Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
Olga y Teresa salieron del hospital mucho más tarde, terminadas las gestiones burocráticas. Teresa, como médico, consiguió que admitieran el traslado de los dos cuerpos en una ambulancia hasta su hospital, en Bellvitge. Mientras preparaban el vehÃculo, Olga interrogó a Teresa, que ya no lloraba, pero seguÃa estando muy alterada y fumaba un cigarrillo tras otro.
â¿Era eso lo que querÃas contarme el viernes cuando me llamaste a casa?
Teresa la observó sombrÃamente.
âNo... QuerÃa decirte que tengo una neo de pecho.
Olga no acertó a decir nada. Se olvidó por completo de Alberto y de Carlos. Se apoyó en la pared, mareada. De nuevo se percibió como una cáscara vacÃa, como una caja de resonancia. Y las pelotas, veloces, golpeando las paredes. ¿Teresa, un cáncer? ¿Su amiga de toda la vida? ¿La niña que hubiera podido ser azafata en tiempos del No-Do? ¿La chica que perdió la cabeza por un fotógrafo? ¿La mujer que sólo habÃa podido vivir el amor como una historia de dolor? Puso su mano sobre el brazo de Teresa y suavemente lo apretó. Al fin, exclamó:
â¡Teresa...!
Durante unos segundos, las dos se miraron con cariño.
â¿Desde cuándo lo sabes?
âHace ya un tiempo, a finales de abril me hicieron una biopsia.
â¡Pero no nos lo contaste!
âNo. Ni a vosotras, ni a Carlos. Fingà una guardia en el hospital para que me la practicasen sin tener que dar explicaciones.
¡Aquella equÃvoca guardia...! Olga notó un mazazo descargarse contra la cáscara hueca que era ella. Se sintió hecha añicos. Pelotas incontroladas de vergüenza y culpa le inundaron la boca y los ojos. Apenas se atrevÃa a mirar a su amiga. De modo que, mientras ella se habÃa entretenido juzgando a Teresa con mezquindad, ella luchaba sola frente a un diagnóstico como aquél. Olga, imaginando a Teresa en la cama con Alberto, mientras su amiga habÃa estado en una camilla del hospital.... DeberÃa aprender a no hacer interpretaciones... No, Monegal, te equivocas. La lección no es sólo ésa; además, deberÃas tratar de recordar la generosidad y la solidaridad antes que nada. Teresa te hubiera necesitado como amiga, incluso de haber sido la amante de Alberto. Aunque, por supuesto, es más fácil pensarlo ahora, conocida ya la situación real, ¿o no?
â¿Tu hermano tampoco sabe nada?
âSÃ. Javier lo supo a través de Ana, mientras estaba dando unas conferencias en Estados Unidos. Hace pocos dÃas regresó y hemos estado hablando de ello. De la intervención que juzgaba conveniente, de la terapia posterior...
â¿Sabes el pronóstico?
âNo. TodavÃa, no. Sé que no está en un estadio inicial, pero ignoramos si los ganglios están afectados. Hay que esperar a que abran.
â¿Te operarán en la clÃnica de Javier?
âNo. En el hospital. Mañana ingreso. Precisamente, el viernes te llamé para pedirte que me acompañaras.
â¿A Carlos todavÃa no le habÃas dicho nada?
âNo. Ni se lo habÃa dicho, ni se lo iba a decir. HabÃa ya tanta distancia entre los dos...
A Olga se le nublaron los ojos por su amiga, por su soledad tan profunda y por ese cáncer en el pecho. Fue sacudida por una intensa piedad por ella y por una áspera vergüenza a causa de su propio comportamiento.
âPor supuesto que puedes contar conmigo. Ya sabes que sÃ. Y pérdoname.
Se acercó a ella y le besó la mejilla. Nunca sabrÃa si Teresa entendió por qué le estaba pidiendo disculpas.
La ambulancia ya estaba a punto de partir. Olga y Teresa se dirigieron a sus coches. Antes de llegar al aparcamiento, Olga detuvo a Teresa:
âTú sabÃas lo de Alberto y Carlos, ¿no es cierto?
Teresa asintió.
â¿No pensabas contármelo?
âNo. Nunca lo hubiera hecho. TenÃas que descubrirlo tú misma o, mejor aún, Alberto merecÃa su oportunidad de explicártelo.
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Después del fin de semana de la primera cita, Mari Loli querÃa pasar por la carnicerÃa a las cuatro, pero no fue necesario. Luis se presentó en Cadena Dos para darle las gracias. HacÃa tiempo que no era tan feliz, le dijo. Que lo habÃa pasado tan bien, que era una mujer maravillosa, que... A Mari Loli, sus palabras le dieron una gran alegrÃa, pero también un poco de miedo. Luis parecÃa muy embalado, y ella no querÃa correr. Aparte de que tampoco sabÃa hacia dónde. Total, no supo muy bien qué hacer, ni qué decir, ni sobre todo qué pensar. Luis se vino abajo al verla tan inexpresiva. Sin más comentarios, se volvió a la tienda, y ella se sintió fatal. ¡Pobre Luis! Desde luego, no se merecÃa su involuntario desaire. A las cuatro, Mari Loli pasó por la carnicerÃa para recoger la carne y él se comportó como siempre. Mari Loli respiró, aliviada. Pudo conducirse con su naturalidad habitual y recuperó su sensación de chocolate a la taza. Pasaron los dÃas y él continuó tan amable como de costumbre y ella, conservando esa sensación. Hasta que, al siguiente fin de semana, Luis le propuso ir a un bingo. ¡Qué bien! Mari Loli sólo habÃa estado una vez en uno, pero ya hacÃa mucho y casi no lo recordaba. Se citaron para ir el sábado por la tarde. Afortunadamente, Estrella, después de remolonear un rato, después de hacerse de rogar, habÃa accedido a ocuparse de Anabelén. Menos mal, porque estando MarÃa de campamentos, ¿con quién la dejaba? En fin, la nena se iba a quedar con Estrella, que estaba de un humor mucho mejor que en las semanas anteriores, aunque se mantenÃa un poco distante con ella, como si no tuviera muchas ganas de verla o de contarle qué le estaba ocurriendo... Bueno, ¿y qué? ¿No sabÃa una cómo las gastaba Estrella? Pues, ¿de qué se extrañaba? Estrella nunca habÃa sido dada a las confidencias. Además, siempre habÃa tenido muy claro lo que querÃa y se habÃa pasado por el forro la opinión del resto del mundo, incluida la de su propia hermana.
En media hora, llegaron madre e hija a casa de Estrella. ¡Caray! El piso era el suyo, pero la mujer que abrió la puerta no parecÃa la de otras veces.
â¡Estrella! âexclamó Mari Loli, pasmada.
â¿Qué tal? âpreguntó Estrella, girando sobre sà misma.
Mari Loli estaba boquiabierta. ¡JolÃn con su hermana! Pues no estaba desconocida... Si siempre habÃa tenido estilazo, ahora estaba... estaba cañón. ¿A santo de qué aquel cambio? Para empezar el pelo, alborotado y juvenil, de rizos marcados y algo despeinados. Como las despampanantes melenas de las actrices en las teleseries americanas. ParecÃa que tuviera muchÃsimo más pelo y más sano y más vistoso. Además, teñido de un rojo cobrizo, que le sentaba de muerte. Luego, la ropa. HabÃa sustituido sus eternos pantalones por una falda ajustadÃsima. ¡Jope, qué delgada estaba Estrella! HabÃa que ver lo menudÃsima que era la falda. Estaba estupenda. Y una camiseta de tirantes, escueta, que ofrecÃa una vista panorámica e impresionante sobre sus tetas. Y sandalias de tacón. Y pendientes nuevos. No las criollas que Mari Loli le habÃa visto tiempo atrás. No. Unas perlitas blancas que colgaban al final de unas cadenas muy finas. Sin embargo, lo mejor de todo no era el pelo, ni la ropa. Lo más impresionante era el brillo de su sonrisa y de sus ojos. ¡Caray! Después de la muerte de Julio, nunca la habÃa vuelto a ver resplandeciente como ahora. ¡Nunca, de verdad! Estaba toda ella que parecÃa llevar guirnaldas de bombillitas, como los árboles de Navidad.
No hacÃa falta que dijera nada, porque se notaba su felicidad a kilómetros de distancia.
âHola, cariño âdijo Estrella, agachándose para dar un beso a su sobrina.
âMira: en la bolsa tienes merienda para la nena y...
âBueno, ¿me cuentas con quién tienes tú una cita? No habrás vuelto a quedar con el estúpido que te trata como a una sandÃa, ¿verdad?
âNo, no. No te preocupes.
Mari Loli la puso al corriente, mirando de reojo la hora. No querÃa que se le pasara el rato sin darse cuenta y dejar plantado a Luis. Estrella la escuchaba sin perder su aire de felicidad. ¡Qué rara estaba! ParecÃa que la escuchaba y no la escuchaba, todo a un tiempo. Era... era como si estuviese colgada de un cuerno de la luna.
âHaces bien, Mari Loli, que la vida es muy corta, y tú has disfrutado poco.
âMujer...
âVale. De acuerdo. Disfrutaste en otra época, pero llevas ya mucho hecha unos zorros.
âSÃ...
âAdemás, cuando dejan de quererte, pues, eso: han dejado de quererte. Entonces, lo mejor es borrón y cuenta nueva. OlvÃdate de Manolo.
âYa...
â¿Sabes qué te digo? Que si se tercia, además de jugar al bingo, le eches un yuyu al pollo y, si encima te enamoras, mejor que mejor.
Mari Loli habÃa contemplado a su hermana colgada de la luna, largando tonterÃas. ¿Enamorarse? ¿Quién querÃa una cosa asÃ? ¿No habÃa bastantes lÃos en la vida? Además, ¿desde cuándo Estrella opinaba que el amor era algo a tener en cuenta?
âY en casa, ¿qué? ¿Ningún cambio?
âNinguno.
â¿Y qué vas a hacer?
â¿Yo? Nada. Seguir como hasta ahora.
âOye, ¿y si Manolo te deja? ¿Y si se larga con otra?
âAnda, mujer, ¿cómo se va a largar con Angelines? Tú no sabes lo que dices. Bueno, me voy, que no quiero llegar tarde.
âVale. Pero acuérdate, a las diez, de vuelta, que, a esa hora, la que tiene una cita soy yo.
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Estar en la sala jugando al bingo fue estupendo, sobre todo porque ella hizo uno. Entonces, Luis le dijo que el dinero ganado era de ella. Mari Loli no estaba de acuerdo, porque los cartones los habÃa pagado él y, además, era una cantidad importante. Pero él insistió: que los cartones eran un regalo de él y, por lo tanto, el dinero le correspondÃa. Cómprate algo que te haga ilusión, algo de ropa..., le dijo. Vale, pues se iba a comprar otros zapatos de tacón, que llevaba siglos deseándolos, y también un traje de chaqueta. A la siguiente vez que la invitó a ir al bingo âuno distinto, le dijo; éste es con sorpresaâ, ella se puso el conjunto nuevo. Luis opinó que estaba guapÃsima âqué bien te sienta el azul, le comentóâ y que era un acierto haberlo estrenado esa noche puesto que el bingo tenÃa sala de fiestas y, luego de jugar un rato, irÃan a bailar.
¡Menuda sorpresa! Luis resultó un bailarÃn de primera. Eso no lo hubiera imaginado Mari Loli ni aun con toda la vida por delante para pensar. ¡Un hombre tan leÃdo...! Era como si... como si una persona interesada en los libros no pudiera estarlo en el baile. ¡Error! La llevaba igual que si fuera una pluma, vuelta para aquÃ, vuelta para allá, uno, dos, tres, uno, dos, tres... Lástima que no tocaran su canción. SÃ, una pena, estuvo de acuerdo él.
Lo que eran las cosas, después de esa noche, Mari Loli pasó de la sensación chocolate a la taza a una nueva sensación que le recordó algo. ¿SerÃa que se estaba enamorando de Luis? No estaba muy segura, porque lo cierto era que no resultaba igual que con Manolo. Su corazón sà parecÃa un poco alocado, pero su cuerpo estaba mudo. ¿Era que habÃa entrado en una época de frÃo hacia todos los hombres del mundo? ¿O el frÃo era sólo por Luis? O tal vez era que no estaba enamorada de él... Bueno, qué más daba, de momento tampoco Luis pedÃa nada más.
Una noche entre semana, aprovechando que Manolo estaba fuera y que Manu se iba a quedar en casa â¡quién se lo hubiera podido decir a Mari Loli un mes atrás!; ¡ni harta de vino se lo hubiera creÃdo, vamos!â, se fueron a cenar. La llevó a un restaurante de la Barceloneta, muy cerca del mar. El aire húmedo olÃa a sal y a vacaciones. Comieron un arroz negro buenÃsimo. Fue por culpa de ese arroz con tinta âo a lo mejor deberÃa decir que fue gracias a élâ por lo que Luis se destapó.
â¡Huy! He comido demasiado. Y eso que querrÃa empezar un régimen...
â¿Un régimen? âpreguntó Luis, sorprendidoâ. No querrás adelgazar, ¿no?
âBueno, adelgazar mucho no sé si me será posible. Pero, por lo menos, perder algunos kilos para encontrarme mejor.
â¡Ah!, si es para encontrarte mejor, bien. Pero, sobre todo, nada de tonterÃas. Nada de querer ser como esas mujeres escuálidas, planas por delante y por detrás, que parecen chicos.
Y siguió contándole que las mujeres debÃan de tener formas y que a él le encantaba ella, precisamente, por eso. Y, ya puestos, se lanzó a contarle qué otras cosas de ella le gustaban a rabiar: la sonrisa de luz âeso ya lo habÃa dicho la tarde del chocolateâ, su alegrÃa âeso se lo habÃa repetido muchas veces desde que se conocieronâ, lo bien que se movÃa, la gracia que tenÃa bailando, la armonÃa de sus movimientos âeso se lo dijo la noche del baileâ, su ternura, su bondad, su capacidad para disfrutar con los pequeños placeres de la vida, su sentido del humor, su cuerpo, sus ojos azules, su cara tan y tan femenina. Incluso con el pelo al cero y sin ver tu cuerpo, cualquiera sabrÃa que eres una mujer, ¿sabes?, habÃa dicho. Todo eso sà era nuevo. Nuevo, viniendo de él y, también, nuevo en general. ¡Pues sà que le veÃa atractivos...! A Mari Loli le resultaba insólito tanto halago, esa visión tan complaciente. ¡Huy! Serás tú, que te miras mal, contestó Luis; yo te veo asÃ. No supo qué contestar. Estaba un poco aturullada. HabÃa perdido la costumbre de ser tratada como una reina, suponiendo que alguna vez alguien la hubiese tratado asÃ. Además, no estaba segura de poder encontrar tantas caracterÃsticas de Luis que le gustaran. Lo pensó un buen rato. Al final, decidió que sÃ, que Luis le encantaba por un montón de razones: por su ternura, por su educación, por su amabilidad, por su atención, por su buen humor sin estridencias... No estaba tan mal, ¿verdad? Y, vestido de calle, era francamente atractivo. Sólo que el cuerpo de ella seguÃa sin reaccionar. ¿Se le habrÃa estropeado por culpa del revolcón con el Delirio? Bueno, lo mejor era no darle más vueltas. Lo que tuviera que ser serÃa.