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Authors: Gemma Lienas

Anoche soñé contigo (29 page)

¿Y qué más hacía Estrella aparte de trabajar como una energúmena? Lo primero, el inglés. Estrella decía que sin inglés una no podía ya ir por el mundo. Ya sería menos, ¿no?, pensaba Mari Loli, porque, a ver, ¿no iba ella con sus treinta y seis años tan tranquilita por la vida sin saber una palabra de inglés? Además, ahora mismo había empezado otro curso: de maquillaje permanente. ¿Pero, hija, todavía más estudios?, había dicho Mari Loli, nada convencida de que todo eso fuera fundamental. Ay, reina, ¿no te das cuenta de que en mi profesión hay que estar al día? Que no paran de salir cosas nuevas... Oye, ¿y de qué va eso?, le preguntó Mari Loli. ¿Tú has visto alguna vez un tatuaje?, dijo Estrella. ¡Toma si había visto...! Como que lo había aprendido con la propia Florita, una vez que estaban solas en los vestuarios de Cadena Dos.

—¿Quieres ver una travesura? —le preguntó guiñándole un ojo.

Y antes de que tuviera tiempo de contestar, ya se había arrimado Florita a la puerta, sujetándola con un pie, no fuera a venir alguien y entrar por sorpresa. Abrió la cremallera del vaquero, se bajó el pantalón hasta dejar al descubierto las nalgas, sin ninguna braguita que las tapase, sólo separadas por una cuerdecita perdida en medio de las dos.

—Mira —le dijo al tiempo que echaba la cadera hacia un lado.

La nalga salió también hacia afuera. Puso un dedo sobre algo que ella misma no podía ver y que Mari Loli observó con atención. Era un dibujo...

—Oye, acércate a la luz, que no veo bien —le pidió.

Florita, sin dejar de mantener la puerta atrancada con el pie, se acercó un poco a la zona iluminada del vestuario.

—¿Lo ves ahora? Es un tatuaje. Me lo hice la semana pasada, como regalo de cumpleaños para Pepe.

Dibujada en negro sobre su piel aún de niña, se veía una lengua larga y babeante que se acercaba, golosa, al centro de las dos nalgas, donde se perdía la cuerdecita. ¡Joder con el tatuaje!

—¿Y qué dijo Pepe?

—Decir dijo poco, pero hacer... —contestó Florita mientras se subía los pantalones.

Luego le contó cómo le habían marcado la lengua.

Pues ésa es la idea del maquillaje permanente, repuso Estrella, sólo que en lugar de tatuar lenguas en la piel, tatuamos el perfil de los labios o una raya sobre los párpados. Mira, tú, qué ingenioso, que las ricas, si querían, traían pinta de top models ya de buena mañana, recién salidas de la cama. Pues eso era lo que estaba estudiando ahora mismo Estrella, dos mediodías a la semana. Porque, en realidad, lo que su hermana llevaba entre ceja y ceja era montarse un chiringuito de belleza en su piso. Por esa razón, Estrella ponía siempre mucho cuidado en no malgastar. ¡No malgastar...! Jolín, la vida era aburridísima si una siempre andaba preocupada por gastar dinero sólo en lo realmente esencial. Mari Loli se fijaba mucho en los precios porque no le quedaba otro remedio. De haber vivido sola, sin niños... se hubiese vuelto una manirrota. Se hubiera comprado tres pares de zapatos de tacón de aguja para resultar más esbelta, y un abrigo de capa que disimularía sus kilos, y un perfume... o mejor, dos: uno para cada día y otro para los días de fiesta. Total, que Estrella metía en el banco todo lo que ganaba, para poder independizarse, que decía ella. ¡Qué manía con lo de ser independiente! ¿Qué quieres? ¿Que me vuelva a pasar lo que me pasó de jovencita?, soltaba resoplando. No, claro que no. Aquello fue una pasada. Lo recordaba a veces y pensaba: qué mala suerte ha tenido, la pobre.

Ella, Mari Loli, tenía quince años y Estrella, diecisiete cuando empezó el follón. Así que Diego debía de ser un chavalín que andaba por los siete.

Estrella entró en la habitación compartida por las dos en el piso de sus padres. Mari Loli ya estaba en la cama porque no se encontraba muy bien; tenía el mes. En seguida se dio cuenta de que algo andaba mal, de que Estrella tenía algún problema serio de verdad. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos como si hubiese llorado durante horas. ¿Se habría peleado con Paco? La verdad, nunca había visto a su hermana llorar por un tío —bueno, por casi nada—, así que la pilló de sorpresa. No preguntó, porque, conociéndola, sabía que le hubiera pegado un corte. Que Estrella era muy suya. Mejor esperar un desahogo voluntario. La observó desnudarse con un cigarrillo entre los dientes.

Estrella no se quitó las bragas. Se puso la camiseta de algodón de manga larga que utilizaba como pijama. Se sentó en su cama mirando hacia adelante sin ver, con una expresión tan triste... Más aún, parecía estar ahogándose en la desesperación. Con la colilla del cigarrillo todavía humeante encendió otro. Aspiró, tragó el humo muy, muy adentro, como si quisiera que jamás volviera a salir. Entonces la miró.

—¿Sabes esa canción que dice «si naciste pa'martillo, del cielo te caen los clavos»? —Sus palabras iban apareciendo entre blandas nubes de humo.

Mari Loli negó con la cabeza. No tenía ni idea. ¿De qué le hablaba?

—Pues, eso —continuó Estrella—, que yo he debido de nacer para martillo.

Mari Loli seguía sin entender nada de nada.

—Estoy jodida... ¡Estoy preñada!

¡Hostia, lahostia!

Mari Loli se incorporó en la cama, con el corazón repentinamente furioso.

—¿Qué vas a hacer?

Estrella no contestó. Había empezado a llorar en silencio. Mari Loli se levantó y fue a sentarse a su lado. La abrazó. Sentía que los corazones de ambas latían al mismo ritmo.

—No llores, por favor, Estrella.

Estrella dio otra tremenda calada a su cigarrillo, como queriendo consumirlo a toda prisa.

—¿Estás segura?¿Cómo lo sabes?

Estrella no contestó. Se levantó y cogió su bolso. Lo abrió, sacó un papel y se lo tendió.

Mari Loli lo desdobló. Era de una farmacia. Leyó algo de prueba del embarazo y al lado, escrito en mayúsculas: positivo.

—¿De cuánto estás? ¿Lo sabes?

—Creo que de tres faltas, porque ya llevo tres veces sin la regla.

—Joooder, ¿te ha faltado el mes tres veces? ¿Y todo ese tiempo no tenías miedo de estarlo?

—¡Cagada estaba!

—¿Qué vas a hacer? ¿Lo sabe Paco? Porque es de Paco, ¿no?

Estrella movió la cabeza para decir sí. Apagó el resto del cigarrillo con fuerza contra el cenicero. Lo machacó con rabia.

—No. No lo sabe nadie. Tú eres la primera. No sé qué hacer.

Ella no sabía qué hacer, pero Marcelino lo tuvo clarísimo: la obligó a casarse. Eso, veinte años después, más que una solución parecía una estupidez. Conociendo a Estrella, y con lo que habían cambiado las cosas, ahora hubiera sido impensable semejante disparate. Pero en aquel momento... En aquel momento no parecía haber otra salida. Además, Paco quería tenerlo. Estaba empeñado en casarse. Pero ¿de qué vamos a vivir?, preguntaba ella. Nos apañaremos, contestaba el otro.

Hacerse con todo el papelamen necesario para la boda llevaba su tiempo; así que tardaron como mes y medio en pasar por la vicaría. Se casaron en una iglesia del barrio del novio. Había bastantes bancos, aunque sólo estaban ocupados los dos primeros de cada lado. A la derecha, la familia de Paco. A la izquierda, la de la novia, o sea, Mari Loli y compañía. Delante del altar, los novios. Marcelino se había quedado con las ganas de llevar a su hija del brazo porque sin música —costaba una fortuna y no se la habían podido permitir— quedaba raro. Allí estaban los dos, asustados, sobre todo Paco, que con su traje azul marino y sus diecisiete años parecía un niño de comunión. Estrella más que asustada ponía cara de cabreo. Se notaba una barbaridad; no se molestaba en disimular.

—Oye, ¿pero tú estás segura de querer casarte con Paco? —le había preguntado Mari Loli una tarde al ayudarla a recoger sus pertenencias para llevarlas a donde iban a vivir los dos.

—¡¿Yo?! Yo, qué coño voy a querer casarme. Yo tenía otros planes en la vida.

—Pero, por lo menos, lo quieres ¿no?

Estrella la miró de un modo extraño. Al final dijo:

—Sí, quererlo sí, pero no creo que me convenga nada.

Así había sido Estrella siempre, muy especial. Porque, anda que estar chaveta por un fulano y, sin embargo, darse cuenta de que no era el tipo con el que debería haberse juntado... De algo así no se percataba la gente cuando estaba enamorada, ¿verdad?

Lo dicho: pinta de malhumor traía la pobre. Y una barriga colosal, porque había pasado tanto tiempo que ya se notaba mucho. ¡Si iba a estar pronto de cinco faltas! Pues, incluso con barriga, las dos familias y Paco se habían emperrado en casarla vestida de novia: de largo y de blanco. ¡Lo bien que le sentaban los metros de tul ilusión sobre su monumental barriga...! En los bancos de la novia mucha gente lloraba. La madre, que había imaginado una boda mejor para su hija. La abuela, incapaz de entender que una hiciera Pascua antes de Ramos: se necesitaba estómago para decir sí a una guarrada como ésa sin estar obligada por matrimonio. El abuelo, al que le daba pena que su nieta mayor se casase forzada. Las dos tías y una prima, por quedar bien, aunque se la traía al pairo lo que le hubiese ocurrido a aquella fresca. La propia Mari Loli, triste por lo vacía que iba a quedar la casa y, sobre todo, su habitación. Y Dieguín, que no sabía por qué lloraba, pero se apuntó por si acaso.

Estrella y Paco se habían visto obligados a realquilar una habitacioncilla, con derecho a cocina y aseo. Aunque Paco hubiera dicho que se apañarían, se apañaron mal. Aparte de que la única en apañarse fue Estrella, que, además de terminar los estudios de estetisién y además de parir, buscó trabajo y lo encontró en una peluquería, como aprendiza. Cobraba poco, pero era lo único que entraba en casa, porque Paco no pegaba ni sello. Él se quejaba de su mala suerte. A él ya le hubiera gustado encontrar un trabajo. Nadie lo comprendía, era un desgraciado.

—Mira, rico, si te esperas tumbado en la cama, la suerte no aparece nunca. ¿O te crees que va a ir a casa a buscarte? ¿Crees que alguien llamará ofreciéndote algo? —le contestaba Estrella, siempre tan práctica.

Paco era un vago de siete suelas. Dejó colgados los estudios de mecánica y se echó a fumar sobre la cama. Nada más. Bueno, y a lamentarse y a decir que la culpa de sus desdichas era siempre de los demás.

Estrella limpiaba la habitación, ¡también! Cuando parió, se ocupaba de la criatura, ¡faltaría más! Aunque, al salir a trabajar o a comprar, le decía a Paco que tuviera cuidado de Julio. Ése fue el problema.

Julio era una ricura. Nació muy canijillo, pero a los pocos meses se había puesto gordito y muy guapo. A Estrella se le caía la baba con él. ¡Quién se lo hubiera figurado de ella, tan seca, tan suya...! Pues se puso con su niño, que no cabía de contenta. Además de tierna. Le cantaba nanas, y lo arrullaba y lo sacaba a paseo, a menudo si podía. Aquello era la bomba.

El padre quedó al cuidado del pequeño el día que cumplía quince meses. Para variar, Paco descansaba de no hacer nada, tumbado en la cama. Vigílalo, dijo Estrella. Él debió de contestar algo así como mmmmm, porque hasta para hablar era perezoso.

Cuando Estrella volvió, el niño estaba fatal. Muriéndose, vamos. Sin sentido, echando espumarajos por la boca, con los labios en carne viva. Paco lo tenía en brazos sin saber qué hacer.

A Estrella casi se le paró el corazón, pero no perdió la sangre fría. Se fue a llamar a una ambulancia desde una cabina, que en casa no tenían teléfono. Al subir otra vez, mientras esperaban, quiso saber qué había tomado el niño. El padre lo ignoraba. Estrella siguió el interrogatorio manteniendo la calma, aunque con gusto le hubiera clavado un cuchillo: Pero ¿ha estado todo el rato contigo aquí, en la habitación? El otro dijo que no, que dando vueltas por ahí. Ahí quería decir el resto del pisito. Pero ¿cómo?, si eran realquilados, no podían pasearse libremente por donde quisieran. ¿Y dónde lo había encontrado? ¿Y en qué estado? Pues, mal. Tirado en el suelo, junto a la puerta del aseo. Estrella fue corriendo y allí, junto al váter, encontró lo que buscaba: una botella de lejía destapada, caída en medio de un charquito.

Regresó al dormitorio, cogió al crío y no le hizo el más mínimo caso al irresponsable de su padre, que ojalá reventara allí mismo. Contaba, luego, que miró a su hijo tratando de pensar que no era suyo, poniendo distancia. Pero no pudo. Al final, lo abrazó y lo besó llorando, con una pena que la ahogaba, porque veía que se le iba.

Llegaron los de la ambulancia para llevarse a Estrella con el crío. A Paco lo dejaron en casa. Total, para lo que servía.

Tres días y tres noches pasó Estrella en el hospital junto a la cama de Julio, aunque los médicos dijeron que nada podían hacer por él. Sólo darle sedantes para ahorrarle dolor. Se había abrasado por dentro. ¡Pobrecito, qué mala sombra había tenido! Estrella era toda desesperación. Pasó los tres días y las tres noches sin pegar ojo.

Ella, Mari Loli, estaba en el hospital cuando acabó todo. Dejaron al niño muerto allí, porque Estrella no quería trasladarlo a casa. Al salir, a menos de diez minutos andando, se toparon con una feria de barrio. Había un poco de todo. Una caseta llena de manzanas rojas, barnizadas en caramelo, redondas y brillantes, pinchadas en un palo. Una caseta de tiro al blanco. Otra donde te leían la mano y te adivinaban el porvenir. Otra más con un tío que tenía un ratoncito y macetas y tal, para que la gente se jugase la pasta apostando en cuál de las macetas se metía el ratón. Y —eso fue lo peor, lo que acabó de desmontar a Estrella— había una noria verde y blanca, que daba vueltas, vueltas, vueltas, vueltas. Estrella se quedó pasmada, mirando aquel trasto que giraba, como si fuera la primera vez que viera uno en su vida. De pronto se echó a llorar con un sentimiento tan grande que todo el mundo en la feria las observaba. Soltaba unos sollozos tan intensos, tan vivos que asustaban. Mari Loli sentía su corazón en la garganta viendo a su hermana, siempre tan dura, rota en miles de pedacitos. Le puso una mano sobre el hombro, para ayudarla a controlar las convulsiones, pero sin hablar; desde luego no estaba dispuesta a decirle queporfavor. Nada, nada, que llorase, seguro que le hacía bien. Si hasta ella estaba moqueando de pensar en su sobrinito, tan pequeño y ya muerto. Y, además, de una forma tan salvaje.

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