Anoche soñé contigo (49 page)

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Authors: Gemma Lienas

—Verás... Supongo que te extrañará que no me lo ponga ningún día.

Luis sonrió y movió la cabeza.

—No. No me sorprende. Me imagino que quieres que te dure, y lo reservas para ocasiones especiales.

Mari Loli lo contempló atónita. ¿Cómo podía saberlo? ¿Cómo acertaba en la razón exacta? Ese hombre era... era mágico, ¿o no? Aunque, bien era cierto que las ocasiones especiales no abundaban en la vida de una. En fin...

—¿Sabes qué se me ocurre? —Luis empezó como si recitase algo de carrerilla; luego pareció encallarse—. Pues...

¿Qué diantre querría decirle que le costaba tanto? A Mari Loli le hubiera gustado echarle un cable, porque creía que estaba sufriendo. Lo animó con una sonrisa y le puso la mano sobre el antebrazo, mientras le sugería:

—¿Pues...?

—Yo... Pensaba que quizás podría brindarte alguna de esas ocasiones especiales para que te perfumes.

Mari Loli lo miró con los ojos enormes, sin retirar su mano del antebrazo de él. ¿La estaba invitando a salir?

—Algún día que tuvieras tiempo —siguió diciendo él—, podríamos ir por ahí, a tomar algo y a charlar. No sé... Tal vez un sábado por la tarde, porque, la verdad, aquí, a la salida de tu trabajo, nunca nos alcanza para mucho, ¿no?

Se quedó callado de golpe. Como avergonzado.

—¡Qué buena idea, Luis! Me encantaría salir a tomar algo y a charlar contigo.

—¿De verdad?

—Pues claro.

Como el día de su cumpleaños con su perfume, sin reflexionar mucho, Mari Loli se lanzó a darle un beso.

—¡Qué cariñosa eres!

—¿Qué te parecería el sábado por la tarde?

—¿Este sábado?

—Sí.

—Perfecto. Me parecería perfecto. ¿Qué vas a hacer con Anabelén?

—No te preocupes. Seguro que María se ocupará de ella.

 

 

—Anda, reina, que ya llegamos y la mama te dará un vaso de naranjada —Mari Loli animó a la niña, que se había sentado en el suelo y se negaba a seguir—. Si ya estamos en casa...

Era verdad, aunque también lo era que hubiera utilizado el mismo argumento incluso si se hubieran hallado a dos horas de su destino. Tenían ya enfrente el parterre de los niños y los perros.

La chiquilla se puso en marcha y, por fin, se metieron en el incierto frescor del portal.

—¡Ay, mi nena! Verás qué naranjada te da la mama.

Anabelén palmoteó alborozada y, mientras su madre abría el buzón y sacaba la correspondencia, se puso con los brazos en cruz a dar vueltas como una peonza.

—¡Ay, menos mal! —exclamó Mari Loli al darse cuenta de que los dos sobres llevaban el membrete del ayuntamiento del barrio.

La exclamación de Mari Loli se superpuso al aparatoso aterrizaje de Anabelén, que, mareada por las vueltas en plan peonza, había dado con su cabeza contra el portal de la finca. Inmediatamente, se desencadenó su llantina.

—¡Que te estés quieta! ¡Que te vas a hacer daño! —decía Mari Loli entrecortadamente a causa de la zurra mansa que le iba propinando, más por su propio sobresalto que por las travesuras de la cría. Luego, incluso siendo los golpes blandos, se sintió culpable y le dio un par de besos sonoros—. ¡Ea!, ya está.

Subieron hasta el séptimo, todavía la niña hipando y moqueando, y Mari Loli con el corazón galopando por la culpa, los azotes y las cartas. ¡Ojalá los hubieran admitido! Porque fijo que en los sobres estaba la respuesta a su solicitud de campamentos para Manu y María. No los abría en el ascensor porque le faltaban manos, pero en cuanto llegara a casa...

Cuando entró en el piso, lo primero fue coger la botella de refresco y darle la naranjada a la cría, a ver si se le pasaba la rabieta. Lo segundo, fregar los orines del chucho que, para variar, se arrastraba como si en lugar de un perro fuera un gusano y soltaba un chorrito en cada baldosa.

Por fin pudo dedicarse a los sobres. ¿Por qué serían dos? Eso a Mari Loli le parecía extraño. Tratándose de la misma familia y la misma dirección, hubieran podido mandar uno solo, ¿o no? Más que extraño, sospechoso.

Abrió el primero con angustia, el corazón arrugado. La nota era muy breve. Estaba escrita a máquina. Casi no se molestó en leerla toda, porque a la vista, en letras mayúsculas, estaba lo primordial. María Barragán. Admitida. Las fechas de los campamentos iban de 25 de junio a 25 de julio. Había que pagar antes del 20 del junio. Bueno, no quedaba mucho tiempo. Quizás la madre de Débora podría llevar el dinero cuando fuera a ocuparse del de su propia hija.

Abrió el segundo sobre. La carta era igualita a la primera, sólo que en el espacio del nombre estaba el de Manu, en lugar de «admitido» habían escrito «no admitido», y la fecha de los campamentos estaba en blanco.

¡Joder, joder! Se lo venía sospechando. Había sido una intuición.

Mari Loli se desparramó en el sofá, mientras la perra, a quien le tocaba la tarde encantadora, le lamía las puntas del calzado. La niña se había sentado en el suelo, cerca de su madre, y repartía razonablemente la naranjada entre su estómago y su camiseta de verano.

¿Qué iba a hacer? ¿Qué iba a hacer? ¡Vaya problemón le colocaban los del ayuntamiento! Trabajar el mes de julio mientras el mala pieza de Manu disponía de todo el tiempo libre para hacer lo que le viniera en gana... Nada de provecho, fijo. Sobaría en la cama hasta la hora de comer y pingonearía por las calles hasta la madrugada. Eso sin contar con que asaltaría el frigorífico o el armarito de la despensa y la dejaría a cero de provisiones. Pues sí que. Con tantas facilidades como se le presentaban, una veía lo que se avecinaba: forzar coches, vaciar pisos, traficar con caballo, cuando no soplárselo... Julio iba a ser un sinvivir. A sus aflicciones matrimoniales, se añadiría la angustia por Manu.

—Mama, mama.

Anabelén había aparecido acunando una muñeca. Mientras Mari Loli aupaba a la chiquilla hasta el sofá, oyó la puerta del piso.

—¿Cómo puedes ser tan tontalhigo, niña? —preguntaba Manu, con tonillo desalmado.

—Yo seré tontalhigo, guapo, pero las he aprobado todas, en cambio, tú... —se defendió María.

—¡¿Y a quién coño le importa aprobar?!¿A mí?! ¡¿Te crees que a mí me importa?!... Eres más tonta que cagar hacia arriba.

Mari Loli se enderezó para gritar:

—¿Se puede saber qué os pasa? ¿Tenéis que pelearos siempre? ¿Nunca vamos a tener la fiesta en paz?

—Éste, que es un imbécil.

—La que habla...

—¡Bueno, basta ya! ¡Me tenéis hasta las narices!

Por un momento se callaron los dos. Manu se acercó a su hermana pequeña, que había tumbado la muñeca en el sofá y le daba el biberón. Le hizo una carantoña a la cría y luego se arrodilló para jugar con la perra.

Escáner gimió, atormentada por las manazas de Manu.

—Le vas a hacer daño...

—Y dale. ¿No ves que le gusta?

—Mira, mama —dijo María, descargando la mochila y sacando un papel del interior—. Son las notas. Lo he aprobado todo.

Mari Loli cogió el papel mientras su cuerpo se esponjaba con orgullo. ¡Todo aprobado! ¡Qué portento! Nada que ver con sus propios resultados escolares cuando tenía la edad de su hija. Y pensar que nunca daba un duro por ella. ¡Caray! Ésa había salido a su tía. Voluntariosa. Con empeño, llegaría hasta donde se propusiera. Como Estrella.

Mari Loli abrazó a su hija y le dio dos besos.

—¡Ay, nena! Qué contenta estoy.

María le devolvió los besos, y permanecieron unos segundos abrazadas.

—¿Sabes qué te digo? —dijo Mari Loli apartando un poco a su hija para verle la cara—, que para celebrarlo te compro ese bañador que tanto te gustaba.

—¡Qué guay, mama! —María le dio otro beso y se separó de ella.

Aunque tuviera que ahorrar por otro lado, la chavala se lo había ganado. Además, lo iba a necesitar para ir de campamentos. ¡Ay, los malditos campamentos!

—¿Puedo bajar a la calle con Anabelén?

—Sí. Y llévate de paso a la perra, que aún no ha bajado a mear.

Mari Loli y Manu se quedaron solos en la salita. Mari Loli, de pie junto al sofá, observando a su hijo. Manu, tumbado junto a la mesita baja, contemplando el techo con interés.

—Y tú, ¿qué?

—¿Qué, de qué?

—De las notas.

—¡Ah!

Manu siguió tumbado.

—Deja de mirar hacia el techo, que estoy aquí.

El chaval se puso en pie. Malo, se dijo Mari Loli. Aquélla no era buena señal; anunciaba lo peor.

—¿Qué? ¿Has aprobado alguna? —preguntó Mari Loli confiando en que alguna se hubiera salvado, aunque, bien era verdad, muchas ilusiones no se hacía.

A diferencia de María, ése no daba un palo al agua. Jamás lo veía con un libro abierto o escribiendo en un papel. ¡Qué pena de chaval, madremía!

Manu negó con la cabeza.

—¡¿Ninguna?!

—Ninguna.

—Pero ¿será posible? ¿Qué vamos a hacer contigo?, ¿me lo quieres decir?

Manu se encogió de hombros.

—No me gusta estudiar, te lo he dicho muchas veces.

—Ya, pero, hijo, aún no tienes edad para trabajar. Además, que si pusieras un poco de interés por tu parte...

—Oye, no me des la vara, que ya he tenido bastante con la tutora, ¿vale?

—No me contestes mal, que me tienes hartísima.

—¡Joder!, para estar peleando contigo, mejor me largo a la calle.

La dejó con la palabra en la boca y se fue dando un portazo.

Mari Loli volvió a sentarse en el sofá. ¡Maldita fuera! Ya se le había anudado la cuerda en el pecho, ya la nuca estaba rígida. Tenía que calmarse, sí, que poniéndose nerviosa no arreglaba nada. ¡Qué lástima de trifulca con Manu! Tantos días vividos con placidez, sin que nada la perturbase gravemente y, de pronto, ¡zas!, de nuevo ese dolor en la nuca, y las dificultades para respirar. Todo por esa discusión inútil... No. No sólo por eso. También los suspensos y el ayuntamiento eran responsables de su estado. ¡Menuda faena le habían hecho! Allí estaba ella, con la respiración atorada y la nuca como un poste. Total para nada, porque con darle vueltas y lamentarse tampoco conseguiría que los del ayuntamiento cambiasen de opinión. No. Ir a protestar no serviría de nada. Si por lo menos conociera a alguien que pudiera echarle una mano, alguien que trabajase allí, alguien...

¡Claro! ¿Cómo no había atinado antes con Pili? ¡Ella era asistenta social en el ayuntamiento! Pues, nada; bajaba al quinto y se lo pedía. Pero, por muy vecinas que fuesen, ¿tenía derecho una a asaltarla en su piso para tratar de obtener un favor? Tal vez no. Mari Loli no estaba segura de haberla ayudado mucho cuando su desgracia. Bueno, los primeros días, sí. Se acercó tres o cuatro veces a preguntar si necesitaba algo. Como todas. Luego espaciaron las visitas para terminar por olvidarse de ella a los dos meses del drama. Bien era verdad que tampoco le parecía a Mari Loli que ir a verla sirviera de mucho. Pili, como un gorrioncillo, pequeña, indefensa, muda, sentada en un extremo del sofá, no parecía enterarse de nada, ni siquiera del pretendido consuelo vecinal. Miraba a las vecinas solícitas, con sus desbocados ojos de cervatillo, como si todavía estuviera viviendo el horror de días atrás, pero nunca abría la boca. Eso sí, se agravó su costumbre de dar respingos y sobresaltarse, se multiplicó el número de ocasiones en que se sonrojaba violentamente.

El caso era que, ahora, Mari Loli no estaba segura de que la vecina estuviera dispuesta a ayudarla de mil amores con lo de Manu.

El aullido de una sirena hirió la tarde. A Mari Loli, el corazón le dio un salto. Las sirenas de los bomberos, de los policías, de las ambulancias siempre le parecían de mal agüero y, en aquel momento, muchísimo más. Seguro que era una forma de aviso. ¿Y si significaba que los maderos iban a pillar a Manu? Le sudaban las manos sólo de imaginar a un policía llamando a la puerta para avisar de la detención del chaval. Aquel pensamiento decidió a Mari Loli. Sí. Hablaría con Pili.

¿Qué hora era? Las cinco y media. Todavía la pillaba antes de que se fuese a trabajar. ¡Con ese horario tan cómodo que tenía! Ya le hubiera gustado a Mari Loli currar sólo de seis a nueve cada tarde.

Pili la miró desde el recibidor de su piso como si Mari Loli fuese una aparición. Así de pasmada observaba siempre al personal. El rostro cubierto de rubor y los ojos grandes y húmedos. A lo peor ya nunca se recuperaría de su desgracia, pensó Mari Loli. La pobre, tan jovencita y no servir ya para mucho. Y mira que era mona... En fin. Pili no acertaba a pronunciar una palabra. Al final, se recuperó:

—Hola. Dime...

—Pues... venía a hablar contigo un momento. ¿Puedo pasar?

La vecina agarró la puerta con firmeza, como si, de no hacerlo, temiera salir volando. Se sonrojó más todavía, o al menos esa impresión le dio a Mari Loli, y todavía tardó un poco en contestar:

—Pues... me voy a trabajar dentro de diez minutos.

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