Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
âMe da pena verte triste.
Mari Loli se limpió la cara.
âPues, venga. Ya pasó todo. Anda, come.
Tragaron con prisas y en silencio. A MarÃa le ocurrÃa lo que a ella: una pelea, un desengaño, un contratiempo, una desgracia les abrÃan desmesuradamente el apetito. Como si comer las tranquilizara.
Mari Loli se echó hacia atrás en su silla y pensó en la traidora de Angelines. Se necesitaba poca vergüenza para conseguir arrancar a Manolo de su propia casa. SerÃa... ¡Bueno!, ¿pero cómo no se le habÃa ocurrido antes? Que Angelines llamara a su casa tan tranquilamente sólo podÃa significar que estaba sola en la suya, sin José Antonio, probablemente ocupado en un servicio. Entonces ¿habrÃa ido Manolo al adosado? ¡Seguro! EstarÃan allà los dos solos, tan ricamente, mientras ella lo pasaba fatal... Pues lo iba a comprobar. ¡Vaya que sÃ!
âAnda, MarÃa, recoge la mesa, que voy a hacer una llamada.
Se metió en su habitación y cerró la puerta. Marcando el número, imaginó a Manolo en aquella cama de floripondios contemplando a Angelines como si fuera única âsi lo sabrÃa ella, que aún recordaba esa mirada encendidaâ, como si estuvieran solos en el mundo y no existieran las Marilolis o los Pepeantonios... Se sucedÃan los timbres intermitentes del aparato, y pudo ver el sobresalto de los dos amantes. ¿Quién será?, preguntaba la bobalicona de Angelines. Contesta, decÃa Manolo, dándole un cachete en una nalga. ¡Joder!
â¿Diga?
¡JolÃn, qué susto! Eso no lo esperaba. Ni por casualidad se hubiera figurado que iba a contestar José Antonio. Tardó unos segundos en recuperarse.
â¿Diga? ârepitió el hombre con urgencia.
âHola. ¿Puedo hablar con Angelines?
âHola, Mari Loli. Angelines no está en casa.
¿Que no estaba en casa? Entonces... ¿ella y Manolo no retozaban en la cama de floripondios? ¿Dónde, pues? Además, ¿José Antonio no tenÃa servicio? ¿Eso querÃa decir que la caradura de Angelines se fugaba delante de los propios ojos de su Pepe Antonio? ¡Quién lo iba a decir! La mosquita muerta, la tontorrona de Angelines era una embustera pasmosa.
â¿No está? âfue todo lo que se le ocurrió.
âNo. Ha ido al hotel a sustituir a Mari Carmen, la del turno de noche, que tenÃa enfermo a uno de los crÃos.
âAh, vaya.
¡Anda! ¿Se estarÃa confundiendo y Angelines no era la embaucadora que le habÃa puesto la zancadilla a Manolo? Pero, entonces, ¿quién era?
âMañana le digo que te llame.
âBueno, no importa. No era nada. La llamaré yo cuando pueda.
Colgó el auricular con la mano blanda. Se quedó sentada en la cama. ¡Caray! ¡Qué injusta habÃa sido con su amiga! Mira que figurarse que era el pendón que habÃa enamorado a Manolo. Se sintió avergonzada. Si alguna vez Angelines llegase a averiguar todo lo que le habÃa pasado por la cabeza... Suerte que los pensamientos no pueden leerse, ¿verdad? ¡Qué espanto si Angelines hubiera podido hurgar en su cerebro! ¡Uf! SentÃa arder las mejillas por haberse figurado escenas de amor entre los dos, e incluso que la A de oro habÃa sido un regalo de Manolo... ¡Qué mala amiga si desconfiaba a la primera!
Se sintió llena de gratitud hacia Angelines. La mano frÃa se esfumó, y en su lugar un calorcillo agradable se extendió por su pecho.
TenÃa que hablar con ella inmediatamente. No para pedirle disculpas. ¡Por supuesto que no! Sólo para oÃr su voz, para cerciorarse de que seguÃa contando con su cariño incondicional.
Marcó el número de El Arte.
âHotel El Arte. Buenas noches. Le atiende Mari Carmen. ¿En qué puedo servirle?
â¿Angelines? âEl nombre de su amiga, agazapado en su garganta a punto para salir volando, se le disparó sin que ella pudiera llegar a frenarlo al percibir el timbre de una voz distinta y al conocer la identidad de esa voz. O sea, ¡que no era su amiga la que estaba haciendo el turno de noche!
âAngelines no está. Soy Mari Carmen. ¿Puedo ayudarla en algo?
âSoy una amiga de Angelines. QuerÃa hablar con ella âdijo, aunque sabÃa estéril su insistencia.
âNo está. Ella hace el turno de mañanas. La encuentra a partir de las ocho. ¿Le dejo algún recado?
âNo. No hace falta. Yo la llamo.
Colgó despacito, como si todavÃa Mari Carmen pudiera rectificar la respuesta. Permaneció sentada en la cama, con los brazos colgando a ambos lados del cuerpo, respirando trabajosamente. ¡Caray, caray! ¿No querÃa confirmar sus sospechas? Pues ya estaba. Ahora ya no existÃa ni la menor posibilidad de creer en la inocencia de su amiga.
¡Vaya nochecita le dieron! Su marido, que ya no regresó, claro. ¡Menudo servicio se estaba marcando! Uno completo a Angelines, naturalmente. Su amiga, que, despreciando su relación de años, se liaba tan tranquilamente con Manolo. Y, para acabar, su hijo, que a saber dónde se habrÃa metido hasta las tres de la madrugada, hora en que le oyó abrir la puerta. ¿Dónde habrÃa estado pendoneando tantas horas? MarÃa creÃa que en el salón de realidad virtual.
Pasó la noche yendo de la cama a la cocina. A beber un vaso de leche, a comerse un trozo de pan, a cortarse una rodaja de chorizo. En la cama daba vueltas y más vueltas imaginando dónde podrÃan haberse metido, qué estarÃan haciendo. EncendÃa la luz, miraba la hora. La noche era inacabable. Se levantaba otra vez a echarles un vistazo a las crÃas, que dormÃan como ángeles. De nuevo, se metÃa en su cama, de sábanas revueltas. Lo mejor serÃa descansar un poco, ¿no? Se daba la vuelta, agarraba la almohada, cerraba los ojos con firmeza. Se ponÃa boca arriba, mirando hacia el techo en la oscuridad. Desde luego, como no durmiera un poco, su cuerpo no iba a resistir. Estrella llevaba razón: tenÃa que ser capaz de tomárselo con calma. ¿O quizás lo más acertado serÃa echar un casquete? Estrella insistÃa tanto... La verdad, no estarÃa nada, nada mal. Le pondrÃa el cuerpo a tono, se sentirÃa más persona y no como un mueble. Aunque ¿con quién? ¿Dónde encontraba ella a alguien dispuesto? No sabÃa ni cómo empezar a buscar. Además, se morÃa de miedo sólo de pensar en un cuerpo distinto al de Manolo, y en otras manos, y en otra boca... ¡Ay!, habrÃa que ver si serÃa capaz.
Cuando la alarma del despertador se disparó, no podÃa creer que fuera ya la hora. ¡Si estaba molida! Luego, todo el dÃa anduvo como una sonámbula.
A pesar de no tener la cabeza despejada para nada, de sopetón se le ocurrió una idea. Aprovechó el rato en que Jooose la mandó a limpiar los vestuarios para llamar a Angelines. No sabÃa muy bien para qué. Quizás para que Angelines desmintiera lo que habÃa ocurrido, para poder creer que se trataba de un simple malentendido, que... O no. Para pescarla en algún embuste, para echarle en cara su desfachatez, para decirle que estaba al tanto de todo...
âHotel El Arte. Buenos dÃas. Le atiende Angelines. ¿En qué puedo servirle?
â¿Angelines?
âHola, Mari Loli...
¡La muy fresca! Hola, Mari Loli. Como si nunca hubiera roto un plato, como si fuera la mismÃsima inocencia. ¿Tal vez sà lo era?
â... Pensaba llamarte...
¿Ah sÃ? Ya le gustarÃa a una saber si eso era verdad. Y pensaba llamarla ¿para contarle qué?
â... Me ha dicho José Antonio que ayer por la noche llamaste.
âSÃ. Y no estabas.
¡A ver! ¡A ver qué contestaba ahora!
âNo... Sustituà a Mari Carmen en el turno de noche...
âYa...
Mari Loli no se vio capaz de más. De pronto se sintió muy cansada y con ganas de colgar el teléfono. Total, ahà se habÃa quedado casi por completo sin Manolo, y por completo sin amiga.
âBueno... ¿qué querÃas?
âNada importante. Saber cómo andas.
âPues bien... Oye, un momento, que tengo otra llamada.
Violines frenéticos.
Mari Loli aprovechó la pausa musical para colgar.
Anduvo todo el dÃa cayéndose de sueño. Se equivocó dos veces con el cambio. Esparció varias monedas de cien al romper el paquetito contra el canto del cajón. Sin miramientos, agarró un paquete de azúcar por la etiqueta, y el papel se rasgó desparramándose el contenido encima del lector del código de barras. Y no se durmió sobre su alto taburete de cajera porque la sostuvo el coraje, la indignación que rebullÃa en su pecho cada vez que se acordaba de su marido y su amiga, aquel par de desgraciados. Desde luego, lo que le hubiera gustado pillarlos en vivo y en directo para que no pudieran negarlo. Pero a saber dónde lo harÃan...
âNo, señora, no se venden por separado. Tiene que llevarse las diez cajas.
¡HabÃa algunas que se pasaban de listas, desde luego! Bueno, a lo que iba, no tenÃa ni remota idea... ¡Calla!, como no fuera... ¡Pues claro! Lo tenÃa delante de las narices y, como una boba, sin enterarse. Se lo montaban en el camión, fijo. Allà lo habÃan hecho Manolo y ella muchas veces, cuando eran novios y no tenÃan dónde. Pues ahora Manolo llevaba allà a la otra. Fijo que sÃ. El camión era fenómeno. Si lo sabrÃa ella, aunque llevara siglos sin pisarlo. Sólo con imaginarse a Angelines en el remolque, le daban retortijones. ¡Caray!, asà se ahogara con el polvo acumulado en las mantas de lana abandonadas allà desde hacÃa una eternidad. Bueno, con lo puesta que era Angelines, igual las habÃa mandado al tinte. La podÃa ver andando por la calle, cargando con una bolsa grande, la amapola hecha gaseosa. Pues eso, irÃa hasta el camión, los pillarÃa en plena faena. El camión, el camión... ¡Jope!, no podÃa creer que se metieran en él estando en el garaje con el resto de la flotilla. Hubiera sido raro, ¿o no? Eso de entrar en el garaje a escondidas... Además, siempre estaba el vigilante con el enorme perrazo. Claro que Manolo podÃa colarse en la cochera fingiendo un servicio, pero entonces no podÃa quedarse allÃ. ¿Qué le iba a decir al de seguridad? Oiga, mire, que voy a echarle un polvo a ésta. No. Imposible. Entonces, ¿dónde? Como no fuera en algún área de servicio de la autopista. Vaya, eso debÃa de ser. Sacaba el camión del garaje, lo aparcaba cerca de Barcelona... y a vivir que son dos dÃas. ¡Manda narices! Y, si les sobraba tiempo, igual iban a cenar a algún restaurante o entraban en una sala de fiestas a bailar. TenÃa que averiguarlo. Pero ¿cómo...? ¡Decidido! Le pedirÃa a Estrella que la acompañase al área de servicio donde la mayorÃa de camioneros paraba. Eso lo sabÃan todas; allà era donde gastaban el tiempo libre acumulado durante el viaje. Manipulaban los tacómetros para que la empresa no se diera cuenta de que circulaban por encima de la velocidad permitida y de que conducÃan más horas de lo establecido, y por si les paraban los maderos, que todo estuviese en regla.
âNo. Yo no te acompaño. Que me parece una guarrada eso que quieres hacer.
âAnda, Estrella, por favor. Sin coche no puedo ir hasta allÃ.
âQue no. Una cosa es que Manolo me parezca un cabrón. Simpático y guapo, pero cabrón, al fin y al cabo. Y la otra es que hagas algo asÃ... Además, ¿a ti qué más te da?
â¿Cómo que qué más me da?
âQuiero decir, saber quién es ella.
âYa sé quién es ella. Es Angelines. Estoy segura.
âBueno. Lo supones.
âVamos, Estrella. No querrás que tome un taxi, ¿no? Además, me costarÃa una pasta que no tengo.
Discutieron todavÃa un buen rato, hasta que, al fin, Estrella cedió. HabrÃa que esperar el domingo de un fin de semana que Manolo tuviera servicio.
â¿Y si lo tiene de verdad y no lo pillamos?
âMala suerte.
Al rato de colgar, el dolor en las cervicales se hizo tan intenso que por un momento las sintió como si se hubieran convertido en un bloque rÃgido. Como si su nuca no tuviera movilidad. Lentamente, ladeó la cabeza, que crujió. Entonces recobró la capacidad de moverse. Cada dÃa estaba peor. TendrÃa que ir al médico. Aunque, bueno estaba todo como para perder el tiempo en el seguro. En fin...
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âY le digo tráete del quiosco una revista guarra... Bueno, no una cualquiera, sino la más guarra, ¿sabes? Y ya para cuando él llega a casa, estoy yo mojada hasta las ingles, tengo más humedad en las bragas que si me las hubiera puesto recién lavadas. Porque yo soy asÃ: que me pongo a pensar en eso y, a los cinco minutos, estoy que me salgo. ¿A ti qué es lo que más te gusta: antes, mientras o después? ¡Ay, hija!, no pongas esa cara... SÃ, ya sé que tú y Manolo no lo hacéis desde lo menos mil años, pero te sonará aún, ¿o no? Pues a mÃ, me gusta todo: antes, durante y después. Antes, oye, me ocupa todo el cerebro... que ya no sé si mi tarro se ha convertido en un chumino o si pienso con el chumino. Vamos, que lo hago todo como una zombi. ¿Que tengo que devolver el cambio? Pues, suerte de esas cajas tan modernas que solitas lo cuentan, porque yo voy ciega y no me acuerdo ni de restar, porque estoy con la polla de Pepe metida en el cerebro. Bueno, el cerebro es un decir, claro, porque donde ya la estoy notando es entre mis piernas. ¿Y sabes qué te digo?, que ni siquiera Jooose con su mala leche es capaz de hacerme aterrizar. ¿Cómo te crees tú que le aguanto las broncas a ese mamón sin comerme la moral? Por aquà me entran y por aquà me salen. A lo mejor, si follara más, no tendrÃa tanta mala hostia, ¿no te parece? FÃjate, fÃjate en la cara que trae el tÃo, si seguro, seguro que no se come un rosco desde hace lo menos dos mil años. Ya está, ya me mira con ganas de montarme un pollo, verás cómo...