Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
âClaro. Será estupendo.
â¿Prefieres el sábado o el domingo?
âEl sábado, que al dÃa siguiente no hay que madrugar. Además, como Manolo no regresará hasta el lunes...
âEl sábado, entonces.
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Â
Mari Loli hubiera podido esperar la llegada de esa cena en casa de Luis con algo de turbación, pero se le acumularon tantÃsimas obligaciones esa semana que no le dejaron espacio para muchos pensamientos brumosos; si acaso, pensaba con placer en ese rato de tranquilidad de que iba a disfrutar. Desde luego, la ausencia de MarÃa se notaba. Mari Loli sentÃa tal añoranza por ella... Además, nadie le echaba una mano en las tareas domésticas. ¡Cuánta falta le hacÃa! Y más esa semana en que Mari Loli, para celebrar el cumpleaños de Anabelén, habÃa invitado a algunos de sus amiguitos de la guarderÃa.
¿Quién le mandarÃa a ella meterse en tales fregados? Imposible saber cómo, pero entre los siete crÃos apenas necesitaron diez minutos para tener la sala y la habitación de las nenas como unos grandes almacenes después de las rebajas. ¡Lalechenbote! ¿No tenÃan más juguetes para desperdigar? ¿Más lápices para ir dejando por el suelo a ver cuánto tardaba uno de los chavales en romperse la crisma? ¿No habÃa más piezas de plástico para meter en los sitios más inverosÃmiles? Total, lo mejor era no mirar, volver la cabeza hacia otro lado y que hicieran lo que les saliera del alma. Con tal de que no se mataran, una se daba por satisfecha.
Las dos madres que se habÃan ofrecido para ayudarla eran simpáticas, la verdad que sÃ. Bastante más jóvenes que ella. Ni siquiera debÃan de haber llegado a los treinta. Una era la mama de Kilian. La otra era la mama de Adoración. Anabelén y Adoración se habÃan besado y babeado como si llevaran dos años sin verse.
âSon muy amigas âle habÃa dicho la madre de Adoración.
Pues ella no se habÃa enterado ¿SerÃa que no se preocupaba lo que debiera por su hija? No. Era culpa de los malditos quebraderos de cabeza...
â¿Sabes? âsiguió la madre de Adoraciónâ, un fin de semana me la podrÃas dejar para que jueguen en casa, y luego se quedarÃa a dormir. Como la mÃa aún no tiene hermanos...
â¿No será molestia?
â¡Qué va! ¿Por qué no me la llevo el próximo fin de semana? El mes de julio ya está terminando, y luego nos iremos todos de vacaciones.
Era una idea, desde luego. Nada despreciable. Teniendo en cuenta que el sábado siguiente habÃa quedado para cenar con Luis, que no podÃa contar con que cuidaran a la nena ni Manu âése no lo habÃa hecho en su vidaâ, ni Estrella âque le habÃa contestado que pasarÃa el fin de semana fueraâ, ni Manolo âque estarÃa de servicioâ, podÃa dejarla con Angustias y Marcelino, pero habiendo esa otra solución... AsÃ, le sobrarÃa tiempo para ponerse guapa antes de ir a casa de Luis.
Cuando éste la hizo pasar a la sala-comedor, Mari Loli se quedó inmóvil, atónita. ¡No lo podÃa creer! Era, era...
Se dio la vuelta hacia él. Lo miró con los ojos muy grandes y brillantes, tapándose la boca de pura emoción. Estaba embelesada. La felicidad le desbordaba el pecho. ¿Era cierto lo que veÃan sus ojos? ¿HabÃa puesto la casa de aquel modo por ella? Se veÃa incapaz de preguntar, sólo podÃa seguir muda y observando lo que Luis le habÃa preparado.
Luis ladeó la cabeza y sonrió con aquella dulzura tan suya.
âSà âexplicóâ. Por ti. Estoy tan contento de que hayas venido a mi casa... HabÃa que celebrarlo, ¿no crees?
Mari Loli tragó saliva y movió un poco la cabeza para decir que sÃ. ¡Qué idea tan maravillosa! TodavÃa no podÃa hablar, todavÃa miraba a Luis con los ojos, muy redondos, inundados de un brillo lÃquido. De nuevo se dio la vuelta para observar bien la sala, que recordaba un entoldado en la fiesta mayor de un pueblo. Festoneando las paredes y colgadas cerca del techo, habÃa vistosas guirnaldas de papel, verdes y rojas. De ellas pendÃan, cada poco, farolillos de papel con los lados de un material amarillo traslúcido. El techo casi quedaba oculto por el enrejado de serpentinas multicolores cruzándolo de punta a punta. ¡Qué pasada! Aquello era demasiado. Demasiado, de verdad. Si por lo menos pudiera decir algo. ParecÃa una boba, allà callada, con la mano delante de la boca.
âUna fiesta mayor, ¿ves? âseguÃa contando Luisâ. Asà me siento yo porque has venido a mi casa.
Mari Loli seguÃa asintiendo con la cabeza, incapaz aún de hablar. ¿SerÃa posible que eso le estuviera pasando a ella? ¿SerÃa posible que un hombre se tomara la molestia de hacer una cosa asà por una? ¿Y serÃa posible que en el mundo hubiese hombres tan tiernos y atentos? Y aun si los hubiera, ¿serÃa posible que uno de ellos se hubiese enamorado de ella? Porque vamos...¿qué más podÃa significar esa decoración?
â¡Oh, Luis! Es... es estupendo.
Luis seguÃa observándola a ella, y ella, mirando la sala. ¡Caray! Con Luis, una iba de emoción en emoción. Primero habÃa sido la del chocolate. Luego, la del mar y la arena, más intensa. Por fin, la de fiesta mayor. Mari Loli se sentÃa como si tuviera metidos en su pecho unos autos de choque y una caseta de pim-pam-pum y manzanas caramelizadas y una noria y un tiovivo. Hubiera querido decÃrselo de algún modo, hubiera querido darle las gracias, pero no habÃa pensado en preparar nada, ni siquiera en comprarle un regalo. Le dio un beso.
Luis no pareció sorprenderse de encontrar a Mari Loli entre sus brazos.
¡Otra vez esos labios tan suaves y blandos! Y esos besos redondos, sabrosos, perfumados, maduros. Aquél no era el primer beso, y, sin embargo, sà fue el primero de fiesta mayor.
¡Ay, qué bien besaba! Y, aun con todo, Mari Loli tuvo que admitir que su cuerpo se negaba a reaccionar, a querer ir más allá de los besos. ¿Qué le ocurrÃa? Le hubiera gustado que su deseo floreciera, pero no habÃa manera. En fin.
âBueno, anda âdijo Luis soltándola. Luego la ayudó a quitarse la chaquetaâ. No vamos a quedarnos toda la noche contemplando la sala. Pasa.
Mari Loli dio tres pasos detrás de él y se quedó quieta, aún admirada de aquella fiesta en su honor.
âMira, voy a terminar de preparar la cena. Tú siéntate en el sofá a descansar y a esperar a que saque unas bebidas. ¿De acuerdo?
Aparte del jolgorio de la fiesta mayor, la sala de Luis era como él mismo. Limpia, ordenada, tranquila... y con montones de detalles. Mari Loli habÃa imaginado que sólo una mujer era capaz de cultivar tanto primor. No se trataba de creer a todas las mujeres ordenadas y cuidadosas âpara muestra, el desbarajuste de Estrellaâ, pero sà estaba convencida de que sólo una mujer podÃa interesarse en que su piso fuera acogedor. En su cabeza no cabÃa un hombre preocupándose por algo asÃ.
En la sala habÃa un sofá de rinconera, tapizado en una tela de color crudo y, arrimado a la pared, un mueble con el televisor, una cadena de música y libros. MuchÃsimos libros. Bueno, una no sabÃa cuántos, pero, desde luego, jamás habÃa estado en ninguna casa donde tuvieran tantos. De todos los tamaños, de todos los colores... No la sorprendÃa mucho esa biblioteca; sabÃa que a él le gustaba leer. Aunque la butaca orejera, en la que alguna vez ella lo habÃa imaginado con un libro, no existÃa. Tampoco el gato, claro, pero, al bicho, ella ya lo habÃa apartado de su ensoñación la tarde en que le dijo que los animales, en las casas, le parecÃan sucios.
Mari Loli se acercó al mueble para ver de cerca la fotografÃa de un portarretratos de plata. Era de una mujer. DebÃa de ser la de Luis... Vamos, la que murió. Una hubiese querido cogerla y mirarla con calma para hacerse una idea de cómo debÃa de haber sido, pero no se atrevÃa. ¿No serÃa de mala educación fisgar de ese modo en el retrato de una muerta? Le echaba breves ojeadas, aunque no le servÃan para hacerse una idea clara.
âÃsa era mi mujer âdijo Luis, detrás de Mari Loli.
¡Ay, qué susto! No lo habÃa oÃdo entrar.
âPerdona, te he sobresaltado, ¿no?
âSÃ, un poco.
Luis tomó el portarretratos.
âÃsta era Elvira. âLuis miró la foto entornando los ojosâ.Toma.
Puso el portarretratos en las manos de Mari Loli.
Elvira era risueña. Se reÃa no sólo con la gran sonrisa blanca que era su boca sino también con sus brillantes ojos verdes, de comisuras curvadas hacia arriba. ¡La pobre! Tan alegre y, sin embargo, estaba muerta. Ninguna relación tenÃa lo uno con lo otro, pero afligÃa pensar que una persona dichosa hubiese muerto joven. Porque ¿a qué edad debió de morir?
âAquà tenÃa treinta y siete años.
¡Caray! Luis era algo brujo, ¿o no? Siempre parecÃa conocer los pensamientos de una. ¿Cómo diablos conseguÃa meterse en su cabeza? Un misterio.
âDos meses después de hacerse esta foto se puso enferma.
Una mujer con un aspecto tan saludable... Porque anda que no respiraba salud por todas partes. Salud y alegrÃa. ¡Treinta y siete años! Los mismos que Mari Loli.
â¿De qué murió?
âFue un cáncer de páncreas. No hubo nada que hacer, ¿sabes? Al mes y medio de diagnosticárselo, ya no estaba.
¡Qué horror! Esas cosas le ponÃan a una los pelos de punta. ¡Qué pena de mujer! Y qué pena debió de ser también para él.
âDeberÃas haber visto cómo quedó, pobrecita. En menos de un mes, no fue más que la piel y los huesos...
Y, sin embargo, en la foto estaba gordita, se dijo Mari Loli. Saltaba a la vista que a Luis le gustaban las mujeres llenitas. Elvira tenÃa una cara redonda. Y, como Luis le habÃa señalado a Mari Loli, la piel de la gente con algún kilo de más era espléndida, mejor que la de las personas delgadas. ¡Alguna ventaja merecÃan! Aparte de que, según Luis, era mucho más estimulante comer en compañÃa de una mujer a quien le apeteciera todo y no al lado de una de esas remilgadas que apenas prueban bocado por miedo a coger peso. Total, que Mari Loli y Elvira tenÃan un tipo parecido.
â¿Quieres ver el piso? âpreguntó Luis, mientras suavemente le quitaba el portarretratos de las manos y lo depositaba de nuevo en la estanterÃa.
En el comedor habÃa una mesa ovalada con seis sillas de altos respaldos. Sobre la mesa, un tapete de ganchillo âhabÃa bastantes más en la sala; se conocÃa que Elvira debÃa de ser aficionada a las laboresâ y, sobre el tapete, una cesta de mimbre con frutos secos.
âVen âdijo Luis, cogiéndola de la mano. Y fue enseñándole el resto del piso hasta llegar a la cocina.
â¡Ah, no! Prohibido entrar âdijo Luis cuando ella ya habÃa empezado a abrir la puertaâ. Aquà están mis secretos. Lo podrás ver después de cenar.
â¿Qué secretos? ¿Te gusta cocinar?
âMe encanta. ¿Y a ti?
âNo mucho, la verdad.
¡Uf! Una nunca habÃa conocido a un tipo asÃ: capaz de tener la casa ordenada, capaz de organizar una fiesta mayor por una mujer y, encima, capaz de cocinar. Anda que no era distinto a los hombres que habÃa conocido hasta el momento: su padre, Manolo, José Antonio...
âTú, siéntate aquà âle dijo llevándola otra vez hasta el sofá de la salaâ. Descansa, que ahora te traigo una cosa.
Luis salió de la sala y Mari Loli se quedó a solas con Elvira. ¡Ay, Elvira, maja!, si supieras el lÃo tan enorme en el que me he metido, le dijo con el pensamiento. FÃjate que tu marido es estupendo, pero mi cuerpo se niega a juzgarlo como yo. Elvira le sonrió, cómo animándola: No, mujer, ya verás cómo ni es un lÃo ni es tan grande como tú te imaginas. Mari Loli movió un poco el portarretratos. ¡Ojalá tuviera razón!
Luis regresó a los pocos minutos con dos copas barrigudas.
âToma. Champán. Como sé que te gusta tanto...
â¡MuchÃsimo!
Luis se sentó junto a ella, adelantó su copa y dio un leve golpecito en la de Mari Loli, arrancándole un sonido agudo.
âPor ti âdijo Luis sonriendo. Luego añadióâ: Por nosotros.
¡Por nosotros, sÃ! Esta vez el pornosotros no se le partió en dos mitades en la garganta como la noche de La Avioneta, sino que le supo a gloria.
Bebió a sorbitos pequeños, mientras las diminutas burbujitas doradas estallaban cerca de su nariz y provocaban un estremecimiento en su cuerpo. ¡Encontrar a otro como Luis, fijo que debÃa de resultar imposible, incluso con tres vidas por delante! Y, sin embargo, pese a que su corazón brincaba cada vez con mayor brÃo, con mayor fuerza a cada demostración de cariño de él, su deseo seguÃa sin prender. ¿Por qué? ¡Qué desastre! ¿Cuántas marilolis distintas podÃa haber dentro de una? ¡Ojalá Luis no le pidiera nada más allá de los besos, de lo contrario, serÃa un descalabro parecido al de La Avioneta, ¿o no? No. No ocurrirÃa nada, porque Luis no forzarÃa la situación. De eso estaba segura, segura. De modo que, pese a que su cuerpo seguÃa dormido, Mari Loli no estaba muy angustiada.
Luis dejó la copa sobre la mesita baja y se levantó a poner la mesa.
âOye, ¿seguro que no puedo ayudarte?
â¡Seguro! No ves que no sabes dónde tengo las cosas.
En eso llevaba razón.
âBueno. Voy a buscar la cena. Anda, pasa a la mesa.
Charlaron como siempre, como viejos amigos, mientras comÃan unas berenjenas gratinadas con tomate. Luego, una pierna de cordero al horno.
Ella seguÃa pasmada con cada nuevo efecto que Luis se sacaba de la manga. ¡Cuántas molestias se habÃa tomado por ella! Constantemente le daba las gracias.