Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
Por supuesto que lo sabe, Monegal. Conoce tus peores facetas en tus momentos más bajos. Como tú conoces las suyas.
âIgual es simple cansancio o falta de vitaminas o... No lo sé.
Marina tardó un momento antes de responder. Al fin, dijo:
âEs posible. Eso lo sabrás mejor tú que yo.
Olga se quedó pensativa. Marina le dio una palmadita en la rodilla.
âBueno, oye, que no pretendo preocuparte, sino ayudarte.
âLo sé, lo sé âmurmuró casi para sÃ, volcada en su propio interior. Luego sacudió la cabeza, regresando de su viajeâ. Bien, te dejo. He quedado con una amiga para comer y no quiero llegar tarde. Te agradezco que me hayas hablado de tus impresiones.
Desde el instituto hasta el dúplex de Susana, Olga anduvo como una sonámbula, casi sin sentir el sol desplomándose con toda la fuerza del mediodÃa. Desde luego, Marina tenÃa razón. Ya llevaba unos dos o tres meses en ese estado emocional que era como estar haciendo rafting: tan pronto en situación estable, como tambaleándose sobre uno de los lados de la barca neumática; ahora sintiendo miedo, ahora excitación; de pronto salvando un desnivel, luego navegando en un plano horizontal. Llevaba ya un tiempo con esa confusión y, sin embargo, en lugar de reflexionar sobre ello, se habÃa dedicado a mirar para otro lado, para no enterarse mucho. Como siempre, ¿no, Monegal? Prefieres andar de puntillas sin hacer ruido y ver si los problemas se resuelven solos. ¿Te da miedo mirar de frente? Pues sÃ, era cierto. Si miraba de frente era consciente de su duda eterna respecto a cualquier cosa, y eso la asustaba. Y, sin embargo, como nunca antes, tenÃa la sensación de verse inevitablemente confrontada con su manera de ser, con sus caracterÃsticas menos satisfactorias. Le parecÃa que su estructura rÃgida, su armadura defensiva, habÃa empezado a ser socavada en un proceso que, quizás, no podÃa detenerse fácilmente. Recordó el cuento del pequeño Hans, el niño holandés que, por salvar a su paÃs de quedar arrasado por el mar del Norte, que penetraba gotita a gotita por un minúsculo agujero del dique, habÃa permanecido junto al muro, con el dedo taponando el orificio, por espacio de muchas horas hasta ser relevado por las gentes del lugar, que pusieron remedio a lo que podÃa haber sido un desastre y lo ensalzaron como héroe. Olga no se identificaba con el pequeño Hans, sino con el dique. Un minúsculo agujero se habÃa abierto en él y, primero gota a gota, luego con mayor fuerza, un mar de dudas iba penetrando, de modo que el caudal era progresivamente mayor, el orificio crecÃa, y más posibilidades existÃan de que el muro terminara por desmoronarse. Si eso llegaba a ocurrir, Olga estarÃa sin protección de ningún tipo. ¿Cuál habÃa sido el origen del Ãnfimo agujero?¿Todo empezó con Jorge? Aunque, tal vez, cuando embarcó en el
Hespérides
ya llevaba un tiempo intuyendo algún descalabro entre ella y Alberto y, por esa razón, casi se enreda con el geofÃsico. O quizás su sueño sexual habÃa influido en que casi lo llevara a la práctica con Jorge. ¿O tenÃa ese sueño recurrente por culpa de que el sexo con Alberto nunca habÃa sido para tirar cohetes? En fin, ¿dónde estaba el principio de ese lÃo? Estuviera donde estuviera, ella andaba perdida en un laberinto. Odiaba esos laberintos, no soportaba esos obstáculos que la apartaban de sus rutinas y la dejaban sin protección frente a sus debilidades. Quizás deberÃa aprovechar la visita a Susana para contarle lo que le estaba ocurriendo. De acuerdo, Monegal, hazlo, pero ¿de qué le hablarás? ¿De Alberto? No. ¿De Teresa y Alberto? Menos. Entonces, ¿de Jorge? SÃ. Ãsa serÃa una manera de empezar estupenda para Susana.
Le abrió la puerta la asistenta.
â¿Está despierta? âpreguntó Olga.
âSÃ. Está en la cama.
Olga se dirigió a la habitación de Susana. ¡Qué mala pata habÃa tenido, la pobre! Desde luego, su historial ginecológico era como para figurar en el Guinness. Sólo habÃa faltado ese quiste en un ovario, que, sin ser nada grave, la habÃa obligado a pasar una vez más por el quirófano y, sobre todo, a estar en reposo por prescripción facultativa... aunque Olga podÃa imaginar hasta qué punto Susana se habrÃa opuesto al facultativo que lo prescribió.
âHola, Susana. ¿Cómo te encuentras? âOlga se acercó a darle un beso.
âMuy bien, aunque, te lo puedes figurar, ¡harta de estar en la cama!
Olga hizo un gesto con la mano.
âAnda, exagerada. Si no llevas ni dos dÃas.
âPues, como si fueran dos meses...
âMe lo figuro, sÃ.
âBueno, no te quedes ahà de pie.
Feel at home
.
Olga se sentó en un silloncito
art déco
, idéntico a los de la sala de estar.
â¡Ay!, Olga, estoy encantada de que hayas venido a hacerme un rato de compañÃa. Eres un ángel de amiga.
âVerás, he venido para estar contigo, claro; pero, sobre la marcha, he cambiado de opinión...
â¡No me digas que te largas!
âNo. Déjame hablar, por favor. Más que hacerte compañÃa, necesito tu ayuda.
Susana la miró, expectante.
âNecesito hablar contigo porque tengo un lÃo horroroso.
â¿Dónde?
âAquà ârepuso Olga, tocándose la cabeza.
âHabla. Soy toda oÃdos âdijo Susana.
Cogió el paquete de cigarrillos y el cenicero que descansaban sobre la mesilla de noche. Encendió un pitillo.
Antes de empezar a hablar, Olga miró a su amiga, casi su hermana, con la que habÃa compartido tantos secretos a lo largo de años de amistad, aunque, ciertamente, Susana le habÃa hecho más confesiones a ella, que no al revés. Pero no era sólo por pudor por lo que Olga no habÃa compartido tantos abortos, amantes, zancadillas profesionales o viajes al otro extremo del mundo, sino porque no le habÃan ocurrido ni una centésima parte de las historias extrañas, fascinantes, divertidas o tristÃsimas que a Susana se le acumulaban en la vida como moscas sobre la fruta madura. Ya se habÃan encargado ambas de que asà fuera.
â¿Recuerdas que no quise contarte nada de Jorge?
Susana abrió unos ojos verdes inmensos, pero se abstuvo de cualquier comentario hasta que Olga terminó su narración, bastante desordenada, en la que se mezclaban los dÃas en el
Hespérides
, la última noche en el barco, su sueño de lujuria en brazos de un desconocido, el mismo sueño ya con rostro y nombre, la visita de Jorge al instituto.
â¡Joder, joder! Necesito un whisky, ¿tú no?
âNo. Necesito una aspirina.
Olga salió a buscar las dos cosas. Al regresar, la reconvino:
âDice Dori que no deberÃas beber whisky. Jean-Claude le ha advertido que estás tomando antibióticos y que la mezcla es mala.
â¡Qué va! Es mucho peor mezclar los antibióticos con las confesiones que me acabas de hacer y tomarlos sin alcohol.
âHaz lo que quieras. Dori va a traer la comida dentro de un cuarto de hora.
âVale, pero ahora sigamos.
âBueno, ¿tú qué piensas de todo eso?
âPienso que tienes ganas de echarle un polvo a Jorge.
âSusana... No simplifiques, por favor.
â¿Y por qué no voy a simplificar? Muchas veces la vida es menos complicada de lo que pretendemos.
â¿Y Alberto? ¿Y mi vida de pareja? ¿Y...?
âOye, oye, frena. He dicho un polvo. Eso no va a suponer el final de tu vida con Alberto, ¿o sÃ?
Olga negó con la cabeza mientras sopesaba la posibilidad de contarle que, también en ese terreno, habÃa dificultades. ¡No, Monegal!, le dictó el sentido común, de momento tenemos bastante juego con esas cartas puestas boca arriba.
âAdemás, Olga, tu vida sexual con Alberto nunca ha sido estupendÃsima. Como te empeñaste en casarte con él sin haberte cepillado a nadie más... ¡Asà no hay forma de aprender! Si es lo que digo: deberÃa estar prohibido casarse con la primera persona con la que has echado un polvo.
âSusana, deja eso, por favor. Pasó hace un montón de años.
â¡Qué va! Está pasando ahora. No te das cuenta de que tu sueño es fruto de tu sexualidad reprimida.
âNo empieces a hacer interpretaciones psicoanalÃticas, anda.
âVale, de acuerdo. Te lo diré de otra forma: estás que te sales, porque tu Alberto no se caracteriza precisamente por su pasión desenfrenada y, claro, andas por la noche soñando polvos.
La puerta de la habitación se abrió:
â¿Traigo las bandejas con la comida?
âSÃ, por favor âdijo Susana.
âYo voy a por la mÃa.
Cuando las dos tuvieron las bandejas sobre las rodillas, empezaron a comer y reanudaron la conversación.
âBueno âdijo Susanaâ, centremos el problema. ¿Es Jorge? ¿Eres tú?
âEl problema soy yo. El problema es que nunca sé qué quiero.
Susana la observó con fijeza.
â¿Cómo que no sabes lo que quieres? Si siempre lo has tenido clarÃsimo... Precisamente, ésa es una de tus caracterÃsticas que más envidio yo, que ando a bandazos, que cada dos por tres cambio de opinión...
Olga movió la cabeza.
âNo. Sé que doy esa impresión, pero, en realidad, soy todo lo contrario: soy la mujer indecisa por naturaleza. Precisamente, si me mantengo dentro de unas pautas muy rÃgidas es porque me resulta la única manera de transitar por la vida.
Susana habÃa dejado el tenedor sobre el plato y miraba a Olga con asombro.
âNo te puedo creer. Eso es algo nuevo. No me digas que siempre ha estado ahà y nos lo has ocultado alevosa y perfectamente.
âNo. No ha sido un secreto mantenido a costa de traicionar nuestra amistad. Se trata de mi forma más profunda de ser, que he enterrado durante largos años, fingiendo que no existÃa, y que, de pronto, ha emergido de tal modo que ya no me es posible seguir dándole la espalda.
âEntonces, Olga-superorganizada, Olga-hipercrÃtica, Olga-topeordenada, Olga-orientada-al-deber, ¿son una invención?
âMás que una invención, un blindaje que me permite hacer frente a Olga-la-auténtica, indecisa, desorientada, perezosa, aterrorizada de perder sus relaciones estables, quizás, incluso, muy emotiva.
â¿De modo que te construiste una jaula que te permitiera mantener bajo control tu auténtica forma de ser?
âAlgo asÃ, creo.
â¿Y por qué?
Olga no contestó de inmediato. ParecÃa buscar la respuesta en su interior.
âEso fue lo que aprendà de pequeña.
âNo importa. Aún estás a tiempo de aprender nuevas formas de comportarte. Siempre hay tiempo para aprender. Mira, me parece que harÃas bien en psicopatizarte un poco, ¿sabes? Deja de ser tan impecablemente educada: suelta algún taco, no vayas a los funerales de gente a quien apenas conocÃas, cabréate cuando haga falta, vÃstete de rojo, pasa por la peluquerÃa y que cambien tu aire serio y un poco masculino... OlvÃdate un poco del deber y de los demás, y preocúpate más por ti misma, explota tu lado lúdico.
âProbablemente tienes razón en lo que dices, pero, sobre todo, lo que deberÃa es hacer frente a los problemas, en lugar de taparme los ojos para no verlos.
âOye, ¿y por qué? ¿Por qué ha quedado al aire libre algo que tenÃas sepultado con tantÃsimo cuidado?
âNo lo sé. No sé cuál ha sido la causa.
â¿Jorge?
âTal vez, pero tampoco es seguro. Sólo estoy segura de las consecuencias: me siento instalada sobre arenas movedizas, estoy atravesando una crisis.
Susana sonrió.
âEs curioso que utilices la palabra «crisis».
â¿Por qué te parece curioso?
âVerás. Espera un momento.
Susana se levantó de la cama y salió de la habitación. Olga aprovechó el descanso para comer.
âAquà estoy âdijo Susana enarbolando un tomo grueso de tapas negras. Luego, metiéndose en la cama, aclaróâ. Un diccionario.
Lo abrió y buscó en él.
âAquà âdijoâ. Voy a leerte la definición de «crisis». Segunda acepción, la que nos interesa: «Situación complicada de un asunto o un proceso, en la que está en duda la continuación, la modificación o el cese de éstos.» Vamos, concretando: el proceso que está en revisión es tu vida sexual con Alberto o tu vida, sin más...
âSi fuera asÃ, no tendrÃa más remedio que preguntarme si toda mi vida hasta aquà no es más que una grave equivocación o mi relación con Alberto, un fracaso.
â¡Joder, con Olga la trágica! ¡Qué tendrá que ver un proceso de revisión y cambio con haber fracasado! Fracasar, fracasar... Nos echan al escenario de la vida sin darnos tiempo a ensayar, de modo que procedemos en muchos casos por ensayo y error, ¿qué otra solución tenemos?
âDesde luego, funcionando con el método experimental, como tú, no muchas más.
âY, además âsiguió Susanaâ, puede ocurrir que lo útil en un momento dado no sirva más tarde, que nuestras motivaciones cambien, que... ¡Qué sé yo! Y, sin embargo, no son fracasos.
âTal vez tienes razón.