Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
âA ver si lo he entendido. El sistema lÃmbico nos informa de nuestras emociones. El córtex nos ayuda a interpretar esas emociones pensándolas en forma de sentimientos âdijo Alberto.
âAlgo asà âadmitió Teresa.
â¡Ja! ârió Carlosâ. Ahora lo he entendido todo. El sistema lÃmbico de una mujer le manda señales de que está cachonda, y su córtex le indica que quiere al tipo que la ha puesto en marcha. Es eso, ¿o no?
âProbablemente, muchas veces es asà âdijo Olga, pensando en las reflexiones que ella misma se habÃa hecho. ¿SerÃa también su caso con Jorge? ¡Qué más da lo que sea, Monegal!
â¡Estupendo! âcasi gritó Susanaâ. Tengo una explicación parecida a la tuya, Carlos. A un tÃo se le pone dura y piensa: estoy que me salgo, me la tirarÃa aquà mismo. Su córtex es incapaz de avisarle que, quizás esta vez, quiere a la señora en cuestión. Conclusión: los hombres tenéis poquito córtex. O, por lo menos, poco córtex para elaborar sentimientos, aunque luego se os den muy bien las matemáticas...
âLo cual sólo demuestra que a las personas nos queda mucho que aprender. A nosotros, los hombres, de vosotras, las mujeres. Y al revés âconcluyó Jean-Claude.
âProbablemente será la única manera de hacer un mundo mejor.
Interrumpieron la discusión tres camareros, cargado cada uno con dos grandes platos. A la vez, como si estuvieran realizando un número de gimnasia sincronizada, depositaron la comida frente a los comensales y empezaron a recitar el nombre de cada plato:
âNido de judÃas verdes con
mousse
de queso fresco con cebollino, salsa de boquerones y patata confitada en aceite de oliva virgen aromatizado con cebolletas.
â
Foie-gras
de oca fresco hecho en la casa, nueces frescas, pasas de Corinto, crujiente de manzana con
gelée
de Sauternes, reducción de vinagre de Módena y pan de
campagne
casero horneado con higos secos.
Â
Â
Durante unos dÃas, Olga habÃa tratado de concentrarse en ese tÃmido renacimiento de su hedonismo para ayudarlo a florecer o, cuando menos, para evitar que se desvaneciera otra vez. Por eso se esforzaba en no perder el buen humor, en no pensar excesivamente en la inauguración de Omega y en la presencia de Teresa a su lado. Se esforzaba por evitar el recuerdo de la cena con Teresa y Alberto, sentados uno junto al otro. Se esforzaba por apartar de su mente los dos sentimientos que amenazaban con obsesionarla: primero, la humillación; luego, la rabia. Tampoco querÃa entretenerse en diseccionar su relación con Alberto. ¿Ya estamos otra vez, Monegal? ¿Mirando hacia otro lado para no tener que hacer frente a los problemas? No. No se trataba de su eterno comportamiento de avestruz. Estaba dispuesta a dilucidar qué le ocurrÃa a su pareja, sólo que no era el momento. Ahora debÃa concentrarse en esa recuperación gozosa, que no representaba el final de sus problemas pero, quizás, el principio del fin. Desde luego, su pensamiento, errante, persistÃa en resbalar en todas direcciones, nunca dispuesto a seguir durante mucho rato la marcada por Olga. Su memoria tampoco habÃa mejorado. Los sustantivos, los horarios de las reuniones, las llaves de casa, se perdÃan en los agujeros negros y reaparecÃan con dificultad o cuando ya no los necesitaba. Tampoco habÃa conseguido recuperar peso, ya que lo único que comÃa con fruición â¿o con compulsión?â eran las Digesta. Por lo menos, sus pasiones de sueño estaban bastante controladas. Al recuperar parte de su estabilidad emocional, sus hábitos de sueño tendÃan a la normalidad. ¿Has querido ignorar que en el pasado ya habÃas sufrido un episodio de somnolencia indomable como éste, Monegal?
No. No era cierto: no habÃa pretendido enterrarlo en algún rincón de su cerebro. Simplemente, no habÃa caÃdo en ello. Cuando su madre murió, ella pasó una larga temporada durmiéndose a todas horas, como si sólo fuera capaz de permanecer despierta entre ocho de la mañana y cuatro de la tarde. A pesar de que ocurrió cuando tenÃa siete años, ahora lo recordaba con absoluta nitidez. O quizás recordaba la voz de su abuela contándoselo. Empezó a dormir más de lo razonable al tener conciencia de la gravedad del proceso que mantenÃa a su madre en cama. No podÃa decir cómo lo supo, pero sÃ, cuándo. Una tarde, acababa de llegar del colegio y habÃa ido a dar un beso a su madre, delgada, delgadÃsima, con los labios y las uñas amoratados, extraviada en aquella cama excesiva. Al salir del cuarto, se habÃa detenido en un escalón, de pronto afligida por una visión clarÃsima: la muerte de su madre. Retrocedió escaleras arriba, entró en su habitación y, agotada, se echó en la cama. A la mañana siguiente, su padre la despertó para ir al colegio y le contó que, la tarde anterior, al verla dormir tan profundamente, no habÃan querido despertarla. Asà fue cada dÃa, no sólo hasta que su madre murió sino hasta que consiguió hacerse a la idea, mucho tiempo después, de que ella ya no estaba y de que debÃa reaprender a vivir con ese vacÃo. Probablemente también, las enseñanzas de sus abuelos maternos y la inhibición afectiva de su padre tuvieron mucho que ver en la superación de su narcosis. Los deberes antes que los placeres. Y, obviamente, dormir al regreso del colegio no constaba entre los deberes, por lo tanto, debÃa de tratarse de una afición. Después de aquella primera gran crisis letárgica, habÃa conseguido no caer en otras, gracias a la férrea disciplina aprendida en casa, a las rutinas desarrolladas por ella misma y aplicadas con constancia a su vida y a evitar todo lo que supusiera fragilizar su yo emocional. Aun asÃ, ella conocÃa bien esa caracterÃstica suya: cuando algo en su vida andaba mal, tenÃa tendencia a dormir más. Pero hasta casi los cincuenta años, no habÃa vuelto a pasar por una crisis de tal calibre.
El caso era que andaba bastante menos adormilada, posiblemente por haber recuperado la capacidad de sentir placer. Vuelves a sonreÃr, le habÃa señalado Marina. ¿No hace falta que saque el espejito, verdad? No, contestó Olga. Por supuesto, sabÃa que utilizaba sus músculos risorios de nuevo. Tampoco ignoraba que su próximo encuentro con Jorge jugaba un papel fundamental en ese cambio. A ratos, se sentÃa feliz de pensar que la noche de la fiesta estaba aún por llegar y que podÃa anticipar lo que ocurrirÃa, recreándose, saboreándolo como si estuviera lamiendo lentamente un helado. A ratos, la invadÃa una impaciencia desatada y le parecÃa que no podÃa resistir ni un minuto más la espera: querÃa que fuese la noche de la fiesta ya. Sin embargo, llegado el dÃa H, la impaciencia prácticamente desapareció y la alegrÃa quedó algo atenuada por nuevos sentimientos, que entraron al galope en su cerebro: expectación, preocupación, temor. Aunque no querÃa, su pensamiento se trasladaba una y otra vez al instante en que Jorge y ella iban a encontrarse. ¿SerÃa capaz de mantener el tipo o perderÃa los papeles como la otra vez? Tal vez la paralizarÃa su crónica indecisión o vivirÃa una turbulencia emocional como la del dÃa en que Jorge visitó el instituto. Y a saber cómo aparecerÃa Jorge esta vez... ¿Por qué habÃa anulado a última hora la asistencia a la reunión que iban a celebrar geólogos y biólogos a lo largo del dÃa? Quizás era cierta la razón esgrimida âuna reunión imprevista, insoslayable y maratónica en el rectorado a las mismas horasâ, pero cabÃa la posibilidad de que él, también, sintiera miedo de pasar por experiencias ya conocidas, por revivir lo que, sin duda, juzgó desaires de Olga, y estuviera posponiendo el encuentro. Entonces, ¿habÃa cometido un error mandándole aquel mensaje para conectar de nuevo con él? ¿HabÃa hecho el ridÃculo queriendo regresar a un punto quizás ya irrecuperable? Descubrió que las manos le sudaban de intranquilidad. Si, por lo menos, él hubiera mandado alguna señal a lo largo de esos dÃas... Pero, no. Se habÃa limitado al breve mensaje para anunciar que no asistirÃa a la reunión de final de proyecto y preparatoria del
workshop
. Un texto breve, nada cálido. Tampoco frÃo; sólo muy profesional y correcto.
Olga trató de concentrarse en el orden del dÃa, no sólo por prurito profesional, sino también como terapia para olvidar su creciente intranquilidad. Todos los geólogos de la universidad y biólogos del instituto que habÃan participado en la campaña del mar de Ligur estaban presentes en la sala de actos. Olga y Ãlex se habÃan colocado en el estrado, cerca de la pizarra y de los proyectores de transparencias y diapositivas. Cada grupo habÃa presentado sus datos y elaborado sus propias conclusiones; ahora, debÃan intentar establecer unas conclusiones conjuntas. Resultó mucho más fácil y rápido de lo que en principio habÃan pensado. Empezaron la reunión a primera hora de la mañana y, hacia las seis de la tarde, habÃan terminado.
âBien âanunció Olgaâ, una vez solucionada la parte cientÃfica, podemos dejarlo aquÃ. Ãlex y yo nos quedaremos todavÃa un rato para discutir y revisar las cuestiones burocráticas. Nos encontraremos otra vez todos a las nueve y media para la juerga. ¿De acuerdo?
Los cientÃficos se levantaron de sus sillas. Alguien se aseguró del nombre del local en el que iban a cenar. Olga lo recordó de nuevo a todos los asistentes, y éstos se fueron.
âVamos a ver. ¿Cómo andamos de inscripciones? âpreguntó Ãlex cuando la puerta se cerró.
âEstupendamente. Habrá mayor afluencia de la que habÃamos previsto en un principio. ¡Suerte que se me ocurrió reservar ese hotel enorme en Palamós!
âSÃ. Tú tenÃas razón ârespondió Ãlex.
Estuvieron comprobando si se habÃan realizado los pagos de las inscripciones, viendo los tÃtulos y abstracts de las ponencias que ellos mismos y otros cientÃficos, externos a la campaña pero con proyectos similares, pensaban realizar durante el
workshop
. Olga miró el reloj dos veces, con preocupación. Cierto que por la mañana ya se habÃa vestido con su nuevo conjunto pensando en la cena âpensando en Jorge, en realidadâ, pero querÃa pasar por casa de Susana para que le echara una mano con el maquillaje. De seguir revisando papeles con Ãlex, no le iba a dar tiempo.
Pero continuaron. Faxes al hotel reservando habitaciones y salas de trabajo, control del estado económico, preparación de algunas actividades culturales complementarias...
Al final, Olga no pudo más. Ya eran las ocho. O le paraba los pies a Ãlex o renunciaba a pasar por casa de Susana. Y, más que un brochazo de Susana en el cutis, lo necesitaba en el alma.
âÃlex, es muy tarde. Son las ocho y aún tengo que hacer. ¿Te parece que continuemos mañana?
Ãlex estuvo de acuerdo. Guardaron los papeles y salieron de la sala de actos.
Olga se dirigió a buen paso a casa de Susana, que debÃa de llevar tres cuartos de hora esperándola. Le abrió la puerta Jean-Claude.
âHola, Olga. Susana está en el baño. Dice que pases.
âHello, querida âdijo Susana desde la bañeraâ. Ya ves. Me he regalado con un baño relajante. CreÃa que ya no venÃas.
âYa... bueno, aquà me tienes. Dispuesta para la sesión de...
âDe recauchutado.
âEso, de recauchutado. Estoy nerviosÃsima.
âHija, relájate. Esto no es ningún examen.
âMe siento como si lo fuera.
â¡Ah! Pues, nada; antes de las pinturas de guerra vamos a aplicar una sesión de psicoterapia de emergencia.
âDe acuerdo âdijo Olga. Luego, mirando el reloj, preguntóâ: ¿Tendremos tiempo?
âDe sobra, cariño.
Olga se sentó en el inodoro, de modo que veÃa casi de frente a Susana en la bañera.
âVamos a ver âdijeron las dos al mismo tiempo.
Se rieron.
â¿Quién empieza? âpreguntó Olga.
âTú. Plantéale a la doctora lo que abruma tu espÃritu, querida.
Olga le contó su intranquilidad.
âMira, no puedo contestar por él, pero, si yo fuera tú, no me preocuparÃa ahora mismo de las razones que le hayan podido llevar a anular su asistencia a la reunión de hoy. Quizás, y lo considero lo más probable, era cierta esa reunión en el rectorado. En lugar de eso, ¿por qué no te planteas qué vas a hacer o qué vas a decirle para comprobar si sigues interesándole?
âYa. En tu opinión, ¿cómo debo hacerlo?
âDe cara. Ya sabes. Sin subterfugios, sin circunloquios, cuanto más clarito mejor.
â¿Y cómo?
âPor ejemplo, ¿por qué no le hablas de la gargantilla de nudo marinero, origen de los males aquella noche...? Por cierto, ¿dónde está la gargantilla? ¿Hace mucho que no te la pones? ¿La has desterrado de tu vida por haberse permitido interferir entre tú y Jorge?
âLa perdÃ.
â¿La perdiste? ¡Coño! Lo que dirÃa Freud en una ocasión como ésta...
âMás le valdrÃa cerrar la boca porque, según la gansada que improvisase, yo le saltarÃa a la yugular.
âTe diré qué vamos a hacer. Yo soy Jorge. Tú, obviamente, Olga. A ver cómo te apañas. Empezamos. BuenÃsimo este vino que nos han servido. Nada que ver con lo que bebÃamos en el
Hespérides
. ¿Te acuerdas?
âSÃ.
â¡Ay, Olga...! Corazón, ¿podrÃas ponerle un poco más de imaginación al asunto? Jorge no te habla del
Hespérides
porque sà o por hablar del vino peleón que allà os visteis obligados a beber, sino por darte pie a desfacer entuertos. Esto es un globo sonda.
Do you understand?
Pongamos que tú aprovechas la coyuntura para decirle: no necesité el vino para ponerme como una moto; contigo tuve bastante.