Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
âNo me las tienes que dar, mujer. Soy yo quien está feliz por tenerte en casa.
âY, además, esta pierna de cordero está riquÃsima.
Luis le dijo que era muy fácil de cocinar: se mechaba el cordero con dientes de ajo pelados, se ponÃa sal, un chorrito de aceite y un chorro generoso de vermut blanco seco. Y al horno.
Los postres, una tarta helada, se derritieron sin que ninguno de los dos les prestara mucha atención, a partir del momento en que Luis, levantándose de la mesa, avisó:
âTengo una sorpresa para ti.
¿Otra?, se dijo Mari Loli. Si ya no le cabÃa ninguna más en el cuerpo... Iba a estallar de felicidad.
Luis tocaba los mandos de la cadena de música. Sonaron los primeros compases.
¡Qué detallazo! Mari Loli se levantó y se acercó a él. Le besó esos labios tan dulces. Luego Luis empezó a llevarla ágilmente, al ritmo de la música.
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Soñaba, soñaba que me querÃas.
Soñaba que me besabas...
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Al terminar se fundieron en otro beso. Luego él preguntó:
â¿Seguimos bailando?
â¡Claro! âdijo ella acercándose a él y apoyando la cabeza en su hombro al empezar la primera de las canciones lentas.
No hablaban, sólo se mecÃan lentamente con la música. Fue al empezar la segunda canción, al sentir el cuerpo de él muy pegado al suyo, cuando Mari Loli se dio cuenta de que Luis estaba deseando ir más allá de los besos, aunque, ni ahora ni nunca, iba a tener valor de proponérselo, porque, de alguna manera, habÃa percibido su falta de resonancia. Y el caso era que ella seguÃa enternecida, pero su cuerpo, tan sólo débilmente alumbrado. Porque algo sà habÃa florecido en su interior con el baile. Pues, ¡caray!, bien que se lo habÃa ganado Luis. ¿Por qué no iba a hacerle ese regalo? A fin de cuentas, quizás ella no se sentÃa como una central eléctrica, pero tampoco nada mal. Estaba cómoda. Le tenÃa cariño... No, más que eso. Lo querÃa. SÃ, lo querÃa, caramba. Asà que.
â¿Por qué no vamos a tu habitación? âle murmuró al oÃdo.
Luis se separó para verle la cara. No se extrañó, ni siquiera preguntó nada. La cogió de la mano y salieron de la sala.
El tiempo que fue desde entrar en la habitación, abrazada a él, hasta encontrarse en la cama, desnuda con él, a Mari Loli se le agolparon tres pensamientos en confusa amalgama. Uno: el cuerpo de Luis iba a ser, con seguridad, mucho menos firme que el de Manolo. Dos: serÃa absolutamente necesario apagar la luz para no ver. Tres: tendrÃa que invocar irremediablemente las nubes mandarinas y la ancha espalda de Manolo. Pero cuando, mucho después, todavÃa temblando de placer, se acurrucó junto a él, se dio cuenta de que la luz habÃa estado encendida todo el rato y que ella no habÃa convocado en su mente otra cosa que no fueran las manos de Luis, acariciándola con una delicadeza desconocida hasta entonces, y sus palabras diciéndole lo mucho que la querÃa. Entonces supo que su deseo podÃa florecer no sólo con las nubes mandarinas sino, sobre todo, con la ternura.
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Tron, no lo puedo aguantar.
Tron, me tendré que chinar.
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Algunas veces, las canciones de TelepatÃa Total eran muy tristes, se dijo Mari Loli pasando la plancha sobre la camiseta de Manolo, mientras nubes de vapor subÃan por los laterales del artefacto y lo acompañaban en su camino. A veces, una pensaba que a los jóvenes todo les iba bien, pero no siempre era asÃ. Los de TelepatÃa, por ejemplo, seguro que habÃan escrito esa canción un dÃa en que la novia de uno de ellos se largó con otro, con un tipo con dinero. Eso era lo que decÃa la canción. Y, en el estribillo, el pobre abandonado se quejaba a su compañero del dolor que sentÃa, tan intenso que hasta pensaba en suicidarse. Me tendré que chinar. Desde luego, por un tipo más rico Mari Loli no habrÃa dado un paso âaunque las pelas le hubieran venido muy bien, eso desde luegoâ, pero por uno que la quisiera... Por uno que la quisiera, ¿qué? No iba a dejar a Manolo por Luis, ¿no? Y todo lo que una habÃa llegado a querer a Manolo, ¿qué? ¿Dónde quedaba eso? Además, que era su marido y el padre de sus hijos y que adónde iba una sola y con tres chavales y sin un duro. No, no. HabÃa que dejar de pensar en bobadas imposibles de llevar a la práctica. FÃjate cómo se quedaba el pobre abandonado de TelepatÃa Total. Tan desesperado que se querÃa cortar las venas, ¿ves, tú? Y, sin embargo, ¡cómo le gustaba Luis! ¡Y, también, cómo lo querÃa! ¡Y qué estupenda habÃa sido la noche en su casa! ¡Ay! Mari Loli estaba hecha un lÃo.
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Tron, no lo puedo aguantar.
Tron, me tendré que chinar.
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¡Qué mala sombra tenÃa el vecino de al lado...! La música de TelepatÃa Total cruzaba la pared del piso contiguo y entraba en la salita de Mari Loli para meterse en sus oÃdos igual que un cañonazo. ¡Jope, con el vecino! Ni que fuera sordo... La tenÃa hasta los pelos la dichosa canción. Si la habÃa puesto tres veces seguidas... Con tanta repetición, Mari Loli empezaba a sospechar que el vecino hallaba un cierto consuelo en ella. Tal vez habÃa sido abandonado por su novia. ¡Caray! ¡Menudo montonazo de ropa para planchar! ¿Quién habrÃa inventado la plancha? Un sádico, seguro, porque era una tortura, especialmente en julio, con aquel calor de muerte. ¡Ay!, julio. ¡Qué ganas de que MarÃa regresara de los campamentos del ayuntamiento! Porque la verÃa, y le darÃa un buen achuchón y unos cuantos besos, que la estaba echando muchÃsimo de menos. Aparte de que, con su ayuda, iba más descansada. Pues nada, aprovecharÃa ese domingo tan tranquilo, sin niños y sin Manolo para adelantar las tareas de la casa, que, con tanta salida, habÃa abandonado un poco. Se habÃa levantado apenas una hora antes, hacia las once y media, todavÃa con Luis en la cabeza y en el cuerpo. HabÃa tomado su café con leche pensando en Luis. Se habÃa puesto a planchar recordando los besos de Luis. ¡Ay!, Luis.
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Mi beibi se ha largao.
Dice que un chorvo ha encontrao.
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¿Otra vez? ¿Pero no tenÃa otra cosa que poner? Vaya mañanita de domingo le estaba dando el vecino.
âMari Loli, hola âoyó al tiempo que la puerta de entrada se cerraba.
âHola âcontestó ella levantando la cabeza.
¿Ya estaba Manolo en casa? Pues, caray, ¿no habÃa dicho que no regresarÃa hasta el lunes? Los domingos no se podÃa circular... SerÃa que ni tan siquiera habÃa salido de la ciudad, ¿no?, que se trataba de otro de sus servicios imaginarios. En fin...
El tÃo llevaba unos dÃas con la sonrisa de gilipollas columpiándose en sus labios, pensó Mari Loli planchando con más energÃa de la precisa unos pantalones de algodón. Bueno, ¿y a ella qué más le daba? ¿No andaba ella misma consolándose por ahà con otro hombre? Pues, entonces... Pues, entonces, la seguÃa fastidiando, ¡caray! De acuerdo que ya nada era como unos años atrás, pero a ella aún se le removÃa algo dentro del pecho cuando aparecÃa Manolo con sus ojos como carbones y su espalda ancha... En fin. La sonrisa gilipollas en los labios, sÃ, pero también unas grandes ojeras oscuras bajo los ojos. Nunca hasta hacÃa poco lo habÃa visto con esas marcas violáceas, tan aparatosas. ¿EstarÃa enfermo?
â¿Ya estás en casa?
âPues sÃ. ¿Pasa algo? ¿Tienes algo en contra?
¡Huy, huy, huy! ¡Cómo venÃa el tÃo! ¿TenÃa ganas de pelea? ¿Era eso?
Manolo la miraba como si no fuese a moverse de la salita nunca más. Luego debió de cambiar de opinión porque dio la vuelta y se fue a la cocina. Mari Loli le oyó trastear un rato, al cabo del cual regresó a su lado.
â¿No hay magdalenas o alguna pasta para mojar en el café con leche?
âPues, no. Se han terminado.
Se habÃa comido ella la última magdalena. ¡A ver...!
â¡Joder! ¡Esto es la hostia! Se mata uno a trabajar todo el puto dÃa, para luego llegar a su casa y que no haya lo que a uno le apetece comer âdijo gritando.
Mari Loli lo miró, sorprendida, sin dejar de pasar la plancha por los pantalones. Estaba como una cabra, ¿o no? HabÃa que ver, se ponÃa como un energúmeno por no encontrar una pasta para desayunar. ¡Pues que bajase al bar, joder!
âPuedes ir a desayunar al bar si aquà no encuentras lo que te gusta.
âAl bar, al bar... Pues claro que puedo ir si me da la gana. No me hace falta tu permiso. ¡Lo que yo quisiera saber es en qué coño gastas tú la tarde del sábado que no te alcanza el tiempo ni para ir al supermercado!
Mari Loli habÃa cogido la camiseta planchada y la terminaba de doblar, algo chapuceramente, porque empezaba a perder los nervios. ¡SerÃa vaina el tÃo! ¡Qué ganas de andar siempre jodiéndola, ¿no?!
âOye, mÃrame, coño, cuando te hablo.
âSin mirarte también te oigo. Y seguirÃa oyéndote aunque me encerrase en el baño. Y, quizás, hasta yéndome al principal. Pero ¿tú te das cuenta de los berridos que pegas?
âGrito porque me sale de los cojones. Ãsta es mi casa.
âY la mÃa, si a eso vamos âgritó Mari Loli, furiosa. Y, de pronto, súbitamente inspirada, redobló la fuerza de su chillidos para escupirleâ: Más mÃa que tuya, leches. Porque, para lo que te vemos el pelo últimamente.
â¡Ah! Consideras que te hago poco caso, ¿no? Que deberÃa tratarte con más mimo, ¿verdad? Acaso sacarte a bailar o al cine o... Pues, ¿sabes qué te digo? Que, si no te gusta cómo andan las cosas, me largo de casa y no me vuelves a ver âreplicó con rabia.
â¿Y adónde irÃas? Si no tienes dónde caerte muerto âreplicó Mari Loli con un tonillo sardónico.
â¿Adónde irÃa? ¿Adónde irÃa? âdijo Manolo con una voz metálica y cortanteâ. Te voy a decir adónde.
Mari Loli desconectó la plancha. Observaba a su marido como quien estudia los movimientos de un ser de otra especie. Como si se tratase de un bichillo raro, evolucionando sobre la palma de su mano.
âPues, me largarÃa... âManolo inspiró profundamente y, al soltar el aire, las palabras salieron con él y cayeron como una bofetada sobre ellaâ, a vivir con una mujer que me gusta mucho.
Mari Loli se sintió como si el bichito estudiado hubiera sufrido una repentina metamorfosis para convertirse en un dragón monstruoso. Miró a Manolo con horror. ¡No podÃa creer que hubiese dicho lo que habÃa dicho! Cierto que una llevaba meses sospechándolo, pero, quizás, en algún rinconcito perdido de su corazón habÃa esperado que no fuera verdad. Tal vez, incluso, ese pedacito de corazón le habÃa sugerido en algún desvarÃo: un dÃa te dice que te quiere como antes. Mari Loli sintió que un agudo dolor fundÃa ese desatinado pedacito de corazón, igual que si se tratase de un diminuto carámbano. Tan rápidamente ocurrió todo que, al terminar, cuando ya nada quedaba de la ingenuidad de creer en un Manolo aún enamorado de ella, Mari Loli se dijo que no, que una no era tan pánfila, que ya sabÃa ella que tarde o temprano Manolo iba a salirle con ésas. Entonces, una rabia sorda le estalló en el pecho. ¡Menudo cabrón, menudo cerdo, menudo...! Y, sobre todo, ¡valiente novedad! ¿O no habÃa estado ella insistiendo para arrancarle una confesión durante todos esos meses? Y él, ¡que no!, que cómo sois las tÃas, que no te pongas plasta... ¡Asà le lucÃa a una el pelo!
Ahora ya sin gritar, como si hubiese agotado las fuerzas, Manolo dijo:
âEso: que me marcho de casa, que me voy a vivir con ella.
¡Lahostia! ¿Cómo podÃa ser...?
â¿Y José Antonio? âse extrañó Mari Loli, todavÃa boqueando del susto y la indignación.
â¿Qué pinta José Antonio en esto? âpreguntó Manolo, de veras sorprendido.
âEs su marido, jolÃn.
â¿Su marido? ¿Qué marido?
âEl de Angelines, leches.
â¿De Angelines? Pero ¿de qué me hablas?
âPues de Angelines y José Antonio...
Manolo la miró como si estuviera rematadamente loca, como si fuera casi imposible entenderse con alguien a quien le faltaban tantos tornillos.
âPero ¿qué Angelines ni qué hostias en vinagre? Si a mà quien me gusta es Pili.
â¿Pili? ¿La rarita? ¿La del quinto?
âSÃ, la del quinto.
¡Joder, joder, joder! Mari Loli volvió a quedarse sin habla. O sea ¿que no tenÃa un lÃo con Angelines sino con la vecina rarita? De modo que el gorrioncillo, el cervatillo asustado, la criatura poquita cosa que no levantaba cabeza desde que se mató su marido era la que le habÃa robado a Manolo. Pues sà que.
Además, por si fuera poco, en las mismÃsimas narices de todo el mundo, en su misma escalera. Y encima se largaba a vivir con ella. Si la pinchan en ese momento, no le sacan sangre.
âBueno, ya está dicho. Hala, voy a por la maleta.
Mari Loli seguÃa sin poder hablar, aunque, de haber podido, no se le ocurrÃa qué pudiera haber dicho. ¿Lo habrÃa insultado? ¿Le habrÃa preguntado si la habÃa tomado por idiota durante aquellos meses? ¿Le habrÃa espetado que ya no era mucho lo que ella perdÃa, porque para seguir a la greña o simplemente siendo para él un mueble?
¿Y los niños? ¿Qué le iba a contar a MarÃa cuando regresase de los campamentos? ¿Y qué cara pondrÃa Manu? ¿Y...?
Entonces pensó en Luis. ¡Bendito Luis! ¿Era o no un regalo que le habÃa hecho la vida? Fijo que sÃ. En su pecho, la rabia empezó a retroceder para dejar espacio a otro sentimiento esperanzador, cálido y dulce.