Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
Se sentaron en un banco de madera a llorar las dos. Al cabo de un rato, Estrella se secó las lágrimas, miró la noria, que seguÃa gira que te gira, y dijo:
âNo lo puedo entender... No puedo entender cómo, estando Julio muerto, todo sigue funcionando igual que siempre. Por ejemplo, esta noria. Cuando una tiene un dolor tan terrible, parece imposible que la vida siga, sin alterarse ni un poquito.
Mari Loli comprendió bien lo que querÃa decir.
Lo enterraron al dÃa siguiente. Daba una pena tan grande aquella cajita blanca. Todos lloraban menos Estrella. ParecÃa haber vertido todas las lágrimas bajo la noria verde y blanca. HabÃa recuperado esa expresión terca y ceñuda que sólo Julio habÃa conseguido borrar durante los meses que vivió.
La tarde era gris y frÃa. Estuvo chispeando todo el rato y, cuando abandonaron el cementerio, estaban calados. Paco y Estrella se fueron juntos, uno al lado del otro, aunque sin tocarse ni darse consuelo. Pero, a la hora, Estrella se plantó en la casa familiar con sus cosas metidas en una bolsa de lona.
âHe dejado a Paco âdijo.
No pudo añadir más, no la dejaron. Su madre gritaba:
â¡¿Cómo has podido hacer eso?!
âPorque era...
âDa igual lo que fuera. Las mujeres estamos para aguantar.
Su padre gritaba muchÃsimo más:
âPuta, más que puta. Te vas a ir de esta casa. No quiero volver a verte.
Y se fue. Se instaló en una pensión. Desde aquel dÃa, Marcelino y Angustias no se hablaban con Estrella.
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Cuando le abrió la puerta seguÃa con la misma sonrisa luminosa de aquel sábado en que le tiñó el pelo. ¡Caray!, ese novio debÃa de ser una perla para durar tanto y ponerla asà de radiante. HabrÃa que cruzar los dedos para que no se le echase a perder.
Desde luego, su hermana tenÃa estilo, no se podÃa negar. Aunque no fuera muy arreglada, su desaliño no era feo ni vulgar. Tampoco era postizo ni estirado. No. Era natural y hasta airoso. Lo que a Estrella le salÃa del alma. ParecÃa que no le costaba ningún esfuerzo. Estaba divina incluso con unos vaqueros lavados mil veces, un jersey con los puños desbocados, porque siempre se subÃa las mangas hasta la mitad del antebrazo y, claro, los agrandaba, y unos botines de ante negro. Para salir a la calle, hiciera el tiempo que hiciera, se ponÃa una chaqueta de cuero negro, gastada de tanto uso, pero que le daba un aire muy interesante. Y en la boca siempre un cigarrillo negro. Eso era lo menos elegante, no porque fumar a una le pareciera poco fino, sino porque acercarse a ella era como estar junto a un cenicero repleto de colillas aplastadas el dÃa anterior. ¡Pestilentes! En fin, pero ella no lo podÃa dejar, decÃa. El pelo de Estrella era castaño, con rizos grandes y suaves. Se lo dejaba largo para llevarlo suelto cuando querÃa estar despampanante y alucinar al personal, que ya se sabe, decÃa Estrella, las melenas ayudan un montón a ligar, que los hombres son, en eso, muy clasicones. Pero luego le molestaba tanto pelo revoloteando por la cara, y con un lápiz o lo que tuviera a mano lo recogÃa en un moño. También le quedaba muy bien. Casi mejor, según el parecer de Mari Loli, porque le dejaba a la vista esa cara tan especial. No era guapa, de acuerdo, pero tenÃa ángel: unos ojos marrón oscuro, debajo de unas cejas estupendamente dibujadas. Bien es verdad que las limpiaba un poco para darles buena forma. Los pómulos muy altos, las mejillas hundidas, como las top models esas que casi parecen a punto de morir de hambre. Los labios gruesos, prietos y redondeados, como dispuestos siempre para echar un beso al aire. Y lo único que fastidiaba el conjunto era ese gesto áspero y severo que se le habÃa puesto cuando su boda por penalti con Paco, que habÃa ido de mal en peor después de la muerte del niño y que habÃa resultado ya imborrable con los problemas de dinero y trabajo que le cayeron encima después. Los novios de quita y pon le mejoraban el humor a ratos, pero no siempre.
âCaray, hijo, no esperaba verte âdijo Estrella, que estaba abrazando a Manolo en la entrada de la salita.
âPues, mira, tú ârespondió el otro sin dejar de sobarlaâ. ¿Te pongo algo para beber?
â¡Eso! âEstrella se liberó de los tentáculos de su cuñado.
Mientras Manolo se ocupaba de Estrella, Mari Loli se fue a la cocina para acabar de recoger los cacharros de la cena. ¡Qué grandÃsima suerte, contar con las manos de Estrella! Con la gracia que tenÃa... Su hermana era como dice el refrán: perro ladrador, poco mordedor. Mucha brusquedad, pero en el fondo, un encanto. Lástima que lo disimulara. Ni siquiera sus novios de usar y tirar debÃan de llegar a enterarse. Con esa manÃa que le habÃa dado después de lo de Paco, pasaba de puntillas y bien rapidito por la vida de todos ellos. Eso sÃ: siempre tenÃa algún hombre a mano. Mujer, si encontrar un tÃo para follar es facilÃsimo; ¿no ves que a eso se apuntan todos? Mari Loli lo dudaba. Tal vez lo pretendÃan con alguien como Estrella, pero por fuerza debÃa de ser distinto con una gorda y correosa. ¿O no? Mari Loli no lo podÃa jurar; nunca lo habÃa intentado. Lo que sà tenÃa claro era que Estrella se perdÃa una parte muy importante de la vida. Porque follar era fenómeno, de acuerdo, pero follar enamorada... ¡eso era la lechenbote!
Apareció Estrella con un vaso de whisky en una mano y un cigarrillo encendido en la otra.
âOye, ¿tienes un poco de hielo? âMeneó el vaso indicándole para qué lo querÃa.
âNo tengo cubitos, pero sà agua fresca. ¿Quieres?
Estrella asintió con la cabeza. Cogió la jarra que le tendÃa su hermana y diluyó un poco la bebida. Agitó el vaso. Antes de beber el primer trago, ahogó un bostezo.
âSi estás cansada, lo dejamos para mañana o el domingo...
âNo. No voy a poder.
â¿Trabajas mañana?
âEstoy libre. Pero me largo todo el fin de semana.
Estrella se apartó para no estorbar a Mari Loli, que barrÃa. Se apoyó en el quicio de la puerta, bebió un trago y dio una chupada al cigarrillo. La observaba sin decir nada. Luego, Mari Loli fregó y, al terminar, fue al baño a vaciar el cubo. Al regresar a la cocina, se encontró a Manolo charlando con Estrella.
â¿Qué, guapa? ¿A que estaba rico el whisky que te ha puesto tu cuñadito? âle decÃa.
âBuenÃsimo. Como tú, vamos.
Montones de canicas cayendo por las escaleras. Manolo se reÃa con ganas. Mari Loli, embobada, escuchaba a su marido y, antes de que tuviera tiempo de retenerlo, éste entró en la cocina a servirse una cerveza.
âManolooooooo...
â¿Qué coño pasa?
âEl suelo está mojado, joder.
Manolo soltó un bufido y cerró el frigorÃfico de un portazo.
âMira que eres pesada, ¿eh? ¿A que es un latazo? âpreguntó a Estrella, que bajó la vista para mirar su vaso de whisky. Como no obtuvo respuesta de su cuñada, siguióâ: ¿Es que no va a poder uno beber una cerveza cuando le apetece? Si lo que quieres es que me vaya, avisa.
Salió con la cabeza alta echada para atrás, y el gollete de la botella apoyado en los labios. Bebió un trago largo de cerveza y pasó por delante de las dos sin mirarlas.
Sobre las baldosas de la cocina habÃan quedado, impresos en negro, los diamantes de sus suelas de goma. Mari Loli los frotó con la fregona todavÃa húmeda.
âAnda, vamos âle dijo Estrella dejando el vaso vacÃo en el suelo, junto al ceniceroâ. Luego lo entraré a la cocina.
Se fueron al baño.
Mari Loli habÃa sido atacada de nuevo por el miedo. Las canicas de Manolo rodando por los peldaños habÃan puesto en marcha la mano frÃa, por debajo del corazón. ¡Ya empezaba otra vez! No podÃa respirar, se ahogaba. Inspiró y espiró con fuerza. A ver si lograba deshacer la cuerda que le estrechaba el pecho.
â¿Qué te pasa? âpreguntó Estrella sin dejar de frotarle la cabeza.
âNada.
â¿Nada? Pues, hija, respiras como si te faltara el aire.
Empezó a cortarle el pelo sin añadir palabra, aunque Mari Loli seguÃa respirando con dificultad. ¡Menuda era la mano frÃa del pecho! ParecÃa mentira que sólo con sentir ese miedo tan aterrador, la mano se pusiera en movimiento. Y el corazón brincaba y brincaba como la maldita lavadora en los centrifugados.
âLevanta la cabeza âle ordenó Estrella desde detrás, mientras con los dedos le alzaba la barbilla firmementeâ. Y ahora no te muevas.
De espaldas a Estrella y con el perfil inclinado hacia el techo, Mari Loli no podÃa ver a su hermana directamente, pero contemplaba su imagen en el espejo colgado sobre el lavabo. Estrella separaba un mechón de cabellos con el peine, tomaba la medida de lo que sobraba respecto al anterior, y cortaba unos dos centÃmetros. Luego volvÃa a empezar con un nuevo mechón. Las manos, el peine, las tijeras se desplazaban con celeridad y precisión.
âNo te muevas.
âNo me muevo.
âClaro que sÃ. Cada dos por tres bajas la cabeza.
Mari Loli fijó la mirada en el espejo, sobre el rostro de su hermana. Y vio sus pendientes. No los recordaba. Bueno, ahora que caÃa, lo que no recordaba era haber visto nunca a Estrella con pendientes. No, efectivamente. Ãsos no estaban mal: eran dos criollas pequeñitas, y en cada una, una piedra que lanzaba destellos. ¿SerÃa un brillante? ¡Anda! ¡Valiente tonterÃa! ¡Cómo iba Estrella a comprarse unos brillantes, con la pasta gansa que costaban! Claro que a lo mejor no se los habÃa agenciado ella misma sino que se los habÃa dado el fulano con el que se lo montaba últimamente. Pues, si eran brillantes de verdad, él debÃa de estar forrado ¿Dónde podÃa haber conocido Estrella a un tipo rico? ¿En La PeluquerÃa tal vez? Quizás. A fin de cuentas, La PeluquerÃa no era sólo de mujeres. Era un salón de belleza unisex.
âBaja la cabeza. âEstrella la obligó a mirarse los pies empujándole la coronilla. ¡Huy, cómo le dolÃa la nuca!
De pronto, ¡zas!, como un fogonazo. ¡Toma!, ¿cómo no habÃa caÃdo antes en ello? Seguro que la A que Angelines llevaba colgada del cuello era un regalo de Manolo. El paquetito que ella habÃa descubierto en un cajón de la cómoda. ¡No te fastidia!
Del susto, Mari Loli casi se traga un mechón de cabellos.
â¡Oye! Que te estés quieta, hija, que pareces una criatura.
Mari Loli se quedó petrificada, viendo cómo sobre su falda y junto a sus zapatos se iban arremolinando los mechones. Eran pelos curvados, apelmazados unos con otros por la humedad. Cuando llevaban un rato en el suelo, se secaban. El aire que provocaban los pies de Estrella al moverse los hacÃa revolotear. La A de Angelines y la madre que la parió. ¡Es que no la podÃa aguantar! Se le llenaron los ojos de lágrimas.
âLevanta la cabeza.
Estrella se puso frente a su hermana para comprobar si el pelo, a ambos lados de la cara, tenÃa la misma longitud.
âOye, ¿estás llorando?
Mari Loli no contestó. Bajó la cabeza y las lágrimas rodaron por su cara hasta despeñarse sobre las manos, que reposaban, cubiertas de pelos, en sus rodillas.
â¿Qué te pasa, niña? ¿Te encuentras mal? ¿Estás triste? ¿Tienes algún problema?
Estrella, todavÃa con el peine y las tijeras en la mano, se sentó en el borde del polibán.
âAnda, cuéntamelo âpidió en un tono zalameroâ. Deja que te ayude.
Mari Loli ahogó un sollozo, se cercioró de que la puerta estaba bien cerrada y se secó las mejillas con las manos. Infinidad de minúsculos pelillos quedaron adheridos a su piel.
âEspera, espera. Te los vas a meter en los ojos âdijo Estrella, viendo cómo intentaba limpiarse.
Enchufó el secador y dirigió el aire al rostro de su hermana.
âAhora, cuenta âle dijo.
Mari Loli se lo soltó como habÃa hecho con Angelines. Sin preámbulos, sin circunloquios, tal cual y de buenas a primeras. Estrella se quedó tan pancha, como si por aquà le entrase y por allà le saliese.
â¡JolÃn! Me habÃas asustado con tanta llorera. CreÃa que era algo grave.
¿Te parece poco?, quiso decirle Mari Loli, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta por la inopinada respuesta. Ella esperaba comprensión de su hermana.
Estrella siguió hablando. Ya se sabÃa que estas cosas pasaban y no era el fin del mundo. ¿O sÃ? La ciudad estaba llena de parejas con el mismo problema. ¿Se daba cuenta de que era mucho más práctico no poner todos los huevos en la misma cesta? Es decir, que sus teorÃas respecto a no enamorarse de un hombre, a no comprometerse a fondo, eran de lo más acertadas. Además, ¿no le habÃa dicho que llevaban sin hacerlo desde antes de nacer Anabelén? Pues, mujer, ya podÃa haberse imaginado que Manolo se lo iba a montar por ahÃ.
â¡Rediós, Estrella! âcontestó Mari Loli, picadaâ, que una cosa es montárselo por ahà y la otra, tener un cuelgue de adolescente.
Estrella se quedó un momento ensimismada antes de contestar. Luego dijo:
âEres pánfila como cuando tenÃas quince años, hija. Pues ya te podÃas figurar que un dÃa u otro podÃa ocurrir, ¿no? Además, vamos a ver, ¿te parece muy distinto?
SÃ, claro que le parecÃa distinto.
âPero yo sigo enamorada de él, ¿sabes?
Estrella hizo un gesto brusco con el peine y exclamó en un tono airado: