Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
Después de cenar, se fueron a pasear por la playa. ¡Era una noche mágica! No sólo por la compañÃa de Luis, sino también por el lugar. Mari Loli se descalzó para notar la arena en los pies. No estaba frÃa. Aún conservaba un poco el calor del sol. El mar se veÃa oscuro, como si fuera alquitrán. Los reflejos plateados de la luna se mecÃan sobre las olas. HabÃa muy pocas estrellas. ¿Por qué serÃa que sobre la ciudad siempre habÃa pocas y en el campo, tantas? ¡Qué pena! Con lo bonitas que eran... Luis le puso el brazo sobre los hombros y permaneció pendiente de su reacción. Mari Loli suspiró. Suspiró de una manera que daba a entender su bienestar. Se sentÃa tan chocolate a la taza... Eso debió de envalentonar a Luis, que la atrajo hacia él, la abrazó y, luego, acercó los labios a los suyos. ¡Menuda sorpresa se llevó Mari Loli! No por darse de bruces con un beso previsible, sino por la suavidad de aquellos labios. Nada que ver con los labios resecos y duros, torpes para besar. Todo lo contrario: blanditos y acogedores. Como con el baile, Mari Loli resultó sorprendida, primero; arrebatada, después. ¡Oro molido, los besos de Luis! Además, sabÃa bien y olÃa mejor.
Después del beso, Mari Loli, muy chocolate a la taza, se apoyó en Luis y le sonrió. Fueron dando un paseo hasta llegar al hospital, donde abandonaron la playa. Al pasar por delante de las puertas del centro sanitario, Mari Loli no pudo evitar pensar en el quiosco de Pepe. EstarÃa cerrado ahora, claro; pero en pocas horas, Pepe, con su largo pelo recogido en una cola, con un bocadillo envuelto en papel de aluminio, abrirÃa el negocio, y empezarÃan a llegar los familiares de los enfermos a comprar periódicos, revistas del corazón o algún libro. Y quién sabe si alguno no se harÃa también con una revista guarra. TenÃa que ser un aburrimiento estarse muchas horas en la habitación de un enfermo, asà que ¿por qué no iban a matar el rato de la mejor forma posible? Tampoco pudo dejar de pensar en Florita y en las cosas que era capaz de inventar. O a las que se apuntaba Pepe cabellos-largos. Sin ir más lejos, el sábado de la semana anterior, Florita se presentó en el quiosco con una minifalda que quitaba el hipo y sin nada debajo. Sin bragas, sin medias, sin nada. Se lo contó a Mari Loli al lunes siguiente, mientras se ponÃan el uniforme en los vestuarios. Florita hizo un globo con el chicle que mascaba. ¡Paf! Con el dedo, despegó un trozo de goma rosa estrellado contra su barbilla. Bueno, total, que cuando Florita llegaba al quiosco ya se habÃa puesto cachondona sólo de pensar en la sorpresa de Pepe y en lo que harÃa y dirÃa. ¿Y qué tal, Pepe?, se interesó Mari Loli, más por seguirle la corriente, por oÃrla contar, que no porque le fuera difÃcil imaginar la reacción del otro. Si empezaba a conocer a cabellos-largos casi mejor que al propio Manolo... Claro, Pepe le metió mano, incluso estando el quiosco lleno de clientes. Mujer, se defendió Florita ante el asombro de ella, detrás del mostrador tampoco se ve nada...
Casi suelta una carcajada.
â¿De qué te rÃes? âpreguntó Luis, abrazándola más estrechamente.
âDe nada.
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âBueno, las últimas âdijo Luis Miguel, arrastrando una montaña de cajas de cartón por su base.
A medida que las cajas se iban acercando a Mari Loli, la cima se tambaleaba más y más, hasta que por fin el monte se despeñó con un ruido hueco.
Luis Miguel se echó a reÃr. Ãse era capaz de reÃrse hasta de sus muertos, pensó Mari Loli. Se hizo con la caja que habÃa quedado más cerca de sus pies y con el cúter fue despegando los lados hasta desplegarla por completo. La colocó encima de las otras, ya desarmadas y reducidas a una pila de cartón. ParecÃa que no iban a terminar nunca con los malditos cartones. ¡Con lo mal que olÃan! La zona del almacén donde se guardaban siempre apestaba a vómitos. Cuando Mari Loli entraba ahÃ, en el primer instante le daban arcadas. Era un tufo dulzón, pegajoso, como a vómitos lácteos, a leche cuajada. Luego, una se acostumbraba. ¡Qué remedio! Si Jooose habÃa dicho que a desmontar cajas, pues a desmontar tocaban, y hacerse la remilgada no hubiera servido de nada. Para melindres estaba el encargado...
Por fin consiguieron terminar la tarea.
â Se acabó âdijo Mari Loli, sacudiéndose las manos.
âSÃ. Anda, vete si quieres. Ya las guardaré yo âdijo Luis Miguel, que conocÃa la aversión de ella por la zona de almacenamiento.
âGracias, guapÃsimo âcontestó Mari Loli.
Luis Miguel le guiñó un ojo, mientras arrastraba el primer montón.
Mari Loli fue a los vestuarios a lavarse las manos y luego se dirigió a la caja número dos. QuerÃa pedirle a Julita que, ya puesta, se quedase un cuarto de hora más, y ella lo aprovecharÃa para tomarse su rato de descanso.
âNo hay problema âdijo Julita.
Salió a la calle. No querÃa tomar ningún cortadito. En realidad, le apetecÃa lo mismo que casi cada mañana desde que Manu empezó a trabajar en la carnicerÃa: entrar y, con la excusa de ver a su hijo â¡vaya!, excusa a medias, porque era verdad que le interesaba contemplar con sus propios ojos cómo se estaba haciendo un hombreâ, con ese pretexto, de paso decirle hola a Luis. Cada dÃa se le hacÃa más acuciante el deseo de verlo y charlar con él.
La tienda estaba llena. A media mañana siempre era asÃ. HabÃa por lo menos ocho personas. Casi todas mujeres. Luis y Manu estaban inclinados sobre el mostrador. Luis despiezaba una carne roja. Utilizaba un cuchillo ancho y corto. Clavaba la punta debajo de la carne y la iba rasgando y despegando del hueso. Estaba muy concentrado en lo que hacÃa. Su cara reflejaba mucha atención, como si no quisiera equivocarse, como si estuviera pendiente del más mÃnimo detalle para no estropear ni una pizquita de buey. Asà era él. ¡Caray, qué hombre!
Manu estaba cortando una culata en filetes. Eso sà era una novedad, porque al principio Luis no le dejaba trocear las piezas, no tanto por miedo a que se lastimara, como porque, careciendo de experiencia, echase a perder un pedazo de buey, de ternera o de cordero... De modo que, si le habÃa dado permiso, serÃa que el chico habÃa aprendido, ¿o no? Total, que el chaval habÃa puesto la mano izquierda plana sobre la culata y ayudándose de la derecha iba separando los filetes con mucho tino, como si llevara toda la vida en eso. Después del corte, cogÃa el filete y lo dejaba sobre la báscula, encima de los demás, sobre un papel blanco.
La cara de Manu era distinta a la de Luis. Era de solicitud, sÃ, pero también de imprevisible placer. Como si cortar carne tuviera un encanto especial. ¿SerÃa que, por fin, habÃa encontrado algo que le apetecÃa ser en la vida? ¿O serÃa que cortar filetes lo excitaba? Una se morÃa muerta sólo de pensar que a Manu le gustara la carnicerÃa por estar metido entre sangre y cuchillos. Si ahuyentaba ese pensamiento, Mari Loli se sentÃa orgullosa de verlo allà tan serio, tan guapo, cumpliendo tan bien con su trabajo. Como si, de repente, su hijo se hubiera vuelto mayor y responsable. ¿PodÃa ser eso posible?
âMe ha dicho diez, ¿no? âpreguntó Manu levantando la cabeza y dirigiéndose a la persona que tenÃa delante.
Entonces la vio. Vio a su madre y torció el gesto. Hizo un movimiento con el hombro derecho, cuyo significado ella no comprendió. ¿Me habrá dicho hola?, se preguntó Mari Loli. Aunque también podÃa ser que la hubiese mandado a hacer puñetas. SerÃa lo propio, tratándose de él.
Alertado, Luis detuvo el despiece y levantó la vista.
âMari Loli âdijo.
Aunque se notaban sus esfuerzos por disimular delante de Manu, Mari Loli pensó que el tono le habÃa salido muy dulce. Demasiado. ¿Se darÃa cuenta de algo su hijo?
Luis se secó las manos con el trapo de encima del mostrador y salió a saludarla, pasando entre los clientes que esperaban turno. Cuando estuvo a su lado, le dijo en voz alta que se alegraba de verla y que si necesitaba algo.
âNo. Sólo he venido a decir hola âexplicó, pero al instante se dio cuenta de que sus palabras no sonaban como era debido, y añadióâ: También querÃa pedirle a Manu que, cuando vaya para casa, lleve una libra de costilla de cerdo.
Ya se le ocurrirÃa qué hacer con el cerdo. Unos macarrones, quizás.
âPues, muy bien, Mari Loli. Descuida que asà lo hará âle dijo Luis. Y, luego, como si sólo la fuera acompañando hasta la puerta, se puso junto a ella y, al llegar a la calle, le susurró de forma rápidaâ: Luego paso yo a verte.
Mari Loli se alejó unos pasos y allÃ, desde donde su hijo no podÃa verla ya a través del cristal, se paró para saludar una última vez al carnicero.
Al regresar a Cadena Dos, pasó por delante de administración y vio al Delirio hablando con Jooose frente a los albaranes, de espaldas a la puerta.
âVenga, Julita. Ya me pongo yo. Gracias.
âNo hay de qué ârepuso Julita cediéndole el sitio.
Florita estaba esperando el comprobante de una tarjeta de crédito, mientras observaba con preocupación una de sus uñas, que amenazaba ruina.
âOye âdijo olvidando la uñaâ. ¿Lo has visto?
â¿A quién? âpreguntó Mari Loli, ya metida a pasar productos por el lector del código de barrasâ. ¿Al Delirio?
âSÃ. Claro.
âMmm. Está en administración con Jooose.
âNo sé qué le has dado, hija. Ha estado un buen rato por aquÃ, remoloneando y preguntando por ti.
Aquella mañana la caja fue un continuo de gente. Se notaba que el mes pasado habÃa caÃdo la paga doble y la gente tenÃa dinero fresco. No habÃa forma de descansar ni dos minutos...
Hacia la hora de comer, la afluencia de gente fue disminuyendo y, por fin, cesó.
â¡Vaya mañanita! âse quejó Florita.
âDesde luego ârepuso Mari Loli, que sentÃa los riñones hechos polvo.
â¿Has traÃdo la foto? âpreguntó Florita.
âPues, sà ârespondió Mari Loli mientras se metÃa la mano en el bolsillo trasero del pantalón.
â¡AhÃ, va! ¡Qué guapa estás con esa falda negra y los zapatos de tacón alto! Bueno, venga que te escribo lo que necesitan saber en el concurso.
Mari Loli le fue dictando su dirección y teléfono, su especialidad âel baileâ y su canción â
¡Ay, cosita linda!
â. Luego la metieron en un sobre, que ya Mari Loli traÃa preparado de casa.
âY que no se te olvide tirarla, ¿eh? âdijo Florita.
Pero se le olvidó. No sólo aquel dÃa, sino los siguientes y luego, ya con todo el follón que se armó, no volverÃa a acordarse hasta septiembre, cuando ya «Usted es nuestra estrella» habÃa dejado de interesarle. Entonces, tirarÃa el sobre a la basura.
âHola.
âHola, Luis.
â¿Me permites un momento? Quisiera hablar dos minutos con Mari Loli.
âAdelante, adelante âdijo Florita.
Mari Loli no le habÃa contado a Florita cuánto habÃa avanzado su historia con el carnicero. No le habÃa dicho que habÃan salido al bingo, a bailar, a cenar... Pero, vaya, Florita no era tonta, y era normal que sospechase algo. Aunque a ella no le importaba que su compañera se enterase. Mientras su hijo siguiera en Babia... Bueno, ¿seguir en Babia de qué? Tampoco era tanto lo que habÃa ocurrido: besar a un amigo no era el fin del mundo.
Se alejaron los dos de la caja.
âMari Loli, querÃa decirte dos cosas.
âA ver, la primera.
â¿Empiezo por la buena o por la mala?
Mari Loli lo pensó dos segundos. Mejor la mala, ¿no? Asà luego le quedarÃa el buen sabor de la otra.
Luis le dijo que, desde los inicios de Manu trabajando en la carnicerÃa, ella habÃa ido cada mañana a verlo.
â¿A ti o a él? âpuntualizó Mari Loli.
âNo sé. Tú sabrás.
âBueno, un poco a cada uno.
Eso era precisamente lo que querÃa decirle, que no le parecÃa bien que ella entrase cada mañana, sobre todo por el chaval.
âVerás, al final se va a sentir vigilado.
âNo, si yo no lo hago por controlar...
Daba igual cuál fuera la razón. El caso era que al chaval no le podÃa sentar bien de ninguna de las maneras. Que la carnicerÃa no era un colegio...
â¿Entiendes qué te digo?
Mari Loli dijo que sà con la cabeza. TenÃa un nudo en la garganta. Suerte que él estaba en todo.
âNo te has enfadado, ¿verdad?
Dijo que no, otra vez moviendo la cabeza. ¡Cómo iba a tomarse a mal una advertencia de Luis en favor de su hijo! Si debÃa de habérsele ocurrido a ella solita, ¿verdad?
El carnicero insistÃa. El chaval estaba encantado con el trabajo y con la tienda y con Luis mismo. Y él, Luis, con el chaval. Lo mejor serÃa que ella tuviera confianza y no anduviera por allà a cada instante.
Bien. De acuerdo.
âPero entonces, ¿cuándo nos vemos tú y yo?
â¿Sabes? Ahora que tengo un ayudante al que puedo dejar algún ratito solo, podrÃamos ir a desayunar, cada mañana, durante tu cuarto de hora de descanso.
âDivino ârepuso Mari Loliâ. ¿Ãsa era la buena?
âNo. Eso se me acaba de ocurrir sobre la marcha. La buena es si quieres ir a cenar a mi casa el próximo fin de semana.
¡Qué ilusión! Pues claro que tenÃa ganas, muchÃsimas. ConocerÃa su casa. Aunque...