¡Ags!, MarÃa...
âAnda, mamá. Hace mucho que no comemos comida basura. Ser tan sanos no debe de ser bueno para la salud.
Olga se rió. Le dejaron una nota a Ãdgar para que, al regresar del entrenamiento de hockey, se reuniera con ellas en un local de comida rápida.