Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
¿Y qué más hacÃa Estrella aparte de trabajar como una energúmena? Lo primero, el inglés. Estrella decÃa que sin inglés una no podÃa ya ir por el mundo. Ya serÃa menos, ¿no?, pensaba Mari Loli, porque, a ver, ¿no iba ella con sus treinta y seis años tan tranquilita por la vida sin saber una palabra de inglés? Además, ahora mismo habÃa empezado otro curso: de maquillaje permanente. ¿Pero, hija, todavÃa más estudios?, habÃa dicho Mari Loli, nada convencida de que todo eso fuera fundamental. Ay, reina, ¿no te das cuenta de que en mi profesión hay que estar al dÃa? Que no paran de salir cosas nuevas... Oye, ¿y de qué va eso?, le preguntó Mari Loli. ¿Tú has visto alguna vez un tatuaje?, dijo Estrella. ¡Toma si habÃa visto...! Como que lo habÃa aprendido con la propia Florita, una vez que estaban solas en los vestuarios de Cadena Dos.
â¿Quieres ver una travesura? âle preguntó guiñándole un ojo.
Y antes de que tuviera tiempo de contestar, ya se habÃa arrimado Florita a la puerta, sujetándola con un pie, no fuera a venir alguien y entrar por sorpresa. Abrió la cremallera del vaquero, se bajó el pantalón hasta dejar al descubierto las nalgas, sin ninguna braguita que las tapase, sólo separadas por una cuerdecita perdida en medio de las dos.
âMira âle dijo al tiempo que echaba la cadera hacia un lado.
La nalga salió también hacia afuera. Puso un dedo sobre algo que ella misma no podÃa ver y que Mari Loli observó con atención. Era un dibujo...
âOye, acércate a la luz, que no veo bien âle pidió.
Florita, sin dejar de mantener la puerta atrancada con el pie, se acercó un poco a la zona iluminada del vestuario.
â¿Lo ves ahora? Es un tatuaje. Me lo hice la semana pasada, como regalo de cumpleaños para Pepe.
Dibujada en negro sobre su piel aún de niña, se veÃa una lengua larga y babeante que se acercaba, golosa, al centro de las dos nalgas, donde se perdÃa la cuerdecita. ¡Joder con el tatuaje!
â¿Y qué dijo Pepe?
âDecir dijo poco, pero hacer... âcontestó Florita mientras se subÃa los pantalones.
Luego le contó cómo le habÃan marcado la lengua.
Pues ésa es la idea del maquillaje permanente, repuso Estrella, sólo que en lugar de tatuar lenguas en la piel, tatuamos el perfil de los labios o una raya sobre los párpados. Mira, tú, qué ingenioso, que las ricas, si querÃan, traÃan pinta de top models ya de buena mañana, recién salidas de la cama. Pues eso era lo que estaba estudiando ahora mismo Estrella, dos mediodÃas a la semana. Porque, en realidad, lo que su hermana llevaba entre ceja y ceja era montarse un chiringuito de belleza en su piso. Por esa razón, Estrella ponÃa siempre mucho cuidado en no malgastar. ¡No malgastar...! JolÃn, la vida era aburridÃsima si una siempre andaba preocupada por gastar dinero sólo en lo realmente esencial. Mari Loli se fijaba mucho en los precios porque no le quedaba otro remedio. De haber vivido sola, sin niños... se hubiese vuelto una manirrota. Se hubiera comprado tres pares de zapatos de tacón de aguja para resultar más esbelta, y un abrigo de capa que disimularÃa sus kilos, y un perfume... o mejor, dos: uno para cada dÃa y otro para los dÃas de fiesta. Total, que Estrella metÃa en el banco todo lo que ganaba, para poder independizarse, que decÃa ella. ¡Qué manÃa con lo de ser independiente! ¿Qué quieres? ¿Que me vuelva a pasar lo que me pasó de jovencita?, soltaba resoplando. No, claro que no. Aquello fue una pasada. Lo recordaba a veces y pensaba: qué mala suerte ha tenido, la pobre.
Ella, Mari Loli, tenÃa quince años y Estrella, diecisiete cuando empezó el follón. Asà que Diego debÃa de ser un chavalÃn que andaba por los siete.
Estrella entró en la habitación compartida por las dos en el piso de sus padres. Mari Loli ya estaba en la cama porque no se encontraba muy bien; tenÃa el mes. En seguida se dio cuenta de que algo andaba mal, de que Estrella tenÃa algún problema serio de verdad. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos como si hubiese llorado durante horas. ¿Se habrÃa peleado con Paco? La verdad, nunca habÃa visto a su hermana llorar por un tÃo âbueno, por casi nadaâ, asà que la pilló de sorpresa. No preguntó, porque, conociéndola, sabÃa que le hubiera pegado un corte. Que Estrella era muy suya. Mejor esperar un desahogo voluntario. La observó desnudarse con un cigarrillo entre los dientes.
Estrella no se quitó las bragas. Se puso la camiseta de algodón de manga larga que utilizaba como pijama. Se sentó en su cama mirando hacia adelante sin ver, con una expresión tan triste... Más aún, parecÃa estar ahogándose en la desesperación. Con la colilla del cigarrillo todavÃa humeante encendió otro. Aspiró, tragó el humo muy, muy adentro, como si quisiera que jamás volviera a salir. Entonces la miró.
â¿Sabes esa canción que dice «si naciste pa'martillo, del cielo te caen los clavos»? âSus palabras iban apareciendo entre blandas nubes de humo.
Mari Loli negó con la cabeza. No tenÃa ni idea. ¿De qué le hablaba?
âPues, eso âcontinuó Estrellaâ, que yo he debido de nacer para martillo.
Mari Loli seguÃa sin entender nada de nada.
âEstoy jodida... ¡Estoy preñada!
¡Hostia, lahostia!
Mari Loli se incorporó en la cama, con el corazón repentinamente furioso.
â¿Qué vas a hacer?
Estrella no contestó. HabÃa empezado a llorar en silencio. Mari Loli se levantó y fue a sentarse a su lado. La abrazó. SentÃa que los corazones de ambas latÃan al mismo ritmo.
âNo llores, por favor, Estrella.
Estrella dio otra tremenda calada a su cigarrillo, como queriendo consumirlo a toda prisa.
â¿Estás segura?¿Cómo lo sabes?
Estrella no contestó. Se levantó y cogió su bolso. Lo abrió, sacó un papel y se lo tendió.
Mari Loli lo desdobló. Era de una farmacia. Leyó algo de prueba del embarazo y al lado, escrito en mayúsculas: positivo.
â¿De cuánto estás? ¿Lo sabes?
âCreo que de tres faltas, porque ya llevo tres veces sin la regla.
âJoooder, ¿te ha faltado el mes tres veces? ¿Y todo ese tiempo no tenÃas miedo de estarlo?
â¡Cagada estaba!
â¿Qué vas a hacer? ¿Lo sabe Paco? Porque es de Paco, ¿no?
Estrella movió la cabeza para decir sÃ. Apagó el resto del cigarrillo con fuerza contra el cenicero. Lo machacó con rabia.
âNo. No lo sabe nadie. Tú eres la primera. No sé qué hacer.
Ella no sabÃa qué hacer, pero Marcelino lo tuvo clarÃsimo: la obligó a casarse. Eso, veinte años después, más que una solución parecÃa una estupidez. Conociendo a Estrella, y con lo que habÃan cambiado las cosas, ahora hubiera sido impensable semejante disparate. Pero en aquel momento... En aquel momento no parecÃa haber otra salida. Además, Paco querÃa tenerlo. Estaba empeñado en casarse. Pero ¿de qué vamos a vivir?, preguntaba ella. Nos apañaremos, contestaba el otro.
Hacerse con todo el papelamen necesario para la boda llevaba su tiempo; asà que tardaron como mes y medio en pasar por la vicarÃa. Se casaron en una iglesia del barrio del novio. HabÃa bastantes bancos, aunque sólo estaban ocupados los dos primeros de cada lado. A la derecha, la familia de Paco. A la izquierda, la de la novia, o sea, Mari Loli y compañÃa. Delante del altar, los novios. Marcelino se habÃa quedado con las ganas de llevar a su hija del brazo porque sin música âcostaba una fortuna y no se la habÃan podido permitirâ quedaba raro. Allà estaban los dos, asustados, sobre todo Paco, que con su traje azul marino y sus diecisiete años parecÃa un niño de comunión. Estrella más que asustada ponÃa cara de cabreo. Se notaba una barbaridad; no se molestaba en disimular.
âOye, ¿pero tú estás segura de querer casarte con Paco? âle habÃa preguntado Mari Loli una tarde al ayudarla a recoger sus pertenencias para llevarlas a donde iban a vivir los dos.
â¡¿Yo?! Yo, qué coño voy a querer casarme. Yo tenÃa otros planes en la vida.
âPero, por lo menos, lo quieres ¿no?
Estrella la miró de un modo extraño. Al final dijo:
âSÃ, quererlo sÃ, pero no creo que me convenga nada.
Asà habÃa sido Estrella siempre, muy especial. Porque, anda que estar chaveta por un fulano y, sin embargo, darse cuenta de que no era el tipo con el que deberÃa haberse juntado... De algo asà no se percataba la gente cuando estaba enamorada, ¿verdad?
Lo dicho: pinta de malhumor traÃa la pobre. Y una barriga colosal, porque habÃa pasado tanto tiempo que ya se notaba mucho. ¡Si iba a estar pronto de cinco faltas! Pues, incluso con barriga, las dos familias y Paco se habÃan emperrado en casarla vestida de novia: de largo y de blanco. ¡Lo bien que le sentaban los metros de tul ilusión sobre su monumental barriga...! En los bancos de la novia mucha gente lloraba. La madre, que habÃa imaginado una boda mejor para su hija. La abuela, incapaz de entender que una hiciera Pascua antes de Ramos: se necesitaba estómago para decir sà a una guarrada como ésa sin estar obligada por matrimonio. El abuelo, al que le daba pena que su nieta mayor se casase forzada. Las dos tÃas y una prima, por quedar bien, aunque se la traÃa al pairo lo que le hubiese ocurrido a aquella fresca. La propia Mari Loli, triste por lo vacÃa que iba a quedar la casa y, sobre todo, su habitación. Y DieguÃn, que no sabÃa por qué lloraba, pero se apuntó por si acaso.
Estrella y Paco se habÃan visto obligados a realquilar una habitacioncilla, con derecho a cocina y aseo. Aunque Paco hubiera dicho que se apañarÃan, se apañaron mal. Aparte de que la única en apañarse fue Estrella, que, además de terminar los estudios de estetisién y además de parir, buscó trabajo y lo encontró en una peluquerÃa, como aprendiza. Cobraba poco, pero era lo único que entraba en casa, porque Paco no pegaba ni sello. Ãl se quejaba de su mala suerte. A él ya le hubiera gustado encontrar un trabajo. Nadie lo comprendÃa, era un desgraciado.
âMira, rico, si te esperas tumbado en la cama, la suerte no aparece nunca. ¿O te crees que va a ir a casa a buscarte? ¿Crees que alguien llamará ofreciéndote algo? âle contestaba Estrella, siempre tan práctica.
Paco era un vago de siete suelas. Dejó colgados los estudios de mecánica y se echó a fumar sobre la cama. Nada más. Bueno, y a lamentarse y a decir que la culpa de sus desdichas era siempre de los demás.
Estrella limpiaba la habitación, ¡también! Cuando parió, se ocupaba de la criatura, ¡faltarÃa más! Aunque, al salir a trabajar o a comprar, le decÃa a Paco que tuviera cuidado de Julio. Ãse fue el problema.
Julio era una ricura. Nació muy canijillo, pero a los pocos meses se habÃa puesto gordito y muy guapo. A Estrella se le caÃa la baba con él. ¡Quién se lo hubiera figurado de ella, tan seca, tan suya...! Pues se puso con su niño, que no cabÃa de contenta. Además de tierna. Le cantaba nanas, y lo arrullaba y lo sacaba a paseo, a menudo si podÃa. Aquello era la bomba.
El padre quedó al cuidado del pequeño el dÃa que cumplÃa quince meses. Para variar, Paco descansaba de no hacer nada, tumbado en la cama. VigÃlalo, dijo Estrella. Ãl debió de contestar algo asà como mmmmm, porque hasta para hablar era perezoso.
Cuando Estrella volvió, el niño estaba fatal. Muriéndose, vamos. Sin sentido, echando espumarajos por la boca, con los labios en carne viva. Paco lo tenÃa en brazos sin saber qué hacer.
A Estrella casi se le paró el corazón, pero no perdió la sangre frÃa. Se fue a llamar a una ambulancia desde una cabina, que en casa no tenÃan teléfono. Al subir otra vez, mientras esperaban, quiso saber qué habÃa tomado el niño. El padre lo ignoraba. Estrella siguió el interrogatorio manteniendo la calma, aunque con gusto le hubiera clavado un cuchillo: Pero ¿ha estado todo el rato contigo aquÃ, en la habitación? El otro dijo que no, que dando vueltas por ahÃ. Ahà querÃa decir el resto del pisito. Pero ¿cómo?, si eran realquilados, no podÃan pasearse libremente por donde quisieran. ¿Y dónde lo habÃa encontrado? ¿Y en qué estado? Pues, mal. Tirado en el suelo, junto a la puerta del aseo. Estrella fue corriendo y allÃ, junto al váter, encontró lo que buscaba: una botella de lejÃa destapada, caÃda en medio de un charquito.
Regresó al dormitorio, cogió al crÃo y no le hizo el más mÃnimo caso al irresponsable de su padre, que ojalá reventara allà mismo. Contaba, luego, que miró a su hijo tratando de pensar que no era suyo, poniendo distancia. Pero no pudo. Al final, lo abrazó y lo besó llorando, con una pena que la ahogaba, porque veÃa que se le iba.
Llegaron los de la ambulancia para llevarse a Estrella con el crÃo. A Paco lo dejaron en casa. Total, para lo que servÃa.
Tres dÃas y tres noches pasó Estrella en el hospital junto a la cama de Julio, aunque los médicos dijeron que nada podÃan hacer por él. Sólo darle sedantes para ahorrarle dolor. Se habÃa abrasado por dentro. ¡Pobrecito, qué mala sombra habÃa tenido! Estrella era toda desesperación. Pasó los tres dÃas y las tres noches sin pegar ojo.
Ella, Mari Loli, estaba en el hospital cuando acabó todo. Dejaron al niño muerto allÃ, porque Estrella no querÃa trasladarlo a casa. Al salir, a menos de diez minutos andando, se toparon con una feria de barrio. HabÃa un poco de todo. Una caseta llena de manzanas rojas, barnizadas en caramelo, redondas y brillantes, pinchadas en un palo. Una caseta de tiro al blanco. Otra donde te leÃan la mano y te adivinaban el porvenir. Otra más con un tÃo que tenÃa un ratoncito y macetas y tal, para que la gente se jugase la pasta apostando en cuál de las macetas se metÃa el ratón. Y âeso fue lo peor, lo que acabó de desmontar a Estrellaâ habÃa una noria verde y blanca, que daba vueltas, vueltas, vueltas, vueltas. Estrella se quedó pasmada, mirando aquel trasto que giraba, como si fuera la primera vez que viera uno en su vida. De pronto se echó a llorar con un sentimiento tan grande que todo el mundo en la feria las observaba. Soltaba unos sollozos tan intensos, tan vivos que asustaban. Mari Loli sentÃa su corazón en la garganta viendo a su hermana, siempre tan dura, rota en miles de pedacitos. Le puso una mano sobre el hombro, para ayudarla a controlar las convulsiones, pero sin hablar; desde luego no estaba dispuesta a decirle queporfavor. Nada, nada, que llorase, seguro que le hacÃa bien. Si hasta ella estaba moqueando de pensar en su sobrinito, tan pequeño y ya muerto. Y, además, de una forma tan salvaje.