Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
â¿Qué te pasa, hija?
âNada. No me pasa nada. Estaba pensando en el oficio que han elegido ésas ây señaló a la chiquilla rubia de la mesa contigua.
âÃsas no han elegido nada.
â¿Entonces?
âLa miseria no deja mucho espacio para elegir. Tú y yo somos afortunadas de contar con un trabajo y, a malas, con amigos o una familia que nos pueden echar una mano. Las hay que no tienen ni eso. Y, desde luego, estas de aquà todavÃa están peor. Probablemente son esclavas sexuales traÃdas de la Europa del Este.
â¿Esclavas sexuales? ¿La Europa del Este? âpreguntó Mari Loli.
âHija, tú no lees nunca los periódicos, ¿verdad?
âNo. No me da tiempo âse excusó Mari Loli.
âBueno, por lo menos sà habrás oÃdo hablar de los paÃses de la Europa del Este y su régimen comunista.
Eso a una le sonaba.
â¿Y de la caÃda del muro de BerlÃn?
SÃ, eso también sabÃa que habÃa ocurrido.
âBueno, pues estos paÃses han cambiado ahora de sistema polÃtico, se han abierto a Europa, aunque todavÃa les queda mucho camino que recorrer. En algunos de estos paÃses la economÃa está mal, por lo que, a menudo, a base de prometerles buenos trabajos, consiguen sacar de esos paÃses a chicas jóvenes y guapas, vendidas, luego, para trabajar como prostitutas en los paÃses ricos europeos.
Mari Loli la miraba horrorizada, sin creer que fuera verdad.
â¿Lo dices en serio, Estrella?
âClaro.
â¿Y los tÃos que se las cepillan lo saben?
Estrella se encogió de hombros.
âNo sé si todos conocen ese tráfico sexual, pero de lo que puedes estar segura es de que cualquier hombre que va con una prostituta se aprovecha de la miseria del personal.
âY ellas ¿por qué no escapan?
âNo seas boba, Mari Loli. ¿Adónde piensas que pueden ir? Sin dinero, sin papeles, sin saber una palabra del idioma del paÃs... Además, ¿te crees que las mafias las dejan largarse fácilmente?
Mari Loli miró a la chica rubia con piedad. ¿Cuántos años tendrÃa? ¿Cinco o seis más que MarÃa? ¡Joder! ¡Qué terrible podÃa ser vivir! Mari Loli notó cómo el pecho se le ponÃa un poco blandiblú. Observó a uno de los hombres, un tipo de pelo rubio bastante largo y enormes manazas que magreaban sin descanso a la chica. Quizás dos horas antes habÃa comido con la familia para celebrar el cumpleaños de la hermana, que tenÃa la suerte de no ser una esclava sexual en manos de otro hombre como él. Tal vez, le habÃa regalado un osito de peluche; tan pequeñita, tan inocente, su hermana.
Examinó las otras mesas. En ninguna habÃa rastro de Manolo, pero el panorama era, aproximadamente, el mismo que en la cercana a la suya. Luego echó una ojeada a la barra, en la que se afanaba un camarero, mientras otro secaba una copa, despacito, despacito, como si no pusiera mucho empeño en ello, sin malditas las ganas de sacarle brillo, muy aburrido. Dos mujeres y dos hombres estaban sentados en los taburetes.
El camarero que secaba copas reparó en la mirada de Mari Loli. Dejó el paño sobre la barra y se dirigió hacia ellas.
âAhà viene el camarero. ¿Qué le decimos de las entradas?
âTú déjame a mà ârespondió Estrella.
â¿Qué va a ser? âpreguntó el camarero cuando estuvo junto a su mesa.
âA mà ponme un whisky.
âYo quiero una cerveza.
â¿Las entradas?
âNo las tenemos. Ahora vendrán nuestros novios con ellas âdijo Estrella.
El camarero se alejó hacia la barra y al cabo de unos minutos regresó con una bandeja y dos vasos. Colocó los dos vasos sobre sendos cercos de papel. Cuando Mari Loli levantó el suyo, desde el centro del cerco, un león la contempló con sus grandes ojos encarnados. ¿Y si se lo llevaba de recuerdo? ¿Y si lo ponÃa en el cajón de los calzoncillos de Manolo? Como quien dice: lo sé todo, imbécil. No. No tendrÃa narices para hacerlo.
â¿Y vuestros novios tardarán mucho?
âNo creo. ¿Por qué?
âPor nada. Porque dentro de unos minutos hay el siguiente pase.
â¿El pase de qué? âpreguntó Mari Loli.
âDel espectáculo, claro.
â¿Ãsas actúan? âpreguntó Mari Loli señalando con la barbilla de modo indefinido a las mujeres del local.
â¿Ãsas? ârespondió con desdénâ. Ãsas sólo están ahà para que los clientes beban mucho. Bueno, y si se tercia algo más, pues... para eso tenemos las habitaciones arriba.
Entonces, si las habitaciones eran sólo para las prostitutas, Manolo y Angelines nada tenÃan que pelar allà ¿verdad?
âOye âdijo Mari Loli, zalameraâ, pero las habitaciones no serán sólo para las chicas y sus clientes, ¿no?
âNo. Cualquiera las puede alquilar. Incluso, algunos clientes tienen una fija reservada.
A Mari Loli casi le dio un soponcio. De modo que hasta podÃa ser que Manolo tuviera habitación a su nombre en aquel sitio...
El camarero preguntó:
â¿Son camioneros vuestros novios? ¿O comerciales?
Le respondieron a la vez:
âCamioneros âdijo Mari Loli.
âComerciales âdijo Estrella.
ParecÃa que el hombre le habÃa encontrado gusto a charlar con ellas.
âMe parece que te llaman âle avisó Estrella.
âEs verdad. Os dejo, chicas, que os divirtáis ârespondió levantando una mano.
âLas seis âdijo Estrella señalando la esfera de su relojâ. Eso está al caer.
¡Como si la hubieran oÃdo...! Se apagaron todas las luces. Las conversaciones se convirtieron en un murmullo. Se oyó ruido en la pista, y Mari Loli se esforzó por ver algo, pero sólo alcanzó a distinguir una silueta inmóvil.
âSeñoras y señores âdijo una voz cazallosa a través de los altavoces, que crepitaban con crujidos de hogueraâ, ¡con ustedes...
Una pausa efectista y la voz acabó:
â... el striptease del Malvaloca!
¿El Malvaloca? ¿No: la Malavaloca? ¡Jope! ¿SerÃa posible? No se hubiera figurado ni en mil años a un tÃo haciendo estriptis. ¿Y quién querÃa ver a un tÃo desnudo...? Bueno, ¿y por qué no? Ella, por ejemplo, estaba dispuesta. ¡DispuestÃsima, vamos!
Dos haces de luz blancos y brillantes procedentes de los reflectores del techo, en extremos opuestos, se concentraron en un único cÃrculo sobre el Malvaloca.
El público aplaudió y silbó.
â¡Joder! âexclamó Mari Loliâ. ¡Un maricón!
¡Qué mala suerte la suya! Para una vez que iba a un estriptis, no sólo le tocaba un hombre sino que además era del otro bando. Aunque, claro, desnudo no tenÃa por qué ser distinto a los demás. TendrÃa su pito y su culito prieto y esas cosas que suelen tener ellos. Pero ¿lo enseñarÃa todo? A lo mejor no entraba dentro de las costumbres de los sarasas. Además, que el tipo parecÃa bastante viejo. Bueno, si no muchÃsimos años, tampoco tenÃa pinta de jovencito.
El Malvaloca, inmóvil bajo la ducha de luz, con la cabeza gacha, el rostro tapado por las alas de un sombrero cordobés y los brazos pegados al cuerpo, todavÃa permaneció unos segundos inmóvil, como dejándose contemplar.
Mari Loli pensó que parecÃa una marioneta. Buscó en el techo los hilos, inexistentes, que debÃan de mantenerlo en pie.
El Malvaloca movió la cabeza, y el ala del sombrero negro se inclinó hacia el techo. La luz le iluminó el rostro, delgado, con hondas arrugas en las mejillas. ParecÃa un trozo de barro en el que alguien, al arrastrar dos dedos, hubiera abierto esos dos profundos surcos. Las pestañas del Malvaloca se movieron como las alas de una mariposa. ¡Qué barbaridad! ¿Cómo podÃa el hombre abrir y cerrar los párpados con aquel ritmo si por fuerza tenÃan que pesarle una burrada las exageradas pestañas postizas? Su boca, violentamente roja, parecÃa una guinda y estaba prieta y arrugada como el culo de un perro. El reboce del maquillaje disimulaba a duras penas la barba naciente.
Iba vestido como un bailador de flamenco. Unos pantalones negros, de talle bajo, muy ajustados. Pero, aunque le quedaban como un guante, no se le marcaba nada: ni culo, que por lo visto no tenÃa; ni polla, que si tenÃa estaba bien escondida; ni ropa interior, que a lo mejor no llevaba. El ombligo, al aire, por encima de la cintura del pantalón y por debajo del aparatoso nudo que cerraba la camisa. Porque la camisa, de color rosa-caramelo-de-fresa y estampada con grandes lunares negros, estaba sin abotonar, anudada por debajo de las tetillas. Los pies descalzos. En la mano derecha, un abanico cerrado.
Sonaron los primeros compases. Las notas se arrastraban, sincopadamente. Mari Loli sintió que sus caderas empezaban a agitarse solas. Era un chotis: el ritmo y el organillo no dejaban lugar a dudas.
El Malvaloca comenzó a moverse lentamente, a bailar con una pareja imaginaria sobre una baldosa pequeña, también imaginaria. Se meneaba con gracia. A una no le hubiera importado saltar a la pista, sobre aquella baldosa, entre los brazos de aquel pedazo de hortera. Aunque fuera un callo, achacoso y decrépito, sólo por bailar un ratito, lo que hubiera dado una. ¡Ay!
Mari Loli bebió un trago largo de cerveza y se abandonó a la voz que los altavoces chisporroteantes difundÃan por la sala.
Â
Aaaaunque yo me me yamo Peeepe
como es púuublico y notoooorio...
Â
¡Ras! Abrió el abanico. Bordados rojos y dorados sobre un fondo negro. Se puso el abanico delante de la boca. La mariposa de sus ojos aleteó varias veces. ¡Ras!, con un golpe de genio, cerró el abanico de nuevo.
Â
... y además de ser tasista
es mi nombre populaaar.
Â
Al llegar a ese punto, el Malvaloca se quitó el sombrero. Una calva reluciente brilló bajo los focos.
Â
Como tengo esta figuuura...
Â
La reinona movió el sombrero desde su pecho hasta el trasero, resiguiéndose el perfil, para que el respetable se fijara en el percal.
Â
... y esta faaama de tenooorio,
en mi barrio, que es castizo,
me conocen por don Juaaaaaan.
Â
El sombrero cordobés del Malvaloca rodó por el escenario y el público aplaudió aquel primer descaro.
De pronto la música cambió de ritmo. ¡Caray! Si aquello era un cha-cha-chá..., se dijo Mari Loli notando que sus pies se movÃan solos.
Â
Yo me peino, cha-cha-chá,
con gasolina, cha-cha-chá,
Â
Se tocaba la calva reluciente con el abanico cerrado y el respetable reÃa con ganas, a la vez que coreaba: cha-cha-chá.
Â
... me saco brillo, cha-cha-chá,
con valvulina, cha-cha-chá...
Â
Al ritmo de los cha-cha-chás, el Malvaloca habÃa ido desanudando la camisa. Ahora las puntas caramelo-de-fresa caÃan lacias sobre el ajustado pantalón, dejando al descubierto el pecho prieto y canela. El mariposón, ¡ras!, abrió el abanico y se tapó las tetillas.
â¡Quita, quita! âgritaron los espectadores, que parecÃan controlar bien las distintas fases del espectáculo.
El Malvaloca dirigió una media sonrisa âla primeraâ al público, y cerró el abanico. ¡Ras!
Â
... y con los codos, cha-cha-chá,
llevo el volante, cha-cha-chá...
Â
Doblaba los brazos, con los pulgares hacia la clavÃcula, los codos sobre un volante imaginario, se ponÃa de espaldas al público y meneaba el culo y las caderas con gracia femenina.
Â
... y aunque me canto el cha-cha-cháaa,
pero es el choootis lo que a mà me vaaaa.
Â
Otra vez cambiaba el ritmo de la música y reaparecÃa el organillo. El Malvaloca adoptaba de nuevo las maneras arrastradas y desdeñosas de un chulapón.
Â
Que yo soy Peeepe, Peeepe, el tasista...
Â
Ahà el Malvaloca se quitaba la manga derecha de la camisa. En el verso siguiente, la izquierda.
Â
... que está del tasis enamorao.
Porrrque, señores, es un oficio,
el que yo tengo, que está sembrao.
Â
La camisa caramelo-de-fresa se balanceaba sobre el Ãndice del Malvaloca.
El público se balanceaba al ritmo de la canción y de la camisa. Alguien gritó:
âTÃrala ya.
El Malvaloca contestó:
âA ti te voy a tirar, monada.
Risas, aplausos. El mariposón hizo volar la camisa, que cayó en el escenario, cerca del sombrero cordobés.
Â
Y cuando alguuuna me dice: Pepe,
¿está usted liiiibre por un casual?
Bajo la bandera y la digo: guapa,
suba, usteeed, que estamos libres
y el servicio es regalao, pagao.
Yo me peino, cha-cha-chá,
con gasolina, cha-cha-chá,
me saco brillo, cha-cha-chá,