Blonde (125 page)

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Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

Tan borracha que el risueño presentador tuvo que ir a buscarla entre bambalinas, cogerla por las axilas y prácticamente arrastrarla hasta el micrófono. Tan apretada dentro de ese ridículo vestido y con unos zapatos de tacón de aguja tan altos que apenas si podía andar y tenía que dar pasitos de niña. Tan asustada, a pesar de que estaba bebida y encocada hasta las orejas, que apenas si podía enfocar la vista. Qué espectáculo. Qué visión. El público de quince mil demócratas ricos expresó a gritos su aprobación. A no ser que fuera un benevolente desprecio.
¡Mari-lyn! ¡Mari-lyn!
Esta mujer increíble fue el gran final de la fiesta de cumpleaños, y mereció la pena esperar. Hasta el Presidente, que había dado cabezadas durante algunos de los homenajes, como los sentidos
gospels
cantados a capela por un coro negro de Alabama, le prestó toda su atención. En el palco presidencial estaba el juvenil Presidente con corbata negra, arrellanado en un sillón con los pies en alto, sobre la barandilla, con un puro (cubano, de la mejor marca) entre los dientes. Y qué dientes tan grandes y blancos. Miraba hacia abajo, a M
ARILYN
, ese espectáculo de cuerpo mamífero y reluciente vestido «transparente». ¿Habría tenido Marilyn tiempo para preguntarse si el Presidente viajaría a Los Ángeles para ayudarla a celebrar su cumpleaños el primero de junio?, una celebración seguramente íntima; no, no era probable que hubiese tenido tiempo de preguntárselo, porque estaba de pie ante el micrófono, atontada y con una sonrisa ausente, lamiéndose los labios pintados de rojo como en un desesperado intento de recordar dónde estaba y qué era aquello, con los ojos vidriosos, tambaleándose sobre sus tacones de aguja, comenzando por fin a cantar, después de una pausa larga hasta la turbación con la voz débil, cálida y sensualmente ronca de M
ARILYN
:

H
AP
/ / / / py / / / / birth / / / / day / / / / to
YOU

Happy / / / / birth / / / / dayyy / / / / to / / / /
YOU

H-hap / / / / py / / / / birth / / / / day / / / / mis / / / / ter

P
RES
/ / / / i / / / / dent

Hap / / / / py / / / /
BIRTH
/ / / / day / / / /
TOYOU

De alguna manera estas sílabas salieron de sus labios, a pesar de la horrible sequedad de su garganta, el ensordecedor zumbido en sus oídos y el remolino de luces, cuando estaba de pie ante el micrófono, agarrándose a él para no caerse, sin la ayuda del presentador, que aplaudía con entusiasmo y sonreía con lascivia mientras le miraba el trasero embutido en el brillante vestido; algunos aseguran que M
ARILYN
alzó unos ojos llenos de amor hacia el Presidente, despatarrado en su palco como un joven príncipe consentido, aseguran que su sensual e íntima cancioncilla estuvo a todas luces dedicada exclusivamente a él, pero el Presidente estaba de un humor festivo, no de un humor sentimental, flanqueado por sus escandalosos amigos y sus hermanos rivales, aunque había que destacar la ausencia de la primera dama, que detestaba las fiestas bulliciosas como este vulgar festejo para recaudar fondos en Madison Square Garden y prefería la compañía de la flor y nata de la sociedad a esta panda de juerguistas y politiqueros, ¡estos zafios! Mientras el Presidente miraba cómo M
ARILYN
M
ONROE
le cantaba con voz sensual, uno de sus amigotes le dio un codazo en las costillas:
Espero que folle mejor de lo que canta, Presi
, y el ingenioso Presi murmuró, con el puro en los dientes,
No, pero al menos mientras te la tiras no tienes que oírla cantar
, un comentario que arrancó las carcajadas de todos los que estaban en el palco. De hecho, M
ARILYN
M
ONROE
consiguió terminar no uno sino dos precarios estribillos del
Cumpleaños feliz
, bajo la atenta mirada de la multitud, que la observaba como observaría a un equilibrista con un repentino ataque de vértigo sobre la cuerda floja, esperando que cayese, pero ella cantó sin desentonar una sola nota (eso pareció) ni tartamudear, ni perderse, y consiguió que el público se pusiera en pie y la acompañara en el jubiloso final, deseando «feliz cumpleaños» al Presidente.
Esa noche Marilyn estuvo fabulosa una intérprete magnífica quién sino Marilyn tendría las agallas necesarias para presentarse delante de quince mil personas sabiendo que no tiene talento
, con todo el aspecto de una mujer que se ahoga y sin embargo preciosa con esa palidez suya, un cadáver flotando apenas por debajo de la superficie del agua
tan dulce que nos enamoramos de ella otra vez, Marilyn con su extraño y brillante vestido dentro del cual la habían cosido como si fuese una salchicha nos sorprendió a todos, porque casi era capaz de cantar con esa nostálgica voz de fantasma
. Y de repente todo terminó. Se quedó mirando con los ojos entornados a esos desconocidos que la adoraban. Que la aplaudían y la vitoreaban. Y el Presidente y sus acompañantes también aplaudían con entusiasmo. ¡Ah, la querían! La respetaban. No había viajado hasta allí, enferma y aterrorizada, en balde.
Éste es el día más feliz de mi vida
, intentaba explicar,
ahora puedo morir feliz, soy tan feliz, ¡ah, gracias!
, trataba de explicárselo al público, pero el risueño presentador tiraba de ella, gracias, señorita Monroe, y un ayudante salió de entre bambalinas para llevársela del escenario, la pobre y aturdida mujer apoyada en el brazo de un desconocido.
Era evidente que estaba enferma, agotada, había dado todo lo que tenía y daba pena verla
, estaba cogida del brazo de un hombre y se habría dejado caer al suelo para dormir allí mismo, pero él le dijo con suavidad:
¿Señorita Monroe? No puede acostarse aquí
, y allí estaba ella, respirando hondo, sujetándose al marco de una puerta, luego dejándose caer sobre la pila de un lavabo, sola, luchando contra las náuseas, en su cuarto de baño del 12305 de Fifth Helena Drive, mirando su demacrada cara en el espejo, ¿no había salido de casa?, ¿no había viajado a Nueva York para cantarle el
Cumpleaños feliz
al Presidente?, sí, pero habían pasado varios días, La Productora la había echado y le pedía una indemnización de un millón de dólares por incumplimiento de contrato (según
Variety
), pero había tenido su momento de gloria y ahí, colgado en el armario, estaba su fabuloso vestido «transparente» de estrás, un vestido tan hermoso necesita una percha forrada de tela en lugar de una metálica, pero ella no tenía ninguna, o si la tenía, no sabía dónde estaba y, ay, Dios, le dolía ver cuántas piedras se habían caído, y el vestido era tan caro y nunca le pagarían los gastos. ¡Ay, lo sabía!

Entrega en mano, 3 de agosto de 1962

Ahí venía la Muerte, avanzando presurosa a su encuentro
, aunque ella no podía saber en qué forma ni cuándo.

Esa noche, después de oír la noticia de la muerte de Cass Chaplin.

Después de colgar el auricular con manos entumecidas, permaneció sentada, inmóvil, durante largo rato, sintiendo un sabor metálico y frío en la boca.
¡Cass ha muerto! Nunca nos despedimos
. Tenía treinta y seis años, igual que ella. Su hermano gemelo. Las notas necrológicas no serían amables con Charlie Chaplin Jr., el hijo de Charlot.

—¿Fue culpa mía? Ha pasado tanto tiempo.

Sentirse culpable a estas alturas sería un lujo. ¡Sentirse viva!

La había llamado Eddy G. Eddy G., que parecía borracho, hostil y fácilmente identificable.

Su primer impulso fue preguntar cómo has conseguido este número, porque es secreto, pero entonces recordó la corrección del Presidente: «Ningún número es secreto». Escuchó en medio de un silencio tenso, sabiendo que Eddy G. sólo la llamaría para comunicarle la muerte de Cass Chaplin, igual que Cass Chaplin sólo la llamaría para comunicarle la muerte de Eddy G.

¡De modo que Cass fue el primero de nosotros! Los Dióscuros
.

Siempre había pensado secretamente que Cass era el padre del bebé.

Porque lo había amado más de lo que había sido capaz de amar a Eddy G.

Porque él había entrado en su vida antes de que fuese Marilyn. Cuando era Miss Sueños Dorados y tenía toda la vida por delante.

¿Fue culpa mía? Todos queríamos que el niño muriera
.

Cass había muerto, decía Eddy G., a primera hora de esa mañana. Entre las tres y las cinco de la madrugada, según calculaba el forense. En la casa de Topanga Drive donde había estado viviendo y donde Eddy G. lo visitaba de vez en cuando.

Había sido una muerte de «borracho» y no de «yonqui», informó Eddy G.

Norma Jeane tragó saliva. ¡Ay, ella no quería saber eso!

Eddy G. prosiguió con voz temblorosa; uno podía ver al actor trabajando con sus emociones enterradas: la furia, que empezaba despacio, una serenidad engañosa, y finalmente un
crescendo
, las mandíbulas apretadas, la voz enronquecida:

—Estaba boca arriba en la cama, muerto. Había estado bebiendo, sobre todo vodka, y comiendo una cosa pastosa que quizá fueran rollos de primavera con
chop suey
, y empezó a vomitar. Estaba solo y demasiado débil para volverse de lado, de modo que se ahogó con su propio vómito. La típica muerte de un borracho, ¿eh? Lo encontré esta mañana, hacia el mediodía.

Norma Jeane lo escuchaba. Aunque no estaba segura de lo que oía.

Ahora inclinada hacia delante, con un puño metido en la boca.

Con pueril insistencia, Eddy G. decía (como si en realidad hubiese llamado para eso y no para lastimar y trastornar a Norma):

—Cass dejó un recuerdo para ti, Norma. La mayoría de las cosas me las dejó a mí, que siempre fui su amigo y nunca lo abandoné, pero él solía decir «esto será para Norma, algún día». Significaba mucho para él. «Norma siempre ha tenido mi corazón», decía.

—No —murmuró Norma Jeane.

—No ¿qué?

—No lo qui-quiero, Eddy.

—¿Cómo sabes que no lo quieres si aún no te he dicho qué es? —ella no supo qué contestar—. Vale, cariño. Te lo enviaré. Por correo expreso.

Ahí venía la Muerte, avanzando presurosa a su encuentro
, y por fin, en la luz mortecina de lo que había sido un día de calor sofocante (lo suponía, pues no había salido ni abierto las cortinas), la Muerte llamó a su puerta y la angustia de la espera terminó, o terminaría pronto. La risueña Muerte, mostrando sus grandes y blancos dientes, secándose la sudorosa frente con la manga, un muchacho hispano alto y desgarbado con una camiseta del Instituto Tecnológico de California.

—¿Señora? Un paquete.

Su fea y herrumbrosa bicicleta le permitiría abrirse paso entre el denso tráfico, y ella sonrió al ver a este extraño que le traía la Muerte sin saber qué le traía. Era un empleado del Servicio de Mensajería de Hollywood y también sonreía, porque seguramente esperaba una generosa propina en una dirección de Brentwood, y ella no quiso decepcionarlo. Cogió de sus manos el ligero paquete, envuelto en papel de regalo con rayas iguales que las de un bastón de caramelo y con un lazo de seda.

M. M., OCUPANTE DEL

12305 F
IFTH
H
ELENA
D
RIVE

B
RENTWOOD
, C
ALIFORNIA

EE. UU.

L
A
T
IERRA

Se oyó reír. Firmó como «MM».

El mensajero no preguntó ¿ése es su nombre, señora?, un nombre raro, ¿eh? Era obvio que no había reconocido a «MM».

Vestida con ropa limpia pero sin planchar, descalza y con las uñas de los pies pintadas con laca rosa descascarillada, el pelo enredado y oscuro en las raíces oculto bajo un turbante de toalla. Con las oscuras y grandes gafas cuyos cristales despojaban de color al mundo como un negativo fotográfico.

—Espera. Sólo será un segundo —dijo ella.

Entró a buscar su bolso, pero su cartera no estaba en el bolso, ay, dónde la había puesto, esperaba que no se la hubieran robado igual que la anterior, porque le quitaban tantas cosas, o las perdía, las extraviaba, y todo esto llevando el paquete envuelto en papel de regalo como si no fuese nada del otro mundo, sólo un paquete que había estado esperando y cuyo contenido conocía, mordiéndose el labio superior, empezando a sudar mientras buscaba la puta cartera en el caos de objetos que había en su sombrío salón, una lámpara todavía en su paquete original de celofán en el sofá, tapices mexicanos comprados a principios del verano y aún por colgar, floreros de cerámica decorados en tonos tierra y, ay, ¿dónde estaba la cartera con su carné de conducir del estado de California, las tarjetas de crédito y todo el dinero que le quedaba?, y en el dormitorio, con su punzante aroma medicinal mezclado con perfume, polvos de talco, el olor a podrido del corazón de una manzana que debía de haberse caído debajo de la cama la otra noche, y finalmente en la cocina, donde encontró lo que buscaba, revisó la cara cartera de becerro, regalo de un amigo olvidado, hasta encontrar un billete y corrió a la puerta, pero…

—Oh, lo siento.

El mensajero hispano y su bicicleta grande habían desaparecido.

En la palma de su mano, un billete de veinte dólares.

Era el pequeño tigre de peluche.

Un juguete de niño. El mismo que Eddy G. había robado para el niño.

—Oh, Dios mío.

¡Había pasado tanto tiempo! Al abrir el envoltorio con dedos temblorosos pensó…, no, era una locura, pero pensó que se trataba del tigre que le habían robado en el orfanato; Fleece había dicho que se lo había robado ella, inducida por los celos, pero tal vez (¡tal vez!) le hubiese mentido; entonces pensó que quizá fuera el tigre que había confeccionado para Irina con materiales comprados en un baratillo y por el que Harriet nunca le había dado las gracias; aunque, naturalmente, sabía que tenía que ser el juguete que Eddy G. había robado de un escaparate. Recordaba la tienda con claridad: H
ENRI’S
T
OYS
. N
UESTRA ESPECIALIDAD
:
JUGUETES CONFECCIONADOS A MANO
. Eddy G. le había dado un susto de muerte al romper la luna del escaparate y robar el tigre que Norma Jeane había dicho que quería para ella y para el bebé.

Ahora, mientras contemplaba el juguete, el corazón le latía con tanta fuerza que su cuerpo entero parecía temblar. ¿Por qué se lo había dejado Cass? Aunque tenía diez años, el tigre parecía nuevo. Ningún niño lo había abrazado ni ensuciado. Cass debía de haberlo guardado en un cajón, su recuerdo de Norma Jeane y el bebé, pero no lo había olvidado.

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